EL SISTEMA: Historia y metodología de un mesianismo del siglo XXI
Antecedentes
A pesar del crack de 1929, consecuencia de la excesiva fe en la autorregulación del sistema capitalista, la economía de mercado acabó imponiéndose como modelo económico en el mundo occidental. Y ello porque el sistema comunista se había revelado un modelo muy pobre de economía dirigida, y aunque el sistema comunista no era el único modelo posible, el capitalismo prefirió maldecir toda posibilidad de economía dirigida y cerrar los ojos a otras alternativas. Aún hoy, en las escuelas de económicas, se trata el tema muy de pasada, como con vergüenza. Se cita simplemente señalando todos sus defectos y ninguna de sus virtudes; y manteniendo al comunismo como único exponente de dicha economía.
Basta con sugerir a cualquier licenciado en ciencias económicas el tema de la intervención estatal, para que tome inmediatamente una postura defensiva; como si se hubiera nombrado al diablo, como si hubiera oído una blasfemia. Se diría que salen de las facultades de económicas programados, condicionados a reaccionar ante el tema. Para cualquier economista, un sistema de economía dirigida es simplemente impensable, inimaginable; un sistema así no puede funcionar; no puede funcionar y punto, sin más argumentos. Éste es un dogma de fe. El estado no debe intervenir en los asuntos de la economía.
Y sin embargo, la llamada “economía libre”, la economía de mercado, no es ni mucho menos libre. Si algo nos enseña la experiencia, es que las cosas sin ningún control son el camino más corto al desastre; que un coche sin conductor es garantía de accidente; y sin embargo se insiste en que el sistema ha de tener libertad para autorregularse. Pero, ¿por qué la economía libre no marcha hacia el caos?, ¿cómo es que el sistema, a pesar de no tener ningún control, funciona?
La respuesta es sencilla. Porque sí que hay un control, porque, por mucho que pese a los economistas, la economía libre no existe. La llamada “economía libre”, no es sino economía dirigida por elementos ajenos al Estado. Ahí está el truco, ésa y no otra es la solución del enigma. Aunque no veamos al conductor, nuestro coche de la economía, no se conduce solo, sino más bien por control remoto.
Ahora bien, ¿no suena muy peligroso eso de una economía dirigida por elementos ajenos al estado? Sí, suena muy peligroso y de hecho lo es; de ahí que se recurra al eufemismo de “economía libre” o “economía de mercado”.
¿Quiénes son esos “elementos ajenos al estado”? Es la pregunta que surge inmediatamente por lógica consecuencia. La respuesta a esta pregunta, ha sido por sí sola tema de multitud de libros, así que no es fácil de contestar en el marco de este modesto artículo. Para simplificar diremos que en una primera escala, los bancos centrales, que a pesar de lo que crea el lector, son entidades privadas muy lejos de estar bajo el control del Estado (1).
Además de los bancos centrales, se cuentan entre los directores de la economía, las grandes multinacionales y los trusts financieros; es decir, que los economistas que se tiran de los pelos cuando se les habla de intervención del estado, ven perfectamente normal la, más que intervención, dirección de unas pocas entidades privadas en algo tan de interés común como es la economía nacional.
Si la economía (el dinero) está en manos privadas, ¿qué habremos de decir del poder? Insultaría la inteligencia del lector el recordarle que jamás han andado muy lejos el uno de la otra. Así, a los Estados, que dependen de los créditos de los bancos centrales, y que acumulan año tras año y desde hace más de siglo y medio una deuda que jamás podrán pagar, poca soberanía real les queda. El Estado político, soberano en su territorio y con un proyecto vital (una política real) que ofrecer a sus súbditos ha quedado en el olvido. Los estados modernos ceden soberanía a marchas forzadas, a entidades privadas (bancos centrales, etc.) a organismos internacionales (ONU, UE, recientemente al tribunal penal internacional, etc.). Y por último, en su afán de sacudirse el poder de encima, a los juristas. Nace así el estado de derecho. Si, como hemos visto la frase “el banco de España” habría que traducirla por “España del banco”, “el estado de derecho” también tendría una traducción más exacta: “el estado prisionero del derecho” el estado sujeto, prisionero de constituciones y leyes que le restan la poca capacidad de maniobra política que pudiera quedarle. Así, lo que antiguamente se llamaba el gobierno, hoy recibe el benévolo nombre de “administración del estado”, ésa es su función; administrar el capital recaudado mediante los impuestos (o lo que el pago de la deuda deja de él). Súmense uno tras otro todos los países del área capitalista que funcionan de este modo, redúzcanse a unas pocas organizaciones internacionales y vean cuánto se allana el camino hacia el gobierno mundial.
