“La sangre de Dios es la que anima a los árboles y es la misma sangre divina la que anima a los seres humanos. Se trata pues, de tomar conciencia de esta identidad, de integrarla, de nutrirse de ella en una comunión que no consiste sólo en recibir pasivamente al Creador, tal como sucede en la doctrina cristiana, sino en participar de su creación. Y esta comunión desemboca en otro lugar, que tal vez sea la isla de Avalon, donde el ser está en “dormición”, es decir, en plena regeneración, en plena absorción de energía nueva procedente del Cielo y de la Tierra, en plena resonancia con la vibración divina sin la cual nada sería”.
Jean Markale
à minha filha Ariadna...
continuadora da minha Árvore
A menudo, cuando comienzan los calores propios del estío, vamos buscando un alivio para nuestras cabezas bajo el refrescante manto protector que nos ofrecen las generosas ramas de nuestro hermano árbol. Y al llegar el pausado otoño, el espectáculo de colores dorados, ocres, marrones y verdes de un bosque caducifólio nos gratifica el alma, nos hincha el espíritu y nos agrada la vista. En el invierno, los árboles de hoja perenne nos preservan de los vientos y gélidos fríos del Norte o del Atlántico... de nuevo el ciclo sabio, naturalmente se renueva, las mimosas en el norte y los almendros en el levante auguran la llegada de la primavera y los jóvenes brotes de las diversas especies darán sus frutos con gratitud. Siempre se renueva y se repite cada año, “repitiéndose siempre sin repetirse. El árbol se fabrica en multitud, pero no en masa ni en serie. Procura ir siempre hasta el límite, y por eso no echa una hoja igual a otra”. [1]
Lo cierto, es que la Naturaleza sin el árbol, no sería imaginable para muchos pueblos y etnias del planeta, ni siquiera con muchísima probabilidad habría tanta vida en la Tierra. Sin desiertos quizás podríamos vivir, pero ¿podríamos vivir sin bosques?
El desierto avanza: espiritual, social, ecológica y económicamente. No hace falta ser muy listo para darse cuenta de esto, sólo hay que pararse un momento y luego contemplar nuestro alrededor, dentro de nuestras ciudades con las personas que nos rodean, hasta los bosques quemados, extinción de especies... crueldad con la Naturaleza y sus seres vivientes en general.
La Naturaleza, con sus reinos vegetal, mineral y animal, ciclos estacionales, el cielo y sus estrellas, el sol, la montaña, el río, la piedra, el árbol y su conjunto como es el bosque... todo ello es un gigantesco “libro” del cual aprender constantemente, día tras día, repleto de símbolos y significados que están ahí esperando a descubrirlos, a investigarlos, para de nuevo redescubrirlos como un fantástico (que no fantasioso) libro -más sagrado sin duda que ningún otro- pues es parte fundamental de la Creación, así pues reflejo de la Divinidad y de la acción creadora del Espíritu. Las culturas tradicionales indoeuropeas han sido especialmente sensibles a esta percepción simbólica supraindividual de la naturaleza y del alma de su paisaje, de la tierra y la savia que alimenta y hace crecer sus ramas y raíces, en resumen, de este gran legado.
Dentro de este “libro”, el árbol y su conjunto -el bosque- destacan un papel importante como símbolos sagrados de diferentes culturas tradicionales de la Humanidad, y por ser parte fundamental de nuestra savia y de nuestras raíces este ámbito indoeuropeo es donde se enmarcará este artículo. “...fue entre el segundo y el primer milenio antes de nuestra Era cuando un pueblo procedente de Centroeuropa o de Asia Central comenzó a extenderse poco a poco hasta ocupar unos vastos territorios que abarcaban desde Galicia y Extremadura, en el Occidente, hasta el Valle del Indo en el Oriente. Y ese pueblo (o pueblos), llamado indoeuropeo, padre de nuestra lengua y del que todos procedemos en este continente, extendió consigo el culto al bosque como representación viva del Todo, del universo sagrado, donde habitaban todas las potencias de la vida humana y sobrehumana. Ellos fueron quienes descubrieron el Bosque, con mayúscula... Esta idea de totalidad parece haber impresionado muy vivamente a nuestros antepasados. Y no es ninguna superstición, al contrario. Fijémonos en un árbol: arraigado en la tierra e izado hacia el cielo, el árbol pone en comunión los tres niveles del cosmos, desde los misterios profundos de la tierra donde echa sus raíces hasta la luz del Sol que atrae a las ramas, cruzando la superficie de la tierra con el tronco. Al mundo ctónico, terrestre, aquel que reverenciaban los primeros pueblos mediterráneos, los indoeuropeos le aportaron la idea solar, celeste, uránica, incluyendo todo lo vivo en una sola mirada. Y el árbol es el símbolo preciso de esa operación, porque enlaza los dos niveles: el inferior y el superior”. [2]
El hombre indoeuropeo -tal y como iremos observando a lo largo de este artículo- concibe el mundo en el que vive como un ser animado y vivo, latente al igual que él mismo, así pues recibe y otorga este profundo significado al árbol, al bosque, a las plantas. “Piensa que tienen un alma, un espíritu, semejante al suyo y los estima de acuerdo a ello, y como seres vivos tienen igualmente la capacidad de experimentar el sufrimiento”. [3]
Así como la montaña actúa como símbolo de realización interior, lo mismo acontece con el árbol y el bosque. El retiro y la contemplación en el bosque como lugar y entorno de introspección y la meditación y reflexión al pie de un árbol determinado, aparte de beneficios psíquicos y de puro “lirismo”, nos permiten conectar con los mundos superiores e inferiores. Por ello el árbol es la imagen del eje cósmico y la manifestación física de la máxima “como es arriba, es abajo”. Por otro lado el bosque simboliza lo no domado o indómito, la parte salvaje del alma, “el arquetipo del estado salvaje” [4] Pero este arquetipo no es un estado de “fuera de control”, sino que al introducirnos en el bosque tenemos la posibilidad de conectar con los poderes elementales que residen en él, al igual que reencontrarnos con partes de nuestra alma que pueden ser, bien potencialidades, bien oscuridades.
