Rodrigo Díaz, el Cid campeador
Aproximación a una biografía histórica del héroe castellano
La diferencia entre la biografía de una persona común y anónima y la de un héroe o personalidad pública y excepcional, suele ser, el paralelismo que puede forjarse entre los hechos personales y los hechos históricos que puedan afectar a la comunidad nacional de la persona en cuestión. Su participación en hechos importantes de la misma, e incluso su influencia en el devenir histórico de alguna entidad que le supere. Rodrigo Díaz de Vivar, llamado el Campeador y Mio Cid, es uno de estos personajes, su vida corre paralela al devenir histórico de los reinos de León y Castilla, e incluso de sus vecinos peninsulares Aragón y Navarra, incluyendo los diversos reinos moros de taifas, en el siglo XI. Su obra, salvo ciertos paréntesis de su vida, terminó ligada al destino de sus hermanos de raza que en aquella época recuperaban para Europa el suelo peninsular en una ardua y gloriosa empresa que se ha dado en llamar Reconquista. Es por ello el propósito de este trabajo, apoyándonos en estudios serios e importantes basados a su vez en fuentes de la época que nos ocupa, intentar recorrer los aspectos más importantes de la vida de este héroe castellano a través de la historia de Castilla, intentando desligarnos de los no por ello menos importantes aspectos míticos. Se trata pues de intentar presentar un aproximación bibliográfica, desnuda de bellas invenciones e interpretaciones que llenaron la leyenda que le envolvió, sobre el héroe castellano por excelencia, quien mereciera alabanzas de muchos eruditos de su época tanto en el campo europeo como en el islámico, el Campi Doctus, o distinguido en la pelea, de los europeos, el Mio Sidi, o Señor de los musulmanes. El Cid Campeador de las fábulas y de la realidad histórica: Rodrigo Díaz, infanzón, guerrero y héroe castellano.
Terminando la primera mitad del siglo XI, reinaba en Castilla Fernando I, monarca que reunía en sus venas la sangre de los linajes real de Navarra y condal de Aragón, y que descendía por parte de madre de Fernan González, primer conde independiente de Castilla. Asimismo, era por su matrimonio con Sancha, descendiente directa de los reyes de León, depositario de esa antiquísima casa real, por entonces la principal de la península. Por aquellas fechas, el reino de León se había afianzado como una entidad poderosa entre los diversos reinos, eurocristianos y musulmanes, que existían en la península ibérica. Tras la muerte del caudillo musulmán Almanzor y la fitna del año 1009, el otrora poderoso califato de Córdoba se había fragmentado en pequeños y débiles reinos conocidos como taifas , siendo consecuencia de este debilitamiento la recuperación de diversos territorios perdidos durante las campañas de Almanzor, y el establecimiento de una frontera segura en la ribera del Duero. Paralelamente Fernando I impulsó la imposición de parias, o tributo anual a los reinos de taifas, favoreciendo con esta situación, el fortalecimiento económico y militar del reino leonés, y como consecuencia el empobrecimiento y debilitamiento de los reinos musulmanes a éste subordinados.
Por otra parte, se produjo por estas fechas una situación singular, ya que el último descendiente de los condes de Castilla, se alejaba por primera vez de sus territorios, que al convertirse en rey de León, y quedar también bajo su cetro los reinos de Asturias y Portugal hubo de trasladarse a León, favoreciendo esta situación, que el gobierno directo de Castilla quedara en manos de los infanzones de confianza del rey, quienes a través de su alfoces y posesiones actuaron como verdaderos delegados de Fernando I.
