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Identidad y Tradición

¿Es posible un nuevo modelo económico?

¿Es posible un nuevo modelo económico?

La economía lo invade todo; está en todas partes: En nuestra vida diaria, en el deporte, en la televisión, en los espec­táculos, en Internet; existe incluso una «economía doméstica» que invade nues­tros hogares. Prácticamente todos los aspectos de la vida moderna, están salpi­cados por la economía. Casi cualquier actuación de orden social (política o no) puede tener implicaciones económicas; de modo que nos vemos en la necesidad, nosotros también de dar una somera visión de nuestro punto de vista con respecto a la economía.

Hemos de decir que, aunque la base fundamental de nuestra oposición al sistema no es de orden económico (como la mayoría de los movimientos llamados anti globalización) sino etno-cultural, sí que reconocemos que sin independencia económica, no es posible la independencia política ni cultural. Por eso, aunque los identitarios, no centra­mos nuestra contestación al sistema en la mayor o menor justicia de este mode­lo económico, sí denunciamos que es este modelo económico la principal tra­ba para la libertad y la autonomía de los pueblos.

También nos preocupa el conformis­mo que suscitan los temas económicos en la mayor parte de nuestros compatrio­tas. Por simple desconocimiento de la realidad del sistema, aceptamos como verdaderos o inevitables, hechos y fenó­menos económicos que no resisten un análisis un poco detallado.

Por poner algunos ejemplos y sin entrar por el momento en detalles, acep­tamos con toda naturalidad fenómenos como la inflación, los intereses o los impuestos, como si de la lluvia, de la sequía o de la gravedad se tratara cuan­do esto dista mucho de ser así. Nadie se asombra cuando ve en el telediario al ministro de economía decir con toda naturalidad que «debido a las circuns­tancias del mercado, la inflación este año será del tres por ciento». Esto tradu­cido al cristiano, significa que cada euro (la misma pieza de metal que el año pasado, exactamente igual) valdrá tres céntimos menos.

Si el mismo individuo (el ministro de turno) saliera a explicar que debido a las circunstancias bla, bla, bla.., el próximo año, el centímetro medirá siete milíme­tros, nadie daría crédito a sus oídos; y sin embargo, en ambos casos (inflación de la moneda o acortamiento mágico del centímetro) lo que se está diciendo es lo mismo: se está alterando arbitrariamente un patrón de medida (la moneda) con el único propósito recaudar alegalmente un tres por ciento de nuestros ahorros.

Por último, creemos necesario, rom­per uno de los pilares que sostienen el sistema económico actual: la confianza; o mejor dicho, el abuso de confianza. El ciudadano medio, entrega sus ahorros a la custodia del banco confiando en que su dinero está a buen recaudo. El banco presta diez veces más dinero del que tiene, confiando en que el cliente no retirará más que un diez por ciento de sus ahorros de una vez (por cierto que el banco presta dinero a sus clientes con­fiando en que éstos lo devolverán, pero se asegura obligando al cliente a suscri­bir una hipoteca o a presentar un aval por si las moscas)

Al ciudadano de a pie, le gusta dor­mir tranquilo y prefiere confiar en que los expertos en macroeconomía saben lo que hacen, y que el barco de la econo­mía nacional está pilotado por manos firmes y seguras. Y sin embargo, el bar­co va más bien a la deriva. De los llama­dos «expertos» en macroeconomía, se puede decir lo mismo que dice el chiste de los meteorólogos: que lo malo es que no siempre se equivocan.

En efecto. Macroeconomístas y me­teorólogos, se encuentran en una situa­ción similar; ambos se enfrentan a un sistema tan complejo, con tantas varia­bles, que emitir una predicción más allá de unas pocas horas y de un espacio muy localizado, es una osadía. No se sabe muy bien por qué, una subida de un par de grados en el Ártico, puede provo­car inundaciones en la costa de Méjico. De igual forma, una revuelta en una república caucásica de nombre impro­nunciable puede provocar que se dispare el precio de los carburantes, suban es­pectacularmente las bolsas, y, como se dice en lenguaje macroeconómico, se forme una de no te menees.

La gente piensa que en manos de los expertos, el sistema está bien dirigido; el «yo no entiendo de eso» y el «cuando ellos lo dicen será porque es así», es la actitud más común entre la ciudadanía. Sin embargo, personalmente, cuando veo en la televisión al ministro de eco­nomía intentando explicar las razones del último desastre, no sé por qué, le veo cara de estar manteniendo el equilibrio sobre un balón de playa.

La moneda.

No podíamos hablar, naturalmente de economía, sin hablar de la moneda. No vamos a hacer una historia de la mo­neda, desde la semilla de cacao al euro, ni vamos a meternos en disquisiciones filosóficas o morales respecto a la nece­sidad de la moneda. La moneda existe y existe porque es necesaria. Lo que sí que vamos a hacer, porque es un tema funda­mental para este artículo, es dar una definición clara de la moneda: la mone­da es una unidad de medida conven­cional, para calcular equivalencias entre el valor de las diferentes mer­cancías. Quédese el lector con esta defi­nición, porque es vital para la tesis que sostendremos más adelante: la inflación no sólo no es un mal necesario e inevita­ble, sino que es un fenómeno provoca­do; para «desinflar» nuestros bolsillos e «inflar» los de los magnates; quizás por eso la llamen «inflación». Por ahora lo importante es que se quede el lector con esto: la moneda es una unidad de medi­da exactamente igual que el litro, el kilo o el metro; y al igual que el kilo, el litro o el metro, necesita ser un patrón estable para cumplir con su función. De igual forma que ni los kilos adelgazan ni los metros encogen, las unidades monetarias tampoco deberían ser susceptibles de cambio.

En un principio, la moneda tenía un valor intrínseco; una pieza de oro, valía el oro que contenía. Cuando hicieron falta más monedas que el oro que había disponible, se comenzó a acuñar mone­das aleando el oro con otros metales, o rebajando su peso pero manteniendo el valor nominal; se habían inventado así los fenómenos «inflacionistas». Cuando, por la evolución del mercado, la mone­da con valor intrínseco resultó incómoda e insuficiente, se comenzó a imprimir billetes con respaldo en oro; es decir, se pasó a la moneda con valor simbólico (un papel no vale nada, pero que tiene un equivalente en oro guardado en algu­na parte). Es el caso por ejemplo de los antiguos billetes de mil pesetas en los que se leía: «El Banco de España pagará al portador MIL pesetas», ignoro si al­gún crédulo fue o no alguna vez al Ban­co de España con la intención de retirar sus mil pesetas-oro; pero si lo hubiera hecho, no lo hubiera conseguido, porque para cuando esos billetes dejaron de circular, el Banco de España no tenía ni por asomo la cantidad de pesetas oro necesaria para respaldar los billetes en circulación[1]. Tras el patrón oro, se pasó al patrón dólar. Ya que no tenemos sufi­ciente oro para respaldar nuestra moneda, tendremos una reserva equivalente de dólares, y que sea el dólar la moneda convertible en oro. Este paso se dio al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero la solución sólo duró hasta 1971; desde entonces, la moneda ya no tiene valor intrínseco ni valor simbólico; ya sólo tiene valor fantasma. De todas for­mas, hoy por hoy, la moneda digamos física (monedas y billetes) no representa más que un diez por ciento del dinero en circulación; el resto (cheques, dinero electrónico, transferencias, anotaciones en cuentas, etc.) es dinero creado por la banca. A esto volveremos más adelante.

Antes de continuar, y a riesgo de caer en herejía, quisiéramos hacer un inciso más sobre la moneda: el dinero no vale nada en sí mismo. Corno ya hemos explicado, ni el papel moneda, ni mucho menos los activos bancarios, tienen ningún valor por sí solos ni repre­sentan nada más que una unidad de me­dida. Un coche, un televisor o una galli­na, tienen algún valor concreto, sirven para algo y se pueden usar, prestar o intercambiar. El dinero no. Una chaque­ta abriga, un coche nos transporta, una gallina pone huevos, un tractor sirve para trabajar la tierra. El dinero ni abri­ga, ni alimenta, ni pone huevos[2], ni trabaja la tierra; en sí mismo es inútil. Sólo sirve como unidad de medida del valor de las cosas; como medio de inter­cambio; pero nada más.

Economía real y economía finan­ciera.

Existe una economía real, la que maneja y más o menos entiende el ciu­dadano; y una economía ficticia llamada economía financiera, la de los balances, movimientos y operaciones bursátiles, que es completamente inasequible al ciudadano.

La economía real, crea riqueza, per­mite el intercambio fluido de mercancías y en definitiva, cumple más o menos bien con las funciones propias de la eco­nomía. En cuanto a la economía finan­ciera, se basa totalmente en la especula­ción; en movimientos de fondos de in­versión y de acciones que nada tienen que ver con el valor real de las empresas a las que representan.

Lo malo de que coexistan estas dos economías, es que la economía financie­ra, vampiriza a la economía real provo­cando los desequilibrios clásicos del mercado. La economía financiera, es un globo sobre inflado, que carece de nin­guna base de riqueza real, de forma que ha de expoliar a la economía real para convertir los «castillos en el aire» que crea, en activos de verdad.