El final de la II Guerra mundial, supuso el fin de las naciones (incluso de las vencedoras) La política nacional fue sustituida por la política de bloques. De repente, los antiguos aliados se divorcian, y el mundo se encuentra dividido en dos: el bloque Occidental capitalista (los buenos) y el Oriental comunista (los malos) (2) más una serie de estados periféricos no alineados. Durante casi cincuenta años hemos vivido aguantando carros y carretas con el consuelo de que por lo menos vivíamos de la mejor forma posible (no en el mejor sistema pero sí en el menos malo) con el consuelo de que los del otro lado del telón de acero vivían peor, con menos libertades teóricas y sin garantías constitucionales (es muy importante tener el amparo de los derechos, ya que si bien en un estado democrático uno puede no tener ni vivienda, ni trabajo, nadie le negará jamás el derecho a tenerlos, cosa que en una dictadura sí ocurre. El matiz es importante).
Así, volviendo al tema y para resumir, el caos que suponía multitud de estados soberanos, cada uno con su propia política y su propia voluntad (lo que a la postre daba ocasión a innumerables guerras) quedó resumido en dos grandes bloques, en dos grandes voluntades de destino supuestamente antagónicas. Esta reducción supone como hemos dicho una reducción de la posibilidad de conflicto para los estados interiores (los que forman parte clara e indiscutiblemente de uno de los bloques) pero la multiplican para los estados periféricos, aquellos que los bloques se disputan, África, Oriente medio y el sureste asiático.
Con la caída del muro de Berlín y la vuelta al redil capitalista de la U.R.S.S. dividida en las llamadas repúblicas ex-soviéticas, se crea un nuevo escenario; un paso más hacia el modelo global: la estrategia monobloque. Básicamente, el funcionamiento del sistema monobloque es igual al anterior pero con la supresión del bloque comunista y los ajustes que ello implica. Queda un solo bloque (los EE.UU. y sus aliados). Queda un solo sistema político-económico posible (el liberal capitalismo) y se mantiene la periferia, aunque ya no como territorios en disputa (pues ya no hay adversario a quien disputárselos) sino como fronteras por extender, territorios a los que aún no ha llegado el manto civilizador.
Con la desaparición del bloque antagonista, queda vacante el papel del “malo”, que no pudiendo recaer obviamente sobre la potencia dominante (que necesariamente tiene que ser el “gran bueno”) ni sobre ninguno de sus aliados (pues está claro que el amigo del malo ha de ser malo a su vez) tiene que trasladarse a la periferia. Si bien no a toda la periferia, sino a una parte, quedando la periferia dividida en un eje del mal (por usar el término más actual) y una serie de víctimas potenciales necesitadas de protección.
Como de los errores se aprende, el sistema aprendió de la etapa anterior, que si el mal recae sobre un país o países concretos; con la desaparición o redención (que son las dos únicas posibilidades que quedan a los estados periféricos) de dichos estados, queda vacante el papel de “malo”. Para solventar este inconveniente, el sistema sustituye en esta etapa al “malo tangible” por el “malo virtual”; una especie de Phantomas que nadie sabe de dónde viene y nadie sabe adónde va; que se va moviendo por la periferia según los intereses del bloque dominante. Tal es hoy por hoy el papel de terrorismo islámico internacional.
La misión del terrorismo islámico internacional, en la estrategia globalizadora, consiste en dejarse ver allí donde el sistema necesita actuar. Suele tener conexiones en el país que el sistema necesita redimir en un momento dado.
En eso se basa la estrategia globalizadora, en la asimilación de los estados periféricos pasando si es preciso por la destrucción de los gobiernos reticentes.
Pensamiento único e igualitarismo.
En su camino hacia la globalización, el sistema ha recurrido a la estrategia de la indiferencialización del planeta. La estrategia se basa en pulir en lo posible y eliminar si se puede cualquier particularidad cultural, religiosa e ideológica que pudiera sugerir una identidad propia.
