Blogia
Identidad y Tradición

El sentido simbólico de la sardana

El sentido simbólico de la sardana

Todos los pueblos tienen sus señas de identidad culturales. En muchos casos, estas señales nacieron como proyección de una realidad espiritual. La fuerza de la Luz se tradujo en una serie de manifestaciones puntuales, adaptadas a cada pueblo y a cada territorio. Pasados los milenios se ha ido olvidando este sentido primigenio y ha quedado sólo una simple exposición de cultura popular.

 

Todo pueblo europeo nunca ha creado nada porque sí. Todo aquello que ha sido creado hace siglos y siglos tenía, en su origen, un sentido, una finalidad, un objetivo genuinamente espiritual y por extensión absolutamente simbólico. Era la reconstrucción plástica de un diálogo entre la Luz y los hombres, que se plasmaba en una simbología concreta: música, cuentos, danzas, arquitectura, pintura,... Hoy en día este sentido superior se ha perdido. Todo ha quedado reducido a unas simples expresiones festivas.

 

Siguiendo con este orden de ideas, ya podemos decir que toda danza, en su origen, es una exaltación de lo metafísico. Así la danza de Shiva llevaría implícita la unión del espacio y del tiempo. Toda danza europea encarna la energía de lo eterno. Quien la ejecuta, proyecta su propia divinidad.

 

Lo que nosotros haremos ahora con la sardana, se podría hacer con cualquier danza tradicional europea.

 

La sardana, danza catalana por excelencia, tiene un innegable origen pagano. Es, posiblemente, una danza diseñada por selectos círculos espiritualmente avanzados para mantener el recuerdo y la presencia activa de la Luz.

 

De entrada su forma circular nos habla de una danza solar, de una perduración del Sol Invictus. Su forma circular, en el mundo de lo simbólico, representa la perfección y la eternidad. La exaltación  del Sol siempre ha sido tradicional en las culturas europeas y en los pueblos guerreros y heroicos.

 

La estructura de la sardana forma un bloque, circular, pero un bloque, en el que se puede entrar libremente cuando se desee y pese a esta facilidad de hacer y deshacer el círculo, su estructura circular siempre queda intacta. Es como el Sol, presidiendo la llegada de nuevos hijos para su exaltación suprema. Es también el mismo sentido de las viejas cofradías de guerreros indoarias, la cofradía existe, aún cuando entre gente nueva o desaparezca gente caída en el campo del honor (así se denominaba tradicionalmente a lo que ahora, vulgarmente, se conoce como campo de batalla).

 

Es muy digna de mención la habitual alternancia, hombre y mujer, que se da en esta danza catalana. Es el símbolo del matrimonio cósmico, de la unión del cielo y la tierra. Esta alternancia de los dos sexos fusionados en un círculo compacto es, intuitivamente, una búsqueda del mito del andrógino. Este bloque representa una unidad. Al quedar superadas las partes, estaríamos delante de una superación de la propia dualidad. A otro nivel, a un nivel antropológico, se podría entender que esta alianza hombre-mujer es, en sus orígenes, una proyección armoniosa de la propia unidad clásica del colectivo étnico. En este caso, el catalán.

 

Esta alternancia de los dos sexos tiene un factor muy importante a tener en cuenta: el hombre da su mano derecha a la mujer. Cuando alguien quiere incorporarse a esta danza, jamás puede hacerlo solo. Siempre ha de entrar con pareja. Se ha de perpetuar la dualidad en la Unidad. Cuando se entra, sólo se puede romper el círculo por la izquierda del hombre o por la derecha de la mujer. Pero nunca se puede romper el círculo por la derecha del hombre.

 

Detengámonos un instante en este aspecto de la mano, que nosotros entendemos como especialmente valioso y metafórico. En una primera acotación, recordar que la mano derecha es con la que, habitualmente, el guerrero porta su arma y simbólicamente, es la señal de la virilidad. Pero ahondemos ahora en el sentido más hermético que subyace asociado a las manos. De entrada el apretón de las manos derechas ya estaba presente en Roma, era el Junctio Dextrorum, que a su vez había sido tomado del mitraísmo y era entendido como un acto excepcional y casi religioso. Hoy en día, dar la mano derecha forma parte de la costumbre inconsciente y del sin sentido que preside nuestro triste y escasamente imaginativo mundo moderno. Ahora la mano ha dejado de ser un arte selectivo, se regala al primero que pasa por la calle, al amigo, al enemigo, al perro, en nombre de la igualdad todo el mundo se considera en este derecho. Lo que antes era un privilegio y un honor, reservado a muy pocos, ahora es algo intrascendente. El darse la mano derecha volverá a tener un valor excepcional cuando el cristianismo inicie sus sangrientas persecuciones contra los europeos paganos o disidentes. Así, darse la mano, pasará a ser el símbolo que identificará a los wotanistas perseguidos primero y después a los cátaros.