Entre los antiguos textos indo-arios, Agni, uno de los nombres y aspectos de Brahma y divinidad solar del panteón hindú, es identificado con el “Árbol del Mundo” y como el “Señor de los árboles”. El árbol tiene aquí un simbolismo axial, de “eje del mundo”[5], que tiende sus raíces en lo profundo y sus ramas las eleva hasta el cielo, representación de dos naturalezas, la alta y la baja, la manifestada y la no-manifestada, la luz oculta y la luz visible, siendo la primera luz el “soporte” esencial para la segunda. El árbol es el mediador entre los dos mundos, el de arriba y el de abajo, la tierra en la que vive y en la que vivimos y nos sustenta y en el cielo que nos da el aire para respirar.
Dentro del libro más sagrado del hinduismo, el Bhagavad- Gitâ, se nos relata en el canto X y XV, que el árbol eterno y sagrado es una higuera -el bo- en cuyas ramas están los “Cantos”, es decir, las enseñanzas de los Vedas, y en sus raíces extendidas están atadas a la Acción en el mundo de los hombres.[6] Y es que a través de las hojas, el árbol absorbe la luz solar y es transmutada en savia dadora de vida. Es el árbol de la Vida: es alimentado por el Sol, da cobijo y sustento todos los seres vivientes.
Bajo las sombras de los Himalayas y del eterno fluir del sagrado Ganges, hace 2.500 años, mutatis mutandis, estaba el reino de los Sakyas. Dice la tradición, que caminando por un bosque la mujer del príncipe Sudodana, la hermosa Mâya Dêvi, dio a luz a su hijo en Lumbini. Los árboles del bosque formaron una bóveda para resguardar a madre e hijo. Éste fue el príncipe Siddharta. El príncipe con los años abandonó su placentera vida palaciega y se retiró al bosque de Uruvilva con los ascetas. Después de doce años con muchas prácticas duras de yoga y áscesis, cerca de Bodhagaya, bajo un árbol (el árbol de la Boddhi, -de nuevo aquí el árbol bo- la higuera sagrada védica), se sentó en posición de loto sobre su cojín de meditación y mediante la concentración en la respiración, después de ocho días de intensa y profunda meditación, al amanecer bajo la luna llena de Tauro y de la estrella matutina, “despertó” como el Buddha Sakyamuni. Predicó la “Ley” (Dharma), formó por igual a hombres y mujeres -monjes y laicos- y al morir en Kusinagara lo hizo entre dos árboles. Ésta es una muy breve pasada por la vida de uno de los grandes hombres “inspirados”, el más sabio legislador de la Humanidad. “Der herrliche Buddha”, “den grossen, liebevollen Buddha” [7] fueron algunos de los epítetos que le propinó, nuestro querido y admirado maestro de Bayreuth, Richard Wagner.
Más que curioso es que en los grandes acontecimientos de su vida -nacimiento físico, nacimiento espiritual y paso al Otro Mundo- esté presente el árbol como símbolo y haya sido protector, inspirador, cobijo y auspicio de la sabiduría y del conocimiento en tan insigne hombre. En los albores de la tradición buddhista, el árbol y el cojín de meditación fueron símbolos de la práctica de esta doctrina del Despertar. El símil del árbol con la postura de loto (o medio loto) es significativa, pues en dhyana (meditación sentada) el maestro insta al practicante de esta Noble Doctrina del Despertar, a hundir sus rodillas como si fuesen raíces y a erguir su cuerpo y cabeza como si fuesen un tronco. Al fin y al cabo, toda persona entregada a una práctica espiritual, es como si fuese un árbol en perpetuo crecimiento y constante poda... hay que podar ramas para crecer robustamente y dar las mejores hojas y frutos.
Este árbol, el bo, es sagrado para los budistas de Sri Lanka y del Sudeste asiático, así como para los hinduistas en la India[8]. La higuera sagrada también está presente dentro de nuestro mundo indoeuropeo en Occidente, en este caso en concreto con Roma, como veremos más adelante.
Más que curioso es que la representación artística del “Árbol de la Vida” indo-budista, tenga enormes similitudes y semejanzas con el arte céltico medieval irlandés, tal y como destaca el conocido historiador George Bain[9] -¿será que el inconsciente colectivo indoeuropeo existe, cuando está tan en boga negarlo?-. El Árbol de la Vida céltico, según interpreta este estudioso del tema, simbolizaría por un lado las siete criaturas creadas del mundo céltico (plantas, insectos, peces, reptiles, pájaros, animales y humanos) y por otro las siete facultades dadas por Dios al hombre (vista, olfato, gusto, oído, tacto, bien y mal). También comprendería a las siete esencias tradicionales: abeto, abedul, haya, olmo, manzano, castaño y roble.[10] La evolución de este árbol simbólico iría desde las piedras paganas pictas de Escocia, hasta representaciones en las iglesias medievales británicas y también representado en el famoso Libro de Kells.
