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Identidad y Tradición

Un Símbolo Indoeuropeo: EL JABALÍ

Un Símbolo Indoeuropeo: EL JABALÍ

“En la noche céltica, el jabalí cazado con ahínco y reproducido en algunas piedras de las citânias, era animal sagrado para los galos, afecto a Diana Ardeumi, como el oso a la diosa Artio, el perro al dios del Mazo y el caballo de Epona. Su figura alzada en la cima de un bastón o una horquilla, fue para muchas tribus germanas y galas una bandera venerable.” J.M.Castroviejo


Dentro de nuestro mundo indoeuropeo, como es sabido, los animales tienen una importancia y una trascendencia reveladora más que importante, ya que para nuestros antiguos la observación de la Naturaleza y de sus habitantes, eran constante y consciente fuente de inspiración y de sabiduría. Entre dichos animales de simbolismo positivo –y a veces dual- se encontraban, el caballo, el lobo, el ciervo, el oso y también el jabalí.

Entendemos pues que el símbolo no es sino el empleo de imágenes que encierran y engloban ideas suprasensibles. El símbolo no tiene límites precisos y en este caso en particular podremos observar que en el caso de animal tan noble, acontece tal cual. 

En este presente artículo nos aproximaremos al jabalí como símbolo identitario indoeuropeo de fuerza, valor, coraje y fecundidad, presente desde tiempos remotos tanto en Occidente -en nuestra península celtibérica, así como en el mundo céltico- como en Oriente – en el mundo indo-ario. Y comenzemos pues por estos últimos:

Dentro de la antigua Tradición Hindú, el símbolo del jabalí procede directamente de la Tradición Primordial, con sede en la Tierra de la Luz, Hiperbórea. Este origen netamente hiperbóreo, es igualmente compartido por los celtas, ya que como apunta René Guénon, “entre los celtas, el jabalí y la osa simbolizaban respectivamente a los representantes de la autoridad espiritual y a los del poder temporal, es decir a las dos castas, los druidas y los caballeros, equivalentes, por lo menos originariamente y en sus atribuciones esenciales, a lo que son en la India las de los brahmanes y los Kshatriya (guerreros)” 

El jabalí (varâha), es el animal representativo del tercer avatâra (encarnación) de Vishnú, símbolo que procede directamente de la Tradición primordial y que en el Veda- según R. Guénon – afirma expresamente su origen hiperbóreo, “además dentro de nuestro Kalpa íntegro, es decir, todo el ciclo de manifestación de nuestro mundo, se designa como el Çveta-varâha-kalpa, o sea el “ciclo del jabalí blanco”…por eso la”tierra sagrada” polar, sede del centro espiritual primordial de este Manvântara es denominada tambien Varâhi o “tierra del jabalí”. 

Algunos autores interpretan que según el texto sagrado del Ramayana, Brahma asumió la forma de un jabalí en su tercera encarnación, mientras que otros , según los cuentos tradicionales y remotos que conforman el Vishnú Purana, fue el dios Vishnú que en la forma del dios Brahma se convirtió en jabalí. Ambos coinciden en que bajo la forma del jabalí, Dios- Brahma que creó todo lo existente, viendo que todo era agua al principio, se sumergió en las profundidades de las aguas y con sus colmillos elevó la tierra a la superficie. El jabalí es un animal que entre sus diversos “placeres”, está el deleitarse con el agua, y según el Vishnú Purana, este deleite y purificación con el agua, se dice que es tipo de ritual de los Vedas, representación alegórica de la liberación del mundo de la inundación del adharma (falta de ley, orden, justicia, espiritualidad). 

Etimológicamente, en sánscrito el jabalí es como hemos dicho varâha y la raíz var-, según R.Guénon, tiene el sentido de “cubrir”, “ocultar”, “proteger”, mientras que las lenguas nórdicas su análogo sería bor- . Efectivamente, “Bórea”, Hiperbórea probablemente sería la “tierra del jabalí”, tierra oculta y de los elegidos, aunque este aspecto “solar” y “polar” fue posteriormente transferido del jabalí al oso, posiblemente por la rebelión de los representantes del poder temporal frente a la supremacía de la autoridad espiritual.

Igualmente R.Guénon nos dice que entre los antiguos griegos, la rebelión de los khsátriyas se figuraba por la caza del jabalí de Calidón, que al igual que en la tradición hindú, es blanco. Prosigue el autor con otra interesante analogía, con el nombre de Calidón, ya que el antiguo nombre de Escocia, Caledonia, “aparte de toda cuestión de “localización” particular, es propiamente el país de los “kaldes” o celtas; y el bosque de Calidón no difiere en realidad del de Brocelandia, cuyo nombre es también el mismo, aunque en forma algo modificada y precedido de la palabra bro- o bor-, es decir, el nombre del jabalí” 

Así pues, entre los antiguos indo-arios, como entre los antiguos celtas y también entre los griegos como hemos visto, el jabalí poseía un profundo simbolismo que venía de tiempos remotos, de la sede mítica y centro espiritual que era Hiperbórea, “ya que allí residía la autoridad espiritual primera, de la cual toda otra autoridad legítima del mismo orden no es sino una emanación, no menos natural resulta que los representantes de tal autoridad hayan recibido también el símbolo del jabalí como su signo distintivo y lo hayan mantenido en la sucesión del tiempo; por eso los druidas se designaban a sí mismos como “jabalíes”…una alusión al aislamiento en que los druidas se mantenían con respecto al mundo exterior, pues el jabalí se consideró siempre como el “solitario”; y ha de agregarse, por lo demás, que ese aislamiento mismo, realizado materialmente, entre los celtas como entre los hindúes, en forma de retiro en el bosque, no carece de relación con los caracteres de la “primordialidad”, un reflejo por lo menos de la cual ha debido mantenerse siempre en toda autoridad espiritual digna” 




En nuestra península celtibérica- “Keltiké”-, uno de los principales legados escultóricos que poseemos de nuestros finales de la Edad del Bronce, son los denominados “Verracos” o “Verrôes”, datados aproximadamente entre los siglos IV-III a.C. Tradicionalmente esta Cultura de los Verracos-Verrôes ocupó la zona comprendida por las tribus célticas de los Vettones, asentadas en la Beira Alta y Trâs-Os-Montes portugueses, Salamanca, Ávila y limitando al este con los ríos Eresma y Alberche y al norte con la Cultura Castrexa galaico-astur. Esta plástica zoomorfa labrada en granito, con trazos muy toscos y en posición erguida (de reposo y de acometida), de sexo masculino (con tendencia a mostrar cierto genitalismo), posee tipos básicos: Cerdos y toros en mayor abundancia, así como también jabalíes. 

La finalidad de los Verrôes-Verracos siempre ha estado envuelta en la controversia: Para unos estudiosos ha sido la expresión del culto egipcio de Osiris y Apis en nuestra península mientras que para otros serían como mojones terminales del territorio de un pueblo . Por ejemplo, para el profesor portugués Santos Junior serían totems relacionados con la virilidad, el coraje y la fuerza. Lo cierto es que según su ubicación podrían tener un simbolismo determinado, así pues a la entrada del castro de Las Cogotas en Ávila estaban ubicados estos verracos, como símbolo totémico de fuerza y valor, mientras que por otro lado en Chamartín de la Sierra podrían determinar un encerradero de animales, como símbolo de protección y de fecundidad. En ambos casos - aunque diferenciados- la finalidad sin duda es mágico-protectora 

Apuntaba el arqueólogo gallego Florentino López- Cuevillas en los albores del pasado siglo XX, que poco se podía decir de las ideas cosmogónicas de los habitantes de la vieja Gallaecia (Galiza, Asturies, Norte Portugal, León y Zamora), de los “galecos”, pero se aventuraba con datos arqueológicos a dar una extensa relación de los cultos practicados por los habitantes de la cultura Castrexa, entre los cuales citaba a “una divinidad en forma de cerdo o de jabalí” 
Por otro lado, dejando atrás la época prerromana, parece ser que estos verracos tuvieron finalidad de carácter funerario según atestiguan las inscripciones latinas en algunos animales, utilizadas a modo de estelas funerarias (siglo II d.C) 

En las Tradiciones Irlandesa y Galesa, el jabalí como animal simbólico igualmente aparece dentro de sus mitologías. Dentro del ciclo del Ulster, el héroe Diarmaid y su enamorada Grainne, -prototipos de los medievales Tristán e Isolda – dicho héroe tenía como mayor prohibición el matar al jabalí ya que su hermano fue muerto accidentalmente y metamorfoseado en jabalí mágico. Igualmente dentro de la interesante historia del druida irlandés, Tuàn Mac Cairill, personaje que es testigo de las cinco grandes invasiones de Irlanda, que sobrevivió metamorfoseando su cuerpo en ciervo, jabalí, halcón, salmón, antes de retornar a ser hombre, imagen del Hombre Primordial, capaz de restablecer aquella edad de oro del comienzo de la Humanidad, tiempos míticos en la que los animales y los hombres hablaban el mismo lenguaje y no se mataban entre ellos. De nuevo el mismo jabalí mágico reaparece dentro de los Mabinogion galeses, “no sólo en el relato de Kulhwch y Olwen en el que Arturo y sus compañeros acosan al jabalí Twrch Trwyth, sino también en algunas Tríadas de la Isla de Bretaña y en la Historia Britonnum de Nennius” 

Dentro del mundo céltico y sobre todo en la Galia, el jabalí ha sido un emblema guerrero indiscutiblemente ya que se han encontrado lábaros sagrados o pértigas coronadas por la representación de dicho animal, además de su aparición en monedas. Citemos por ejemplo el jabalí como enseña militar del arco de Orange, o bien la estatua de una Diana gala encontrada en las Ardenas montada sobre un jabalí. Ecuánimemente nos explica Jean Markale que “sobre una placa del Caldero de Gundestrup, que representa el rito de sofocación, todos los guerreros llevan un casco coronado por un jabalí. Todo estriba en saber si el jabalí representa la fuerza física y “solitaria” del guerrero, lo cual sería simbolismo, o si se trata del animal mítico considerado como el antepasado de la clase guerrera” Este atributo “kshatriya” del jabalí también lo encontraremos entre los pueblos bálticos de los letones, lituanos y antiguos prusianos, especialmente como animal relacionado con el dios Pekurnas, que sería el Thor nórdico, el Taranis galo. 