Uno de estos infanzones fue Diego Laínez, que aunque no pertenecía a la primera nobleza castellana, era miembro de una familia de cierta importancia en aquella época, descendiente de Laín Calvo, y nieto de Rodrigo Alvarez —de quien tomo el nombre para su hijo—, quien ejerciera el gobierno sobre las tenencias de Luna, Torremormojón, Moradillo, Cellorigo y Curiel. Era pues Diego Laínez en la década de los cuarenta del siglo XI, uno de los capitanes de frontera del condado de Castilla, siendo responsable desde su casa solar en Vivar, de la línea fronteriza que unía Castilla con el reino de Navarra en el sector norte de Burgos. Y es en Vivar, como casa de este linaje, donde transcurrirá la infancia del futuro héroe castellano Rodrigo Díaz, hijo, como indica su patronímico, de Diego, que a su vez lo era de Laín Rodríguez.
Independientemente del lugar geográfico exacto del nacimiento de Rodrigo, que no conocemos, lo importante es que su lugar de origen, al que estaba vinculado fue sin duda Vivar, casa fuerte de la familia que le vio nacer. En cuanto a la fecha de nacimiento, el historiador Malo de Molina, señala el decenio comprendido entre 1040 y 1050, siendo corroborada esta datación por otros autores como Ubieto, Menéndez Pidal o el catedrático Gonzalo Martínez Díez, con pequeñas diferencias. Durante su infancia en Vivar, su padre recuperó durante la batalla de Atapuerca, en destacada acción militar, las fortalezas de Ubierna, Urbel y La Piedra, actuación que el rey Fernando supo recompensar incluyéndolo entre los infanzones de su confianza, y por ello, pasaría años más tarde su joven hijo Rodrigo, a incorporarse al entorno del infante Sancho, hijo primogénito del rey, cuya corte por aquellos días se hallaba en Burgos. El infante, quien ya se decantaba claramente por Castilla, acogió al joven Rodrigo, a quien según la Historia Roderici, “alimentó diligentemente y le ciñó con el cíngulo de la milicia”, por lo que entendemos que debió ejercer funciones de doncel o paje del príncipe heredero, de quien aprendió el oficio militar de la caballería, acompañándole en sus expediciones triunfantes por Zaragoza y Graus, y al que desde esas fechas quedó especialmente vinculado.
El 27 de diciembre de 1065 muere en León el rey Fernando I, dividiendo los reinos entre sus hijos, quedando para Sancho, el primogénito, Castilla con las parias de Zaragoza, a Alfonso, Asturias y León, con las parias de Toledo, y al pequeño García, Galicia y Portugal, con las parias de Sevilla y Badajoz. Es durante estas fechas, cuando debido a ciertas acciones expansionistas castellanas sobre Zaragoza, se produjeron ciertos duelos y enfrentamientos entre caballeros navarros y castellanos, encontrándose entre estos últimos el joven caballero Rodrigo Díaz, quien venció al ilustre caballero de Pamplona, Jimeno Garcés, recibiendo desde entonces el apelativo de Campeador —Campi Doctus, diestro en la pelea—. El valor y la destreza militar del joven caballero comenzó a ser pronto conocida, y valorada por el rey, quien hizo que el joven guerrero le acompañara siempre en todas su actuaciones, siendo puesto por éste al frente de sus mesnadas portando el estandarte real de Castilla, en la batalla de Llantada contra el rey leonés Alfonso, en la que Rodrigo volvió a distinguirse en la victoria. También participó en la de Golpejera, en la que Sancho ganaría el reino leonés que uniría a los reinos de Galicia y Portugal arrancados años atrás a su hermano García, y al de Castilla que ya poseía. Reunido de nuevo bajo un mismo cetro los reinos de Castilla y León, Rodrigo Díaz se convertirá por dichas fechas en uno de los nobles de confianza del monarca. Sin embrago ese mismo año durante el asedio de Zamora, ciudad en la que su señora, Urraca, hermana del rey, se resistía a la unión castellano-leonesa, un caballero zamorano llamado Bellido Dolfos acabó con la vida de Sancho II, un domingo 7 de octubre del año 1072. De esta manera acababa la vida de un monarca breve pero brillante, y principal valedor de Rodrigo Díaz, siendo enterrados sus restos por disposición suya, en el monasterio de San Salvador de Oña, panteón tradicional de los condes castellanos, demostrando con este último gesto su vinculación, no reñida con su visión imperial hispánica, a Castilla, de la que fue su primer rey.