Entre los celtas el árbol también tiene su fundamental importancia. La casta sacerdotal de los druidas, habitantes como los yoguis indo-arios de los bosques, conocían los secretos de la Naturaleza gracias a plantas y árboles. De hecho, la propia etimología de druida tiene relación entre árbol y conocimiento. Dru-wid-es. El prefijo Derw en galés, dervo en galo, daur en gaélico, druid en irlandés, significan roble. Wid tiene el significado de visión, de sabio y está emparentado dentro del tronco indoeuropeo con el latín Videre , el gótico Witan, el alemán Wissen y el sánscrito Veda y Vidya . Todas estas etimologías significan lo mismo: visión, que aporta conocimiento, ciencia y sabiduría. “...existe una relación muy sutil entre el druida y el árbol. En todas las lenguas célticas, las palabras que hacen referencia a la ciencia y las palabras que hacen referencia al bosque provienen de la misma raíz indoeuropea: así, el galo vidu –bosque- cuyos derivados son coed en galés y koad en bretón-armoricano está estrechamente ligado a la raíz que ha dado el videre latino y el ideen griego y, por consiguiente, al nombre mismo de los druidas, druwides. Y no es un azar, dado que tal ambigüedad vuelve a aparecer en otras lenguas indoeuropeas, especialmente en el alemán antiguo a propósito de Wotan-Odhin. Los germanistas ven en este nombre la raíz wut, que significa “furor sagrado”, o sea, “ciencia total”, cosa conforme con el carácter atribuido al Odín de las sagas nórdicas, el cual se convierte en tuerto y permanece colgado de los pies a una rama de árbol para adquirir el don de la doble visión. Además la raíz germánica wut presenta una extraña analogía con la palabra inglesa wood, bosque”[11].
Así pues conociendo la profunda etimología de druida, no es de extrañar que dentro de esta “Gnosis” céltica, la observación de los árboles y del bosque que les procuraban alimento, útiles para la caza, calor, en definitiva, mejoras para la vida material, al mismo tiempo les sirviese como lugar de encuentro con otros seres mitológicos (hadas, xacias, trolls, duendes, elfos ...) y por supuesto de retiro y encuentro con uno mismo, como ser inteligente, eficaz y atento en la acción y en la contemplación, de procurar esa visión y reencuentro del Hombre Primordial.
Dentro de las tradiciones de nuestra Europa, hay muchos árboles que son guarida y madriguera de hadas, gnomos, etc. Y los árboles preferidos por las hadas son el endrino, el avellano, el saúco, el roble… “estos árboles se ven frecuentados por criaturas elementales y extrañas, sobre todo si están entrelazados; dos espinos y un saúco forman una combinación singularmente peligrosa. Igualmente ocurre con el roble, el fresno y el espino. Aunque parezca extraño, no obstante, una ramita de cada uno atadas con hilo rojo es un hechizo protector contra los espíritus maléficos y hostiles. Sin embargo, en general, hay que precaverse de los árboles de las hadas porque están ferozmente protegidos. Como ocurre con las cosas feéricas, se han de recibir los beneficios con precaución”[12].
Dentro de la tradición céltica, hay un mito engarzado en un poema atribuido al bardo Taliesin: El Combate de los Árboles (Cad Goddeu), según el cual un tal Gwyddyon salva a los bretones de una catástrofe convirtiéndolos en árboles para así poder combatir a sus enemigos. Esta transformación también se repite en el relato irlandés de La batalla de Mag Tured, así como en el relato de la muerte del héroe CuChulainn: “Los árboles que andan y combaten, ¿no son la representación simbólica, imaginaria, de la utilización de la energía vegetal?”[13] Continua J.Markale al respecto de la etimología del Gwyddyon galés: “...uno de los poemas del Edda escandinavo nos describe a Odín colgado de un árbol (ritual chamánico que volvemos a encontrar en la Irlanda pagana) y liberándose por la fuerza de las runas que suscita. Wotan-Odín es el dios del Saber, el dios mago por excelencia, que no deja de hacernos pensar en Gwyddyon, hijo de la diosa Dôn, héroe de la cuarta rama del Mabinogi galés. Ahora bien, el nombre de Gwyddyon, si remite a una raíz gwid que significa “ciencia” (bretón-armoricano gwiziek,”sabio”), puede también provenir de la raíz del vidu galo, en el sentido de árbol (convertido en coit en galés-medio antes de adoptar la forma coed). Si Odín-Wotan y Gwyddyon están ligados a la vez a la idea de ciencia y árbol, siendo como son verdaderos dioses-druidas, no es inverosímil suponer que el nombre de los druidas pueda tener esa misma ambivalencia. Las relaciones entre la ciencia, sobre todo la ciencia religiosa o mágica, y los árboles, no tienen nada que pueda extrañarnos. El mito fundamental del Árbol del Conocimiento impregna las tradiciones de todos los pueblos. Y si los druidas son los muy sabios, son también los “hombres del Árbol”, los que ofician y enseñan en los claros sagrados, en medio de los bosques”[14].
Es sabido que los celtas no utilizaron la escritura, para preservar su Tradición y su Saber, pero según el mito, el dios Ogmios (u Ogmé) ser bien dotado para las palabras y para la poesía inventó el ogham para demostrar su ingenio y así sus palabras fuesen entendidas por los que deben de “comprender”, alejando así sus palabras de los rústicos. Así pues fue legado el alfabeto ogham, para “memorizar” y para inscribir en las piedras hitas. Cada trazo tiene una correspondencia con una letra (sonido, el poder de la palabra) y con un árbol. “La primera vez que se utilizó el ogham fue para enviar una advertencia a Lugh, hijo de Ethliu, diciendo: “Te quitarán a tu mujer, y se la llevarán al país de las hadas, o a otro país, si no la guarda el abedul. Además, por eso la primera letra del ogham, la b de beith (abedul) es la primera de todas, porque el ogham se escribió por primera vez sobre abedul” [15].