Según Maurice Aliáis, premio Nobel de Economía en el año 1988, cada día, pasan de una mano a otra nada menos que 420.000 millones de dólares; lo que contrasta con las necesidades reales del mercado que son de 12.400 millones. Es este flujo de dinero «fantasma», el que crea las grandes fortunas, y el culpa­ble del desequilibrio de la economía real.

Los prestidigitadores de la economía financiera, ocultan sus manejos tras un lenguaje oscuro y farragoso, un lenguaje que ni el pueblo ni los políticos com­prenden, y que tras activos y balances, productos financieros y tendencias de los mercados, esconden un imperio que el pueblo no entiende y del que por tanto no puede descubrir la falsedad.

Pero lo cierto es que, al final, aquello que es de sentido común es comprensi­ble por la generalidad de las personas con un mínimo de cultura; y lo que cual­quiera entiende es que a un movimiento de capitales, le tiene que acompañar siempre un movimiento de mercancías o servicios equivalente; y si no, es que algo raro pasa. Tal divorcio entre econo­mía real y economía financiera, digan lo que digan, no es normal. Cuando el noventa por ciento (y no me lo invento) de los movimientos financieros que cada día se producen en el mundo no corresponde a una transacción real (entendiendo por ésta una compra-venta de mercancías o una prestación de servi­cios) es que algo muy raro pasa.

No es ningún secreto, por ejemplo, que la mayor parte de los países subdesarrollados, en los que la población inclu­so padece hambre, son grandes exporta­dores de algunos productos (a veces, como en el caso de Brasil, hasta de pro­ductos alimenticios) Esto nos desvela un grave divorcio entre la economía finan­ciera, que interesa al sistema estimular en esos países, y la economía real que queda desatendida, pese a que es la eco­nomía real la que da de comer a la po­blación. Este expolio que bajo el eufe­mismo de «cooperación internacional» se lleva a cabo en los países del llamado Tercer Mundo, es una de las causas de la

extrema pobreza de estos países. SÍ se les permitiera volver a una economía de subsistencia; que ciertamente no hace multimillonarios pero tampoco guerras, y asegura una alimentación suficiente a la población, podría en unos años erradi­carse el hambre en dichos países.

Es notorio cómo los magos de las finanzas, que lo saben todo de valores y balances, de activos y de capitales; no tienen ni idea de producción ni de em­pleo.

¿Y todo esto a que lleva? Pues a que, como decía un conocido slogan de los años 80, no es que el sistema esté en crisis; es que la crisis es el sistema.

La economía financiera, se convierte en causa de crisis permanente para la economía real; por la sencilla razón de que le impide cumplir con su función normal de servicio a la sociedad. La gran economía, se ha divorciado de la realidad dejándose arrastrar por una lo­cura de activos y porcentajes, de subidas y bajadas que nada tienen que ver con la economía real y la capacidad para pro­ducir riqueza.

La banca.

No podíamos hacer un artículo sobre economía, sin tocar uno de los pilares centrales del sistema: la banca.

El público piensa que la banca admi­te dinero abriendo cuentas corrientes o de ahorro, pagando por este dinero un interés, y que más tarde, presta este di­nero a un interés más alto. El beneficio de la banca, según cree el común de los mortales, proviene de la diferencia entre el interés que paga y el interés que co­bra. Lo que gran parte del público igno­ra, es que la banca presta no sólo el di­nero que tiene, sino que de hecho, crea dinero de la nada para prestarlo después; es lo que en economía se conoce como «factor de multiplicación bancario» y que obliga a la banca a tener en depósi­to, sólo el diez por ciento del dinero que presta; o lo que es lo mismo; por cada cien euros que tiene el banco en reali­dad, puede prestar hasta mil basándose en que como máximo el diez por ciento de las operaciones de sus clientes es harán en metálico; el resto se realizarán de forma electrónica o a través de che­ques.

Lo grave de este «factor de multipli­cación bancario», no es que la banca preste un dinero que no es suyo, ni que preste un dinero que ni siquiera tiene; tampoco que la banca preste un dinero que ni siquiera existe; lo grave de todo esto son los efectos inflacionarios que este dinero inventado produce sobre el dinero real; porque dado que el dinero «imaginario» credo por la banca se com­porta como moneda de verdad, de hecho, devalúa la moneda real, precisa­mente porque pone en circulación más dinero del que debería haber.

No nos vamos a extender en los en­tresijos del negocio bancario, porque no es el objetivo del presente artículo; pero sí en sus implicaciones más preocupan­tes. Ya hemos apuntado la de la devalua­ción de la moneda real, pero ésta no es la única ni la más grave. El tema se complica, cuando entran en juego los bancos centrales.

Los bancos centrales, son, por decir­lo de alguna forma, los bancos de los bancos. Ejercen una función de control sobre los bancos; pero ejercen también otra función: son los bancos del Estado. Un error en el que se encuentra la mayor parte de la ciudadanía, es pensar que los bancos centrales son organismos estata­les, cuando en realidad se trata de em­presas privadas. El banco de España, funciona con total independencia del gobierno desde el 1 de enero de 1991; es decir, que el Estado ha abdicado de cual­quier control sobre la emisión de mone­da en beneficio de entidades privadas; de forma que sin ningún control sobre la circulación de moneda, el Estado carece de cualquier capacidad para actuar sobre temas tan cruciales como la economía y el empleo de los que tanto discuten los políticos.

Con todo lo dicho, ya irá imaginando el lector, hacia donde cae el poder real en el sistema liberal-capitalista; El Esta­do, pide el dinero que necesita para sus presupuestos al banco central, quien se lo presta a interés. Al conceder el crédito al estado, el banco central pone en cir­culación dinero ficticio (no monedas y billetes) agravando el proceso inflacio­nario. El Estado, para reducir la infla­ción (cantidad de dinero en circulación que no corresponde a bienes reales) ha de poner en marcha toda una serie de mecanismos (aumento de tipos de inte­rés, aumento de reservas obligatorias, impuestos, bonos del estado, etc.) que tienen repercusiones indirectas en diver­sas variables económicas (precios, em­pleo, inversiones, etc.) sobre las que a menudo no tiene control (aquí nos en­contramos de nuevo, al bueno del minis­tro intentando mantener el equilibrio sobre el balón de playa económico).

Pero no acaba aquí la cosa: La banca asume la mayor parte de la financiación de los partidos políticos; es decir, que controla el sistema electoral. Según el tribunal de cuentas, el PSOE debía en 1999 a la banca 56.454.111 euros; el PP 15.772.186; el PNV 14.182.613; Iz­quierda Unida 9.795.291; CiU, 4.160.512; ERC, 5.617.271...,[3] y así podríamos seguir. Con lo dicho, no nos extraña que el tema del control y la creación del dinero, nunca aparezca en los programas electorales de los partidos políticos. Ahora ya puede apostar quién ganará las próximas elecciones: ¡Las ganará la banca!

Así es y así será mientras que el mo­delo económico, permita que los poderes fácticos se sobrepongan a los legales. De esta forma los poderes fácticos mantie­nen sus privilegios independientemente de quien haya en el gobierno; porque por supuesto, el sistema capitalista no permitirá jamás que un poder opuesto a sus intereses alcance una cuota de poder respetable. Y aunque lo lograra, dado que el país está ya hipotecado a la deuda pública, poco podría hacer un espacio como España frente al poder de la banca internacional. Los espacios geopolíticos de los Estados-Nación europeos han de ser superados; son demasiado grandes para una economía doméstica y dema­siado pequeños para enfrentarse a la finanza internacional. Sólo un espacio común europeo haría posible librar al pueblo del interés del dinero. Todos los manuales de economía financiera, explican estos procesos bancarios con detalle. Lo sorprendente (o no) es que ninguno de ellos entre a valorar la dudosa morali­dad de los manejos del sistema bancario.

 

El sistema y la cultura.

Lo mismo podemos decir del mundo de la cultura. Agencias de noticias, cade­nas de televisión, productoras de cine, editoriales; todas necesitan recurrir a la banca para desarrollar sus negocios y en consecuencia todas carecen de indepen­dencia real. La cultura hoy por hoy está pues al servicio del sistema.

Se promueven debates, se permiten ciertas «disidencias» todo para dar una impresión de libertad; de diversidad de opiniones; Pero al igual que ocurre en la política, la libertad no consiste en poder elegir entre un abanico más o menos amplio de opciones; la verdadera liber­tad radica en poder crear opciones nue­vas; y eso es lo que no se permite desde el sistema.

Constantemente, la opinión pública está sometida a un sofocante bombardeo de ideas que anulan la capacidad de libre decisión. La libertad de opinión, pasa por el derecho a la no manipulación; pero los medios de comunicación, están diseñados para bombardear al público con una serie de «ideas fuerza» con el objetivo de crear opinión favorable, con­senso y aprobación.

No se puede tomar en serio un deba­te, por ejemplo, en e¡ que de entrada ya se sabe quién es «el malo» antes de que acabe la rueda de presentaciones. No se puede hablar de libertad de opinión cuando diariamente se transmite al público la idea de que ciertas opiniones son nocivas o equivocadas; cuando en cuanto algún personaje opina diferente se le echan encima y/o desaparece de las pantallas por una larga, larguísima tem­porada.

Los medios de comunicación de ma­sas no son sino un instrumento de adoc­trinamiento al servicio del sistema.

 

¿Es posible un modelo económico diferente?