Y en época clásica grecorromana, igualmente el jabalí aparecía en estas culturas como fiera noble, valor salvaje al que vencer el héroe, tal como nos relata J.M.Castroviejo: “El Señor jabalí tiene su puesto en la Historia y no pequeño… El feroz puerco, perseguido hasta la hondura de su cubil, era un adversario que los dioses mismos no desdeñaban el atacar. Artemisa, la virginal. Lo seguía con su aljaba, tenaz e incansable, hasta lo profundo de las selvas de la Argólida, en veloz carro, acompañada de ladradora jauría y entre un tropel de ninfas galopantes. Y ¿no fue por culpa de un jabalí, primero herido por la diestra Atalante, por lo que el heroico Meleagro, que le da al fin muerte, enloquece y pierde a su vez la vida? Homero en la Odisea (XIX) nos deja un memorable retrato del jabalí que hirió a Ulises. El jabalí era presa noble y los emperadores…de Roma, tras las influencias de la Galia, de España, de Grecia, del Oriente Helenístico y de África, se alababan de su caza. Adriano, Marco Aurelio –cuya fuerza ante el jabalí destaca Dion Casio- y Caracalla, entre otros, se vanagloriaban de afrontarlo. Marcial nos dejará inmortalizado en hermoso latín, el epitafio de la valiente perra Lydia sucumbiendo al colmillo de un jabalí:
Fulmineo, spumantis sum dente perempta
Quantus erat, Calydon, aut, Erymanthe, tuus » 

 

Pero volvamos de nuevo a la relación simbólica entre el jabalí y el oso de la que antes hemos hablado y veamos una más que interesante interpretación del tema que estamos tratando. Según René Guènon, el jabalí y la osa no aparecen siempre en estado de lucha y oposición sino que igualmente podrían representar de forma armoniosa la relación de las castas de los druidas- sacerdotes-brahmanes con la de los guerreros-caballeros -kshatriyas y esto lo vería R.Guènon en la conocida leyenda de Merlín con Arturo: “En efecto, Merlín, el druida, es también el jabalí del bosque de Broceliande (donde al cabo, por otra parte, no es muerto como el jabalí de Calidón, sino sumido en sueño por una potencia femenina) y el rey Arturo lleva un nombre derivado del oso, arth; más precisamente, este nombre Arthur es idéntico al de la estrella Arcturus, teniendo en cuenta la leve diferencia debida a sus derivaciones respectivas del celta y del griego. Dicha estrella se encuentra en la constelación del Boyero, y en estos nombres pueden verse reunidas las señales de dos períodos diferentes: el “guardián de la Osa” se ha convertido en el Boyero cuando la Osa misma, o el “Sapta-Rksha”, se convirtió en los “Septem triones”, es decir, los “Siete bueyes” (de ahí el nombre de “septentrión” para designar el norte); …la autoridad espiritual, a la cual está reservada la parte superior de la doctrina, eran los verdaderos herederos de la tradición primordial, y el símbolo esencialmente “bóreo”, el del jabalí, les pertenecía propiamente. En cuanto a los caballeros, que tenían por símbolo el oso ( o la osa de Atalanta) puede superponerse que la parte de la tradición más especialmente destinada a ellos incluía sobre todo los elementos procedentes de la tradición atlante; y esta distinción podría incluso, quizá, ayudar a explicar ciertos puntos más o menos enigmáticos en la historia ulterior de las tradiciones occidentales” 


En la tierra mágica de la Españas, Galiza, de nuevo la memoria de la Tradición Primordial emerge, podríamos decir más que curiosamente, puesto que la “combinación” del jabalí con el oso toma forma de heráldica y Tótem para la otrora gran casa feudal de los Andrade, señores del norte de la actual provincia de A Coruña y parte de la de Lugo. “El jabalí, con el oso, fue tótem de la gran casa feudal de los Andrade, como puede verse en el magnífico enterramiento de la iglesia de San Francisco de Betanzos” . Efectivamente, el sepulcro gótico de Fernán Pérez de Andrade “O Bóo” está soportado por un oso y un jabalí, si bien el jabalí es la figura más ligada a la casa de los Andrade. Relacionado con el linaje de los Andrade, tenemos la leyenda novelesca de Roxín Roxal e a Ponte do Porco, que tan bellamente recogió Leandro Carré Alvarellos en sus “Leyendas Tradicionales Gallegas”. De nuevo la memoria céltica galaica se renueva con este héroe solar que combate al fiero “porco bravo”, un temido jabalí que asola la comarca y siembra el pánico entre los labriegos. Roxín Roxal, doncel del señor de Pontedeume, don Nuno Freire de Andrade, era un joven ”esbelto de cuerpo, rubio y roxiño como un sol, alegre y sonriente, valiente y sencillo”, que estaba enamorado de la hija de don Nuno, la joven Tareixa (Teresa), que “montaba a caballo igual que una amazona céltica y disparaba una flecha mejor que algunos arqueros de su padre” , pero que esta doncella fue obligada a casarse con otro señor feudal, don Henrique de Osorio, ya que el señor de Andrade descubrió el amor de Roxín Roxal por su hija . Don Nuno y don Henrique organizaron una cacería para dar muerte al fiero jabalí y en la desembocadura del río Lambre encontraron al animal en el puente. Don Henrique y la joven Tareixa fueron embestidos por el enorme jabalí, don Henrique le clavó su lanza pero saltó del puente y el animal atacó a la joven doncella, matándola. A los pocos días, en dicho puente apareció el jabalí con una daga clavada en el pescuezo, que don Nuno reconoció. Esa daga se la había regalado a su sirviente Roxín Roxal. He aquí la leyenda de Ponte do Porco, donde un héroe mata por amor y frente a la fiereza y el coraje del porco bravo se superpone la del héroe.

 

El Cristianismo medieval, desgraciadamente, fue severo con el fogoso animal de nuestros antepasados, según asevera el tradicionalista católico Louis Charbonneau-Lassay en su hermoso y extenso trabajo sobre simbolismo animal en la Antigüedad y Edad Media “El Bestiario de Cristo”, aunque durante los primeros cuatro siglos de Cristianismo fue representado en lámparas en las que parece representar la cólera divina, frente a la paloma y el cordero que representarían la dulzura de Cristo.

 

En un manuscrito francés del siglo XIV, el jabalí junto con el gallo (animal que como sabemos anuncia la salida del Sol, por lo tanto animal solar y pagano) representa a la Ira, la Lujuria. Así pues la Ira será representada por una mujer que lleva un gallo sobre su mano y que cabalga sobre un jabalí. Nuestra Edad Media europea, conoció salvo raras excepciones, al jabalí de David “asolador de la viña del Señor”, como nos lo relatan los Salmos del Antiguo Testamento. “El jabalí, sin embargo, fue aceptado a veces como imagen del justo, independiente y valeroso frente a los adversarios del Bien y a los enemigos de su alma. En este sentido, San Paulino de Nola, en el siglo V, incluso lo relacionaba con el cordero cuando escribía a uno de sus corresponsales: “Qué satisfacción encontrarme completamente cambiado; ver que el león tiene ahora la dulzura de un joven ternero; que Jesucristo habita en el jabalí, que conserva toda la ferocidad para con el mundo, pero que se ha convertido en cordero para con Dios; ya no eres el jabalí del bosque, te has convertido en el jabalí de la siega”

 

El polifacético y prolífico intelectual galaico Vicente Risco, nos cita siete animales cuya figura puede asumir el diablo, y curiosamente hay dos animales (Jabalí y Cuervo, aves de Odin- Wotan) significativos para las antiguas creencias célticas y germánicas que son marcados con este estigma; “como Jabalí, atemoriza a las gentes del campo, como Cuervo muestra su triste negrura fatídica, que se alimenta de la muerte” He aquí una muestra entre otras muchas mas, de cómo los símbolos paganos fueron tergiversados e invertidos por la nueva religión.

 

Simbólicamente al jabalí se le opuso frente al Cordero de Cristo, así pues frente a las virtudes cristianas del cordero estaban los defectos y pecados paganos del Jabalí. Pese al olvido parcial de animal tan noble como símbolo durante nuestra Edad Media, se representó frecuentemente su caza, siendo esta considerada de gran riesgo, valor y coraje junto con inteligencia, virtudes propias que debían poseer los guerreros. Quizás dentro de los animales salvajes cazados en nuestros montes europeos, la cacería del oso y del jabalí destacarían por ser de elevado peligro, frente a otras especies.

 

Como conclusión para este pequeño aporte al simbolismo del jabalí, apuntaremos esta duda con la que se preguntaba el católico L.Charbonneau –Lassay: “¿Cuál sería exactamente el pensamiento de Albert Durero cuando, cerca del pesebre en el cual puso María al Niño Dios, representó al jabalí y al león, en vez del buey y la mula tradicionales?”.

 

FEDERICO TRASPEDRA

Lughnasad 2004


Bibliografía:

“SIMBOLOS FUNDAMENTALES DE LA CIENCIA SAGRADA” René Guénon. Eudeba-Ediciones Colihue. Buenos Aires 1988. pág.141

Op.cit. René Guénon, pág.145

Op.cit. René Guénon, pág.142.

Cuadernos del Arte Español nº22 “Arte Céltico y Celtibérico” Historia-Grupo16 Madrid1992

“La Civilización Céltica de Galicia”, de Florentino López-Cuevillas. Ed. Istmo, Madrid 1989, pág.280

“Druidas” de Jean Markale, Ed Taurus Alfaguara, Madrid 1989. Pág.202

Op. Cit. Jean Markale, pág.203

“Viaje por los montes y chimeneas de Galicia” J.M. Castroviejo y Álvaro Cunqueiro.Espasa Calpe. Col. Austral. Madrid 1986. Pág.128

Op. Cit. René Guènon, pág 146-147.