Se trata de que los pueblos, a medida que son asimilados al bloque dominante, vayan dejando atrás todo tipo de identidad que los vincule con un sentimiento nacional. Se crea así una especie de “monoteísmo de mercado” que abarca todas las áreas de la vida.
Así, con los años hemos ido conociendo un arte globalizado (tan abstracto que toda seña de identidad del autor ha quedado borrada; que una “obra” producida en Nueva York no se diferencia en nada de una de un artista pongamos por caso de París). Una prensa globalizada, surtida de noticias previamente censuradas por las agencias internacionales. Una televisión globalizada, en la que los formatos se repiten de un país a otro y de un continente al otro. Y por supuesto, una política globalizada, en la que fuera de la democracia liberal-capitalista, no cabe ningún tipo de representación.
Mediante la democracia cerrada de partidos y los distintos sistemas de recuento empleados, se garantiza que “el pueblo soberano” no intervenga para nada en las decisiones políticas del estado. Es de todos sabido, por ejemplo, que quien más votos obtiene, obtiene más financiación para su campaña electoral; y obviamente, quien mayor financiación para su campaña electoral posee, obtiene mayor número de votos; de forma que se crea un círculo cerrado tendente a reducir al máximo el número de partidos con posibilidades efectivas de alcanzar el poder. Las democracias más antiguas, muestran a las claras esta situación que tiende a un bipartidismo, cuando no a un monopartidismo encubierto en el que ambos partidos mantienen sólo diferencias programáticas superficiales, pero hacen la misma política en el fondo una vez en el poder (caso de EE.UU.).
Así, con la democracia capitalista como único sistema, una cultura única, una prensa única y una televisión única, no es difícil preparar el camino hacia un pensamiento único. Pasaron los tiempos en que uno tenía que devanarse los sesos y la conciencia para diferenciar lo bueno de lo malo, lo que está bien y lo que está mal. Basta con ver un poco la televisión para darse cuenta (no hace falta ser muy avispado) de que todos los personajes de la índole que sean (políticos, periodistas, artistas, famosos o famosillos) alaban a cual más y mejor ciertos temas: la democracia, la integración de las minorías, la solidaridad con el tercer mundo, la constitución, la libertad (en sentido abstracto, por supuesto) el feminismo, etc. Ahora bien, los mismos personajes, se rasgan las vestiduras (y hasta se establece una especie de competición por ver quién exagera más el tono) ante las posturas opuestas a los temas anteriores.
Y es que el sistema, para globalizar el pensamiento, necesita de una moral global, de unos conceptos de bien y mal unitarios para todo el bloque, de forma que la opinión pública se muestre siempre más o menos de acuerdo con el sistema al menos en lo esencial.
El sistema, ha aprendido de los monoteísmos. De hecho se ha convertido como ya hemos apuntado más arriba en una especie de “monoteísmo de mercado”. Al igual que para sus maestros los monoteísmos medio-orientales, existe un bien absoluto (Dios) y un mal absoluto (el demonio) que marcan los polos hacia donde se dirigen el bien y el mal relativos (los más o menos buenos y los más o menos malos) el sistema también tiene su bien absoluto (el sistema mismo, la democracia capitalista) y un mal absoluto (el fascismo)(3) de cuyo padecimiento el nos libra.
Este bien y este mal absolutos, llevados al extremo de dogmas de fe, crean un marco de polarización de las ideas tal, que no importan los excesos que cometa el sistema, al final siempre habrá triunfado el bien, y todo quedará perfecto como está.
El bien absoluto, se basa en el carácter universal de la declaración de los derechos humanos. Poco importa que dichos derechos hayan sido redactados por y para el mundo cristiano occidental. La propia declaración de los derechos humanos, le da un carácter universal; de obligado cumplimiento en todo el planeta. El que esta declaración de derechos choque frontalmente con las particularidades culturales de una buena parte de los pueblos del mundo (no hablamos de algunas tribus de África, sino de todo el mundo islámico y parte del oriental) no importa. Más adelante veremos que este choque es precisamente lo que busca el sistema para poder hacer uso de su “derecho de injerencia”.