 

A nadie se le escapa que el hecho de que el Estado tenga que pedir prestados los fondos para sus presupuestos, supo­ne un modelo necesariamente inflacio­nario. Los expertos en economía, se llevan las manos a la cabeza siempre que se les propone que, en lugar de tener que pedir crédito tras crédito, el control de la creación de moneda, vuelva al Es­tado; que sea el Estado quien directa­mente cree los fondos que necesita en lugar de pedirlos al banco central. Inme­diatamente los expertos señalan que dicho modelo sería altamente inflaciona­rio. No vamos a negar, que el Estado, al poner en circulación más dinero, pudiera provocar una baja del valor del que ya existe en circulación; pero dado que no tendría que abonar ningún interés por ese dinero, el modelo de control estatal de la moneda, sería menos inflacionario que el actual, por lo menos en el mon­tante de los intereses que genera el dine­ro bancario.

Por otra parte, si, como hemos dicho anteriormente, la moneda no es más que una unidad de medida, su valor no tiene necesariamente que depender de la can­tidad de dinero existente siempre que esta cantidad no se aleje mucho de la riqueza total de la nación; que es lo que la moneda representa (o debería repre­sentar).

El valor de la moneda, no tiene por qué ser fluctuante, como no lo es la lon­gitud del centímetro o el peso del kilo, siempre que no se convierta la moneda en una mercancía susceptible ella misma de compra y venta,

La capacidad de creación de moneda ha de volver al Estado y SÓLO al Esta­do. Ni los bancos centrales ni la banca privada (aunque no olvidemos que los bancos centrales también son banca pri­vada) deben tener capacidad para crear moneda ni para multiplicar créditos. Si todo el dinero que va a parar a la banca

por medio de la creación artificial de dinero, fuese a parar al Estado, no serían necesarios los impuestos ni directos ni indirectos.

La única posibilidad de que el mons­truo del mammonismo no devore la li­bertad; la única posibilidad de una de­mocracia real, pasa por el control estric­to de la creación de moneda; pues es la creación de moneda, un poder muy su­perior a los estados y a los ejércitos. Control e igualdad en la financiación privada de los partidos; transparencia en las cuentas de los partidos y de quienes ocupen cargos públicos antes y después de su mandato; igualdad en el uso de la publicidad pública y privada son condi­ciones indispensables para sanear nues­tro sistema electoral.

Para conseguir una sociedad más justa, es necesario proteger el derecho al trabajo pero también el derecho al con­sumo, protegiendo los precios de las burbujas financieras; derecho al consu­mo significa derecho a disponer del di­nero suficiente para pagar lo necesario para una existencia digna. Proteger el derecho al consumo significa también, proteger el valor de la moneda de las fluctuaciones de inflación - deflación.

Cada cambio político, cada guerra en un país remoto, afecta a las bolsas de todo el mundo casi siempre a la baja. «El dinero es asustadizo», nos advierten cada vez que algo se mueve en el mun­do. Hay mucho de amenaza en esta fra­se. La estrategia del sistema es fomentar la idea de que todo va bien; o en todo caso va lo mejor que puede ir; y que cualquier veleidad de cambio, puede arrastrarnos a una crisis de proporciones bíblicas que traiga a nuestros hogares el paro y la miseria. Éste es el mensaje que nos llega a diario de forma sutil; «no toques nada; el equilibrio económico es muy frágil y cualquier aventura de cam­bio nos puede llevar a la ruina». Este mensaje, tan cómodo para el sistema, provoca en la población una situación de conformismo en la que el pueblo prefie­re proteger con su silencio sus pequeños ahorros mientras otros ganan miles de millones a costa suya. No nos engañe­mos, sólo una crisis lo suficientemente fuerte, es capaz de despertar los bolsi­llos, si no las conciencias, de los ciuda­danos, y que éstos apuesten decidida­mente por un cambio en el sistema.

Y sin embargo, la superación de las crisis no puede venir sino de un cambio radical del sistema político y económico. Un sistema no puede ser al mismo tiem­po causa y solución de sus problemas. El capitalismo no puede generar desde dentro la solución a las crisis y a las injusticias, porque él mismo ES la causa de tales crisis y de tales injusticias. Para operar los cambios necesarios, el capita­lismo debería dejar de ser lo que es; en cuyo caso el sistema resultante sería un sistema diferente regido por normas diferentes; pero del actual estado de las cosas, con las regías del juego vigentes, es imposible superar la crisis del capita­lismo.

 

¿Qué nos ha pasado?

El sistema corrupto y corruptor, ha sembrado la codicia en el corazón de los europeos. Trabajamos más y más horas para ganar más y mantener un nivel de vida elevado. Nos pasamos horas vigi­lando la evolución de las acciones o de los fondos donde hemos invertido nues­tros ahorros. Invertimos cada vez más tiempo haciendo cábalas sobre cómo sacarle más rentabilidad a nuestro dine­ro, sin percatarnos de que por muy bien que lo hagamos, el banco siempre lo hará mejor; y que por mucho que gane­mos de los intereses, el interés del dine­ro, a la larga nos gana siempre más a nosotros vía inflación, impuestos e hipo­tecas. ¿No se ha parado a pensar alguna vez si no saldría Vd. ganando si su dine­ro no diera intereses pero tampoco los «cobrase»? ¿Si no existiera la rentabili­dad pero tampoco la usura, los impues­tos ni la inflación?[4]

¿Qué nos ha pasado? La avaricia lo invade todo en nuestro mundo en ruinas. Trabajamos cada vez más y más y con­sumimos cada vez más y más; ambas cosas compulsivamente, irracionalmen­te.

En la Antigüedad, los hombres li­bres, guerreaban, conquistaban, filosofa­ban, gobernaban, investigaban, creaban, construían, se reunían, se dedicaban a las artes o a la cultura, a la ciencia, a la religión o al deporte, pero todo sin áni­mo de lucro. El hombre clásico, distin­guía perfectamente entre el ocio y el negocio; y el primero era indudablemen­te, indiscutiblemente superior al segun­do (claro que el ocio de los antiguos nada tenía que ver con las pobres dis­tracciones del pequeño burgués actual).

En la actualidad, los avances de la técnica permiten mantener una econo­mía saludable sin que todos los ciudada­nos se dediquen a la producción; y sin que lo hagan en jornadas de 40 horas. Jornadas de 20 ó 30 horas, son hoy más que suficientes para producir todo lo necesario para una sociedad moderna pero equilibrada. Una mentalidad que valore el espíritu humano, el arte, la cultura y el contacto con el medio natu­ral por encima del necio «ganar, ganar y ganar» nos liberaría del círculo vicioso producir - consumir - producir en el que estamos inmersos. Es posible que así la población tuviera menos posesiones: pero desde luego, no sería pobre; y sobre todo, no sería espiritualmente pobre. Es un hecho, que a medida que ha «progresado» la civilización, las necesi­dades han crecido y en la misma propor­ción ha disminuido el tiempo disponible para disfrutar del supuestamente mejor nivel de vida. Ni la capacidad humana, ni el medio natural pueden soportar un sistema de necesidades siempre crecien­tes. ¿Qué ocurrirá si continúa así el nivel de progresión? Quizás lleguemos al ab­surdo de un sistema de necesidades ma­teriales infinitas y de pobreza espiritual y social infinita también. ¿Seremos ca­paces de detener esta loca rueda, o se alzarán en el futuro altares al beneficio y será el mammonismo la religión oficial en el triste Occidente del futuro?

 

Europae



[1] De hecho, de los últimos billetes de mil pesetas que circularon antes de la entrada en vigor del euro, había desapa­recido como por arte de magia la famosa frasecita.

 

[2] Para los ilusos que crean que el dinero bien invertido «pone» intereses, más adelante le demostraremos que el interés bancario es un engañabobos con el que la banca no llega ni siquiera a paliar la inflación que sus operaciones provocan. Diariamente caemos en el engaño de: «te pongo dos caramelos en el bolsillo izquierdo y, aprovechando el descuido te saco tres del derecho».

 

[3] Nótese cómo el paralelismo entre la deuda y los votos que suele conseguir cada partido, es casi exacto.

 

[4] . El tan conocido argumento oficial de que es necesario pagar impuestos para construir carreteras, escuelas y hos­pitales, es absolutamente falaz. Los im­puestos se emplean en pagar la deuda, y son hijos de esa deuda. Después de más de 30 años de IRPF, si los impuestos se dedicaran a lo que dice el gobierno, no sabríamos qué hacer con tantos hospita­les, carreteras y escuelas.

 

El enigma capitalista

El enigma capitalista

Recuerdo que en mis tiempos de universitario, los catedráticos de cualquier tendencia política hablaban del señor Marx con un tono siempre apologético y casi de santidad. Uno, que por naturaleza era algo curiosillo, muy desconfiando y bastante rebelde, decidió por cuenta y riesgo propios adentrarse en los mundos nirvánicos de la mencionada santidad de los barbudos y así fue cómo empecé a leer El Capital. Nunca terminé de leerlo. De hecho sólo conozco un ser humano que ha sido capaz de tal proeza.  Me acuerdo que, a medida que avanzaba en la soporífera lectura, iba en aumento mi grado de estupefacción. Me habían explicado que ese libro tenía todas las claves para conocer y explicar el capitalismo. Pero una vez puesto en faena, constaté que las dudas del principio persistían a lo largo de sus cientos de páginas. El mamotrético libro de la suprema santidad de los acólitos de Tréveris, sólo me proporcionaba decepciones. Pues decepcionante es abrir el libro de las supuestas fórmulas que todo lo resuelven  y no hallar ninguna respuesta a tus interrogantes. El libro en cuestión se pierde en una interminable retahíla de ejemplos descriptivos que a nada conducen. Pero de todo lo expuesto por el santo padre de la supuesta economía alternativa, no hay un sola clave de cuál es la raíz del problema capitalista. El barbudo sólo insiste, obsesivamente, en un punto: la plusvalía ¡pues vale! ¡Vale!, y ¿qué más es el capitalismo?, ¿dónde está su matriz?, ¿dónde su esencia originaria? Preguntas que no son contestadas y ni siquiera planteadas.