J.M.Castroviejo, op.cit. pág 130

“Leyendas Tradicionales Gallegas” de Leandro Carré Alvarellos. Espasa-Calpe, Col.Austral. Madrid 2002 Págs.253-256

“El Bestiario de Cristo” de L.Charbonneau-Lassay, Ed. Olañeta, Palma de Mallorca, 1997. Pág. 174, 175,640.

Satanás, historia del diablo. V.Risco. EdGalaxia, pág.409.

 

La Europa de las etnias: nuestro único futuro posible

La Europa de las etnias: nuestro único futuro posible

     El ocaso del Estado-Nación

 

     Es un hecho. Carl Schmitt lo constataba hace ya muchos decenios: «La época del estatismo está terminando ahora, no vale la pena discutirlo». La era de los «Estados-Nación» en Europa concluyó hace ya tiempo, a pesar de que sus espectros, muertos que todavía no se han percatado que los son, den la impresión de continuar su  existencia. Y esta muerte es constatable en todo ámbito de su actuación al que dirijamos nuestra atención, a pesar de que todavía es relativamente alto el número de sus ciudadanos que creen sinceramente sus arsenales institucionales, legislativos, militares o administrativos podrían constituir un último bastión frente al asalto de la Globalización. Vana esperanza.

     Estructuras nacidas con la muerte de la idea Imperial y la crisis de la legitimidad sagrada, los Estados-Nación llevan en sus propios fundamentos ideológicos los gérmenes de su inevitable implosión. Inviables como entidades políticas soberanas en la actual era de tensión geopolítica planetaria, estos Estados han sufrido en su interior una fragmentación en subsistemas políticos, financieros, económicos, ideológicos etc., que han nacido férreamente vinculados a organizaciones y poderes supranacionales, fragmentación que ha anulado cualquier posibilidad de formulación orgánica de su espacio político propio, lo que los ha dejado reducidos a meras macroestructuras administrativas, cuyo único objeto consiste en gestionar presupuestos, y que han perdido toda capacidad de decisión en términos verdaderamente políticos. En definitiva, las condiciones geopolíticas, ideológicas y económicas mundiales de prevalencia absoluta de las estructuras transnacionales[1] han impuesto que los Estados-Nación europeos hayan quedado limitados a entes administrativos del tipo, por dar unos ejemplos, de las Comunidades Autónomas del Estado español o los Länder alemanes, demarcaciones meramente administrativas surgidas de los Estados y que en ellos encuentran su legitimación.

    Por otro lado, hace ya mucho, generaciones, que estos Estados perdieron su capacidad como mitos movilizadores de sus respectivos pueblos, siendo en la actualidad fuertemente contestados por amplios sectores de sus ciudadanos que no se reconocen en ellos por motivos de índole étnica o social y, lo que es incluso peor, son vistos con absoluta indiferencia por buena parte del resto de sus habitantes.

     Igualmente, en el ámbito de la política exterior, tras la desaparición subsiguiente al fin de la Segunda Guerra Mundial del «pluriverso» político y desvanecido el duopolio de la segunda mitad del siglo XX, el paisaje político global soñado por los estrategas norteamericanos parece hacerse realidad: un mundo unido para un amo único. La alteridad ha sido laminada y sobre sus despojos se levanta una unidad totalitaria global. Sin embargo, como escribe Luis María Bandieri: «La quiebra del Estado Nación centralizado y de raíz europea, no debe ser el camino para la hegemonía de un amo del mundo. Si recurrimos una vez más a la sociología de los conceptos jurídicos schmitiana, observaremos que en la pretensión totalitaria de los poderes hegemónicos, en su monodoxia, hay un subsuelo monoteísta, donde el monos corresponde a un dios que ha superado a todos los demás y no al Uno donde no existe absolutamente ningún número. En la idea del equilibrio, en cambio, subyace un concepto politeísta, que así como reconoce que en este mundo pueden darse múltiples epifanías de Dios, reconoce también la diversidad, polifonía y policentrismo político de ese mismo mundo»2. En efecto, la analogía metafísica que emplea Bandieri permite descubrir también el carácter utópico de la pretensión globalizadora. Escribía Schmitt: «La unidad política presupone la posibilidad real del enemigo y, por consiguiente, otra unidad política coexistente. De ahí que mientras haya un Estado, habrá en la tierra varios Estados y jamás podrá darse un Estado mundial que abarque a la humanidad entera, El mundo político es un Pluriversum no un Universum»3. Y en efecto, como la experiencia diaria nos muestra, la construcción de ese sueño monoteísta choca constantemente con la naturaleza de la realidad. La Geopolítica es tozuda. Así, la desaparición tanto del Estado-Nación como del duopolio debe dar paso necesariamente a una situación de equilibrio de grandes espacios en cuyo contexto sólo un horizonte de soberanía, y por tanto de unidad, política puede garantizar a los pueblos europeos, al pueblo europeo, su supervivencia y la conquista de un destino.

     Ante la disolución definitiva de los corsés estatales de tiempos periclitados se abre ante los europeos un tiempo de reformulación de su realidad política. Para el ya citado Luis  María Bandieri: «El tránsito del Estado Nación centralizado al equilibrio de grandes espacios requiere un nuevo tipo de distribución funcional y articulación territorial del poder: la federación hacia dentro, la confederación hacia fuera. En el proceso de federación interior cobra fuerza el pensamiento organicista que uno de sus más grandes expositores modernos Othmar Spann, filiaba en el romanticismo alemán. En el proceso confederativo habrá que recordar los orígenes históricos en la Lotaringia y el Sacro Imperio Romano Germánico (...) A esos grandes espacios confederales articulados orgánicamente en comunas, provincias, regiones y naciones les conviene la definición realista del soberano que da Schmitt, más que aquella vieja definición bodiniana, con los atributos del absoluto, que es Estado nación centralizado mantiene cada vez más de un modo meramente nominal y formulario. Será esa reformulación de la soberanía o la hegemonía de un poder mundial»4. En este sentido Alain de Benoist y Guillaume Faye sostienen: «Lo más fundamental en el momento presente es aplicarse a redefinir una ideología de la soberanía. El fundamento de esta ideología es claro: más allá de la designación del amigo y del enemigo, más allá del establecimiento del consenso interior y de la seguridad exterior, por encima incluso de esos objetivos hay que perseguir el devenir-ser del pueblo, es decir, en otros términos, poner la nación en movimiento, formularle y asegurarle una unidad de destino»5. Y debemos ser conscientes de que hoy sólo un pueblo y sólo una nación están en condiciones de protagonizar este proceso: el Pueblo y la Nación Europeos.

 

     La identidad étnica: un hecho natural

 

     La pervivencia de las identidades étnicas a pesar de los esfuerzos uniformizadores de los poderes centrales, intensificados en la segunda mitad del siglo pasado, es un factor decisivo en la invertebración de los Estados-Nación europeos. La constatación de este problema ha llevado a los defensores de los paradigmas estatistas-igualitarios a analizar e interpretar este fenómeno desde parámetros ideológicos hijos de la Ilustración, lo que ha conducido irremediablemente a sociólogos y politólogos a callejones sin salida al intentar plantear soluciones a las realidades nacionalistas, regionalistas o identitarias desde modelos de pensamiento igualitarios6, que al plasmarse en realidades administrativas (llamarlas políticas sería un abuso del lenguaje), repiten a pequeña escala mecánicamente el modelo del Estado-Nación. Es decir, la solución de los Estados europeos ha consistido en dotar a ciertas demarcaciones territoriales, que rara vez coinciden con el territorio habitado por un pueblo, de parlamentos que gestionan diferentes competencias cedidas por el Estado central siempre dentro del marco de la norma jurídica superior que emana de éste: en consecuencia, la «etnia», el «pueblo», queda reducido así a la suma de los ciudadanos del Estado que habitan en dicha demarcación administrativa según un principio geo-cuantitativo.

     Sin embargo, la etnia es una realidad infinitamente más compleja, caracterizada por una pervivencia a lo largo de siglos de un grupo humano específico que ha moldeado unos rasgos culturales propios. Se trata de grupos humanos que han mostrado una dura capacidad de resistencia a la despersonalización incluso en condiciones muy desfavorables, cuyas fronteras étnicas (lingüísticas, socio-culturales, de autopercepción) presentan con el correr de los siglos una persistencia tenaz (baste pensar en  las Cataluñas de la Marca de Poniente o la francesa). Como escribe Pierre Krebs: «...las culturas constituyen el testimonio viviente de las posibilidades contradictorias, pero también enriquecedoras que vienen delineadas en los diferentes patrimonios hereditarios. Representan la gran lección de lo viviente que los analfabetos del igualitarismo a todas luces son incapaces de entender. Las culturas son la expresión secular de una morfología psicológica y espiritual determinada, el reflejo original de la estructura espiritual, religiosa, y estética de una etnia o de un pueblo»7.

     El proceso de Globalización ha provocado en todas las sociedades del planeta, pero especialmente en la europea, un proceso de masificación, atomización, desarraigo y aislamiento de los individuos que tiene su reflejo en el sistema político vigente en Occidente. Consecuencias necesarias en una sociedad fundada sobre unas ideas profundamente ajenas a las leyes de la biología. Escribe el etólogo Irenäus Eibl-Eibesfeldt: «Así, la desorientación, que conduce al aislamiento dentro de la masa y a la manifestación desconsiderada, es atribuible entre otras cosas a la falta de integración en comunidades solidarias. Echamos de menos el apoyo que éstas nos ofrecen (…) es importante dejar crecer desde la base el sentimiento de pertenencia, que apuntala el de identidad, a través de la familia, el pequeño grupo, la tribu y la nación, porque es el ethos familiar –recalquémoslo una vez más– el que nos vincula emocionalmente». Eibl-Eibesfeldt había ofrecido previamente una definición de nación: «Nación cultural: frecuentemente con el mismo significado también de nación, pueblo, etnia, cultura. Comunidad sociocultural históricamente constituida, caracterizada entre otras cosas por una lengua común y una conciencia de vinculación»8.