Reconocido su desterrado hermano Alfonso como rey de León, Castilla, Asturias y Galicia, en los documentos otorgados por el nuevo monarca, parece en repetidas ocasiones entre los fieles del mismo, el nombre de Rodrigo Díaz, especificándose en la valiosa fuente de la Historia Roderici , que el rey Alfonso lo recibió como vasallo, probablemente, como apunta el profesor Martínez Díaz en su completísima obra El Cid histórico, por el prestigio que este infanzón tenía en Castilla, queriendo atraerse a los caballeros castellanos. Prueba de esta buena disposición real, fue el patrocinio por parte de Alfonso VI del enlace matrimonial entre Rodrigo y la asturiana Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo —quien por cierto no era alférez real, ni murió en duelo con el Cid, como pretende la leyenda—, y descendiente por parte materna del rey Alfonso V de León. De esta manera, Rodrigo Díaz se vinculaba asimismo a los territorios de León y Asturias, en los que residió durante sus primeros años de matrimonio, cercano al séquito real no regresando a Castilla hasta el año 1076. Parece obvio que durante esos años tampoco ocurrió uno de los importantes hechos narrados en la leyenda que envuelve a Rodrigo Díaz, nos estamos refiriendo a la Jura de Santa Gadea, bello y sugerente episodio que no aparece recogido en documentación histórica alguna, ya que no se aprecia enemistad alguna por estas fechas entre el infanzón y el rey, y sencillamente, por lo imposible y absurdo de poder, en dicha época, doblegar y ofender impunemente a un rey castellano.
Si que ha podido establecerse, en cambio, un hecho que poco tiempo después pudo iniciar la mala disposición que el rey Alfonso VI mantendrá durante algunos años con su vasallo Rodrigo. Se trata de una embajada a cargo del Campeador para cobrar las parias al rey al-Mutamid de Sevilla, en el trascurso de la cual se enfrentó en batalla, siguiendo las condiciones de vasallaje con los reinos sometidos, con las fuerzas de la taifa rival de Granada, entre las que se encontraban ciertos caballeros leoneses con el conde García Ordóñez a la cabeza en idéntica misión a la de Rodrigo, que fueron por este vencidos y humillados en Cabra. La ofensa inferida al conde leonés, uno de los nobles más próximos a Alfonso VI, es una de las causas apuntadas por diversos historiadores, por la Historia Roderici, y por Martínez Díez, como el origen de la pérdida del favor real. La posterior, y al parecer inoportuna acción militar del Campeador contra la taifa de Toledo, que comprometió seriamente la política leonesa, propició la orden de destierro por parte del rey contra Rodrigo Díaz en el verano del año 1081.
Con el destierro de Rodrigo, comienza la bellísima obra literaria del Cantar del Mio Cid, de la que recomendamos su lectura, pero en la que los hechos relatados, no obstante a estar basados en un hecho real, difícilmente pueden ser ratificados por la historia. Nos inclinamos mejor a pensar que se trata de uno de esos maravillosos cantares heroicos tan unidos al alma y la personalidad castellana, basado en los hechos reales y ficticios de una personalidad extraordinaria del siglo XI castellano.
Al comenzar el destierro, Rodrigo Díaz se dirigió a Zaragoza. Perdido el favor real y sus tierras, partió a “ganarse el pan”, ofreciendo sus servicios como guerrero al frente de su hueste, al rey al-Muqtadir, sirviendo fielmente a este nuevo señor y a su hijo y sucesor al-Mutamin, y ensanchando los límites de este reino, durante los cinco años siguientes. Durante este tiempo acrecentó aún más su prestigio militar con sus intervenciones militares en las diversas reyertas entre los reinos de taifas, intentando no intervenir en las disputas que éstos tenían con sus hermanos de sangre. Fue entonces cuando comenzó a ser llamado entre los moros Sidi, que en árabe peninsular venía a significar Mi Señor, transmitido al romance castellano como Mio Cid, apelativo bajo el cual será reconocido universalmente.