 

Desde la perspectiva de la estricta tradición, las manos, entendidas como una alegoría, han estado muy presentes para indicar el ciclo de manifestación del espíritu. Éste se anuncia por dos caminos, diferentes en apariencia, pero iguales en el fondo, ya que el objetivo último es el mismo. Nos referimos a la vía de la Mano Derecha o Pravrttî-Marga, donde el espíritu absoluto se determina, se liga a formas y delimitaciones, que son las cosas y los seres visibles que conocemos y la vía de la Mano Izquierda o Nivrttî-Marga, donde el espíritu se desprende de todo lo que es finito y manifestado. Es el desapego de todo lo conceptual. Implica una cierta idea de retorno. Implica la muerte de todo lo anterior. Porque sólo en la muerte hallaremos el sentido de la eternidad. La primera vía lleva asociado el sentido creador, positivo y conservador de la manifestación. La segunda vía, es el camino de la no condicionalidad.

 

Con todo lo dicho, volvemos a constatar que nada en la danza catalana es casual.

 

El valor simbólico de lo numérico también está presente; los pies se acompasan en dos ritmos diferentes: tres puntos largos (que coinciden con las manos levantadas, en una clara invocación secreta y guerrera a los dioses antiguos o estableciendo una comunión perpetua con los inmortales) y dos de cortos (con las manos bajadas, en señal de unidad compactada de un pueblo que asume su principio de destino). Se combine como se combine la suma siempre da cinco. El tres es un número de gran valor hermético. Ya en Egipto era el número del rayo, del Ser-Vida, de la fuerza vital. Tres eran los dioses solares de los primeros indoarios (Surya, Savitar y Puschan). Este número preside la tríada hindú; Brahma (la potencia que crea), Vishnú (la potencia que conserva) y Shiva (la potencia que destruye). Tres eran los dioses solares grecorromanos (Helios, Febo y Apolo). Es el número pitagórico por excelencia. Es el número que expresa el sentido del hombre considerado en su totalidad (cuerpo, alma, espíritu). La división de la iniciación se da en tres grados. El tres sirve para formar el triángulo, símbolo de la sabiduría, porque es, al mismo tiempo, el símbolo de la unidad organizativa básica de todas las sociedades esotéricas. El cinco es el número hiperbóreo de los orígenes

 

El ritmo de los pies siempre ha de ser constante, como constante ha sido la tenacidad del alma europea, como constante ha sido la búsqueda de la Luz y la verdad, como constante ha sido el caminar del europeo por la historia. La constancia es, en el seno de las sociedades tradicionales, la clave de todo proceso de auténtica elevación espiritual.

 

Quien ha oído o ha bailado la sardana, una de las primeras cosas que le llaman la atención es su ritmo sereno, equilibrado, ordenado y exento de todo exceso. La idea de orden preside esta danza. Es una proyección serena del Orden supracósmico. Del Orden como eje superador de todo caos, como elemento vertebrador de la Luz, como constatación de uno de los principios claves en toda sociedad tradicional y guerrera. La naturaleza es uno de los máximos ejemplos de orden que tenemos ante nosotros. El Orden como principio cósmico y sentido supremo en el proceso iniciático. El orden como irrenunciable magia de los tiempos pasados.

 

Al concluir la danza, las manos enlazadas hacia arriba caen súbitamente hacia abajo, con una cierta energía; es la señal firme del fin de la ceremonia sagrada.

 

Todo círculo de danzantes de la sardana tiene un guía. Él indica como se inicia la danza (ya que no todas las sardanas comienzan del mismo modo), sigue el ritmo de la música y va indicando los cambios de ritmo que el resto tiene que ejecutar, el tipo de punto (largo o corto) y el final. El guía es el enlace entre la partitura de la orquesta y el círculo de danzantes. Tengamos muy en consideración esta relación entre el guía y la música. No olvidemos que la música hace, simbólicamente, la función intermedia entre lo material y lo indiferenciado. No olvidemos tampoco el valor altamente simbólico que se ha atribuido a los diferentes instrumentos musicales y a sus sonidos, desde tiempos remotos y que, por ejemplo, Novalis supo captar en sus narraciones. El guía hace todas las indicaciones con ligeros apretones de su mano derecha, esta señal es inmediatamente transmitida del mismo modo, uno a uno, y de forma rápida, al resto de danzantes. En pocos segundos el círculo se ha adaptado al nuevo cambio. Ello es la rememoración milenaria del guía, del jefe, del referente, del conductor de pueblos o del guía espiritual, todo ello es indisociable a sociedades genuinamente guerreras. Pocas danzas hallaremos donde la figura del guía sea tan preclara. Este guía en su origen podría ser la referencia a un iniciado, a un druida sagrado. Insistamos en lo significativo de esta sutil señal, efectuada por el guía del grupo; no deja de recordarnos un cierto secretismo, un cierto mensaje que se transmite siempre  pero de formas muy discretas. Es otro elemento que confirma que los creadores de esta danza no eran unos cualesquiera.