Se ha creado así un pensamiento único. Un totalitarismo liberal que no acepta ningún particularismo ni ninguna disensión por pequeña que sea. Hay un solo sistema político bueno: el liberal-capitalismo, los otros son todos malos. Hay una sola forma de gobierno: la democracia de partidos, las otras son todas malas (a pesar de que hoy en día, existe un divorcio absoluto entre democracia y libertad. Ambos conceptos han dejado de ser sinónimos; si alguna vez lo fueron, hoy son todo lo contrario). Hay un solo modelo económico: la economía libre de mercado, los demás son todos malos. Y por supuesto, y este tema lo trataremos más extensamente en otro momento, hay una sola religión posible: el fundamentalismo del Antiguo Testamento (alianza de os fundamentalismos judío y evangélico).(4)
El centro y la periferia.
Así, la estrategia de los EE.UU. y sus aliados pretende la fundación de un imperio global integrado por organizaciones internacionales como el FMI, el banco mundial y el G7; todas al servicio de los intereses de multinacionales; basado en un conservadurismo capitalista, cristiano, y excluyente; dividido sólo formalmente en países.
Este centro de poder, obtiene su fuerza de las instituciones antes citadas, y de los países periféricos (aliados) cuya política interior y exterior giran en torno al centro de poder.
Nos queda para completar el panorama mundial, aquellos estados que se sitúan extramuros; los que por no querer o no poder diluirse en la periferia, están virtualmente excluidos del gobierno mundial, y quedan condenados a un tercermundismo crónico. Huelga decir que ningún país importante, por potencia o por recursos, quedará fuera del plan global. Todo territorio potencialmente útil, será globalizado de grado o por la fuerza. Los “extramuros” están reservados a países que simplemente no interesan.
Los requisitos para formar parte de la periferia están claros:
1º Inmovilismo institucional. La periferia, acepta la democracia en su forma occidental como único sistema de gobierno posible; y el capitalismo como único sistema económico.
2º Cesión de soberanía. La periferia renuncia a toda política autónoma, al menos en lo que a política exterior y defensa se refiere. Las relaciones exteriores se marcan desde el centro; y desde el centro se decide con quien se mantienen buenas relaciones y con quien no. En cuanto a la defensa, la periferia renuncia a la estrategia de defensa de su territorio, y organiza sus fuerzas armadas de acuerdo al plan estratégico global; en virtud del cual, se decide que tecnologías se le permiten a cada miembro y que potencial puede alcanzar.
3º Reconocimiento del derecho de injerencia. El centro se reserva el derecho a intervenir en cualquier lugar donde crea que los derechos humanos están amenazados. La amenaza que los derechos humanos representan para la tradición y la cultura de una buena parte de la población mundial, no importa; los “derechos humanos” no incluyen el derecho a la libertad de conciencia si ésta choca con los mismos, es decir, si se aparta de la conciencia cristiano-occidental. Esta frontera, marca el derecho del centro a la intervención militar civilizadora en los países de extramuros. La periferia no puede sino asentir y callar.
4º La “ayuda humanitaria”. Lo que antes era tarea de la Cruz Roja y otras organizaciones similares, ahora queda en manos del poder central. Se intervendrá humanitariamente en aquellos lugares donde sea necesario. Dicha intervención, de carácter militar, sigue la estrategia de “atacar a las causas”. Las causas, normalmente son gobiernos, organizaciones o guerrillas molestos para el sistema. Los ejércitos “en misión humanitaria” permanecerán en el territorio ocupado “ayudando” tanto tiempo como se considere necesario.
El ciudadano virtual y la guerra virtual:
Para la consecución de sus fines globalizadores, el sistema ha sembrado en la ciudadanía, un humanismo exacerbado. La justificación de todo el sistema siempre fueron los “derechos humanos”, la defensa de la paz y la justicia; “un mundo para todos donde todos podamos vivir mejor”. Todos los valores antaño superiores (patria, familia, religión) han sido sometidos al imperio del “ser humano”. El ciudadano del siglo XXI, civilizado, acostumbrado a las comodidades de la cultura del bienestar; desideologizado, llevado a un pacifismo casi total, hacia un inmovilismo no pensante; convertido en un ciudadano virtual de triple funcionalidad (trabaja – consume – vota) soporta mal el olor de la sangre (sobre todo de la propia).
Pero lo cierto es que el sistema necesita aún de los conflictos armados. Llámese intervención en defensa de los derechos humanos, llámese intervención humanitaria en un conflicto armado, el hecho es que el sistema necesitará durante mucho tiempo aún de conflictos que chocan con la conciencia del ciudadano virtual, para quien la vida humana (menos aún la propia) no se puede sacrificar por nada.
