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Identidad y Tradición

Un apunte sobre el nacionalismo castellano

Un apunte sobre el nacionalismo castellano

Pocos testimonios son tan gráficos acerca de la problemática nacional castellana como que el mismo programa electoral del principal grupo nacionalista castellano (Tierra Comunera – PNC) comience con una frase como esta: «Castilla como nación es una realidad difícil de definir, tanto desde un punto de vista geográfico, como histórico  o político». En efecto, es difícil encontrar otro ejemplo en el que la controversia sobre todos y cada uno de los elementos que definen la especificidad de una nación sea tan áspera, tan enconada y presente unas posiciones tan radicalmente opuestas; no es fácil hallar otro caso, en el cual parte de los integrantes de ese pueblo no quieran serlo, parte no sepan que lo integran, parte les niegue al resto su pertenencia a él y al grupo restante le dé exactamente lo mismo el ser parte integrante de él como el no serlo. No obstante, no se trata únicamente de que la percepción que los castellanos de hoy tienen de su propia nación dificulte la articulación de una alternativa política «castellanista», sino que el mismo devenir histórico de Castilla, en su tremenda complejidad, que la hizo crecer desde los pequeños núcleos septentrionales hasta el Imperio mundial, para después volver a verla replegarse sobre sí misma, no ha facilitado la vertebración de una conciencia nacional. Más bien todo lo contrario. Estando así las cosas creemos que..., y en este momento del escrito debería comenzar la consabida exposición de argumentos de naturaleza histórica, étnica, sociopolítica, económica, psicológica... que justificarían la particular concepción de Castilla del abajo firmante y que junto a un poco de victimismo, un poco de comuneros y alguna llamada a las inversiones, públicas o privadas, y a la solidaridad, sin precisar muy bien de quien y con quien, constituyen el esquema de la mayoría de los trabajos que sobre el hecho nacional castellano hemos leído en los últimos veinte años. Y, créanme, ya van siendo unos cuantos. Y no han variado nada. Claro que la realidad cotidiana de Castilla sí que ha variado. A peor. Por supuesto. Con lo que ¡Hala! ¡Venga! más victimismo, más comuneros y más peticiones de inversión... ¡Viva Padilla!

 

Sin embargo, los castellanos no podemos olvidar que nuestros problemas actuales (muchos y de muy variados órdenes, no estamos para bromas), que compartimos con la mayoría de pueblos europeos, sólo pueden afrontarse desde una posición política de poder. Y desde al  menos el siglo XIX la mayoría de los estados-nación europeos no han sido entes políticos soberanos. Y en la actualidad Castilla (o Murcia o Cataluña) no es sino una sub-región de un territorio administrativo de tamaño medio (conocido como «España») que forma parte de un enano político llamado «Unión Europea». Y lo demás son historias. O concebir la Política como un medio para ganarse un sueldo como concejal o como diputado, lo que por otra parte, en fin, constituye una aspiración tan legítima como cualquier otra. Pero que nadie nos insulte la poca inteligencia que puedan atesorar nuestras ya escasas neuronas (los años y el Valdepeñas son implacables) pretendiendo que con los poderes de que disponen Valladolid, Toledo, Logroño o Santander (o Madrid en cualquiera de sus gobiernos) por mucho que se reorientasen sus objetivos, se iba a incidir en las raíces de los problemas que nos afectan a todos los europeos y que tienen su origen en la actual situación de sometimiento político de nuestro continente. Y hablamos, por ejemplo, del orden económico de libre mercado, del control de los sistemas económicos por parte de las corporaciones financieras, del control político-militar de los cinco continentes por parte de una única superpotencia, de los procesos encaminados a la homogeneización étnica y cultural de todos los pueblos de la Tierra y la patética destrucción de este martirizado planeta o... de nuestra recesión demográfica, de la desoladora situación de nuestra economía, nuestra educación o de nuestro profundo desconocimiento de quienes somos, de nuestra cultura, nuestra tradición, en definitiva de nuestra personalidad étnica y de la constante agresión de la que es objeto desde los más variados frentes... Y esto vale, en su enfoque particular, para cualquiera de las etnias de Europa... Pero que no se nos malinterprete: no negamos la necesidad de luchar en todas y cada una de las trincheras que puedan excavarse en el más pequeño pueblo de Zamora o en Madrid. Lo que no podemos aceptar es que el objetivo final de la acción «política» se reduzca a una especie de «regeneracionismo progresista o conservador», más o menos «regionalista» o «nacionalista», que se fundamente en el baboso discurso de valores dominantes. Lo que se pueda conseguir en Ciudad Real se puede perder en Cottbus, en Cracovia o en Siena. «L’Europe se fédérera ou elle se dévorera, ou elle sera dévorée». Drieu La Rochelle estaba en lo cierto en 1922 y lo sigue estando hoy.

 

Que los estados-nación de estructura centralizada son algo completamente desfasado con relación a la realidad geopolítica que vivimos es de Perogrullo. Que los nacionalismos étnicos (o identitarios o carnales o regionales o como diablos se los quiera denominar) deben redimensionarse y encontrar su enmarque en una estructura política de carácter europeo es de cajón. Que sea en estos marcos, más homogéneos y más adecuados por sus dimensiones, donde, si así se decide, los miembros de cada comunidad popular puedan desarrollar sus actividades políticas, en coherencia con nuestras tradiciones concejiles: asambleas populares, concejos abiertos, curias (del indoeuropeo *kowiriya: reunión de hombres, no estamos pensando en concilios de sotanas sino en aquellos comitia curata en el Campo de Marte), Allthing o eklesías helénicas, y que estos marcos ejerzan un derecho de autogobierno tan amplio como la cohesión de la estructura política europea lo permita, es algo que a estas alturas debería caer por su propio peso. Debemos tener absolutamente claro que sólo desde la soberanía real que proporcionaría un bloque europeo, verdaderamente independiente de cualquier otra potencia del planeta, un gobierno castellano podría hacer frente de verdad a la, seamos tópicos pero lamentablemente es así, secular postración de nuestro pueblo. ¿Que una Europa confederada en patrias carnales sólo es una utopía? Pues más vale que empecemos a luchar ya por esa utopía. Porque no existe otra alternativa y porque nos lo exige la memoria de aquellos pecheros e hidalgos castellanos caídos en Villalar.          

 

                                                                                                             Olegario de la Eras

 

 

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