Durante el año 1083, y debido al desastre de Rueda, se produce un primer acercamiento entre el Cid y el rey Alfonso, al poner el primero su persona y sus tropas a disposición real, sin embargo este acercamiento no fructificó, volviendo de nuevo al servicio del rey moro de Zaragoza., llegando durante el cual en sus cabalgadas hasta la región de Morella y construyendo una fortaleza en el territorio próximo de Olocau, perteneciente a la taifa de Lérida. Durante esta campaña, se enfrentó el Cid en Morella a las tropas de al-Fagit y su aliado Sancho Ramírez de Aragón confiriéndoles una dura derrota. Eran tiempos en los que se confundían los intereses de los reinos, y se enfrentaban europeos contra europeos en las reyertas de islámicos, paralizando con estas luchas estériles la reconquista. Se trata de una dinámica que pronto iba a cambiar en virtud de un importante acontecimiento histórico protagonizado por Alfonso VI. Se trata de la conquista de Toledo ocurrida en el año 1086, hecho que motivó la preocupación unánime de los reinos musulmanes, y el desembarco en Algeciras en junio de dicho año de las temibles tropas almorávides llegadas desde África al mando de Yusuf ibn-Texufin. A diferencia de los relajados moros ibéricos, la secta almorávide predicaba la pureza del Corán y una vida austera de lucha, y sus tropas se habían forjado en las penosas condiciones del desierto y la conquista del Rif y del Mogreb. Cuatro meses después de este desembarco, se enfrentaban a las tropas castellano-leonesas en el campo de Sagrajas, situado en la ribera del río Guadiana, sufriendo estas últimas una dura derrota que comprometió seriamente el equilibrio entre los reinos cristianos y las taifas, y que a punto estuvo de dejar Toledo y el reino de Castilla en manos de los almorávides, frenando momentáneamente la expansión castellana. Sagrajas supuso pues un replanteamiento de la actitud de los reinos cristianos, que ante el peligro de una recuperación musulmana decidieron forjar nuevas alianzas con el fin de replantearse una unidad conjunta para la reconquista del territorio peninsular y la futura expulsión de los invasores africanos. Por ello, entre 1086 y 1087, un ejército europeo formado por caballeros borgoñones, provenzales, languedocianos, lemosinos y normandos cruzó los Pirineos para ponerse al servicio del rey Alfonso, y que tras la retirada almorávide debido al fallecimiento en Ceuta del hijo de Yusuf, se ofrecieron al rey de Aragón, que por aquellas fechas intentaba la conquista del castillo de Graus.
Sagrajas también supuso un giro en la trayectoria del Cid, quien volvió junto a sus hermanos de sangre, siendo acogido por el rey Alfonso, que le entregó las fortalezas de Dueñas, Ordejón, Campos, Iguña, Briviesca y Langa. Sabemos pues, que en el año 1087, Rodrigo Díaz, renovó con el tradicional besamanos en Toledo, el vínculo de vasallaje con el rey Alfonso, y que éste le entregó dichas tenencias incluyéndole entre los principales magnates de Castilla. Dispuso el rey ese mismo año un privilegio para Rodrigo, según el cual todas las tierras que fuera de los límites de los reinos cristianos conquistara, quedarían bajo la soberanía de Castilla, pero se reconocería el derecho de señorío para el Cid.
