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Identidad y Tradición

En defensa de nuestras fiestas.

En defensa de nuestras fiestas.

La civilización mundialista –nombre más propio que el de occidental–  conjugando un culto a lo superficial, a lo efímero a lo intranscendente con un desprecio hacia todo lo que tiene «profundas raíces», ha destruido el significado profundo nuestras fiestas.  
Antaño relacionadas con las celebraciones de gestas, hitos y acontecimientos de un pueblo, y hoy convertidas en universales, cosmopolitas, e intercambiables.


Donde más lamentable es la situación es en Europa, donde a este proceso de despersonalización se han añadido las correspondientes dosis de etnomasoquismo y xenolatraía, por las que cualquier celebración extranjera es aceptada e imitada, como si de algo aceptable y admirable se tratara. Es realmente patético ver las versiones locales que en cada una de las ciudades europeas se hacen del tradicional carnaval, intentando imitar ese sincretismo afro-festivo que se desarrolla en Río de Janeiro y que convierte a la ciudad en un caso de delincuencia, macumbas, asesinatos danzas pseudos religiosas y demás ritos heredados de los antiguos esclavos negros.

Muy diferente era el sentido ritual que tenían de las celebraciones los pueblos indoeuropeos: unas, marcaban el paso del ciclo anual, con sus solsticios y equinoccios, otras, el ciclo agro-económico, algunas recodaban el momento sacro de fundaciones de ciudades y nacimientos de héroes mitificados. También vemos repetirse en todo nuestro antiguo mundo un tipo de celebración con un significado aún más profundo y que evoca al nacimiento de una sociedad como resultado del triunfo del principio guerrero y sacral (1ª y 2ª función indoeuropea), sobre el principio meramente productivo y comercial (3ª función). Los germanos lo mitologizaron en el enfrentamiento entre ases y vanes; es la guerra de los Pandavas y los Korabas en el Mahabarata; son las guerras entre latinos y samnitas en las historia de Roma; las antiguas celebraciones atestiguadas entre hititas y anatolios; las guerras de los Tuatha de Dannan en el ciclo irlandés e incluso hay quien ha interpretado la Iliada también en ente sentido. 

En España tenemos ejemplos en las fiestas del paloteo, todavía vivas en Andalucía, de els bastonets en Cataluña, o els tornexats en Valencia y muy posiblemente muchas otras danzas regionales que simbolizan una especie de enfrentamiento. Pero sin duda en su versión historiada hoy las constatamos en las fiestas de «moros y cristianos». El mito de la creación de España como derrota del «otro» en la epopeya de la Reconquista. Los elementos son claros: los «moros» –además de ser ese «otro» histórico– son la representación de la tercera función, de la riqueza, de la exuberancia, de ostentosidad –aún hoy los trajes de «moro» siguen siendo mucho más caros y lujosos que los de «cristiano». Los «cristianos» que desfilan bajo el nombre de San Miguel y San Jorge, -dos de los santos más emblemáticos de la iglesia- patrones de la Caballería y transposición directa de las antiguas divinidades de la guerra latinas y germánicas, dan vida a la función sacro-guerrera.

Desde hace pocos años estas fiestas sufren ataques y denuncias de las comunidades de inmigrantes musulmanes que las consideran «antidemocráticas» y «ofensivas hacia sus comunidades» –quizás en esto tengan razón, nuestra historia es ofensiva hacia su comunidad–. La actitud de los gobiernos locales y nacionales, socialistas o derechistas, es la de ir cediendo poco a poco a estas presiones. No parece que haya nadie dispuesto a defender nuestras fiestas, nuestra historia, nuestra herencia, nuestra memoria… ¿O sí los hay?

 

Enrique Ravello

 

 

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