Se precisa entonces un nuevo tipo de guerra. Un ciudadano virtual, sólo puede soportar una guerra virtual. Una guerra virtual es una guerra fundamentalmente tecnológica. Una estrategia basada en operaciones de bombardeo quirúrgico que se realizan especialmente de noche; que en virtud de la ausencia de capacidad de respuesta del agredido, no produce bajas (o produce muy pocas).
Para el agredido, por supuesto, la guerra virtual resulta tan destructiva y aterradora como la guerra convencional, pero para el observador, para el ciudadano de la periferia, mero televidente, las imágenes servidas en los telediarios, más bien borrosas, en un tono verdoso de lucecitas que vienen y van; son lo bastante asépticas para que no produzcan apenas reacción(5).
Los bombardeos selectivos, cuya función primordial es la de desarticular los sistemas electrónicos y de comunicaciones del agredido, así como sus defensas más fuertes, son el paso previo a la ocupación del territorio por parte de las fuerzas de tierra. Es preferible que la ocupación se haga después de que los bombardeos masivos hayan hecho entrar en razón al agredido, y la capitulación sea efectiva; pero si esto no es posible, la entrada de tropas se hará por parte de cuerpos de élite apoyados por artillería y carros de última generación que reducirán los últimos núcleos de resistencia enfrentándose valientemente a soldados de kalasnikov y alpargatas.
Elementos de resistencia: Las nuevas fronteras.
Pero el gobierno mundial encuentra resistencias; existen grandes núcleos que se niegan a ser globalizados; y ello fundamentalmente porque la ideología global, no proviene de un consenso entre los diferentes bloques.
La ideología global no es el resultado de una especie de sincretismo entre las diferentes ideologías del mundo; sino que es la impostura de una cosmovisión por la fuerza. En relativamente poco tiempo, hemos pasado de un mundo altamente polarizado, a la hegemonía de un solo polarizador.
Entre los elementos que resisten a la ideología global, el principal es el fundamentalismo islámico, que resiste pertinazmente aunque con poco éxito debido a la desunión del mundo árabe. Cabe decir que el conflicto que en Oriente Medio llevamos tantos años viviendo, es la resistencia del fundamentalismo islámico ante el fundamentalismo judeo–evangélico del Antiguo Testamento.
Vamos a mencionar aquí, aunque no sea genuinamente un grupo de resistencia, a los llamados grupos antiglobalización. De ideología fundamentalmente marxista y/o ecologista, estos llamados grupos antiglobalización, confunden el capitalismo con la globalización. En realidad son grupos anticapitalistas. Denuncian los excesos de gobiernos y multinacionales. Denuncian la explotación de los países de extramuros, la fuga de recursos hacia el centro de poder, denuncian incluso en cierta medida la invasión cultural; pero también son igualitarios, anti-nacionalistas y se oponen a las “bárbaras practicas” de ciertos países cuyas particularidades culturales ofenden su sensibilidad de burguesito occidental.
Y es que el sistema ha dado con barreras que se oponen al proyecto global; puntos de fricción que enfrentan a este proyecto con ciertos sectores de población; y todo porque los valores que se pretende hacer pasar por universales, son de factura cien por cien occidental. Algunas de estas barreras son:
a.- La barrera étnica. Que se manifiesta primero en la imposibilidad del igualitarismo (dos cosas diferentes son diferentes por mucho que se diga que son iguales) y, consecuencia de la anterior, la imposibilidad de la integración.
El sueño de la integración de las minorías étnicas en el seno de las comunidades occidentales es solamente eso: un sueño. La política de integración fracasa desde el primer momento. Y fracasa en primer lugar, por la escasa voluntad (e incluso diría resistencia) de las minorías a la integración (falta de entusiasmo que es al fin lo único que tienen en común los autóctonos y los alógenos) En Europa, por supuesto no se ha conseguido; pero si tomamos el ejemplo de los Estados Unidos, sociedad decana en la multirracialidad, vemos cómo también la integración se nos revela imposible. En las ciudades de los Estados Unidos, las minorías han caído como aceite en el agua. No encontramos integración sino ghettos. Little Italy, China Town, barrios negros, barrios hispanos, barrios irlandeses, barrios judíos, y por supuesto guerra en las fronteras. Lo mismo ocurre en Londres, y lo mismo va camino de ocurrir en París. Es un hecho.