Los santuarios célticos estaban por lo general en medio de los bosques, en el nemeton (claro del bosque, lugar de intercambio sagrado, centro del mundo) y por lo que se sabe, anualmente los druidas se reunían en el bosque de los Carnutos. “No es gratuito que el nemeton se halle en plena naturaleza, con frecuencia en medio de una selva. La relación del druida con el bosque es evidente: el nombre de los druidas (dru-wides) y el del bosque (vidu) están relacionados. El conocimiento y el bosque se ponen simbólicamente en paralelo. Pero quizá sólo simbólicamente: el hecho de escribir, o más bien grabar, encantamientos rituales sobre trozos de madera hace pasar el símbolo al terreno práctico. El tejo, el avellano, el serbal y el roble son árboles druídicos, utilizados por los druidas. El tejo, cuyos frutos son venenosos, recibe particulares honores. Los druidas y los fili de Irlanda graban sus hechizos sobre una ramita de tejo... Para las operaciones mágicas, los druidas y los fili se sirven de madera de avellano y de serbal. El roble, “representación visible de la divinidad”, según Máximo de Tiro (Disertaciones, VIII, 8) que atribuye esa creencia a los celtas, es en cualquier caso símbolo de ciencia y de poder, y es el soporte del muérdago. En cuanto al manzano, es más que nunca el “árbol de la ciencia del bien y del mal”: es el árbol de la isla de Avallon o de Emain Ablach, y la manzana es el fruto de inmortalidad, de conocimiento y de sabiduría” [16].
Diversos topónimos europeos recogen la palabra nemeton: así pues en Francia, el topónimo Nanterre viene del céltico Nemetodunum; en Inglaterra tenemos Vernemeton; en Escocia otro ejemplo es Medionemeton.
Queda claro que el santuario céltico por excelencia es el nemeton, ese centro, que también tiene un árbol en el centro de esa claridad sagrada y celeste, como símbolo de Axis Mundi (Eje del Mundo) que por lo general está situado en el medio del bosque, aunque no necesariamente, pues también puede estar el nemeton situado en la cumbre de una montaña o bien en una isla, como el caso del Monte Saint-Michel, entre Normandía y Bretaña. Aquí en la península celtibérica, también tenemos nemeton. Veamos a continuación algunos casos al respecto de la pervivencia de cultos relacionados con el árbol: “... donde se retiró san Millán a meditar... en la linde septentrional de la Celtiberia (en Manjarrés, La Rioja) se siguieron practicando durante largo tiempo cultos y rituales mágicos en un prado situado al sudeste del pueblo –un auténtico nemeton por estar rodeado completamente de enormes robles-, lo que vino provocando la condena sistemática de los párrocos del lugar. De otro lado, en diversas localidades de los alrededores de Nájera existía la costumbre de situar imágenes de la virgen en oquedades de los troncos de los árboles, lo que denota una forma clara de cristianización de cultos mucho más antiguos. La virgen del Monasterio de Valvanera (localizado en un monte) apareció, según la tradición, en un tronco de árbol, siendo encontrada por unos pastorcillos. También en la Rioja, el monte Toloño (Tulonius) –que fue objeto sagrado en la Antigüedad- albergó un monasterio dedicado a Santa María de Toloño y una ermita a Santiago, como puso de manifiesto Mª Lourdes Albertos; muchos otros ejemplos, en este sentido, pueden ser rastreados en obras como la del padre Faci, en numerosas tradiciones orales, etc.”[17] Y desde la Rioja hasta la antigua Gallaecia, igualmente podemos ver las objeciones y prohibiciones que los prelados cristianos hacían a la población pagana : “El canon LXXIII del II Concilio de Braga (572 d.C.) condenó taxativamente a los que cubrían con laurel –planta de carácter profiláctico- los tejados de sus casas o, en su defecto, colocaban ramas de árboles; el canon LXXIV del mismo Concilio condenaba también la recogida de hierbas para encantamientos. Por su parte, el canon XI del XII Concilio de Toledo condena los ritos de los veneradores de piedras, fuentes y árboles y prohibe rigurosamente encender antorchas junto a ellos, prohibición también planteada por San Martín Dumiense (De castig. Rusticorum., XVI ) ; las mismas condenas son plasmadas en el canon II del XVI Concilio de Toledo”. Todos estos sínodos aluden también a la magia y a la adivinación, así como San Martín Dumiense cuando dice: Divinationes et auguria et dies idolum observare, quid est nisi cultura diaboli?... et alia diaboli signa per avicellos et stornutos et per alia multa adtenditi [18]”. En Galiza, en la aldea de Sta. Mariña de Augas Santas, encontramos otro ejemplo de culto al árbol, junto con la piedra y el agua. En este lugar, el “espacio sagrado” donde se manifiesta la fuerza telúrica de la Tierra (Agua y Piedra), igualmente se repite el arquetipo de la confluencia de la Tierra con el Cielo (Árbol, en este caso roble). Este “espacio sagrado” posee una cripta cristiana, donde antes hubo un lugar de cremación céltico (“forno”, “pedra formosa”). Más que curioso el lugar, quizás un lugar de iniciación en la Antigüedad.
Se dice que la inmortalidad era lo que ofrecía el árbol de la isla de Avallon, según cuenta la leyenda. Procurábase dicha inmortalidad a aquellos que eran audaces, que sabían cómo recoger dichas manzanas del color del oro e igualmente cómo comerlas. Justamente dentro de las tradiciones semitas, el comer del manzano es curiosamente lo antagónico dentro de las tradiciones indoeuropeas. Así pues para nosotros es punto de reencuentro entre lo visible y lo invisible, de la no-dualidad, mientras que a Adán y Eva esto les aconteció y se les pasó por alto, y claro, ellos encontraron la fatal dualidad... ya conocemos el resto de la historia y esa falacia del “pecado original”.
Los druidas elaboraban, según se cree, una infusión a base de muérdago. Recogían dicha planta en unas condiciones muy especiales con sus hoces de oro, vestidos de blanco en el sexto día lunar. El muérdago crece principalmente en el roble, y así a través de esta planta tomaban el “agua de roble”, tomando así la energía de dicho árbol, con fines terapéuticos o mágicos podríamos decir, puesto que este “agua de roble” sería la esencia de la divinidad. Podríamos ir más allá según apunta J.Markale, este “agua de roble” sería una especie de comunión entre los druidas, entre la verdadera naturaleza de cada uno y el Universo.