     En efecto, la reconstrucción de modelos políticos y sociales de convivencia y acción diferentes a los que ofrecen la sociedad igualitarista, la democracia representativa y la economía capitalista exige necesariamente la existencia de unos marcos de dimensiones y características alternativos a los presenten en los que el individuo aislado y desarraigado ejerce su protagonismo. La integración, o mejor, la pertenencia del individuo a grupos biológicos y sociales que se vinculan y jerarquizan entre sí es un dato que está constatado y explicado por la etología. Marcos biológicamente establecidos, de «tamaño abarcable» en los que el hombre puede fundamentar sobre el sentimiento de pertenencia, el conocimiento del origen y la conciencia del yo su voluntad de actuación, de creación, de afirmación hacia el futuro. Porque, no lo podemos, no lo debemos olvidar, es sobre fundamentos biológicos sobre los que descansan todos los elementos que dan forma a la percepción que de sí mismo tiene cada hombre, desde la lengua a los ancestros, desde los valores y la voluntad hasta el territorio, es decir, hasta las fronteras que demarcan aquella comunidad humana de la que un hombre se reconoce miembro. Son estos marcos étnicos, estas naciones culturales, los únicos que proporcionan el marco político-biológico adecuado para el arraigo del ser humano. Y sólo ellos, y a través de ellos, puede renacer una comunidad pluriforme, solidaria, orgánica y jerarquizada que sustituya al actual modelo político y social.

     La etnia, como subraya esta vez con acierto Gurutz Jáuregui, es concepto dinámico: se halla sometida a un proceso de etnolisis, es decir, de fusión transformación y desaparición de ciertos caracteres y la aparición de otros nuevos. Sin embargo, Jáuregui se equivoca al sostener a renglón seguido que cada vez tiene menos sentido el nacionalismo étnico sustentado en la idea de la existencia de un grupo étnico con caracteres inmutables, y sobrevalorar, en función de sus presupuestos ideológicos igualitarios como ya dijimos más arriba, los factores sociales y culturales: Es precisamente el abanico de posibilidades prediseñado en su patrimonio hereditario el que determina los límites de las transformaciones, las posibilidades de asimilación de otros grupos y la reelaboración y actualización del corpus social y cultural nacido de dicho patrimonio: «Cada grupo posee su propia estructura biológica y se diferencia del resto en función de ella. Por tanto, nada es más importante para el desarrollo y para el ser de cada pueblo determinar qué grupos inmigrantes está en condiciones de integrar en sus esferas  territorial y  de reproducción biológica»9. Así, durante el largo proceso de etnogénesis de los numerosos pueblos de nuestro continente la asimilación de grupos de un mismo origen europeo ha sido una constante, baste recordar en España los casos de los bretones en Galicia, los grupos transpirenaicos, que solían recibir el nombre genérico de francos, en todos los reinos hispánicos, o en el ámbito castellano los gallegos en las tierras de la Alpujarra, la gran cantidad de mallorquines que repoblaron las tierras almerienses o los genoveses de las costas mediterráneas castellanas y los bávaros de las repoblaciones borbónicas del valle del Guadalquivir, todos ellos integrados en el pueblo y la cultura castellanas que los acogieron como semejantes, o en el ámbito catalán la numerosa presencia de aragoneses y navarros, perfectamente integrados en culturas, valencianas o baleáricas, de profundas raíces catalanas. Y podría hablarse de los franceses de origen hugonote en Prusia y los normandos un poco por todos lados… Integraciones que contrastan con la imposibilidad de asimilación de grupos étnicos de origen no europeo que han vivido en Europa durante siglos o incluso milenios y que están en la mente de todos. En nuestro siglo, el contraste brutal en el nivel de integración en las comunidades que los acogen entre los movimientos migratorios intraeuropeos y los protagonizados por grupos extraeuropeos abunda en esta idea.  

 

     Origen y trifuncionalidad. Arraigo y futuro

 

     En Europa, las etnias cristalizadas tras la era de las Völkerwanderungen se estructuran verticalmente y expanden horizontalmente siguiendo patrones paralelos.

     Horizontalmente, las estructuras «gentilicias», «clánicas», en las que la relación de sangre juega un papel esencial, propias de los pueblos germánicos y eslavos revivifican las instituciones análogas de raigambre indoeuropea por toda Europa que habían subsistido bajo las estructuras sociales romanas y que afloran aquí y allá con la decadencia del Imperio. El definitivo asentamiento germánico, el resurgir del substrato étnico céltico y la pervivencia del ethnos romano crean las bases para que durante los siglos de la Alta Edad Media cristalicen pueblos, unidades étnicas, en las que se conjugan estos elementos y que asumen unos rasgos culturales distintivos específicos. La expansión demográfica y territorial de estos grupos y la preservación de sus estrechos vínculos sanguíneos (nuestras «familias extensas» medievales, por ejemplo) crean ámbitos de auto-reconocimiento étnico que han perdurado hasta hoy con todo su vigor. Al mismo tiempo, verticalmente, la reelaboración del esquema trifuncional indoeuropeo por la civilización romano-celto-eslavo-germánica del Medioevo organiza poco a poco y de forma natural el paisaje político, social y económico de los territorios de la Ecumene europea. Valores y principios comunes que hunden sus raíces en la Prehistoria florecen en imágenes muy diversas desde el Mar del Norte a las riberas septentrionales del Mediterráneo y desde el Atlántico irlandés e islandés hasta la Rusia varega. Sociedades orgánicas, basadas en la diferencia y en la búsqueda del equilibrio social, se enfrentan o se cohesionan entre sí, conscientes permanentemente de su propia identidad, actuante en cada uno de los tres estratos sociales, idealmente definidos como oratores, bellatores y laboratores.

     Durante el proceso de maduración de la sociedad indoeuropea en la Europa central y nórdica a partir del quinto milenio antes de nuestra era «Los pueblos europeos, en un paso más allá, fueron los únicos que transformaron esta necesidad vital (mando, defensa y alimentación-generación) en una concepción del mundo: es el modelo de las tres funciones, soberana, guerrera y productiva, tal y como fue analizado por Georges Dumézil y Emile Benveniste (...) fue el genio de los pueblos europeos el que consiguió llevar a cabo “la transposición desde la práctica instintiva de las tres funciones hacia una reflexión sobre las tres funciones” Una reflexión que vertebró la vida social de todos nuestros pueblos desde fecha muy remota, que presidió su desarrollo histórico y que sólo comenzó a remitir con el surgimiento del Estado moderno, pero siendo sobre todo la ideología iluminista del XVIII, economicista y reduccionista, la que le asestó el golpe de gracia»10.

     En este paisaje de reconstrucción trifuncional medieval va tomando cuerpo el proyecto de un Imperio continental, regido por una realeza sagrada, pero la victoria de las armas güelfas y con ella de de unos principios hijos de un monoteísmo siempre ajeno a la esencia de Europa, dará paso a la destrucción de este mundo. Es harto conocida la evolución ideológica en Europa de los últimos siglos el de la Reforma al Liberalismo, por la cual el individualismo toma carta de naturaleza en el pensamiento y en la praxis política europeas. La idea del contrato social y del bienestar individual como fin de lo político presagia la muerte de éste. La evolución ideológica ha seguido una lógica inexorable hasta la atomización de las sociedades europeas.

     No puede olvidarse que todos los Estados-Nación europeos nacen de la voluntad y potencia expansiva de antiguos reinos que respondían en origen muy bien al concepto de naciones culturales o étnicas, orgánicamente constituidas en sus ejes socio-políticos verticales y horizontales, del que hemos hablado más arriba. En efecto, Gran Bretaña, España, Alemania, Francia, Italia ola Noruega anterior a la segregación sueca tienen su origen en la expansión política afortunada, casi siempre por medios militares, de Inglaterra, Castilla, Prusia… En el caso francés, el que ha logrado un mayor éxito en los procesos de cohesión y homogenización, su construcción nacional se vio acompañada por un verdadero etnocidio de las comunidades periféricas del hexágono, especialmente, y esto no es generalmente conocido ni reconocido, durante los dos siglos posteriores a la Revolución11. De hecho, el triunfo del individualismo político se vio favorecido por la laminación de toda realidad cualitativa en el seno de las estructuras nacionales nacientes. Este «vicio de nacimiento», por llamarlo de alguna manera, ha supuesto un elemento de freno para los proyectos de los Estados-Nación así formados. Del mayor o menor grado de cohesión de estos proyectos estatales siempre ha dependido su éxito y dicho grado de cohesión ha estado siempre en función tanto de los vínculos étnicos (lingüísticos, culturales, religiosos, etc.: por ejemplo, prusianos, bávaros y sajones hablaban un misma lengua mientras que castellanos y catalanes no) entre las naciones integrantes del Estado, como del grado de permanencia en el tiempo de los rasgos diferenciadores, así como también de las relaciones que se han establecido entre la nación hegemónica y la conquistada (es notoria la diferencia en el modo de integración estatal de los territorios vascos o Navarra, a pesar de que en esta última se verificó un proceso de conquista militar, en la Corona castellana con lo Decretos de Nueva Planta de Valencia y Cataluña o en el caso británicos de Escocia e Irlanda).

     Pero lo verdaderamente importante es que, nacidas mucho antes, las naciones culturales o étnicas sobreviven, firmes, homogéneas, dinámicas, tras el fracaso, la parálisis o el agotamiento de los proyectos históricos representados por los Estados-nación, como la materia insoluble de la que ha de estar necesariamente constituida la forma del devenir histórico de Europa.

     Por otro lado, es innegable que los Estados-nación europeos han favorecido el desarrollo entre sus ciudadanos de un sentimiento de pertenencia y de identidad, muy denso entre los miembros de los rublos que capitalizaron la formación de los Estados-Nación (castellanos, ingleses…), pero que también posee mucho peso entre los integrantes del resto de comunidades étnicas pertenecientes a un mismo Estado-Nación. En realidad, estamos ante los mismos procesos de etnolisis y etnogénesis que mencionábamos con anterioridad pero que por razones históricas, geográficas, políticas, psicológicas e incluso tecnológicas, en una palabra, geopolíticas, no han podido consumarse. Esta realidad ha provocado las situaciones de dicotomía que han coadyuvado a la implosión de los Estados-Nación de la que hablábamos al principio del artículo. No obstante, y a pesar de la imposibilidad de que España o Francia constituyan hoy por hoy entes políticos soberanos, sí que es cierto que el sentimiento nacional español o francés o británico deberá jugar un papel importante, esencial, en el proceso de redefinición del marco político europeo12. De qué manera se verificará esto es algo que cada pueblo, cada nación, deberá resolver por sí mismo. No existen recetas sino la existencia o inexistencia de una clara voluntad de ser que ha de estar basada en un profundo y vivo conocimiento de sí mismo.