 

Esta danza se solía bailar, en épocas tradicionales, ahora ya no, con la peculiar vestimenta catalana, que no es ni más ni menos que una elegante proyección de los colores claves de la alquimia: rojo, blanco y negro. El rojo en la barretina o gorro frigio, que es exactamente el mismo gorro que acompañaba a Mitra y en la faja; también se puede detectar en algunos antiguos dibujos en el cuello, en forma de una cinta de terciopelo o seda, anudada. El blanco en los calcetines y camisa. El negro en las alpargatas, pantalones y chaqueta. Hagamos en este punto un más que significativo matiz. Estos calcetines llegan hasta debajo de la rodilla. Enlazando con los pantalones que comienzan justo debajo de la rodilla y que quedan sujetos en este punto por un dobladillo. La finalidad de ello es clara: remarcar al máximo la rodilla. Recordemos que la rodilla descubierta simbolizaba al iniciado. Así consta y se deduce de las esculturas de las catedrales medievales europeas (el camino de Santiago es una buena muestra de ello). Construidas por círculos de grandes maestros y que escondían un mensaje que iba más allá de la simple religión. En otras esculturas la rodilla aparece acusada, en otras, en trance de recogerse la túnica sobre la rodilla. Pero en todos los casos, el resaltar la rodilla, está asociado a un lenguaje críptico. Con todo lo dicho sobre la vestimenta catalana consideramos que el proceso de elevación espiritual, de conquista de la gnosis, de proyección hacia lo celestial, es claro. Aquello que está en contacto primero y permanente con el estadio más grosero de la materia (alpargatas, pantalón, chaqueta) es negro. Aquello que ha despertado a la Luz (corazón, que es el centro simbólico del espíritu) queda manifestado externamente por el color blanco de la camisa. La suprema proyección al cielo vendría dada por el rojo. Es la culminación del proceso de la Luz, se ha ido de lo más vulgar a lo más superior (la cabeza). En ella reposa el rojo de la barretina, en ella se manifiesta el color de la máxima realización espiritual. El proceso iniciático ha concluido. La liberación es un hecho. El inmortal ha logrado su objetivo.

 

A nadie se le escapan las coincidencias entre la sardana y las danzas griegas. Curiosamente griegas. La tierra del Olimpo proyecta su luz hacia Catalunya. La tierra que siglos después, quién sabe si siguiendo un mensaje secreto, conquistarían los almogávares para la corona catalanoaragonesa. ¿Tal vez buscando los orígenes? ¿Tal vez buscando la alianza con el pasado? ¿Tal vez intentando no perder el cordón dorado de la suprema espiritualidad? ¿Tal vez intentando reencontrar el heroico espíritu de Esparta? ¿Tal vez intentando descifrar el oráculo de Delfos o los misterios de Eleusis? Pero en realidad la pregunta clave es ¿quién crea la sardana? ¿quién es el inspirador de una danza tan extraordinariamente simbólica y ancestral en la tradición hermética europea? La respuesta académica son los griegos. Pero nosotros cuestionamos todo tipo de academicismos, nacidos al calor de la Revolución francesa. Y desafiando las tesis oficialistas nos interrogamos ¿y por qué no pudo llegar antes? Tal vez la sardana fuera un viejo mensaje, un Círculo Mágico, un dibujo simbólico, dejado por seres espiritualmente superiores, tal vez de los primeros que pisaron esta tierra catalana. Un mensaje que, en su intento por descifrarlo, nos obliga a ligar a Catalunya con las primeras oleadas indoeuropeas que llegaron a la península, con los celtas y sus misteriosos druidas, con Grecia y su portentoso saber, con los visigodos, con los cátaros y los templarios, con los sueños continentales, con la mística de los Pirineos, con la hegemonía catalana al frente del Mediterráneo, tomando así la herencia de la vieja Roma. Todo ello, en el fondo, no es más que el resultado natural del camino seguido por los descendientes de la vieja Atlántida y en medio, casi de forma invariable, ha estado Catalunya. Posiblemente, nosotros, ya hemos llegado al final de nuestro periplo, ya tenemos la respuesta. Allí, en la mítica Atlántida encontraremos las respuestas a esta mágica danza. Ahora, que busquen los supuestos “expertos”.

 

Por ello entendemos que no es casualidad que el poeta Maragall se interrogara sobre si ¿la sardana, es algo, también, del alma del paisaje? O que Verdaguer cantara una de las más maravillosas composiciones poéticas de Europa, invocando el nombre del Continente-Origen.

 

Tal vez, quién lo sabe, algún día, cuando Aquél que ha de llegar llegue, será descifrado rúnicamente, alquímicamente, la alegoría hermética que subyace en la sardana.

 

Mientras ese día llega ¡dancemos guerreros! ¡dancemos! y entreguémonos a la armonía, al orden, a la pulcritud, al calculado acompasamiento de esta danza, por que en ella vive la Vida, en ella reside el Misterio. ¡Búscalo!

 

 

 

 

                                                        ÀLVAR   RIUDELLOPS

 

0 comentarios