La figura de Merlín, también tiene relación con los árboles, pues además de ser conocido como excelente mago, vidente y profeta, aparte se le ha denominado como “El Loco del Bosque”, el Hombre Salvaje que vive en plena soledad del bosque, habitando al pie de un árbol y hablando con toda clase de animales. Este “loco” del bosque es aquel que ha recuperado su Memoria, es el Ser Primordial que entiende el lenguaje de los animales porque conoce su Verdadera Naturaleza. Merlín curiosamente es quien incita a los caballeros del rey Arturo ha emprender la búsqueda del Grial, pues él es, “quien conoce el secreto del nemeton”. Asevera J. Markale que “todo ser humano es un druida en potencia y todo druida se nutre simbólicamente con la savia del roble, a saber, con el misterioso brebaje que se halla en el fondo de la copa que denominamos Grial... la sabiduría, es decir, el conocimiento; y la visión espiritual se adquiere en contacto con el árbol, en el bosque, en un trance sutil que sigue necesariamente un ritmo ternario bajo la mirada de un Merlín, el Loco del Bosque”[19].
Dentro de la antigua tradición irlandesa, a los árboles se les clasificaba bajo diferentes categorías y la ley condenaba a multas y castigos según que clase de árbol se tratase, según se cortase o dañase:
Árboles jefes: roble, avellano, acebo, manzano, fresno, tejo, abeto.
Árboles campesinos: aliso, sauce, abedul, olmo, espino, álamo, morera.
Arbustos: endrino, saúco, madreselva, cerezo silvestre, boj.
Hierbas: aulaga, brezo, retama, mimbre, juncos.[20]
Dentro de la tradición galesa, el manzano es especialmente venerado y a los ojos de esta etnia, hoy en día, la destrucción de un pomar es considerado como un acto de sacrilegio.
Ya se ha citado antes al tejo y merece una especial atención dentro del mundo céltico. Hemos observado la importancia del roble, pero el tejo siempre ha sido un árbol venerado por su “magia” particular. Con ramas de tejo los antiguos celtas peninsulares preparaban sus flechas y de todos es sabido hoy en día que este árbol es venenoso. Bajo su protección, los clanes se reunían para tomar decisiones en sus asambleas y esta vieja costumbre llega en forma de eco hasta nuestros días. En tierras galaicas, concretamente en las tierras bravas de las montañas del Courel y de Ancares, hasta el siglo pasado, los tejos (“teijos” en gallego) de cada aldea eran orgullo de sus paisanos, habiendo competiciones y “podas nocturnas” para ver que aldea era mejor “protegida” por la magia del “teijo”. También en el norte de la península, esta vez en tierras cántabras, concretamente en el espectacular y bellísimo desfiladero de la Hermida, a la entrada del valle de Liébana, está una de las iglesias más bellas que jamás he visto. Pues bien, en esta iglesia llena de triskeles y discos solares, Santa María de Lebeña, justo a su lado hay un tejo, que según cuentan los lugareños y su leyenda, tiene más de mil quinientos años y que siempre fue el cobijo y lugar de asamblea de los vecinos.
Dentro de la tradición céltica -y en general dentro del mundo indoeuropeo- son conocidos los árboles oraculares -(el árbol del nemeton; el fresno Yggdrasill, como veremos un poco más adelante)- árboles que ofrecen protección, vigor y salud. Todos estos árboles están ligados a una deidad concreta y según la fuerza de esa deidad, ese árbol dentro de un ritual chamánico era puente para conseguir aquello que el individuo precisaba. De estos árboles tenemos constancia en los cuatro condados de Irlanda, por ejemplo los robles de Ross, de Mugna, de Tortu y de Datha. Otros son el Merlin´s Oak de Camarthen en Gales, el Murtenlinde de Fribourg en Suiza, el Brampton Oak en Cumbria . A continuación tenéis el poema medieval irlandés “Druim Suithe”, dedicado al ya citado roble de Ross, que destaca por esta especial sensibilidad céltica al famoso y oracular árbol del Leinster:
“Tree of Ross:
A king´s wheel,
A prince´s rigth,
A wave´s noise,
Best of criatures:
A straigh, firm tree.
A firm, strong god,
Door of Heaven,
Strength of a building,
The good of a crew,
A wood-pure man,
Full-great bounty,
The Trinity´s mighty one,
A measure´s hours,
A mother´s god,
Mary´s Son,
A fruitful sea,
Beauty´s honour,
A mind´s lord, Diadem of angels,
Shout of the world,
Banba´s renown,
Might of Victory,
Judgement of origin,
Judicial doom,
Faggot of sages,
Noblest of trees,
Glory of Leinster,
Dearest of bushes,
A bear´s defence,
Vigour of life,
Spell of knowledge,
Tree of Ross.” [21]
Ya hemos visto de pasada dentro del mundo céltico algunas referencias en torno al tema que estamos tratando con el mundo germano-nórdico. Ahora es su turno:
El Irminsul para los germanos, el Yggdrasill para los nórdicos, tal como hemos visto anteriormente entre los pueblos célticos, es un símbolo de Eje del Mundo, que dentro del recinto sagrado del nemeton, este Arbol cósmico (sin nombre para los celtas) es por donde el buscador del Conocimiento debe “introducirse” y tomar conciencia de su misión. Esto es lo que nos relatan las Eddas, en el Hamaval (Discurso del Altísimo), lo que hace Odín para conseguir el secreto de las runas. Y de nuevo aquí, curiosamente, al igual que con la escritura oghámica, las runas germánicas (como fórmulas de poder de Conocimiento y de Adivinación), están relacionadas con el árbol.