     Los europeos nos hallamos así ante una encrucijada sólo restan dos caminos: aceptar los designios del poder uno y disolvernos en una sociedad multicultural, desenraizada, renunciar a lo que somos y a la posibilidad de decidir nuestro destino o retorno al arraigo, a la concepción orgánica, trifuncional, europea y la recuperación de la soberanía.

     Pero ¿Qué entender por arraigo? Guillaume Faye lo explica con una claridad cegadora: «Adhesión a su tierra, a su herencia, a su identidad como motores del dinamismo histórico. El arraigo se opone al cosmopolitismo, a los mestizajes culturales y al caos étnico de la civilización actual. El arraigo, para un europeo, no supone jamás inmovilismo o dejadez. Vincula la herencia de los ancestros y la creación. El arraigo no debe entenderse de manera museográfica. El arraigo en la preservación de las raíces, en la conciencia de que el árbol debe seguir creciendo. Las raíces están vivas: producen y permiten el crecimiento del árbol. El arraigo se lleva a cabo ante todo en la fidelidad a unos valores y a una sangre. El tipo más peligroso de arraigo –o de pseudoarraigo–  se manifiesta en los medios regionalistas y autonomistas de izquierda, en Occitania, en el País Vasco y en Bretaña, por ejemplo, que reivindican a la vez una excepción lingüística y cultural, pero que se entregan al modelo multirracial. Según la letanía estupefaciente tantas veces oída: “nuestros inmigrantes son también bretones, vascos u occitanos”. La contradicción es total: se opone en nombre de las “tradiciones” al jacobinismo reductor pero se admite sobre su suelo a los extraños a sus tradiciones impuestos por el propio universalismo jacobino. El arraigo, si se limita a la cultura sólo es folclore inútil. Debe imperativamente incluir una dimensión  étnica. El arraigo estrictamente cultural es necesario, pero insuficiente. Para los europeos del porvenir, el arraigo no debe reducirse a la adhesión y a la defensa de las patrias carnales regionales sino a llevar a cabo una revolución interior: la toma de conciencia de una comunidad histórica de destino, Europa»13.

     Y así es. Nuestro único futuro posible pasa necesariamente, empleando los términos que Guillaume Faye ha utilizado en otro lugar, por una Confederación Europea, soberana, poderosa, con un poder central fuerte pero limitado a los ámbitos fundamentales de decisión según el principio de subsidiaridad (política exterior, defensa y principios económicos y ecológicos generales) que adopte el principio económico de la autarquía de grandes espacios, con una fuerza militar independiente y disuasoria en el ámbito planetario que esté en condiciones de hacer frente al mundo islámico y a la esfera de poder americana, pero profundamente descentralizada en la que cada pueblo integrante sea libre de organizarse en materia judicial, institucional, de autonomía fiscal, en los ámbitos educativos, lingüísticos culturales…etc. Pueblos que deberán plegarse ala gran política del conjunto y aceptar la superioridad del poder central que, a su vez garantiza la identidad de cada unos de ellos, incluyendo que toda nación, pueda desvincularse en todo momento de la Confederación Imperial. La noción de Impero implica las de proyecto colectivo y perennidad en las Historia. El único marco posible de reagrupación de todos los europeos en su diversidad y su unidad. El único proyecto que nos puede permitir la conquista de nuestro destino.

Olegario de las Eras



[1] Corporaciones financieras o productiva, organizaciones militares, estructuras de adocenamiento político como la ONU o la UE u organizaciones de la naturaleza de la Comisión Trilateral o el Club Bilderberg, por citar sólo lo harto conocido.

2 Luis María Bandieri, en la «Introducción» a la Teología Política de Carl Schmitt, Buenos Aires 1985, p. 27.

3 Carl Schmitt, Concepto de la Política, Buenos Aires 1984, p. 89.

4 Luis María Bandieri, op. cit pp. 27-9.

5 Alain de Benoist y Guillaume Faye, «Por un Estado soberano» en Hespérides vol. I nº 4/ 5 p. 100.

6 Véase, por ejemplo, Gurutz Jáuregui, Los nacionalismos minoritarios y la Unión Europea, Barcelona 1997: «A la vista de estos datos constituye una quimera el pretender establecer una teoría general del nacionalismo». Los datos a los que se alude no son sino la múltiple variedad de expresiones que presentan los diferentes nacionalismos europeos en función de contextos políticos, ideológicos e históricos distintos. Sin embargo, ni una palabra sobre los fundamentos biológicos y psicológicos del ethnos que están en la base de toda realidad nacional.

7 Pierre Krebs, La lucha por lo esencial, Valencia 2005, pp. 100.

8 Irenäus Eibl-Eibesfeldt, La sociedad de la desconfianza, Barcelona 1996, pp. 83 y 85.

9 Ilse Schwidetzky, Grundzüge der Völkerbiologie, Stuttgart 1950. p. 68. (citado por P. Krebs en op. cit. p. 105).

10 Colectivo Capitolio, «Las tres funciones de lo político» en Hespérides vol. I, nº 4 / 5 1994, pp.192-3.

11 Es la segunda mitad del siglo XIX la que es testigo de la desaparición casi absoluta de la lengua occitana que todavía era empleada por la burguesía del Midi a principios de esa misma centuria.

12 Por lo demás, la necesidad psicológica del arraigo, de marcos más abarcables como decíamos arriba, y la conciencia de la diferencia presente entre las diferentes partes de un Estado-Nación son las razones que explican la aparición y el «éxito» de nacionalismos como el pagano-lombardo entre amplias capas de la población norditálica, con independencia de las razones últimas que muevan a las minorías político-económicas que los han gestado y dirigido.

13 Guillaume Faye, Porquoi nous combatons, extractado de las pp.113-4.

Gustave le Bon y la psicología de las multitudes.

Gustave le Bon y la psicología de las multitudes.

“El heroísmo puede salvar a un pueblo en circunstancias difíciles, pero es la acumulación diaria de pequeñas virtudes lo que determina su grandeza” (G. Le Bon)

 

“Ante la creencia en un daño inminente, la multitud se desmanda. Se producen entonces actos inauditos de heroicidad y de desesperación, hasta que llega la histeria colectiva que sólo puede ser controlada y dominada por la violencia serena de unos pocos” (G. Le Bon)

 

 

 

La obra del médico francés Gustave Le Bon (1841-1913) y su pensamiento filosófico, psicológico y sociológico se centra sobre todo en sus estudios sobre el comportamiento de las masas. En sus trabajos sobre la psicología de masas resulta genial. Y esto, junto a sus grandes conocimientos, y el hecho de estar libre de los prejuicios progresistas e igualitarios que imperaban ya en su época le ha servido para ser conscientemente ignorado hoy. G. Le Bon representa, junto con Gobineau y H. Taine, la esencia misma del espíritu francés: Pensamiento racional, objetivismo, y una observación y análisis agudos y objetivos. A Gustavo Le Bon le tocó vivir la segunda mitad del siglo XIX en Francia con acontecimientos políticos y militares como la guerra franco-prusiana, la proclamación de la “Comuna de París”, etc. Y estos acontecimientos también marcan su pensamiento básicamente consistente en la preminencia de los sentimientos y las pasiones sobre la razón en los actos humanos, sobre todo en los colectivos. Él concibe también el alma de la raza como alma colectiva, y este concepto de la sociopsicología de las razas explica muchos fenómenos sociales. A este respecto, la ciencia raciológica, desde Gobineau y Taine a Jacques de Mahieu, coincide en que la diferencia entre una raza y otra no reside en la inteligencia abstracta o contemplativa (ejemplo: los griegos o los hindúes), sino en el carácter, en la energía creadora. Arthur de Gobineau no sabía que a través de sus escritos estaba dando cuerpo a lo que sería una nueva ciencia: la raciología. Gobineau decía que “La historia de la humanidad es constantemente una decadencia producto de la mezcla de razas”. La aportación del historiador francés H. Taine, a mediados del siglo XIX, fue la de intuir que el arte y las manifestaciones de los pueblos no aparecían casualmente, sino que venían condicionados por aspectos diversos, como el suelo, el clima, la geografía y la raza. Otro francés, Alphonse de Chateaubriant, en “La Gerbe des Forces” escribe sobre el sentido del verdadero racialismo, que no va dirigido contra el extranjero, sino que es “una voluntad de enraizamiento en la sangre y la tierra, fuente de la gran comunidad solidaria, y garantía de la futura prosperidad de todos”. También G. Le Bon afirma: “Importa hacer notar aquí lo que ya he observado muchas veces en mis últimas obras: que nunca es por la disminución de la inteligencia, sino por la extinción del carácter, por lo que los pueblos entran en decadencia y desaparecen de la historia. La ley se ha verificado en otro tiempo con los griegos y los romanos, entre otros, y hoy se verifica de nuevo”.

 

Es curioso comprobar cómo los primeros raciólogos fueron todos franceses, y estos autores del siglo XIX coincidieron en el reconocimiento de las realidades humanas y de los hechos históricos. Y es un hecho histórico que las diferentes civilizaciones: India, antiguo Egipto, Persia, Grecia, Roma entraron en decadencia cuando el elemento étnico que la forjó entró en recesión frente a otros que ocuparon paulatinamente el mismo suelo, pero con los que no había lazos de origen. La conservación de la herencia etno-cultural es la clave para el mantenimiento y la supervivencia de una civilización determinada.