No había respuesta a mis interrogantes. La religión del hijo de Tréveris nada me había resuelto. Y no dejaba de estar sorprendido de que al mentado santo se le atribuyeran tantas virtudes, aportando tan pocas respuestas.

Pasaron los años y un día adquirí  El enigma capitalista, de un desconocido señor, que respondía al nombre de Joaquín Bochaca. Caballero desconocido para la multitud, sin barbas, sin pretensiones de ninguna santidad, sin ribetes de aspirar a crear ninguna religión, pero certero, muy certero en sus conclusiones. Supongo que por esto ha pasado desapercibido. La lectura de ese poco conocido libro fuer para mí una revelación, un impacto. En 123 páginas, contestaba todo lo que el prominente barbudo no había ni tan siquiera intuido en centenares y centenares de hojas.

A veces lo difícil, no es saber las cosas sino saberlas explicar fácilmente. Lo complicado de los conocimientos no es adquirirlos sino, muchas veces, saberlos transmitir de manera asequible pero sin desnaturalizarlos. De la sabiduría lo difícil es la pedagogía. La virtud del libro del señor Bochaca es que supo hacer claro, sencillo y evidente, aquello que es muy complejo. Es, sin duda, el mejor estudio que existe sobre qué es el capitalismo.

Con un lenguaje asequible a todos los públicos, con los ejemplos justos y necesarios y sin perderse en una innecesaria exhibición de conocimientos, va directo a la sustancia del problema. Desde la primera página ha cogido el toro por los cuernos. Y empieza a dar respuestas, una detrás de otra, a todas las dudas que, durante años, habían barruntado por mi, entonces joven, mente.

¿Qué es el capitalismo? ¿Cuál es su verdadera base? ¿Cuál es su auténtica esencia? La respuesta es tan elemental que tal ver por eso pasa desapercibida: el dinero. Curiosamente el barbudo de Tréveris, no dedica ni una sola palabra no al origen, ni a la importancia de quienes controlan en dinero, ni al mundo de la banca. ¿Cómo se puede pretender analizar el capitalismo, sin haber estudiado de dónde sale el dinero, quién lo crea y por qué lo crea? No deja de sorprendernos este preocupante desconocimiento del barbudo. Pero prosigamos…

La clave es el dinero. Pero ese dinero es de propiedad privada. ¿Sorprendente? Sí, pero tan cierto como que el sol sale todas las mañanas. Todas las grandes entidades financieras del mundo, empezando por la Reserva Federal de los EE.UU son privadas. Quien tiene la potestad de ordenar la creación del dinero, es quien tiene el verdadero control de la savia de la economía. Sobre esta savia, y en un segundo círculo, se crearán los bancos, los empréstitos, las hipotecas, las transacciones, las grandes operaciones financieras y un largo etc. Quien tiene el control del dinero, controla este segundo círculo que, convencionalmente llamamos economía, y quien controla la economía, controlará la política: quien controla el dinero, la economía yl apolítica, es el amo del mundo e impone sus criterios. Así de simple.

Puesto ante esta evidencia ponernos a habla de burguesía, superestructura, macroeconomía, plusvalía, propiedad privada de los medios de producción, lucha de clases y similares, es puro bla, bla, bla… Una cortina de humo.

Es de sentido común que los amos del dinero  serán una minoría, un grupo reducidísimo de familias. Una verdadera elite del dinero.

Esta elite, estos verdaderos amos y señores del mundo, tienen en sus manos todos los resortes de la sociedad, absolutamente todos. Nada se les puede escapar pues sin ellos (más exactamente el dinero) nada funciona, nada es viable, en las actuales circunstancias. Por tanto ellos deciden el momento oportuno (oportuno para sus intereses, evidentemente) de las crisis, de las recuperaciones económicas, de las pérdidas de poder adquisitivo, de las deudas, de las inflaciones, de las ficción del patrón Oro, de la carta blanca otorgada a la baca, de qué países son de primera, segunda o tercera división y un largo etc.

Estos amos del dinero han perseguido desde el primer momento un único y prioritario objetico; la subversión del orden económico natural:

Este orden económico natural, se ha basado siempre en cinco premisas esenciales:

 

1)      La moneda es un instrumento de medida y cambio y no una mercancía (1)

2)      “La riqueza de una nación reside en el trabajo y la cultura de sus habitantes” (2)

3)      “Lo primero, lo esencial, es la agricultura y no sólo desde un punto de vista primario, existencial sino espiritual. La agricultura significa la asociación de los hombres con su tierra natal; es la vida misma de los pueblos y aldeas, es la raigambre a la que pertenecemos” (3)

4)      “Si la agricultura es imprescindible para existir, es decir, para sobrevivir, la industria lo es para vivir, materialmente hablando, y para llevar a cabo una gran política, si queremos referirnos al aspecto total, es decir, político de la nación” (4)

5)      “La finalidad del comercio exterior consiste en importar de otros países lo que no puede producirse –o se produce demasiado caro- en el propio, y exportar al extranjero los propios excedentes que allí se pueden necesitar” (5)

La consciente subversión de este esquema natural, ha tenido dos objetivos básicos

Romper el esquema de las sociedades europeas que, gracias a la agricultura, aún conservaban un cierto sentido de identidad y un cierto aire de espiritualidad.

Simple, lisa y llanamente, conseguir los mayores beneficios posibles en el menor tiempo posible.

La demolición de la economía natural ha sido sustituida por la prostitución de la economía ante la fianza (6). El modelo resultante es el actual: alta política financiera en todo su esplendor. De esta realidad han derivado todos los restantes problemas e incertidumbres.

Hecha la anatomía del capitalismo, el auto se dispone a darle al lector las indicaciones de cuáles pueden ser las soluciones (7). Cualquier posible solución pasa, evidentemente, por restablecer el orden económico natural y para este fin es imprescindible restablecer el control estatal del dinero. Una vez dado este paso se ha de crear un nuevo patrón económico que tenga como equivalente el trabajo, y finalmente la “admisión del principio de que la máquina debe quitar trabajo al hombre, y realizándolo de la mejor, más  rápida y más barata manera posible” (8). Operativamente el Estado creará una “hipoteca económica” sobre las capacidades, recursos, diseños, producción, potencialidades y habilidades de todo tipo que tenga la nación, en cualquiera de sus facetas. Es decir, se emitirá dinero sobre la capacidad real que tiene un pueblo para crear cosas reales, para crear una riqueza real. Es una economía ajustada a la realidad natural de los recursos y capacitaciones laborales de una sociedad. Y si queremos mantener el equilibrio económico en las relaciones exteriores, entonces se tiene que ajustar al principio del intercambio. Resumiendo: el trabajo genera riqueza y esta riqueza devenga en el que trabaja y todo ello garantizado por el interés del propio Estado. Esto es una economía real y natural. La actual es una economía virtual y que se sostiene casi de milagro, ya que no tiene ninguna sólida base, todo es ficticio.

Otro aspecto a tener muy en consideración en esta nueva economía, ha de ser la prohibición total de cualquier forma de usura o especulación (especialmente en productos de alimentación, ropa y otros productos que el Estado pueda considerar de interés prioritario), la existencia de una propiedad privada limitada y responsable, y la desaparición del mayor número posible de intermediarios, especialmente en los productos de primera necesidad. Este último paso facilitaría la congelación de la inflación. Los bancos volverían a su función natural; guardar los ahorros de sus imponentes.

El señor Bochaca (9) siempre ha dejado muy claro que cualquier alternativa económica nacida en el propio sistema, no es una alternativa creíble.  Cualquier pretendida alternativa que no aborde, prioritariamente, el problema de quién es el amo del dinero, tampoco es creíble. Los males del actual modelo económico, sólo se pueden resolver actuando sobre la auténtica esencia de todo el entramado y retornándole a la economía su codificación de instrumento diseñado para ayudar al correcto funcionamiento de una sociedad y nunca para someterla a la tiranía del dinero

 

Claudi Abril

 

  1. J. Bochaca El enigma capitalista, Barcelona 1977, p. 3
  2. 2.       Ídem
  3. Ob. Cit, p. 51. El autor en esta reflexión sigue el mismo orden de ideas que Napoleón ya expuso en su tiempo.
  4. 4.       Ídem
  5. 5.       Ídem
  6. Ob. Cit, pp. 56-68
  7. Ob. Cit, pp.101-123
  8. Ob. Cit, p.103
  9. En su libro ya citado o en La Finanza y el poder y en muchos otros artículos conferencias y entrevista personales.