El fresno Yggdrasil, centro del mundo, es el lugar donde los dioses tienen su tribunal. Así no lo relata la Edda: “Este fresno es el mayor y mejor de todos los árboles; sus ramas se extienden por todos los mundos y llegan más allá del cielo. Sujetan el árbol tres raíces que se extienden dilatadamente; uno llega donde los Ases, y otra donde los gigantes del hielo, donde en tiempos antiguos estuvo el Ginnungagap; y la tercera está sobre el Niflheim, y bajo esta raíz está Hvergelmir; Nídhögg mordisquea las raíces. Y bajo la raíz que va hacia los gigantes del hielo está la fuente de Mimir, y en ella están ocultas la sabiduría y el conocimiento; Mimir se llama el dueño de esa fuente y está lleno de ciencia porque bebe de la fuente en el Gjallarhorn. Allí fue Allförd (nombre de Odín) y pidió que le dejara beber de la fuente, pero no lo consiguió hasta que dejó su ojo en prenda”[22]. Y prosigue que junto a esta fuente “la tercera raíz del fresno está en el cielo y bajo esta raíz hay una fuente muy sagrada que se llama fuente de Urd (del pasado); allí tienen los dioses su tribunal”.
Las representaciones de este Arbol Cósmico, eje de la vida para los antiguos germanos ha tenido múltiples representaciones artísticas, siendo de destacar la existente en los Extersteine. Curiosamente dentro de la heráldica el Irminsul o Yggdrasil se ha perpetuado más estilizado dentro de la flor de Lys. Leamos a continuación la interpretación de una mujer -conocedora del mundo tradicional y sus símbolos- donde lo explica clara y concisamente: “La significación profunda del antiguo Irminsul, Eje del Mundo, no es, en el fondo, muy diferente del de la Cruz desligada de toda mitología cristiana, es decir de la historia del suplicio de Jesús, considerado como un hecho en el tiempo. La punta del venerable símbolo germánico señala a la Estrella Polar, que representa el Uno o principio supremo, y sus ramas curvadas sostienen el círculo del Zodíaco, símbolo del Ciclo de la manifestación, moviéndose alrededor de su centro inmóvil. En algunas muy antiguas iglesias alemanas, existen “crucifixiones” en las cuales la cruz tiene los brazos curvos del Irminsul “pagano” –sugiriendo la fusión de las dos religiones en su simbolismo más elevado y más universal. Por otra parte –según el profesor von Moth, de Detmold- la Flor de Lys, ligada, como se sabe, a la idea de poder real o imperial, sería, en cuanto a su forma, una réplica estilizada del Irminsul, o “Pilar del Todo”, que tiene como ella una significación polar y axial. En efecto, todo poder legítimo viene de lo Alto”[23].
Los vikingos en Irlanda, “reutilizaron” los nemeton, estos “espacios sagrados” célticos. Y así pues tenemos constancia que en el siglo XI, el rey irlandés Brian Boru, ordenó la destrucción de un nemeton cercano a Dublín, dedicado al dios Thor, tarea que les llevó un mes.[24]
En nuestros días, algunos pocos trovadores y poetas con conciencia del legado de los ancestros y de su herencia siguen cantando a nuestra Tradición -simbolizada en la noble figura del roble- y denunciando la pérdida de la Memoria indoeuropea por causa de la invasión de esas ideas alóctonas de las “religiones del Libro”, simbolizadas en este caso por la zarza mosaica y el espino cristiano. He aquí un pequeño ejemplo:
“Nuestros reyes murieron, o fueron asesinados
por la vieja tradición en el vado.
Nuestros bardos perecieron, expulsados de los salones
De los nobles con la zarza y el espino.
Nosotros fuimos en las leyendas criados,
Calentando nuestras manos en el rojo pasado.
Los grandes ante nuestra suelta rabia se espantaron,
Adheridos obstinadamente a nuestro orgulloso árbol”[25].
Ahora es el turno de las tradiciones griegas y romanas. Dentro de la leyenda del nacimiento de Roma, el árbol también tiene su importancia, puesto que bajo la higuera Ruminal, se refugian los gemelos Rómulo y Remo antes de ser amamantados por la loba. “...en la antigua lengua latina ruminus, referido a Júpiter, designaba su atributo de “aquel que alimenta”- al símbolo general del Arbol de la Vida y de la alimentación sobrenatural que el mismo da”[26]. Y esta analogía de la higuera como árbol portador de Conocimiento la hemos visto anteriormente entre las páginas del Bhagavad-Gitâ.
Dentro de la tradición romana - a semejanza de sus “enemigos” los celtas- cada árbol tenía su función y su propio simbolismo y significado. Así pues dentro de “La Eneida” del poeta Virgilio, podemos rastrear algunos datos más que curiosos:
Las coronas de ramas fúnebres, las guirnaldas que se colocaban a los muertos en la pira funeraria, eran de ciprés[27]. De ahí que hasta el día de hoy, el ciprés sea el árbol que por su perfecta verticalidad, tocando el cielo, acompañe a los muertos en los campos santos.
El laurel, es quizás dentro de Grecia y Roma, el árbol más venerado y sagrado por excelencia. Sus ramas estaban dedicadas a Apolo, y era costumbre dentro de las familias patricias el tener un laurel en el patio interior de sus moradas [28]. Con el laurel se ofrecían libaciones y se preparaban coronas para adornar la cabeza de los héroes y atletas. A todos nos viene ahora a la mente la bella imagen del César coronado con laurel o la del atleta olímpico. Otras plantas consagradas a Apolo eran el mirto y la palmera.