 

 

Hemos visto que G. Le Bon se dedicó también a la etnología, pero es por su obra Psicología de las multitudes, por la que es considerado generalmente como uno de los antecedentes europeos, más claros y evidentes, de la Psicología Social. En el desarrollo de su trabajo puede observarse la influencia de autores como H. Taine, G. Tarde, E. Durkheim y Charcot, de quienes toma los conceptos de raza, imitación y contagio, la idea de colectividad como todo superior a la suma de las partes, el principio de sugestión y el tema del inconsciente.

 

Cree descubrir en los rasgos de la muchedumbre, y en el conjunto de los sentimientos populares, “los caracteres fundamentales de la raza que constituyen el campo invariable en el cual germinan todos nuestros sentimientos”, por lo que el factor raza “se eleva en importancia sobre todos los demás” (1). La base racial constituye el asiento de las grandes creencias sobre las cuales descansa una civilización entera, ya que, por una parte, “las transformaciones importantes en que se opera realmente un cambio de civilización, son aquellas realizadas en las ideas, las concepciones y las creencias” y, por otra, “no hay nada tan estable en una raza como el fondo hereditario de su pensamiento” (2).

 

Sobre dicho esquema, considera que las últimas décadas del siglo XIX constituyen una época crítica, de transformación y de anarquía, debido a la destrucción de las creencias religiosas, políticas y sociales, y a la creación de condiciones de existencia y de pensamiento enteramente nuevas, en las que el advenimiento de las masas amenaza con acabar definitivamente con la civilización de Occidente, ya que “la Historia nos dice que, en el momento en que las fuerzas morales sobre las que reposaba una civilización han perdido su imperio, la disolución final han venido a realizarla esas muchedumbres inconscientes y brutales, con justicia calificadas de bárbaras” (3). Por tanto, dado que el advenimiento de las muchedumbres es ya un hecho, postula que el conocimiento de su psicología es en este momento el último recurso del hombre de Estado que quiera, si no gobernarlas, puesto que esto es muy difícil, al menos, no ser gobernado por ellas, ya que “sólo profundizando algo en la psicología de las muchedumbres es como se comprende la acción insignificante que las leyes y las instituciones tienen sobre ellas; cuán incapaces son de tener opiniones fuera de las que le son impuestas; que no se les conduce con reglas basadas sobre la equidad teórica pura, sino buscando aquello que pueda impresionarlas y reducirlas” (4).

 

G. Le Bon no se refiere a la muchedumbre en el sentido ordinario de reunión de individuos cualesquiera que sean las circunstancias que los reúnan, sino que se ocupa de la muchedumbre desde el punto de vista psicológico, afirmando categóricamente que “el hecho más admirable que presenta una muchedumbre psicológica es el siguiente: el que, cualesquiera que sean los individuos que la componen, y por semejantes o desemejantes que sean su género de vida, sus ocupaciones, su carácter y su inteligencia, por el sólo hecho de transformarse en muchedumbre poseen una clase de alma colectiva que les hace pensar, sentir y obrar de una manera completamente diferente a aquella de cómo pensaría, sentiría u obraría cada uno de ellos aisladamente” (5). En un clímax multitudinario, la personalidad consciente se desvanece y se encuentra sometida a la “ley psicológica de la unidad mental de las muchedumbres”, de manera que lo heterogéneo se anega en lo homogéneo y dominan las cualidades inconscientes – cualidades generales del carácter – apareciendo así, un carácter medio de los individuos constituidos en multitud “que nos explica por qué las multitudes no sabrán nunca realizar actos que exijan una inteligencia elevada”, puesto que “en las muchedumbres lo que se acumula no es el talento, sino la estupidez” (6).

 

No obstante, encuentra en estos individuos que están en situación multitudinaria nuevas cualidades, de las cuales carecían antes, siendo tres las causas que determinan la aparición de estos caracteres especiales en las muchedumbres:

 

-          El sentimiento de poder invencible que el individuo adquiere en muchedumbre, por el solo hecho del número, permitiéndole ceder a instintos que, solo, hubiera seguramente reprimido, viéndose además favorecida esta falta de freno por la irresponsabilidad que implica el anonimato de la masa.

-          El contagio, ya que “en una multitud, todo sentimiento, todo acto es contagioso, y contagioso hasta el punto de que el individuo sacrifica muy fácilmente su interés personal al interés colectivo” (7).

-          La sugestibilidad, puesto que “bajo la influencia de una sugestión, se lanzará con irresistible impetuosidad al cumplimiento de ciertos actos. Impetuosidad más irresistible aún en las muchedumbres, que en el sujeto hipnotizado; porque siendo la sugestión idéntica para todos los individuos que las componen, en ellas se exagera al convertirse en recíproca” (8).

 

Para G. Le Bon los principales caracteres del individuo en muchedumbre son:

 

Desvanecimiento de la personalidad consciente, orientación por vía de sugestión y contagio de los sentimientos y de las ideas en un mismo sentido, y tendencia a transformar inmediatamente en actos las ideas sugeridas. De ahí que “por el solo hecho de formar parte de una muchedumbre organizada, el hombre desciende muchos grados en la escala de la civilización. Aislado sería tal vez un individuo culto; en muchedumbre es un bárbaro, es decir, un impulsivo. Tiene espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y los heroísmos de los seres primitivos” (9).

 

Por otra parte, partiendo de esas características especiales de las multitudes, se refiere al modo de poder manejarlas y, en consecuencia, también, en cierto modo, a las características que debe tener todo líder. En este sentido señala que para influir en la multitud es inútil argumentar lógicamente, ya que se ha comprobado que su imaginación se impresiona especialmente mediante las imágenes. Ahora bien, no siempre se dispone de dichas imágenes, siendo preciso evocarlas por el juicioso empleo de palabras y fórmulas adecuadas, pues todas las palabras y todas las fórmulas, no poseen el poder de evocar imágenes. Es más, las palabras tienen “significaciones contingentes y transitorias, que cambian de edad en edad y de pueblo en pueblo; y cuando queremos actuar con ellas sobre la multitud, es necesario previamente saber cuál es el sentido que para la misma tiene en un momento dado y no el que tuvo anteriormente o el que pueda tener para individuos de constitución mental diferente” (10). De aquí que el arte de los gobernantes, de los líderes y de los oradores, como el de los abogados y juristas, consiste en saber manejar la herramienta de la palabra, saber manejar las palabras, ya que “el poder de las palabras es tan grande, que basta designar por términos bien elegidos las cosas más odiosas, para hacerlas aceptar por las muchedumbres” (11). En definitiva se trata de evocar los sentimientos de la multitud de una forma sencilla, simple, categórica y reiterativa a través de palabras y fórmulas bien elegidas, pues los hombres en situación multitudinaria son propensos a la acción y no a la reflexión y el pensamiento.

 

Asimismo, destaca la importancia y el poder que el prestigio tiene para la persuasión, entendiendo por prestigio “una especie de dominio ejercido sobre nuestro espíritu por un individuo, una obra o una idea; dominio que suspende nuestras facultades de crítica, inundando nuestra alma de sorpresa y respeto. Como todos los sentimientos, el que provoca el prestigio es inexplicable, pero debe pertenecer al mismo orden que la fascinación que se experimenta por un sujeto magnetizado; el prestigio es el resorte más poderoso de toda dominación; sin él jamás hubieran reinado los dioses, los reyes y las mujeres” (12).

 

G. Le Bon, como señala J.H. Curtis, si bien generalmente tendió a dar “un sabor durkheimniano a su interpretación de los fenómenos sociales de grupo” y “cuando trató el individuo se decantó hacia la Psicología Social de G. Tarde”, no consiguió “una integración meditada de los puntos de vista de E. Durkheim y G. Tarde” (13). Sin embargo impulsó y constituyó el revulsivo de una psicología de las multitudes, señalando una nueva etapa en el estudio de la relación entre el grupo y el individuo y de las conductas colectivas y los fenómenos sociales y grupales, iniciando una controversia que continuó durante la historia más reciente de la Psicología Social.

 

 

Eduardo Núñez.

 

 

Notas:

 

(1)   Gustave Le Bon: La psychologie des foules. París, 1895, citado por F. Ayala: Historia de la Sociología. Losada, Buenos Aires, 1947, pág 98.

(2)   Gustave Le Bon: Psicología de las multitudes (1896) Albatros, Buenos Aires, 1968, págs. 15-16.

(3)         Ibídem, pág. 20.

(4)         Ibídem, pág. 22.

(5)         Ibídem, pág. 31.

(6)         Ibídem, pág. 33.

(7)         Ibídem, pág. 34

(8)         Ibídem, pág. 35.

(9)         Ibídem, pág. 36.

(10)           Ibídem, pág. 116.

(11)           Ibídem, pág. 117.

(12)           Ibídem, págs. 139-140.

(13)           J.H. Curtis: Psicología Social. Grijalbo. Barcelona, 1962, págs. 123-124.

 

 

 

Reflexiones sobre nuestro mundo rural frente a la globalización

Reflexiones sobre nuestro mundo rural frente a la globalización

Nos dice un “ilustre filántropo”, acérrimo defensor de la globalización y corrector del libre mercado como es  George Soros,  que el actual sistema capitalista puede compararse con un imperio cuya cobertura es más global que la de cualquier imperio anterior. Es un imperio casi invisible, dado que carece de una estructura formal y sus súbditos supuestamente no saben que está sometido a él. Llevamos años sabiendo y comprobando  que los gobiernos nacionales están al  servicio más o menos intenso de determinados grupos de presión e influencia económica y que dichos grupos organizan a su antojo la feria, o sea, el mercado. Quizás exista algún necio que argumente  a día de hoy que la invasión de Irak era para llevar la democracia y para liberar al pueblo de un tirano. A ningún ser inteligente se le escapan los verdaderos motivos:  control de las reservas de  petróleo, aumento del muy lucrativo negocio de armas,  “reconstrucción” de infraestructuras  del país y por supuesto y lo más importante, la consolidación en Oriente próximo del poder “globalizador”  de los grandes defensores de su sistema como USA e Israel…Ay Señor, Señor! aquellos periodistas que en nuestro país  tienen por máxima “La Verdad os hará libres”, todo esto lo obvian en sus delirios “neocon” tan contrarios a la esencia de los valores de su hipócrita  Cristianismo. De nuevo los mercaderes están dentro del Templo.