En este año de1087, el reino moro de Valencia estaba gobernado por al-Qadir, reyezuelo impuesto por el castellano Alvar Fañez durante su estancia en la ciudad, pero que tras la retirada de este debido a Sagrajas, había quedado en desventaja en su propio reino. Amenazado además por el rey de Lérida al-Hayib, y escaso de fuerzas militares, pidió ayuda a l rey de Zaragoza al-Mustain, pero también al monarca leonés Alfonso VI. Esta, siguiendo la obra del moro valenciano Ibn-Alqama La elocuencia evidenciadora sobre la gran calamidad, parece ser junto con el privilegio que daba carta blanca a Rodrigo, la causa del desplazamiento del Cid con sus mesnadas hacia las tierras de Valencia. Durante el año 1088, el Cid salió desde Zaragoza acompañado por el rey al-Mustain que albergaba la posibilidad de quedarse el reino de Valencia, y al que una falta de acuerdo con los castellanos hizo que se retirara al poco tiempo, quedando las tropas del Cid razziando en la zona de Jérica, para impedir la llegada de suministros y comercio en la que era una de las principales vías comerciales del reino de Valencia. Partió meses después hacia Castilla para convencer a Alfonso de la conveniencia política y militar de un ensanchamiento castellano hacia el este, sin provocar un gran entusiasmo en el mismo, que por aquellas fechas ponía todas sus energías en la reconquista por el sur. Si esto no hubiera sido así, probablemente la Valencia catalano-aragonesa de hoy podría haber sido castellana. Por ello, mientras Alfonso trataba de conquistar Ubeda y Baeza, y el Cid reclutaba nuevas tropas en Castilla con el objeto de conquistar Valencia, el conde catalán Berenguer Ramón que también buscaba la expansión de sus tierras hacia el sur puso cerco a la ciudad de Valencia, fortificando dos bastidas, una en Líria, y la otra en Yubaila, actual Puig de Santa María, lugar, por cierto, donde ciento cincuenta años más tarde, acamparía Jaime de Aragón, descendiente de Berenguer Ramón y de Alfonso VI, consumará la última conquista de la ciudad de Valencia. Sin embargo, la llegada del Cid a tierras valencianas, hizo que los catalanes se retiraran en espera de tiempos mejores. Mientras, desde su campamento en Torres-Torres, Rodrigo Díaz saqueó y razzió durante unos meses la taifa vecina de Alpuente, y cobró tributos del rey de Valencia, del que obtuvo además derecho a morar en la ciudad, y derecho de mercadería en el interior de la misma. De Torres-Torres pasó a Requena, donde se estableció también durante una larga temporada.
La llegada de nuevo de los almorávides de Yusuf ibn-Tuxufin en 1088, y el asedio por parte de un gran ejército musulmán de la fortaleza castellana de Aledo, hizo que las tropas de Alfonso VI se trasladaran a dicha zona, pactando un encuentro con las del Cid a las que convocó en Villena. El Cid por su parte partió de Requena, trasladándose a Játiva y posteriormente a Onteniente. Por razones que desconocemos, en lugar de ir a Villena, pasó de Onteniente a Hellín, mientras el rey pasaba por Villena, por lo que éstos no se llegaron a encontrar. Estos movimientos de tropas provocaron una retirada de Yusuf, pero el rey no pudo perdonar el desplante del Cid y lo condenó de nuevo a destierro a pesar de los juramentos de éste proclamando su inocencia. Durante este segundo destierro, el Cid atacó Denia y Palop, llegando a acuerdos de vasallaje con sus dirigentes y pasando a instalarse en la zona montañosa de Morella, lugar donde se enfrentó a las tropas del conde catalán Berenguer Ramón que de nuevo intentaba un peligroso acercamiento hacia Valencia. El resultado fue la derrota de los catalanes, y el apresamiento de su propio conde, al que se dio libertad junto con sus hombres con el compromiso de pago de rescate. Parece ser, que debido a la generosidad del Cid para con los prisioneros catalanes, gestos habituales para con los contendientes de su propia raza, se forjó una amistad y alianza entre el conde catalán y el infanzón castellano, cediendo el primero los tributos sobre su protectorado de Tortosa-Lérida-Denia. Mientras, el Cid se instala en Burriana, a la espera de poder conquistar totalmente la ciudad y reino de Valencia.