 

 

 

Por el redimensionamiento de la función económica.

Por el redimensionamiento de la función económica.

«Reducción a la sola dimensión económica de las  finalidades sociales y políticas, característica de las ideologías occidentales». Es la primera definición de «economismo» que da Guillaume Faye en su libro, Porquoi nous combatons, obra de obligada referencia y punto de partida de toda reflexión identitaria . Esta anomalía es la consecuencia de un proceso cuyo inicio sitúa Warner Sombart en el Renacimiento y que no es otra cosa que la subversión de las funciones típicas de las sociedades tradicionales indoeuropeas, en las que la función productiva estaba subordinada a la función militar y en última instancia a la función soberana, función que unía indefectiblemente lo espiritual, lo soberano, lo político y el principio de justicia.

Este proceso de alteración de las funciones dará origen al liberalismo, al capitalismo y al marxismo, distintas versiones de una misma y perversa anomalía, de una misma «inversión de valores». Pero el proceso de primacía y dictadura de lo económico, está en un momento de cambio radical del que pocos son conscientes. La estructura actual del capitalismo está en proceso de mutación radical, que nuevamente pone es descrédito la teoría marxista de la acumulación del capital. En contra de esta teoría, el capital está perdiendo todo su poder, pasando éste a una nueva clase tecnocrática de los altos dirigentes de empresa y gestores financieros, conocidos e interconectados entre ellos, y auténticos dueños del poder mundial.

Tradicionalmente el capital era el propietario de las empresas y sus dirigentes meros agentes de este capital, en la nueva realidad estos dirigentes se convierten en los verdaderos propietarios y el capital se convierte en un medio mas de producción con un coste medible y exigible.

El caso extremo de este nuevo capitalismo es el desaforado crecimiento de los fondos de «private equity» que permiten unas recompensas inusitadas a estos gestores, a cambio siempre de unos resultados de acuerdo a la planificación. En teoría en tres o cuatro operaciones (15 a 20 años) un gestor puede sin aportación alguna de capital convertirse en el dueño de una gran empresa. El nuevo grupo de «gestores» entre los que fluye la información, se convierte en el dueño de las grandes empresas a nivel mundial, incluyendo el control de los grandes fondos de inversión, en los que tampoco son necesariamente dueños del capital, pero sí del poder que da ese capital, el ejemplo del «gestor» George Soros es por todos conocido.

Esta tendencia acelerada al oligopolio anónimo, viene acompañada de una reconversión de las grandes empresas multinacionales. De ser empresa «cerradas» capaces de producir productos a gran escala, el nuevo modelo macroempresarial es cada vez de mayores dimensiones pero de una grandísima especialización, cada gran corporación llega a controlar hasta el 40% del producto en el que se ha especializado, pero esta especialización hace necesaria su interconexión con el resto de macroempresas ultraespecializadas en otros productos, todas ellas diseminadas por todo el globo terráqueo. La nueva estructura empresarial del mercado mundial.

Frente a esta realidad es más necesaria que nunca una respuesta que implique no una reforma sino un cambio del paradigma económico. Un redimensionamiento de la función productiva que esté de nuevo bajo el control de la función soberana –subordinación de lo económico a lo político– dentro de un esquema económico de grandes espacios autocentrados y autosuficientes. Frente al capitalismo liberal y mundialista, nuestro comunitarismo europeo y autárquico

Enrique Ravello

 

  

 

Costumbres hispánicas de la alta edad media.

Costumbres hispánicas de la alta edad media.

En el reino de Asturias, en el siglo IX aún hubo problemas religiosos y en zonas rurales (prácticamente todas) de Euskalherría y Pirineos no llegó el cristianismo hasta el siglo X. Los árabes llamaban a los vascos «adoradores del fuego», porque cuando trabaron contacto con ellos aún eran paganos. Se trataba de restos de paganismo popular romano mezclado con el paganismo indígena. Por ejemplo, en su obra De correctione rusticorum escrita a mediados del siglo VI, San Martín de Braga dice que en Galicia muchos campesinos no trabajaban los jueves, en honor al dios Júpiter ya que es el día consagrado a él, y sí lo hacían los domingos. También recoge la práctica popular de tirar piedras en los cruces de caminos en honor a Mercurio, y colocar imágenes del dios en dichos cruces. También recoge costumbres festivas como la de disfrazarse con máscaras de animales en las calendas de enero, cuando se celebraba el comienzo del año. Otras costumbres paganas (casi todas atestiguadas en la religiosidad pagana romana) que enumera son:

-Sacrificar un ave y rociar con su sangre la pared de una casa recién construida antes de que entren a habitarla.

 

-Colgar una rama de laurel en el marco de la puerta principal de la casa.

 

-Tirar comida y bebida al fuego antes de comer como ofrenda a los dioses protectores de la casa

 

-Colocar velas junto a árboles, fuentes o piedras sagradas (esta costumbre no es romana).

 

- Llevar comida a los muertos y comer encima de las sepulturas.

 

En el XII en el Concilio visigodo de Toledo el año 681, se ordena a los obispos y justicias que destruyan las piedras, árboles y fuentes sagrados (no sé cómo se destruye una fuente...) y se persiga a los idólatras.

 

San Valerio (630-695) cuando describe sus experiencias como abad de San Pedro de Montes, en el Bierzo, habla de reuniones nocturnas en los bosques en las que se cantaba y bailaba de forma inapropiada y de una ceremonia pagana que llevaban a cabo los lugareños en la cima de una montaña cerca de Astorga. 

 

Después de la invasión árabe, durante los inicios de la Reconquista he encontrado algunas menciones en las fuentes a pervivencias paganas:

 

El testamento del Rey asturiano Alfonso II el casto Testamentorum regis Adefonsi se conserva en la catedral de Oviedo y está fechado en el 812. Se trata de uno de los documentos más antiguos del reino asturiano y el primero en el que se nombra a Pelayo. Habla de él en estos términos: «De esta peste (la invasión musulmana) libraste con tu diestra, Cristo, a tu siervo Pelayo, el cual fue elevado a rango de príncipe y, luchando victoriosamente, abatió a los enemigos y defendió, vencedor, al pueblo cristiano y astur, dándoles gloria». El hecho de que diferencie entre cristianos y astures parece dejar claro que los astures en esa época no lo eran.

 

Otro indicio es la Iglesia de la Santa Cruz, construida sobre un dolmen cerca de Cangas de Onís ,donde según la lápida de consagración de la Iglesia, fechada en 737, está enterrado el Rey Favila (al que mató un oso). Se le llama iglesia de la Santa Cruz porque se supone que albergaba los restos de la cruz de madera que enarbolaba Pelayo en la batalla de Covadonga.

 

Pero lo curioso, aparte del hecho de que se construyese la iglesia sobre un dolmen (sepultura megalítica), es que en la inscripción de la lápida de consagración dice que la iglesia fue consagrada por el «Vate» Asterio, y los vates eran adivinadores en la Roma pagana.

 

 

Eduardo Núñez

El romanticismo ruso

El romanticismo ruso

El movimiento romántico ruso tendrá una espectacular repercusión en la literatura, en la formación de unas nuevas corrientes de pensamiento, en la estética, en la música y en la pintura de su país. La poesía será el gran galvanizador y aglutinador de todos los criterios románticos.

 

El siglo XIX puede considerarse la edad de oro de las letras rusas. Son cien años intensos y que técnicamente podemos dividir en cinco etapas:

1ª) 1790-1820: corriente prerromántica.

2ª) 1820-1840: Romanticismo.

3ª) 1840-1855: aparición de la escuela natural.

4ª) 1855-1880: Realismo.

5ª) 1880-1895: etapa de transición entre el Realismo y el Modernismo.

 

Esta fase dorada la podemos considerar iniciada con la época romántica. Los siguientes factores darán a las letras rusas una impronta superior, única y diferencial: la calidad técnica, la brillantez argumental, la capacidad de exprimir todas las potencialidades de una lengua, la forja de una literatura transmisora de una conciencia nacional, la recuperación del pasado, la elevación de la poesía a espejo del alma rusa y la presencia de un sentido de peculiaridad y de orgullo identitario.

 

Las primeras tendencias románticas llegarán de la mano de autores como M. N. Muraviov, N. M. Karamzín y I. I. Dmítriev. A ello le deberemos sumar la fuerte influencia alemana del movimiento Sturm und Drang.

 

El romanticismo ruso (del periodo 1800-1825), asoció lo propio y peculiar a la recuperación del antiguo espíritu de comunidad popular y esto se llevó a cabo a través de recuperar el mundo de las viejas mitologías eslavas y de todo aquel folklore que era portador de una substancial herencia histórica que, poco a poco, pasó a ser valorada como irrenunciable. La recuperación de cuentos y leyendas, pasaron a ser una bombona de oxígeno para la reactivación de ciertos valores que habían entrado en crisis. Todo ello se conjugó con una búsqueda intensa para intentar hallar cuáles eran las verdaderas esencias de su arte y su cultura. Este clima permitirá generar un elemento diferencial a todo el romanticismo europeo; el carácter optimista y, con él, la superación de la desesperación dramática y del sufrimiento universal. Tal vez, sin pretenderlo, los escritores rusos habían superado al cristianismo doliente y lastimero del que eran hijos. A partir de 1825-1830, se incorpora el elemento social que cobrará un protagonismo notable.

