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Identidad y Tradición

Gustave le Bon y la psicología de las multitudes.

Gustave le Bon y la psicología de las multitudes.

“El heroísmo puede salvar a un pueblo en circunstancias difíciles, pero es la acumulación diaria de pequeñas virtudes lo que determina su grandeza” (G. Le Bon)

 

“Ante la creencia en un daño inminente, la multitud se desmanda. Se producen entonces actos inauditos de heroicidad y de desesperación, hasta que llega la histeria colectiva que sólo puede ser controlada y dominada por la violencia serena de unos pocos” (G. Le Bon)

 

 

 

La obra del médico francés Gustave Le Bon (1841-1913) y su pensamiento filosófico, psicológico y sociológico se centra sobre todo en sus estudios sobre el comportamiento de las masas. En sus trabajos sobre la psicología de masas resulta genial. Y esto, junto a sus grandes conocimientos, y el hecho de estar libre de los prejuicios progresistas e igualitarios que imperaban ya en su época le ha servido para ser conscientemente ignorado hoy. G. Le Bon representa, junto con Gobineau y H. Taine, la esencia misma del espíritu francés: Pensamiento racional, objetivismo, y una observación y análisis agudos y objetivos. A Gustavo Le Bon le tocó vivir la segunda mitad del siglo XIX en Francia con acontecimientos políticos y militares como la guerra franco-prusiana, la proclamación de la “Comuna de París”, etc. Y estos acontecimientos también marcan su pensamiento básicamente consistente en la preminencia de los sentimientos y las pasiones sobre la razón en los actos humanos, sobre todo en los colectivos. Él concibe también el alma de la raza como alma colectiva, y este concepto de la sociopsicología de las razas explica muchos fenómenos sociales. A este respecto, la ciencia raciológica, desde Gobineau y Taine a Jacques de Mahieu, coincide en que la diferencia entre una raza y otra no reside en la inteligencia abstracta o contemplativa (ejemplo: los griegos o los hindúes), sino en el carácter, en la energía creadora. Arthur de Gobineau no sabía que a través de sus escritos estaba dando cuerpo a lo que sería una nueva ciencia: la raciología. Gobineau decía que “La historia de la humanidad es constantemente una decadencia producto de la mezcla de razas”. La aportación del historiador francés H. Taine, a mediados del siglo XIX, fue la de intuir que el arte y las manifestaciones de los pueblos no aparecían casualmente, sino que venían condicionados por aspectos diversos, como el suelo, el clima, la geografía y la raza. Otro francés, Alphonse de Chateaubriant, en “La Gerbe des Forces” escribe sobre el sentido del verdadero racialismo, que no va dirigido contra el extranjero, sino que es “una voluntad de enraizamiento en la sangre y la tierra, fuente de la gran comunidad solidaria, y garantía de la futura prosperidad de todos”. También G. Le Bon afirma: “Importa hacer notar aquí lo que ya he observado muchas veces en mis últimas obras: que nunca es por la disminución de la inteligencia, sino por la extinción del carácter, por lo que los pueblos entran en decadencia y desaparecen de la historia. La ley se ha verificado en otro tiempo con los griegos y los romanos, entre otros, y hoy se verifica de nuevo”.

 

Es curioso comprobar cómo los primeros raciólogos fueron todos franceses, y estos autores del siglo XIX coincidieron en el reconocimiento de las realidades humanas y de los hechos históricos. Y es un hecho histórico que las diferentes civilizaciones: India, antiguo Egipto, Persia, Grecia, Roma entraron en decadencia cuando el elemento étnico que la forjó entró en recesión frente a otros que ocuparon paulatinamente el mismo suelo, pero con los que no había lazos de origen. La conservación de la herencia etno-cultural es la clave para el mantenimiento y la supervivencia de una civilización determinada.

 

 

Hemos visto que G. Le Bon se dedicó también a la etnología, pero es por su obra Psicología de las multitudes, por la que es considerado generalmente como uno de los antecedentes europeos, más claros y evidentes, de la Psicología Social. En el desarrollo de su trabajo puede observarse la influencia de autores como H. Taine, G. Tarde, E. Durkheim y Charcot, de quienes toma los conceptos de raza, imitación y contagio, la idea de colectividad como todo superior a la suma de las partes, el principio de sugestión y el tema del inconsciente.