En el año 1090 vuelve a la península Yusuf con su ejército almorávide, y de nuevo se producen desavenencias entre el Cid y Alfonso VI. Tras una corta campaña, los almorávides deponen a los reyes de taifas y vuelven a unificar el territorio musulmán, a excepción del reino de Zaragoza. Tras la toma de Aledo, únicamente quedó en dicho territorio, un núcleo en manos europeas. Se trataba de la fortaleza y territorio reconstruido por el Cid en Peña Cadiella, en las faldas del monte valenciano de Benicadell, en el actual término municipal de Beniatjar, desde donde forjó una alianza con el rey de Zaragoza, y donde limó sus últimas asperezas con Alfonso VI que intentó atacarle en dichas fechas, y que tras su fracaso se reconciliaría definitivamente con el infanzón de Vivar.
El año 1092 señala la entrada de los almorávides en Valencia, y la muerte del rey al-Qadir, quedando esta ciudad bajo el gobierno del cadí Yafar-ibn-Yahhaf, de una importante familia de etnia yemení que inició una época de terror en dicho reino que motivó una huída general de los partidarios del al-Qadir que pudieron ponerse a salvo de la represión del yemení, y que marcharon a encontrase con el Cid, que con sus mesnadas y los partidarios del rey depuesto, se asentaron en Yubaila (el Puig) desde donde se creó u a red de impuestos cobrados a los cadís y reyezuelos musulmanes de los alrededores, con el fín de crear un ejército lo suficientemente poderosos para conquistar Valencia. Desde Yubaila, el Cid pudo adquirir merced a un trato con Ibn-razin Murviedro, y finalmente en el mes de julio de 1093 ocupa los arrabales de Mestalla, frente a las murallas de Valencia, desde inició un asedio en el que destruyó todas las edificaciones que rodeaban la ciudad. Un primer intento de pacto de los musulmanes valencianos con los atacantes castellanos fue abortado por Yusuf que amenazó con enviar sus tropas contra Valencia, y meses después tuvo el Cid que enfrentarse con su antaño aliado ibn-Razin, rey de Albarracín, enfrentamiento del que salió herido. Vuelto a su lugar departida, el Cid inicia su segundo asedio a valencia en diciembre de 1093 mientras persistía el ritmo de la llegada de tropas de refuerzo almorávides que llegarían en enero del año 1094, pero que se retiraron sin cumplir su objetivo.
Tras diversas algaradas, disputas en el interior de Valencia, hambrunas e intentos de pactos, finalmente se firma un acuerdo entre el Cid y los sitiadores el 2 de junio de 1094 entrando el Cid al frente de sus tropas el 16 de junio. En un primer momento, Rodrigo Diaz decretó que los musulmanes valencianos continuaran con su trabajo, posesiones, usos y costumbres, y se estableció una época de convivencia entre los nuevos conquistadores y los habitantes de la ciudad. Convivencia rota por las reiteradas peticiones de ayuda que estos últimos hacían a Yusuf, quien tres meses después de la conquista llegó a Valencia con sus tropas almorávides enfrentándose contra los castellanos en la batalla de Quarte, enfrentamiento que se saldó con una rotunda victoria del Cid, que así se constituía en el indiscutido señor de Valencia. En estos tiempos, conquistó Olocau y Serra, y celebró una alianza militar en Burriana con el nuevo rey aragonés Pedro I, hijo del difunto Sancho Ramírez. Esta alianza motivó la creación de un gran ejército formado por castellanos del Cid, aragoneses y navarros a las órdenes de este mismo y teniendo como lugarteniente al príncipe aragonés Alfonso el Batallador, que se enfrentó en la batalla de Bairén con las tropas almorávides al mando de Mohammed ibn-Texufin en enero del año 1097, y que supuso una gran derrota para los almorávides, penúltimo intento por parte de éstos de seguir sus conquistas hacia el norte con objeto de recuperar la península ibérica para el Islam. Aún volverían las tropas almorávides a iniciar nuevas campañas en la primavera del año 1097, encaminándose a la conquista de Toledo. Un ejército al frente de Alfonso VI trató de frenar estas pretensiones. En las filas del mismo se encontraba el joven caballero Diego Ruiz, único hijo varón del Cid, al que éste envió con un contingente de sus tropas, y que perecería durante la derrota castellana de Consuegra en agosto de 1097, hecho que supuso un nuevo repliegue de las tropas castellanas ante él, de nuevo, peligro de la marea negra almorávide. Por dos veces más las hordas africanas vencían a las castellanas, en Cuenca y en Alcira, durante el año 1098, derrotas a las que el Cid se dispuso a dar respuesta, primero tras el asedio por sorpresa y conquista de la ciudad de Murviedro (Sagunto) en junio y con la de Almenara después. Estas derrotas motivaron un repliegue de los almorávides hacia el sur, y el regreso del Campeador a su ciudad de Valencia, libre momentáneamente del peligro moro.