 

La poesía romántica rusa nace con El cementerio de la aldea, de V. A. Zhukovski. Pero este movimiento poético se especializará en la poesía épica, que será su verdadero estandarte y la prueba de madurez de las letras rusas. Esta épica es muy importante porque nace de la búsqueda del propio centro espiritual del ser ruso. Esta vía espiritual, lógicamente, fue trasladada al hombre, que tuvo que empezar a mirar en su interior para intentar hallar las respuestas personales al desafío del universo. En este sentido, tenemos que reconocer que no todos los autores lograron su objetivo. Igual que pasó en el resto de Europa, muchos se perdieron en el campo de lo sentimentaloide. Este inconveniente puede quedar, parcialmente, compensado con el hecho de que el orgullo y la dignidad, siempre acompañan a los grandes personajes que se crean por las plumas de estos inspirados románticos rusos. De este género épico, vale la pena citar El prisionero del Cáucaso, de Pushkin; El monje, de I. I. Kozlov; Voinarovski, de K. F. Ryléiev; Vladímir, de V. A. Zhukovski y La sirena y Riúrik, de K. N. Bátiushkov.

 

También el héroe romántico ruso tendrá algo de especial y diferente. Es un héroe que a diferencia de los héroes mitológicos y de muchos de los románticos, será un héroe próximo a las gentes, capaz de cosas y hechos asumibles por todos los lectores pero al mismo tiempo, siempre será un portador de valores eternos e indestructibles. Es el ejemplo a través del cual se intentaba reconquistar la dignidad colectiva y demostrar que todo héroe es, en sí mismo, un portador de valores espirituales.

 

El poeta V. A. Zhukovski (1783-1852), intuyó que el mundo se rige por una energía sutil, indefinible e inmaterializable[1]  y que el hombre, por extensión, tiene un mundo interior que es muy superior a cuanto pueda acontecer en su exterior.

 

Discípulo del anterior fue K. N. Bátiushkov (1787-1855), el gran perfeccionista de la lengua rusa y que consideró que el hombre era prisionero de una fuerza misteriosa que gobernaba la humanidad en todas las épocas. Esta fuerza conducía a una realidad cruel que no podía ser cambiada por ningún esfuerzo mental ni político. Sólo la vía espiritual podía dar respuestas «porque es la única que puede ser útil en todos los tiempos y para todos los casos». Fíjese el lector que estos poetas están rozando o intuyendo el concepto del Eterno Retorno y también han sabido percibir que la única vía de salida es la interior.

 

La poesía será, especialmente, mimada y elevada a la categoría de virtuosismo por los decembristas [2], que consideraron el acto de la creación poética como un hecho heroico y una aproximación al espíritu. Este grupo también cantó a la libertad y a las acciones viriles en sus poemas. Es útil retener nombres como K. F. Ryléiev (1795-1826), W. K. Küchelbecker (1797-1846) y A. A. Bestúzhev (1797-1837).

 

Liubomudry, es el nombre del grupo que creó el poeta D. V. Venevítinov (1805-1827) y que dará paso al romanticismo filosófico. S. P. Shevyriov (1806-1864), definió magistralmente el sentido de este grupo: «la naturaleza no sólo está íntimamente unida al ser humano, sino que parece existir, ante todo, para explicar al hombre. Los misterios de la naturaleza son también los misterios humanos». Para el príncipe Odóievski, el poeta es la expresión universal de la búsqueda de la verdad única. Por ello, el poeta se halla en perpetua armonía con los dioses, las musas, la naturaleza y la belleza.

 

A. S Jomiakov, en El consuelo, nos plantea el tema de la muerte. Nunca hay una muerte definitiva, siempre queda algo… y el poeta, filosófico, comprendió que él era el portador del pensamiento inmortal. La única vía para conquistar la verdadera Libertad. ¡Éste fue el auténtico sentido de todas sus poesías! La suma de todas las obras y poemas que han tocado el tema de la muerte, durante este periodo, confirma aquello que luego Unamuno supo sintetizar magistralmente: «Dios es el resultado del instinto de inmortalidad del hombre».

Dos últimos personajes pondrán punto y final a esta somera presentación del poco conocido  romanticismo ruso. En la figura de F. I. Tiútchev (1803-1873), tenemos a una de las cimas más altas de la poesía rusa, eslava y europea. Merece una reflexión profunda su Peregrino, pues por él transitan elementos sumamente interesantes para el discurso espiritual de la Tradición occidental. Finalmente, nos encontramos con A. S. Pushkin. Él ha representado los valores sólidos, la creación de versos que para siempre han acompañado el día  a día de los rusos, es el motor de expansión de la brillantísima prosa rusa del siglo XIX, es el herrero de la lingüística rusa. Ha sido y es, la referencia para muchas generaciones de escritores de todas las tendencias y de todos los países europeos. Curiosamente, sólo se apartó del romanticismo, en el momento en que fue capaz de penetrar una parte de la sabiduría que subyace en la obra de Shakespeare.

 

 

                                                        Adrià Solsona

 

 



[1] Los actuales estudiosos han hecho una lectura restrictiva y se han limitado a  hacer valoraciones psicológicas. Planteamiento que sólo consideramos aplicable a algunos de sus poemas. Pero en el conjunto de toda su obra se apunta hacia una percepción mucho más profunda de las cosas.

[2] Nombre asociado al pronunciamiento militar del 14 de diciembre de 1825.

 

Precisones sobre el «antislamismo»

Precisones sobre el «antislamismo»

Un término nuevo ha aparecido en el lenguaje político, su uso se ha extendido y hecho común a gentes de diversas procedencias ideológicas. Pero se ha extendido antes de haber sido definido y delimitado, por lo que su uso no siempre corresponde a una respuesta política concreta, sino que en repetidas ocasiones se habla de conceptos diferentes bajo la etiqueta de antiislamismo. Un problema de la polisemia. Llegados a este punto, nos vemos obligados a realizar ciertas precisiones sobre el concepto antiislamismo, con el que se califican concepciones del mundo y posturas políticas a menudo antitéticas e irreconciliables. En concreto hemos de señalar dos concepciones opuestas a las que normalmente se les califica de «antiislamistas», asimilándolas arbitrariamente en unos casos y siguiendo manifiestos interese manipuladores en otro. Es necesario hablar de un «antiislamismo identitario» frente a un «mundialismo antiislamista». Para los defensores de la identidad europea –y de la identidad de todos los pueblos del mundo– la presencia y el avance del Islam en Europa es un cuestión de vital importancia, a la que hay que oponerse por lo que supone de formas religiosas, de costumbres y de modos de vida ajenos a nuestra mentalidad europea, pero sobre todo, porque es el síntoma más evidente del avance demográfico de masas venidas del Tercer Mundo que se extienden e imponen numéricamente en toda Europa. El avance del islamismo en Europa es un síntoma de algo mucho más grave, que los europeos se ven presionados demográficamente por masas de no-europeos cuya vitalidad reproductiva amenaza nuestra propia existencia. Es decir es un problema demográfico, en el fondo un problema «étnico». Por su parte los defensores del modelo «liberal y universal» ven en el islamismo como el problema de una ideología opuesta a su concepción de igualitarismo monocolor y mundialista. El problema no es demográfico, pues para ellos los hombres son intercambiables y equivalente, sino de «conversión» ideológica. No ven en el islamismo una presión demográfica sino un voz discordante, por eso su solución es lo que ellos llaman, la «integración», es decir que esas masas alógenas se queden a vivir en nuestro suelo siempre que acepten los principios liberal-democráticos, entendidos como dogmas de validez universal. De un diagnóstico opuesto sólo pueden derivar soluciones inversas, para los identitarios la «integración» no es solución alguna, pues no creemos en el hombre universal regido por un patrón de conducta planetario, la solución no es otra que la repatriación de esas masas de inmigrantes a sus lugares de origen. Con esto llegamos al segundo punto problemático. Si para nosotros los identitarios, la solución es la repatriación no es menos cierto que tras esa repatriación reconocemos y apoyamos a los musulmanes a que se escojan y se rijan por el sistema político e ideológico que consideren más oportuno y conforme a su identidad e idiosincracia, que sea laico o islámico es una decisión que les corresponde a ellos como pueblos soberanos. Nada tenemos que decir los europeos al respecto, eso sí, siempre que no amenacen con reivindicaciones expansivas nuestra Europa que empieza en Ceuta y Melilla y termina en el Cáucaso ruso, pasando por los Balcanes. Como no podría ser de otra manera, el «mundialismo antiislamista» y su mesianismo universalita, considera que sólo hay un modelo válido para todo el planeta a imponer urbi et orbe por la fuerza de la razón o de los superbombaderos y el naplam. Enemigos del derecho de los pueblos a decidir su destino y sus formas de organización, consideran justificado cualquier intervención militar en los más alejados rincones del mundo con el pretexto del «islamismo» y azuzando y manipulando el termo lógico que el fanatismo islámico causa a las poblaciones europeas para vincularlas en el apoyo a guerras expansivas de los Estados Unidos y sus aliado en el llamado Nuevo Orden Mundial. Si hemos de poner un ejemplo del «antiislamismo mundialista» podríamos referirnos al polémico holandés Greet Wilders autor del polémico y muy discutible documental Fitna. A Wilders, abiertamente vinculado a los intereses del Estado de Israel, se le podrán achacar muchos defectos pero desde luego entre ellos no están la falta de claridad y sinceridad. En unas conocidas declaraciones a la prensa manifestó: “«no soy racista, jamás me sentaría en el Parlamento europeo en un grupo con Le Pen, con no sé qué fascista rumano o italiano o con el Vlaams Belang (...) Admiro a Israel, la única democracia de Oriente Próximo». Sería loable que los identarios tuviéremos la misma claridad a la hora de diferenciar nuestra oposición a la expansión islámica en Europa de otros intereses ajenos a nuestros pueblos y a nuestra ideología. Enrique Ravello.