b.- La barrera cultural, formada por los sentimientos nacionalistas y los particularismos culturales que crecen más cuanto más se pretende igualar a la población mundial. Si bien en Occidente, esta defensa de los particularismos culturales se muestra más light, en Oriente Medio se ha convertido en un verdadero problema. Cuanto más se intenta globalizar al mundo árabe, más se radicaliza éste en su islamismo; hasta el punto que se ha visto obligado el sistema al uso más brutal de la fuerza, interviniendo “humanitariamente” de la forma que ya hemos explicado. La base de la resistencia cultural, se basa en que como ya hemos dicho, los valores que Occidente pretende pasar por universales, no lo son de ningún modo; no se han tenido en cuenta para nada los valores de los pueblos excluidos. Repetimos: no se trata de un sincretismo de valores; se trata de la imposición de los valores llamados “occidentales” a escala global.
c.- La barrera religiosa. Mientras que en Occidente hemos asistido a una progresiva secularización de la sociedad (cosa que va muy bien al proceso globalizador), entre los excluidos encontramos el fenómeno contrario. En el llamado tercer mundo, se produce una reacción de reagrupamiento en torno a la religión como forma de resistencia a la estrategia global.
Así, el mundo secularizado occidental, ha iniciado una guerra contra el mundo religioso oriental (fundamentalmente islámico); guerra cuyo objetivo es la secularización de los pueblos islámicos, objetivo que ya se ha conseguido casi totalmente en algunos casos (Egipto, Marruecos, Argelia (6) entre otros) dividiendo al mundo islámico en países aliados y enemigos de los EE.UU.
Conclusión:
El mundo está perdiendo su configuración multipolar. Hemos pasado de las naciones a los bloques y de los bloques al mundo monopolar. En el camino estamos dejando cosas tan importantes como la nacionalidad, la identidad cultural, la soberanía, y el concepto de pueblo. También la identidad personal (frente al individuo-masa), la capacidad y la voluntad de construir y crear y los ideales que antaño inflamaban los corazones de la gente. El mundo globalizado traerá un nuevo orden internacional de eficacia económica y de individuos sin alma. Seguramente un nuevo orden donde los conflictos sean menos frecuentes y en su estadio último reine la paz; pero será la paz de los cementerios.
Notas:
1. El banco de España, nació en 1782 con el nombre de Banco de San Carlos, y no recibió su actual denominación hasta 1856, sin que se modificara su carácter privado. Desde su fundación, el banco de España ha disfrutado en exclusiva la facultad de emitir moneda, a pesar de tratarse de una entidad privada.
2. No añado eso de “los buenos” y “los malos” con ánimo de insultar al lector con un simplismo infantil. Más adelante se verá hasta qué punto tiene importancia esta definición buenos-malos en la estrategia global; e incluso explicaremos cómo en parte, la estrategia globalizadora depende la existencia no sólo de buenos y malos sino de el bien y el mal absolutos.
3. No confundir el fascismo en el sentido aquí aplicado, con la ideología política fundada por Mussolini en la Italia de los años 20. Fascista, para el sistema significa “cualquiera que se oponga a la dictadura liberal-capitalista”, mientras que para las cabezas pensantes (y no pensantes) de la prensa y la cultura, fascismo significaría “insulto gordísimo aplicable a todo aquel que no piensa como es debido”. A menudo, la palabra “fascismo”, se utiliza en una tercera acepción: como eufemismo para el verdadero mal absoluto, un horror tan descomunal, que sólo nombrarlo produce escalofríos; el Nazismo.
4. Esta alianza de fundamentalismos, supone un poder tal, que explica por sí sola el vasallaje de los EE.UU. hacia Israel (la tierra prometida) a pesar del mayor potencial económico y militar del primero.
5. Guerras virtuales fueron por ejemplo, la primera guerra del golfo y el conflicto de Yugoslavia.
6. El caso de Argelia, es notable por manifestar cómo el sistema se ha de transgredir a sí mismo para evitar futuras transgresiones. Los comicios de 1992, dieron como claro vencedor al FIS (Frente Islámico de Salvación) Partido integrista islámico. Con el beneplácito del sistema, dichos comicios fueron anulados y el FIS ilegalizado, lo que originó una larga temporada de tumultos y revueltas. El sistema democrático, apoyó la ilegalización de un gobierno democráticamente legítimo y la impostura de un gobierno ilegal, pero eso sí, títere de Occidente.
Europae.