En Valencia, gobernó según sus biógrafos con sabiduría y generosidad, y supo mantener a sus tropas alerta ante el peligro musulmán que llegaba del sur. Manteniendo estrechas alianzas con el rey de Aragón y Navarra, el conde de Barcelona, y el rey de Zaragoza, Rodrigo Díaz de Vivar, señor de Valencia, se mantuvo como un fiel vasallo del rey Alfonso VI de León y Castilla, y mantuvo la paz en Valencia durante el final de 1098 y el año 1099, en cuyo mes de julio, probablemente el día 10, murió de enfermedad, mientras al otro lado del Mediterráneo, guerreros de su misma sangre europea comenzaban el asedio a la ciudad de Jerusalén, en la primera Cruzada.
En el año 1102, los almorávides vuelven a desembarcar en la península, y a atacar Valencia, que esta vez, y sin la dirección del Cid, tuvo que ser evacuada. Su familia y sus mesnadas abandonaron en esas fechas la ciudad en dirección a Toledo con los restos del Cid, que fueron enterrados en el monasterio de San Pedro de Cardeña.
Su hija Cristina Rodríguez contraería matrimonio con el infante Ramiro Sánchez de Navarra, del cual tuvo un hijo llamado García, que fue rey de Navarra, y cuya hija Blanca casó con Sancho III de Castilla, hijo de Alfonso VII de León. De esta manera la sangre del Cid pasó a las dinastías de León-Castilla y de Navarra.
Así pasó la sangre del héroe castellano a algunas de las principales casas reales de Europa, mientras su ejemplo, historia y leyenda le convirtieron en un mito, el del guerrero bravo, leal y generoso, respetado y temido. Un caballero castellano que supo servir con lealtad a su rey, y que fue temido y respetado por sus enemigos.
Al parecer, fue el rey Alfonso X, el que hizo labrar en el sepulcro del Cid el siguiente epitafio:
BELLIGER INVICTVS, FAMOSUS MARTE TRIUMPHIS´,
CLAUDITVR HOC TUMULO MAGNUS DIDACI RODERICUS
(En este sepulcro está encerrado Rodrigo Díaz, guerrero invicto y famoso por sus triunfos en la guerra)
Y en la tapa del sepulcro se inscribieron los versos siguientes:
Quantum Roma potens bellicis extollitur actis, vivacs Arturus fit gloria quanta Britanis, nobilis e Carolo quantum gaudet Francia Magno, tantum Iberia duris Cid invictus claret
(Cuando la poderosa Roma se ensalza con las hazañas bélicas, cuando Gloria significa el inmortal Arturo para los británicos, cuando se goza la noble Francia por Carlomagno, otro tanto refulge en Iberia el Cid, invicto entre los esforzados).
E. Monsonís
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