El olivo, árbol mediterráneo por excelencia, estaba consagrado a Palas Atenea--Minerva, la diosa del Conocimiento. Las ramas de olivo eran empleadas en la Antigüedad grecorromana como símbolo de Paz [29]. Esto se debe a la leyenda de la fundación de Atenas, ciudad de la que fue protectora la hija favorita de nuestro Padre Todopoderoso. Poseidón y Atenea se disputaban la posesión del Ática. Aquél que ofreciese los mejores regalos a la ciudad, pasaría a convertirse en su dueño y protector. Poseidón sobre la cima del Acrópolis golpeó una roca y de ella surgió el primer caballo. Otros dicen que se produjo un manantial de sal. Pero cuando le llegó el turno a Atenea, ésta golpeó en el suelo su lanza y ofreció un olivo en símbolo de Paz. Los dioses, jueces y humanos aceptaron el regalo de Atenea y en muestra de gratitud, le llamaron a la ciudad Atenas, cuna de las artes y del intelecto.
La rama del olivo feliz junto con el rocío servían para purificar a los héroes[30]. Del olivo se extrae el aceite, que en la Antigüedad servía –entre otras aplicaciones y usos- para dar luz en la noche y ese poder iluminador, esa naturaleza ígnea no es sino la luz de Dios Creador[31].
Un dios menor, Fauno (Luperco o Pan), habitante de los bosques junto con ninfas –por ejemplo la ninfa de Roma Egeria, diosa de las fuentes y relacionada con el culto de Diana de los bosques en Nemi, Aricia tenía consagrado el acebuche, “ ...de amargas hojas, consagrado a Fauno, árbol desde tiempo inmemorial venerable para los marineros, donde salvados de las olas solían clavar ofrendas y colgar sus ropas prometidas al dios laurente”[32]. El dios Fauno, tenía unas fiestas en su honor llamadas Lupercales, donde su oráculo era digno de consideración y también donde el mítico lobo tenía su parte de protagonismo.
Al Padre Todopoderoso, a Zeus-Júpiter, estaban consagrados muchos bosques donde poder encontrar la rama dorada. El roble profético de Dodona consagrado a Zeus era para los griegos especialmente considerado.
Dentro de los trabajos iniciáticos de Hércules, concretamente dentro de su undécima labor, consistía en traer de las Hespérides las manzanas de oro. Y en el viaje iniciático de los Argonautas, Jasón debía de conseguir el vellocino de oro colgado sobre un roble sagrado. Estos son bellos pasajes para descubrirlos... el simbolismo mineral –oro- y vegetal -manzana, rama- son representaciones del fruto del “Arbol de la Vida”, algo a lo que ya se ha ido aludiendo constantemente dentro de este artículo.
El significado del cetro como símbolo de poder regio, también está relacionado con la “verticalidad” del árbol y se nos revela en la obra de Virgilio: “Como este cetro (pues casualmente llevaba el cetro en la mano derecha) jamás echará ramas de ligera fronda ni sombras, desde el punto y hora que cortado de la mismísima raíz en las selvas está privado de madre, y ha perdido las hojas y las ramas con el acero, ahora las manos del orfebre lo han engastado en el bronce decorativo, y lo han dado a los padres latinos para que lo lleven”[33].
Los antiguos romanos se lamentaban del exceso de urbanismo, algo que acabaría rompiendo con el entorno natural que los rodeaba, el contacto con el bosque... y es que el bosque es de gran importancia dentro de la tradición romana. ¿Qué pensarían si viesen estas feas y deformes ciudades “verticales” tan en boga en estos tiempos que se asemejan a nichos de cementerio, frente a lo natural que son las urbes “horizontales”, donde construcción y naturaleza conviven armónicamente, donde hogar y entorno invitan a integración entre Ser creado y Creación?
Dentro de las tradiciones europeas, existe la costumbre en tierras galesas, germanas, galaicas, andaluzas, valencianas, irlandesas... de la celebración del retorno de la primavera, que se reflejan en el folklore con los Polos de Mayo en Alemania, Os Maios en Galiza o las Cruces de Mayo en Andalucíay Valencia. El retorno de la luz es celebrado en diversas partes de nuestra gran Europa, la nostalgia del retorno de la Vida y del Sol, de su poder fertilizador y fecundo sigue siendo un recuerdo vivido y palpable de ese Árbol de la Vida- Eje Cielo y Tierra, que alimenta a todos los seres y que les invita a gozar.
El bosque en la Edad Media en Europa se convirtió en refugio y lugar de introspección para los eremitas cristianos, y en la literatura como lugar de encuentro para los amantes, como Tristán e Iseo, Ginebra y Lanzarote. El propio san Bernardo dijo que “los bosques te enseñarán más que los libros. Los árboles y las rocas te enseñarán cosas que no aprenderás de los maestros de la ciencia”. Y así fue, a lo largo y ancho de Europa, los eremitas habitaron los bosques, alejándose de los hombres para así en soledad -en el silencio del murmullo del bosque- encontrar a Dios.
Para concluir esta pequeña aportación a la comprensión del árbol y del bosque como símbolos de nuestra memoria indoeuropea, no podemos concluir sin citar a lo que ha sido relegado el legado de los ancestros y sus mitos, encerrados entre los árboles, en el bosque - lugar de iniciación de Sigfried y de Artur- donde hadas, elfos, gnomos, xacias, cuelebres, ogros, enanos, trasgos, trolls... esos seres que pertenecen al mundo de los elementos, ese mundo feérico que todavía sabe donde está el nemeton, donde está el bosque de Broceliande, pero que solo el humano tiene misión de descubrir para descubrirse, ya que “Hay una palabra que resume todo este mundo fantástico de los pueblos del Norte. Basta pronunciarla con los ojos cerrados para ver, con la mirada interior, todos esos encantamientos y esas razas de espíritus invisibles, con su dulce poesía de novela de caballeros o de cuento infantil, con su fresco colorido de gótico tapiz, para escuchar historias de ensueño con música de juglares, con notas de viola y de zanfona, como las que tocan los ángeles en las catedrales. Esta palabra es Broceliande... Broceliande es una selva primitiva, un bosque, una floresta nórdica que un tiempo ocupó gran parte de la Armórica, una floresta encantada... Broceliande es el paralelo nórdico y occidental de la India de Alejandro y de Aristóteles, de la India, patria de lo increíble, del milagro natural y de la magia, donde la noche de los tiempos emerge con todas sus seductoras y tremendas apariciones... La India es Broceliande en el Oriente y en el Sur, Broceliande es la India en el Oeste y en el Norte. En Broceliande y en la India colocaron los hombres de espíritu lo que no podían poner en otra parte... Broceliande es el refugio, el lugar a donde fueron obligados a replegarse, donde fueron arrinconados los espíritus de la mitología céltica y de la mitología germánica, el lugar donde sobreviven los seres del mito y de la leyenda”[34].