Recensión de Francisco Villar, Indoeuropeos y no indoeuropeos en la Hispania prerromana.

Recensión de Francisco Villar, Indoeuropeos y no indoeuropeos en la Hispania prerromana.

Las poblaciones y las lenguas prerromanas de Andalucía, Cataluña y Aragón según la información que nos proporciona la toponimia. Ediciones Universidad de Salamanca. Salamanca 2000

 

 

     El proceso de indoeuropeización de la Península Ibérica es uno de los problemas más complejos a los que, desde hace ya muchos años, se enfrentan tanto la Prehistoria como la Lingüística. Es tal la cantidad de elementos en juego y de cuestiones a resolver que no resulta difícil augurar que serán muchas las generaciones de arqueólogos, filólogos, historiadores de la religión y antropólogos que investigarán y debatirán sobre este campo.  El camino por recorrer es largo y, como es sabido, son pocos los puntos que han  sido firmemente establecidos y, en consecuencia,  aceptados por todos. No es este lugar para hacer balance de la cuestión: un muy breve resumen se podrá encontrar en un artículo que publicamos en un número anterior de Terra Nostra o una exposición mucho más detallada en la Parte V de otra obra del autor del que nos ocupamos aquí, Francisco Villar, Los Indoeuropeos y los orígenes de Europa, 2ª ed., Madrid 1996. Brevemente, recordaremos que parece clara la existencia de tres estratos lingüísticos indoeuropeos prerromanos: por un lado, el  correspondiente al Alteuropäisch, por otro, el de la lengua de las inscripciones lusitanas y, por último, el celtibérico, existiendo posiciones encontradas sobre la naturaleza de cada una y el tipo de relaciones que pudieran haber existido entre ellas.

     Este ya de por sí complejo panorama se ha visto más complicado, si cabe, por la hipótesis que presenta F. Villar en esta obra. En efecto, a lo largo de sus casi 500 páginas el autor intenta demostrar, a través del análisis de una ingente cantidad de material lingüístico, la presencia en la Península Ibérica de un estrato lingüístico indoeuropeo diferente a cualquiera de los otros tres detectados hasta el momento, un estrato de rasgos muy arcaicos que de confirmarse atestiguaría que el proceso de indoeuropeización de la Península fue mucho más complejo y profundo de lo que  se había supuesto.

     La obra comienza haciendo repaso de una serie cuestiones relativas a la Lingüística Comparada, en especial un alegato de la validez de su método y una descripción de sus características, para continuar con un amplio comentario de la historia de la investigación paleolingüística en España, desde los dislates del padre Astarloa hasta los autores contemporáneos como Gorrochategui o de Hoz, haciendo especial hincapié en la progresiva complejidad de las concepciones del substrato, desde el vasco-iberismo originario, tesis que no se cansa durante toda la obra de denostar, y con razón, hasta la identificación de los diferentes niveles actualmente admitidos: los ya mencionados indoeuropeos junto al vasco, tartesio, ibérico, etc.

     Tras estos dos capítulos a guisa de introducción, se adentra en el examen del material recogido: topónimos, hidrónimos, antropónimos y etnónimos, material organizado en series en función de un componente principal que es estudiado en todos los aspectos filológicos posibles, tanto fonéticos como morfológicos, y del que ofrece su correspondiente distribución geográfica, tanto en la Península como en Europa, norte de África u Oriente Próximo. Así, uno a uno, van siendo analizados todos los elementos susceptibles de formar parte de este estrato, proponiendo el carácter indoeuropeo, entre otros, de los siguientes: uba-, relacionado con las raíces indoeuropeas para agua *ap, *ab, *up; ur, relacionado con el ide *(a)wer- / (a)ûr, agua, río, corriente; urc- con el ide *war- / *ur- más el sufijo ko; uc-, en el que se habrían reunido tres componentes diferentes: uko (diminutivo), uko (sufijo hidronímico que aparece en lituano) y un apelativo relacionado con ûkis (lugar de habitación) también presente en lituano, bai-, relacionado con el ide *gwhêi, brillar, etc. Al estudio de los elementos susceptibles de ser agrupados en series que califica de mayores sigue el de las series menores (tur-, turc- y murc-) y de aquellos, muy numerosos, que por su escasa aparición en las fuentes no pueden ser seriados, pero que responden a unas mismas características lingüísticas, así como el análisis de la antroponimia susceptible de ser relacionada con este estrato.

     Una vez analizado el material, Villar se adentra en la caracterización de la lengua o lenguas responsables de esta hidronimia,  toponimia y antroponimia, llegando a la conclusión de que no corresponde a ninguna de las lenguas indoeuropeas conocidas, siendo imposible su identificación con ninguno de los tres estratos indoeuropeos conocidos en la Península por diferentes razones (aquí no podemos dejar de mencionar que en su obra mencionada anteriormente relaciona el elemento tur-, presente en nuestro Turia, con el Alteuropäisch pp. 507-509), y sosteniendo que este estrato presenta fuertes relaciones con las lenguas itálicas y con las bálticas, generalmente, aunque no siempre, en las innovaciones con las primeras y en los arcaísmos con las segundas.

     Durante toda la obra, y mediante el estudio de la distribución geográfica de los testimonios de este estrato se va evidenciando una concentración de estos elementos en dos áreas principales: la meridional y la ibérico-pirenaica, como el autor las denomina, que se corresponden con el área que hasta ahora se consideraba no indoeuropea (baste recordar la famosa frontera de los briga-). Resulta evidente que las consecuencias de las propuestas de Villar pueden resultar revolucionarias para nuestra protohistoria. El autor es consciente de ello y en un último capítulo analiza algunos de los etnóminos del área ibérica (ilérgetes, indicetes, volciani, etc.) atribuyéndoles etimologías indoeuropeas relacionadas con el estrato objeto del libro (seguras para dieciséis entre veintitrés, aunque posiblemente sean más todavía), lo que implica un masivo substrato indoeuropeo en todo esta área (Aragón, Cataluña y norte de Valencia), pero, sin embargo, renuncia explícitamente a intentar explicar el mecanismo de entrada de estas lenguas, emplazando a arqueólogos y prehistoriadores a abordar esta cuestión. Lo que sí sostiene es la imposibilidad de relacionar los Campos de Urnas con esta toponimia debido a motivos distribucionales (son prácticamente inexistentes en Andalucía) y cronológicos (relaciona el topónimo Alube de la Ilíada con el Guadalquivir y con los hallazgos micénicos allí efectuados, lo que dataría este estrato con anterioridad a las penetraciones de esta cultura. Por otro lado, considera que la densidad de este estrato casa mal con unos «recién llegados» como los Urnenfelder). No obstante, no parecen argumentos excesivamente fuertes: Infiltración y transformación de la cultura material son fenómenos que a menudo van parejos y aunque en la actualidad se tiende a ver en las transformaciones del bronce final tartésico influencias mediterráneas, algunos de los nuevos elementos no dejan de estar relacionados con el ambiente de las urnas, aunque tampoco podemos dejar de señalar que se ha hecho responsable a influencias del Mediterráneo los elementos indoeuropeos presentes en el tartesio. Por otra parte, la relación del Alube homérico con la Península no deja de ser una conjetura toponímica, apoyada sobre conjeturas cronológicas y arqueológicas, y en cuanto a la excesiva densidad que pueda presentar un substrato depende más bien de la profundidad de la «limpieza étnica» que de la antigüedad del proceso. Todo esto, no obstante, no deja de ser un mero comentario ante la superposición de esta toponimia y los Campos de Urnas en el área nordoriental peninsular, que resulta bastante sugerente y ante la propia naturaleza lingüística del substrato (sobre todo la presencia de elementos compartidos con diferentes grupos del «indoeuropeo nordoccidental») que no deja de evocar constantemente las ideas de H. Krahe sobre el «estado líquido» (flüssige Zustand) del complejo de las urnas desde el punto de vista lingüístico. No obstante, evidentemente es todavía muy pronto para intentar elaborar hipótesis arqueológicas sobre esta cuestión.

     Un punto que quizá llame la atención a quienes han seguido la labor de Villar es el escaso espacio dedicado al paleoeuropeo y a sus presuntas relaciones con este estrato recién descubierto. Ya que ambas son lenguas ciertamente arcaicas y siguen un modelo distribucional diferente, aunque muy determinado en ambas por los cursos de agua, cabría esperar un análisis comparativo de ambas lenguas que nadie mejor que Villar está en condiciones de realizar. Estamos convencidos de que no tardará en abordar este problema.

     En definitiva se trata de una obra destinada a tener un gran eco entre los especialistas no sólo en paleohispanística sino también en indoeuropeística y que abre nuevos caminos para el conocimiento del pasado de nuestros pueblos.                                                                                                                          

 

Olegario de las Eras.        