 

            Todos, absoluta y ciertamente,  todos somos potenciales consumidores: desde el nuevo rico de Hong Kong ávido de un último coche deportivo  hasta el “tolerante” saudita comprador de lujosa  y “coránica” moda parisina. Desde el inmigrante de Quito con su hipoteca inmobiliaria en Europa hasta el obeso “cosmopolita” y desarraigado neoyorkino, sin olvidarnos del por desgracia caduco europeo. De acuerdo, hasta aquí nada nuevo. Sabemos que el mundo desde hace bastante tiempo se rige por las leyes del comercio y cuando no es así, por otra similar que es la de la guerra... Cuando “El Arte de la Guerra” de Sun-Tzú se convierte en libro de cabecera para yuppies, podemos temer lo peor.

 

Para algunos historiadores el fenómeno de la globalización arranca desde el comienzo de la Edad Moderna, con el denominado Renacimiento. Los fundadores del socialismo científico ya profetizaban dicha globalización. Marx y Engels en su Manifiesto Comunista, refiriéndose a la burguesía, decían que “por la necesidad de dar cada vez mayor salida a sus productos, la burguesía recorre el mundo entero. Necesita anidar en todas partes, establecerse en todas partes, crear vínculos en todas partes” 

 

A la gente, al pueblo en general, siguiendo el viejo adagio romano, se le sigue ofreciendo día tras día, tertulia radiofónica tras tertulia, programa de TV tras programa el conocido “pan y circo”. Se le entretiene en el caso de nuestro estado, con sus reyertas orquestadas bien desde grupos mediáticos de tendencia izquierdista –léase el todopoderoso grupo PRISA- bien desde las coordenadas neoconservadoras de la FAES o sectores de los “pobres de Dios”, también conocidos como Opus Dei. Y descendiendo de nivel,  cuando llegamos a las reyertas entre los “vividores” del erario público, igualados en su aferramiento al poder con cualquiera de los anteriores ministros del anterior régimen, ese poder igualmente “caciquil” que sustentan y que supuestamente les perpetua en las urnas, desgraciadamente es para llorar. Esos auténticos reyezuelos de taifas, -léase en este caso por algunos presidentes de  las “autonosuyas”- que ahora quieren perpetuar él y  su partido de “taifa” un supuesto “legado perenne” en base a  erróneas concepciones pseudo-identitarias,  parece que se olvidan de algo fundamental: Siguiendo al “vía goda” a la inversa, es decir, en vez de sumar fuerzas y construir algo grande en beneficio de sus contribuyentes , lo que hacen la mayoría de las veces es disgregar dichas fuerzas sin preocuparles que sus irredentos pueblos o neo-naciones igualmente serán  fagocitadas e impregnadas “por el mercado que se autorregula”, por ese cosmopolitismo que todo lo nivela y acaba con las diferencias humanas, que es base y riqueza de todos los pueblos del planeta. Son totalmente actuales las palabras autocríticas respecto al actual hombre occidental,  con las que denunciaba el futuro de nuestra  caduca sociedad  el maestro identitario galleguista, Don Vicente Risco.  Allá por el primer tercio del siglo XX, V. Risco denunciaba que “…el cosmopolitismo, el internacionalismo, el mundialismo, el universalismo, he aquí otro aspecto del sueño babélico, de la bárbara soberbia de Nemrod, constantemente resucitada en la búsqueda del dominio imperial sobre el planeta, motor y carantoña a un tiempo de la avidez del hombre occidental … Los pueblos occidentales quieren hacer a todos los demás partícipes de su desgracia y el mundialismo único que realmente existe es ese imperialismo que va matando todas la culturas autóctonas y estandarizando la tristeza gris, uniforme, mecanizada, artificial y asquerosa del mundo de la gran industria”[1]

 

Y la revolución industrial, como hemos aprendido en las lecciones de Historia, supuso el inicio del éxodo masivo de la población rural a la  gran urbe, pasando de campesinos a proletarios. Cumple recordar que en los años 30, alrededor del 75% de la población vivía en el campo y su sustento lógicamente se basaba autárquicamente en la explotación de sus recursos. Los montes con árboles autóctonos se explotaban y los valles con sus tierras fértiles producían, aunque no lo suficiente como para mantener  a tanta población. No vamos a hacer aquí una elegía bucólica de aquella situación de penuria económica que sufrieron nuestros abuelos y bisabuelos.  No descubrimos nada nuevo cuando decimos que la situación actual  de nuestros campos es totalmente diferente. Las tierras están en algunos casos, bien abandonadas, bien llenas de pesticidas. Los montes con sus árboles  autóctonos  desaparecen y en su defecto son suplantados por “plantaciones  de eucaliptos”.   

 

El ingreso de España en el Mercado Común Europeo cuando transcurría el año 1982, sin duda alguna fue el ingreso total de nuestra economía en esa denominada globalización. Los ajustes estructurales como es sabido, afectaron por doquier a los más variados sectores de nuestro tejido productivo: desde la industria naval o el textil hasta acabar en sectores primarios como la agricultura y la ganadería.

 

Lo cierto es que para nuestra actual clase política, la mal denominada “liberalización del mercado” impuesta por la CEE en algunos de nuestros sectores, le ha venido de perlas. Nunca imaginaron “sociatas” y “peperos” ser tan generosamente  retribuidos por sus servicios prestados al partido y a lo que no es el partido…  y no al interés general de nuestro estado y sus ciudadanos.  Recordemos simplemente algunos que ahora nos vienen a la memoria  .La “privatización” de la estatal empresa de telecomunicaciones  y el conocido pelotazo de su ex-presidente ,”amiguete” de Aznar y sus stock-options de Telefónica, o de eléctricas como Endesa (al “pepero” Martín Villa),  o el dorado retiro de múltiples políticos en  “suculentos” consejos de administración como el “sociata” Narcis Serra en Caixa Catalunya, por no hablar del “carismático” mister X, Felipe González, conocido por múltiples negocios y empresas en Íbero América. Estos sólo son unos ejemplos a vuela pluma.

 

¿Quién no se acuerda del funesto euro-comisario Fischler, famoso por sus “ajustes estructurales en el sector agro-ganadero” en nuestro estado, probando las aceitunas directamente arrancadas de un olivo? Como se sabe, la industria olivarera pasó prácticamente a capital italiano y el sector lácteo (especialmente en Galiza, Asturias y Cantabria) se vio condenado a recortes totalmente abusivos. Países diminutos como Dinamarca y Holanda  casi tienen  tanta cuota láctea como todo el norte de España. Y es justamente en estos sectores agro-ganaderos donde queremos centrarnos. Se puede entonar un  réquiem por nuestro campo, por nuestros sectores agrícolas y ganaderos, especialmente en el norte de España, totalmente desproporcionado con respecto a  otras zonas del estado lleva a pasos agigantados a este sector hacia el abandono total de nuestros pueblos y también hacia la pobreza de nuestros productores agro-ganaderos. La desarticulación de nuestro mundo rural es una evidencia y sin ningún alarmismo puede ser considerado una desastrosa realidad. Del sector primario se le ha querido llevar al sector servicios, con su “turismo rural”. Y al paso que vamos será más fácil ver a población alóctona celebrando el sacrificio del cordero por su fiesta del Id, que a nuestros paisanos celebrando una tradicional matanza del cerdo en los fríos días del San Martiño.

 

Tanto latifundios como minifundios han sido y serán una lacra para la explotación de nuestros sectores. Hablar de una reforma agraria, de una “revolución pendiente” en este sector, para algunos sería trasnochado y propio de ideologías caducas, para otros fruto de un desconocimiento del sector. Pero lo cierto es que la descompensación en diferentes zonas del estado es algo patente. Pesa más la región mediterránea frente a la denominada España verde. Para este siglo XXI, el del mercado global, si nuestros políticos no son conscientes del valor empresarial de la identidad, nos veremos abocados ya de forma completa, absoluta y totalitaria (palabra esta última que algunos solo ven en actuaciones del pasado pero no en el presente o futuro) hacia ese imperio invisible y en mano de solo algunos pocos oligarcas.

 

Creemos que los productos de primera necesidad, con identidad territorial se transforman en productos de una cualidad distinguida, en ambos sentidos de su significado y esta identidad aplicada en el sector agrícola de una manera racional, es decir, ecológica tanto  como en el sector ganadero, sin duda generaría empleo y riqueza en nuestros campos y valles, evitando así el despoblamiento de nuestros pueblos, de la pérdida en gran parte de nuestra identidad. Y lo más importante en estos tiempos de los cuales todo el mundo “urbanícola” habla sin descanso del cambio climático. ¿No será mejor la “calidad” de los pequeños y medianos productores frente a los grandes, que solo ofrecen “cantidad”? ¿Se deben de controlar los precios a los mega-distribuidores como Carrefour? ¿Necesitamos forrajes transgénicos, llenos de antibióticos y con ingredientes animales  para nuestras herbívoras  vacas, para que no se nos conviertan en Locas?  ¿Se podría incentivar a los nuestros a retomar una vida mejor en el campo en unas condiciones dignas, que la vida de un infeliz ciudadano que no llega a “mileurista” en una gran urbe? ¿Evitaremos los incendios de nuestros bosques con un aprovechamiento más racional y ecológico de nuestra riqueza maderera?   ¿O acaso nosotros y nuestros hijos  tendremos que visitar un museo etnográfico para saber como era las vidas en el mundo rural de nuestros abuelos y bisabuelos? ¿Será cierto finalmente que los PC´s, móviles o ladrillos se comen? Porque si no valoramos en su injusta situación a nuestros productores de alimentos, que será lo que comeremos en el futuro, ¿productos del incipiente Magreb o bien de la empresas norteamericanas establecidas en Sudamérica?  Y a los africanos con el conocido “dumping”, ¿a que les avocan los defensores del “libre mercado”?  ¿A  la pobreza perpetua y como solución la inmigración a Europa?