Federico Traspedra
[1] “El árbol”, artículo de Vicente Risco, en Obras Completas, vol.5, pág. 185, Ed.Galaxia, Vigo 1994.
[2] Artículo de la revista Próximo Milenio nº47 (mayo 1997) “Por qué el Bosque es el Todo” de José Javier Esparza.
[3] Artículo de la revista Identidad y Diversidad nº5 (Samhain1998) “El Árbol en la Cultura Europea” de Juan Carlos Arroyo González.
[4] Celtic Sacred Landscapes de Nigel Pennick. Ed. Thames &Hudson. Nueva York 1996. Pág.24
[5] René Guènon tiene varios escritos dedicados al estudio simbólico del árbol desde una perspectiva metafísica a lo largo de diversas tradiciones como la cristiana (Árbol de la Ciencia del bien y del mal), hindú (Vanàspati), avéstica (Haoma), hebrea (Zarza ardiente y el cabalístico Zohar, el árbol sefirótico)... que se pueden consultar en:
El simbolismo de la Cruz, capítulo IX “El Arbol del medio” y capítulo XXV “El Árbol y la Serpiente”, así como en Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, cap. LI “El Árbol del Mundo”, cap.LII “El Árbol y el Vajra” y cap.LIII “El Arbol de Vida y la Inmortalidad”.
[6] Bhagavad-Gîta(La Canción del Señor). Ed. Edhasa. Introducción, notas y traducción de Francisco Rodríguez Adrados. Barcelona, 1988.
[7] “el Buddha magnífico”, “el gran Buddha, lleno de amor”. Extraído del artículo “Parsifal y la Vía del Buda” de Antonio Medrano, en la revista Cielo y Tierra nº9, Arbor Mundi/Integral Ediciones Otoño 1984.
[8] Dentro del rico mundo espiritual hindú, cada árbol tiene una función simbólica que está ahí para que el ser humano pueda comprender todo aquello que le rodea. Para profundizar sobre este tema, ver, El Árbol de la Vida, de autores varios, en la Ed. Kairós, Barcelona, 2002.
[9] Ver el capítulo “The Celtic Tree of Life” de su libro Celtic Art. The Methods of Construction, George Bain, Ed. Constable London, Londres 1995.
[10]Revista de la Eglise Druidique des Gaules Le Druidisme. Rites et Religion, nº21, 1991, pág. 122.
[11] Las Tres Espirales (Meditación sobre la espiritualidad céltica) de Jean Markale. José J. Olañeta, Editor. 1997, Palma de Mallorca. Pág.78-79
[12] Hadas de Brian Froud y Alan Lee. Ed. Montena S.A. Madrid, 1983
[13] Druidas (Tradiciones y dioses de los Celtas) de Jean Markale. Ed Taurus-Alfaguara, Madrid 1989, pág. 156
[14] Druidas Op. cit. Pág.25
[15] La Tradición Celta de Caitlín Matthews. Edaf, Madrid 1992, pág.91
[16]Druidas Op. cit. Pág.-151.
[17] Dioses, Ética y Ritos. Aproximaciones para una comprensión de la religiosidad entre los pueblos celtibéricos de Gabriel Sopeña Genzor. Prensas Universitarias de Zaragoza. 1986. Pág. 58-59.
[18] Op. cit. Gabriel Sopeña, pág.59
[19] Tres Espirales Op. Cit. pág. 101.
[20] La Tradición Celta Op. Cit. pág.90
[21] Op. cit. Nigel Pennick. Pág. 28.
[22] Textos Mitológicos de las Eddas de Snorri Sturluson. Miraguano Ediciones, Madrid 1987. Pág.29
[23] Memorias y Reflexiones de una mujer aria de Savitri Dêvi. Colección Excálibur. Vol.XVI. Primavera 1989.
[24] Op. cit. Nigel Pennick, pág 25.
[25] Fragmento del Poema “La historia de Gales”, de R.S.Thomas. Extraído de Los grandes mitos celtas y su influencia en la literatura de Ramón Sainero. Edicomunicación S.A. Barcelona, 1988. Pág. 210
[26] Rebelión contra el mundo moderno de Julius Evola. Ediciones Heracles, Buenos Aires 1994. Pág.339
[27] La Eneida de Virgilio. Círculo de Lectores, Barcelona 1981. Libro Cuarto, pág.148
[28] Op. cit. Libro Séptimo, pág. 231
[29] Op. cit. Libro Séptimo, pág.235
[30] Op. cit. Libro Sexto, pág.200
[31] “El Árbol del Mundo” de René Guènon. En Símbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada. Ed.Eudeba, Buenos Aires 1988. Pág.334
[32] Op. cit. Libro Duodécimo, pág.415.
[33] Op. cit. Libro Duodécimo, pág. 349
[34] Mitología Cristiana de Vicente Risco. Obras Completas Vol. 6. Ed. Galaxia. Vigo 194, pág. 381-382.