 

Cree descubrir en los rasgos de la muchedumbre, y en el conjunto de los sentimientos populares, “los caracteres fundamentales de la raza que constituyen el campo invariable en el cual germinan todos nuestros sentimientos”, por lo que el factor raza “se eleva en importancia sobre todos los demás” (1). La base racial constituye el asiento de las grandes creencias sobre las cuales descansa una civilización entera, ya que, por una parte, “las transformaciones importantes en que se opera realmente un cambio de civilización, son aquellas realizadas en las ideas, las concepciones y las creencias” y, por otra, “no hay nada tan estable en una raza como el fondo hereditario de su pensamiento” (2).

 

Sobre dicho esquema, considera que las últimas décadas del siglo XIX constituyen una época crítica, de transformación y de anarquía, debido a la destrucción de las creencias religiosas, políticas y sociales, y a la creación de condiciones de existencia y de pensamiento enteramente nuevas, en las que el advenimiento de las masas amenaza con acabar definitivamente con la civilización de Occidente, ya que “la Historia nos dice que, en el momento en que las fuerzas morales sobre las que reposaba una civilización han perdido su imperio, la disolución final han venido a realizarla esas muchedumbres inconscientes y brutales, con justicia calificadas de bárbaras” (3). Por tanto, dado que el advenimiento de las muchedumbres es ya un hecho, postula que el conocimiento de su psicología es en este momento el último recurso del hombre de Estado que quiera, si no gobernarlas, puesto que esto es muy difícil, al menos, no ser gobernado por ellas, ya que “sólo profundizando algo en la psicología de las muchedumbres es como se comprende la acción insignificante que las leyes y las instituciones tienen sobre ellas; cuán incapaces son de tener opiniones fuera de las que le son impuestas; que no se les conduce con reglas basadas sobre la equidad teórica pura, sino buscando aquello que pueda impresionarlas y reducirlas” (4).

 

G. Le Bon no se refiere a la muchedumbre en el sentido ordinario de reunión de individuos cualesquiera que sean las circunstancias que los reúnan, sino que se ocupa de la muchedumbre desde el punto de vista psicológico, afirmando categóricamente que “el hecho más admirable que presenta una muchedumbre psicológica es el siguiente: el que, cualesquiera que sean los individuos que la componen, y por semejantes o desemejantes que sean su género de vida, sus ocupaciones, su carácter y su inteligencia, por el sólo hecho de transformarse en muchedumbre poseen una clase de alma colectiva que les hace pensar, sentir y obrar de una manera completamente diferente a aquella de cómo pensaría, sentiría u obraría cada uno de ellos aisladamente” (5). En un clímax multitudinario, la personalidad consciente se desvanece y se encuentra sometida a la “ley psicológica de la unidad mental de las muchedumbres”, de manera que lo heterogéneo se anega en lo homogéneo y dominan las cualidades inconscientes – cualidades generales del carácter – apareciendo así, un carácter medio de los individuos constituidos en multitud “que nos explica por qué las multitudes no sabrán nunca realizar actos que exijan una inteligencia elevada”, puesto que “en las muchedumbres lo que se acumula no es el talento, sino la estupidez” (6).

 

No obstante, encuentra en estos individuos que están en situación multitudinaria nuevas cualidades, de las cuales carecían antes, siendo tres las causas que determinan la aparición de estos caracteres especiales en las muchedumbres:

 

-          El sentimiento de poder invencible que el individuo adquiere en muchedumbre, por el solo hecho del número, permitiéndole ceder a instintos que, solo, hubiera seguramente reprimido, viéndose además favorecida esta falta de freno por la irresponsabilidad que implica el anonimato de la masa.

-          El contagio, ya que “en una multitud, todo sentimiento, todo acto es contagioso, y contagioso hasta el punto de que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo” (7).

-          La sugestibilidad, puesto que “bajo la influencia de una sugestión, se lanzará con irresistible impetuosidad al cumplimiento de ciertos actos. Impetuosidad más irresistible aún en las muchedumbres, que en el sujeto hipnotizado; porque siendo la sugestión idéntica para todos los individuos que las componen, en ellas se exagera al convertirse en recíproca” (8).