Anatolia: Una indoeuropeización frustrada

Anatolia: Una indoeuropeización frustrada

por Olegario de las Eras

 

La herencia indoeuropea, concretada en una jerarquía de valores y principios y en un tipo humano determinado que desde la Prehistoria han dado forma a ciclos de civilización análogos, conforma el nervio de la comunidad constituida por los pueblos europeos, comunidad sentida y vivida más allá de las contingentes «fronteras nacionales». En efecto, es un hecho que las sucesivas oleadas de pueblos septentrionales, migrando en grupos masivos y compactos, de celtas a eslavos de helenos a germanos, fueron los materiales sobre los que en el transcurso de milenios cristalizaron la práctica totalidad de pueblos de nuestro continente. Siendo esto así, resulta aparentemente contradictorio que un territorio como el de la península de Anatolia en el que se documenta una presencia indoeuropea desde fines del III milenio a. n. e. y que ha visto sobre su suelo a hititas, luvitas, helenos, tracios, frigios, persas, gálatas o latinos entre otros, se perciba por parte de los europeos como algo ajeno. Pero la realidad es que los indoeuropeos no pudieron permanecer en todas partes donde llegaron: «Los indoeuropeos no siempre han vencido»: no tenemos más remedio que dar la razón, aunque sea por una vez, a J. P. Mallory.

     La llegada a las costas del Mediterráneo de grupos indoeuropeos produjo siempre necesariamente enfrentamientos con las poblaciones autóctonas: de la derrota y sometimiento de éstas dependió la posibilidad de supervivencia de aquellos. En realidad, la historia de las civilizaciones indoeuropeas del Mediterráneo (Hélade, Roma, la Céltica...) es la historia de una incesante lucha contra el elemento humano y espiritual aborigen1. Éste fue el caso también de los pueblos que hablaban las lenguas indoeuropeas del grupo anatolio, pueblos que conservaban firmemente su tradición religiosa y jurídico-política indoeuropea en el momento de asentarse en sus sedes históricas2. A su llegada la península se encontraba densamente poblada por gentes pertenecientes al complejo racial mediterráneo, su cultura calcolítica, cuyas raíces se encuentran en el creciente fértil,  se estructuraba en esos momentos alrededor de centros urbanos que dominaban amplios espacios y su religión, omnipresente en el registro, estaba determinada por los cultos ctónios y de fecundidad. Con toda probabilidad la lengua hablada fue la que posteriormente será conocida como hático. Si bien los resultados de su inmigración fueron devastadores3, el impacto demográfico no alteró el predominio del substrato neolítico como han demostrado los trabajos de M. Senyürek: el impacto numérico del elemento indoeuropeo, étnicamente nórdico4, fue demasiado pequeño como para perdurar física y espiritualmente por demasiado tiempo. Con el transcurso de los siglos, la dünne Herrenschicht, el delgado estrato señorial hitita, resultó fatalmente «hurritizado», «mesopotamizado» y «haticizado» y la destrucción del Imperio a fines del II milenio por obra de grupos frigios procedentes de más allá del Helesponto signará la desaparición de la propia lengua hitita. Los llamados reinos neohititas surgidos tras el desastre en el borde meridional del antiguo Imperio utilizarán el luvita en sus textos. Esta lengua, hablada en las zonas occidental y meridional de la península por comunidades en las que el elemento indoeuropeo parece haber presentado una mayor densidad,  resistió el embate, sobreviviendo en el licio5.

    A ojos del observador contemporáneo podría parecer que la presencia de los helenos en  áreas de la franja costera occidental, de los grupos licios y lidios y los aportes indoeuropeos de las invasiones del 1200 acabaría por vincular el Asia Menor a Europa. Sin embargo, tanto los propios testimonios lingüísticos, que nos hablan de la profunda acción del sustrato no indoeuropeo en las lenguas del grupo anatolio, tanto antiguas como recientes, como las influencias no helénicas que podemos descubrir cada vez con mayor peso en toda la Jonia nos demuestran que el destino de los hititas volvía a repetirse en el occidente y el sur peninsular: en ambos ámbitos los cultos de naturaleza telúrica, enraizados en el neolítico anatolio, van recobrando fuerza mostrando la abrumadora presencia de una población «no receptiva» a las concepciones espirituales indoeuropeas6.

     Tras el periodo de dominio persa, las conquistas de Alejandro y de Roma son los últimos empujes en la historia de Anatolia de raíz occidental7. Empujes políticos que tienen como efecto la integración de este territorio en la ecúmene helenística y en el Imperio pero una escasa relevancia en términos étnicos8. Y es en época romana cuando se constata un fenómeno ciertamente revelador: la muy temprana y fácil cristianización del ámbito anatolio que contrasta con el carácter de secta y muy minoritario de los seguidores del Galileo en la parte occidental del Imperio y la misma Grecia9, fenómeno paralelo al resto de áreas no europeas del Imperio.

     El fracaso de la renovatio imperii de Justiniano y las posteriores concepciones teocráticas de lejanas raíces próximo-orientales preludian el destino «no europeo» de Anatolia: Bizancio se percibe por los occidentales romano-germánicos como algo profundamente ajeno: la matanza de latinos de 1182 y las conquistas cruzadas jalonan este desencuentro. Pero este destino quedará sellado a partir de 1071 cuando los selyúcidas ocupen la mitad oriental de Anatolia. Tres siglos después toda Anatolia pertenece a los otomanos. Los procesos de «turquización» étnica y lingüística y de islamización comenzados en el siglo XI, que culminan con las masivas deportaciones contemporáneas de griegos y armenios, borrarán todo resto lingüístico (excepción hecha del pueblo kurdo, cuya lengua pertenece al grupo iranio, que está padeciendo un etnocidio por parte del estado turco del cual no es este lugar para hablar) e ideológico indoeuropeo de la península. Sólo los rasgos nórdicos que muy de tarde en tarde se pueden observar en algún campesino de Capadocia, probablemente de sangre gálata, dan testimonio de aquellos antiguos ciclos de civilización hoy completamente agotados.    

 



1 Véase J. Evola, Rebelión contra el mundo moderno, Buenos Aires 1994, especialmente la Parte II capítulos V-X y la recopilación de textos del mismo autor sobre esta cuestión publicada por Ed. di Ar bajo el título La Tradizione Romana.

2 Véase, por ejemplo, E. Masson, Le combat pour L’inmortalité. Héritage indo-europeen dans la mytologie anatolienne, París 1991 y O. J. Gurney, Los hititas, Barcelona 1995, especialmente pp. 72 y ss.

3 P. Garelli, El Próximo oriente asiático, Barcelona 1982, pp. 27 y A. Romualdi, Los indoeuropeos. Orígenes y migraciones, Barcelona 2002, p. 173 n. 50.

4 V. Christian, «Die frühesten Spuren der Indogermanen in Vorderasien», en Rasse 1935 2ª año, nº 4, p. 121 y ss. y H.F.K. Günther, Rassenkunde des Jüdischen Volkes, Munich 1930, pp. 50-54. La extensión del rito de incineración ha dificultado enormemente el diagnóstico tipológico de los grupos conquistadores indoeuropeos: Gurney (op. cit., pp. 160 y ss.) llama la atención sobre las semejanzas entre los ritos de incineración descritos en las tablillas hititas y los homéricos. Entre las nuevas poblaciones que no incineran a sus muertos también se documentan tipos alpinos, inexistentes en Anatolia con anterioridad. Por otro lado, el proceso de «hurritización» del Imperio hitita se ve acompañado por una difusión desde el este del tipo armenoide o pre-asiático, actualmente muy bien representado entre la población turca (H.F.K. Günther op. cit., pp. 20-40).

5 Para una breve visión de conjunto de la problemática de las lenguas indoeuropeas del grupo anatolio véase F. Villar, Los indoeuropeos y los orígenes de Europa, Madrid 1996, pp.289 y ss. 

6 Baste recordar el culto de Ártemis Efesia como diosa de la fertilidad, el de Attys o el de la «frigia» Cibeles. 

7 Es preciso mencionar la aventura gálata que se inicia con los movimientos de diferentes grupos célticos en el siglo IV a. n. e. Algunos de estos grupos, apenas unos 20.000 individuos en su conjunto, de los cuales unos 10.000 guerreros, tras numerosas vicisitudes fueron asentados por Antíoco Soter en las llanuras frigias y sobre el Halys, tierras que desde entonces recibirán el nombre de Galacia. Derrotados por Atalo I, a cuyo sepulcro pertenecen las impresionantes estatuas helenísticas del guerrero gálata moribundo y de su caudillo quitándose la vida, fueron concentrados en su territorio donde dominarán a una población anatolia mucho más densa. Se helenizarán progresivamente pero conservarán su lengua hasta la cristianización. Sobre los gálatas véase H. Hubert, Los celtas y la civilización céltica, Madrid 1988, pp. 297-307.

8 Una aproximación muy interesante a los estados helenísticos en el que se aplican las categorías interpretativas de G. Dumézil puede verse en C. Preaux, El mundo helenístico, Barcelona 1984, 2 volúmenes.

9 Véase, por ejemplo, M. Simon y A. Benoit, El judaísmo y le cristianismo antiguo, Barcelona 1972, pp. 54.