 

Para G. Le Bon los principales caracteres del individuo en muchedumbre son:

 

Desvanecimiento de la personalidad consciente, orientación por vía de sugestión y contagio de los sentimientos y de las ideas en un mismo sentido, y tendencia a transformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas. De ahí que “por el solo hecho de formar parte de una muchedumbre organizada, el hombre desciende muchos grados en la escala de la civilización. Aislado sería tal vez un individuo culto; en muchedumbre es un bárbaro, es decir, un impulsivo. Tiene espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos” (9).

 

Por otra parte, partiendo de esas características especiales de las multitudes, se refiere al modo de poder manejarlas y, en consecuencia, también, en cierto modo, a las características que debe tener todo líder. En este sentido señala que para influir en la multitud es inútil argumentar lógicamente, ya que se ha comprobado que su imaginación se impresiona especialmente mediante las imágenes. Ahora bien, no siempre se dispone de dichas imágenes, siendo preciso evocarlas por el juicioso empleo de palabras y fórmulas adecuadas, pues todas las palabras y todas las fórmulas, no poseen el poder de evocar imágenes. Es más, las palabras tienen “significaciones contingentes y transitorias, que cambian de edad en edad y de pueblo en pueblo; y cuando queremos actuar con ellas sobre la multitud, es necesario previamente saber cuál es el sentido que para la misma tiene en un momento dado y no el que tuvo anteriormente o el que pueda tener para individuos de constitución mental diferente” (10). De aquí que el arte de los gobernantes, de los líderes y de los oradores, como el de los abogados y juristas, consiste en saber manejar la herramienta de la palabra, saber manejar las palabras, ya que “el poder de las palabras es tan grande, que basta designar por términos bien elegidos las cosas más odiosas, para hacerlas aceptar por las muchedumbres” (11). En definitiva se trata de evocar los sentimientos de la multitud de una forma sencilla, simple, categórica y reiterativa a través de palabras y fórmulas bien elegidas, pues los hombres en situación multitudinaria son propensos a la acción y no a la reflexión y el pensamiento.

 

Asimismo, destaca la importancia y el poder que el prestigio tiene para la persuasión, entendiendo por prestigio “una especie de dominio ejercido sobre nuestro espíritu por un individuo, una obra o una idea; dominio que suspende nuestras facultades de crítica, inundando nuestra alma de sorpresa y respeto. Como todos los sentimientos, el que provoca el prestigio es inexplicable, pero debe pertenecer al mismo orden que la fascinación que se experimenta por un sujeto magnetizado; el prestigio es el resorte más poderoso de toda dominación; sin él jamás hubieran reinado los dioses, los reyes y las mujeres” (12).

 

G. Le Bon, como señala J.H. Curtis, si bien generalmente tendió a dar “un sabor durkheimniano a su interpretación de los fenómenos sociales de grupo” y “cuando trató el individuo se decantó hacia la Psicología Social de G. Tarde”, no consiguió “una integración meditada de los puntos de vista de E. Durkheim y G. Tarde” (13). Sin embargo impulsó y constituyó el revulsivo de una psicología de las multitudes, señalando una nueva etapa en el estudio de la relación entre el grupo y el individuo y de las conductas colectivas y los fenómenos sociales y grupales, iniciando una controversia que continuó durante la historia más reciente de la Psicología Social.

 

 

Eduardo Núñez.

 

 

Notas:

 

(1)   Gustave Le Bon: La psychologie des foules. París, 1895, citado por F. Ayala: Historia de la Sociología. Losada, Buenos Aires, 1947, pág 98.

(2)   Gustave Le Bon: Psicología de las multitudes (1896) Albatros, Buenos Aires, 1968, págs. 15-16.

(3)         Ibídem, pág. 20.

(4)         Ibídem, pág. 22.

(5)         Ibídem, pág. 31.

(6)         Ibídem, pág. 33.

(7)         Ibídem, pág. 34

(8)         Ibídem, pág. 35.

(9)         Ibídem, pág. 36.

(10)           Ibídem, pág. 116.

(11)           Ibídem, pág. 117.

(12)           Ibídem, págs. 139-140.

(13)           J.H. Curtis: Psicología Social. Grijalbo. Barcelona, 1962, págs. 123-124.

 

 

 

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