 

No sería utópico pensar que frente a los tiempos de la globalización, se deben de imponer los tiempos de la Identidad, para nosotros como europeos, como para los diversos pueblos centro y sudamericanos, africanos o asiáticos, puesto que si queremos lo mejor para nosotros, lógicamente lo queremos para el resto… solo así, evitando la imposición de ese imperio invisible pero real que es la globalización y sus tratados de “libre comercio”, se podrán evitar tantas injusticias tanto entre los nuestros como entre los mas pobres del mundo. No olvidemos que la lucha contra esa dictadura del “mercado que todo lo regula”, es de carácter local y nacional, siendo su efecto de carácter internacional y nunca a la inversa como piensan algunos “rojiverdes”.

 

            Escribía un ministro de agricultura alemán del pasado siglo, con mucha razón, que frente a los valores en decadencia de los hombres de la ciudad, los hombres del campo con su sencillez y rectitud son los que realmente hay que valorar: “La ciudad produce gentes en serie, con muy raras excepciones…El hombre de ciudad bañado en todas las aguas de la gran urbe, es ciertamente, “listo y despierto”, o por lo menos tal es al impresión que produce al primer golpe de vista, pero es raro que aporte los dones que garantizan al jefe en los grandes momentos de la Historia, esta rectitud que le mantiene en el buen camino”

 

Y ese mundo rural se está perdiendo, los jóvenes ante la falta de expectativas se marchan y solo los mayores, una población sumamente envejecida es la que pervive.  Un ejemplo, en Galiza, en el Concello de Monforte de Lemos, en el año 1996 el padrón municipal ofrecía este panorama. Población de derecho: 19.180, población activa 5.215, población desocupada 9.912, jubilados 3.405 y residentes ausentes 651. Pues bien, ¿decidme en que economía desarrollada en nuestro mundo rural, trabaja uno por cada cuatro? ¿Y luego nos hablan los políticos de problemas en las cuentas de la Seguridad Social? ¿Y sus suculentas  pensiones y dorados retiros, también peligran o solo tienen el riesgo los autónomos del campo, para esos trabajadores que no tienen ni fines de semana ni vacaciones?

 

Cuando los montes y los labradíos se abandonen por casi completo, la población envejecida vaya desapareciendo, ¿qué panorama nos encontraremos? ¿Si se produce un colapso del sistema –que sin duda se producirá- cómo se alimentará a la población? No somos profetas, pero la evidencia del desfase y la desarticulación que existe en nuestro mundo rural, es como para prever el peor de los augurios. Mientras tanto, que se consuelen los habitantes de las urbes con el “pan y circo” mediático, “consume y consume, que no te pueda la presión social”, “ya es primavera en el Corte…”

 

Para nosotros los identitarios, la revitalización de nuestros campos va unida a la revitalización de nuestros pueblos, siendo un freno a la desertización por completo de nuestras comarcas y por consiguiente de nuestra íntima arquitectura rural  tradicional, además de costumbres ancestrales que día a día se olvidan. Creemos que el sistema actual utilizado no puede sostenerse ya por más tiempo. Estamos convencidos de que el empleo de alternativas ecológicas y racionales frente al “industrialismo” aplicado a estos sectores, en  su suma son respuestas a la explotación de energías limpias (biomasa, solar, etc.) nos llevarían a no tener una dependencia exclusiva de  energías fósiles, tal y como preconiza la actual sociedad de consumo. La agricultura y ganadería ecológica no deben ser competidores en nuestros mercados, sino la opción prioritaria a regular por nuestros políticos. Debemos acabar ya con la pérdida de la calidad natural de nuestros alimentos y su valoración por su aspecto externo, olvidándonos sus cualidades organolépticas y sus efectos sobre la salud humana. Debemos apreciar nuestra biodiversidad sin fomentar monocultivos y variedades de alto rendimiento, donde se abusan de fertilizantes químicos y de pesticidas, eliminando la rotación en el cultivo de las tierras y posterior empobrecimiento. Nuestros labradores y ganaderos no deben estar sometidos a intereses industriales ajenos al campo (fitosanitarios, simientes, abonos, maquinaria….) porque así el mercado escapa su control y los precios no son reales, basados estos en criterios políticos y económicos neoliberales impuestos desde organismos como la CEE, el FMI o la Organización mundial del Comercio.      

 

Con el actual sistema de explotación “industrializado”, lo vegetal y lo animal dejan de estar interrelacionados, frente a lo tradicional, racional y ecológico donde ambas actividades eran interdependientes y suma de un todo. Y la progresiva regularización de nuestra ganadería y agricultura ecológica a través de sus consejos reguladores (que no deben ser organismos ineficaces ni policiales poblados de  vagos funcionarios, sino de apoyo, fomento y difusión de nuestra tradicional cultura agro-ganadera) será importante fuente de riqueza y salud para todo el conjunto de la población. Así pues creemos que “el reino de la cantidad” debe ser vencido por la calidad y la identidad, expresión magna de la biodiversidad y como fórmula de  retorno racional y regeneracionista a nuestro maltratado  hábitat rural.

 

Quienes combatimos en el terreno de las ideas y no en el del voto, quienes creemos que la política es un arte de transformación y mejoramiento de nuestro entorno y no de enriquecimiento rápido y “concesión de favores”, sabemos que estamos en gran desventaja, al igual que nuestra conservadora gente del pueblo, frente a la autodenominada “ciudadanía” e igualmente creemos que en su efecto mejorando lo natural que es nuestro entorno rural, cual arte alquímico, en su causa se mejorará lo artificial, que es nuestro entorno urbano. Ese será uno más de los múltiples y grandes retos que tendremos que afrontar por la pervivencia de nuestra Identidad en este siglo XXI, un siglo de  cambio climático y esperemos que de putrefacción y caída del “imperio globalizador”. 

 

Federico Traspedra



[1] “Mitteleuropa” Vicente Risco. Ed. Galaxia, 1984. Págs. 288-289

Pedro I el grande, el zar que miró a Europa.

Pedro I el grande, el zar que miró a Europa.

«Era un hombre alto, bien plantado, bastante delgado (…) de mirada majestuosa y graciosa cuando quería, severa y cruel si no; con un vicio que, aún no siendo frecuente, le cambiaba los ojos y toda la fisonomía, causando una impresión aterradora (…). Bebía y comía de manera increíble dos veces al día, sin contar con toda la cerveza y otras bebidas que tomaba entre aquellas comidas (…) Se hizo admirar por su enorme curiosidad, dirigida siempre a planes de gobierno, comercio, educación, policía; curiosidad que alcanzaba a todo y no desdeñaba nada, cuyos menores rasgos tenían una utilidad acentuada, sabia y que sólo estimaba lo realmente valioso (…) Su familiaridad tenía origen en la libertad, lo que hacía de sus modales prontos y que no le gustase que le forzasen o le llevasen la contraria». Así le describía, con todos los prejuicios y también la sabiduría propia de su época, el socialista utópico Saint-Simon.

 

            El que iba a ser Pedro I el grande nación en Moscú, hijo del segundo matrimonio del zar Alexis I. Niño robusto que se convirtió en un hombre fuerte, al que le leyenda le atribuye haber matado a puñetazos a un oso. Fue un hijo muy esperado y querido por su padre y por su madre, Natalia Narisjikina.  A la muerte de su padre, él y su madre se trasladaron a la fortaleza del Kremlin, donde murió su querido hermano Fiodor III. Fue en ese mismo año cuando los strelitz impusieron la regencia de su hermanastra. Sofía, hija de la primera esposa de su madre.  Adolescente independiente frecuentaba durante esos primeros años de su vida el barrio alemán de Moscú, que le impresionaba por su orden, constatando, con cierto pesar, la diferencia con el resto de la capital rusa, ahí nació cierta germanofilia y una inequívoca admiración hacia lo que venía de Europa occidental, entre sus amistades destacaban escoceses, suizos y, especialmente, holandeses residentes en Moscú. Desde su adolescencia se manifestó como una persona pragmática e intelectualmente inquieta, y apenas iniciada su juventud, el futuro Pedro I se persuade de su misión de sacar a Rusia del letargo y el aislamiento prolongado desde la conquista mongola, también se persuade de la dificultad geográfica de su Rusia, y pone la mirada en dos objetivos: el mar Negro y el mar Báltico, para acceder a ellos sólo encuentra un camino: la guerra.

 

            Las primeras dotes organizativas las demostrará durante el reinado  de su hermanastra Sofía, cuando se dedica –sin la oposición de la zarina– a reclutar regimientos de soldados como guardia personal, pronto esos regimientos se convertirán en la elite militar rusa. En 1689 se apoya en los mismos –fieles a su persona– para derrocar a su hermana Sofía y dejar el gobierno a su madre, Natalia, quien no tenía ni pretensiones ni aptitudes políticas. De hecho el poder real fue ejercido por la oligarquía boyarda, muy influida por el reaccionario y xenófobo patriarca Ioakim, fueron años de reacción contra todo lo extranjero y sus posibles influencias. Su madre Natalia, a la que Pedro amaba profundamente, murió en 1694, dos años después, en 1696, también fallecería su querido hermano Iván IV, con el que había actuado como co-zar desde la desaparición de su madre. Es así como en 1696 Pedro I se convierte en el nuevo zar de todas las Rusias.

 

 

 

 

LA HERENCIA RECIBIDA

 

La política de Iván el Terrible (1533-1584) y el sucesivo «periodo de los desórdenes», provocó el desabastecimiento y despoblación de amplias zonas de Rusia. Por ello a los terratenientes les era difícil hallar mano de obra para trabajar sus tierras. La consecuencia fue prohibir a los campesinos que abandonaran sus pueblos. Por otro lado el gobierno zarista de los Romanov siguió con la tradición moscovita de extender su autoridad: se intentó conquistar Bielorrusia y el reino de Lituania-Polonia, fue en el transcurso de esta lucha cuando se decidió aceptar el mando supremo de los cosacos del Don-Dniéper, al revelarse contra sus señores otomanos, lo que tuvo como consecuencia un enfrentamiento, constante desde ese momento, con el Imperio otomano y los vasallos del Sultán: los janes tártaros de Crimea. También durante los siglos XVI-XVII los comerciantes, aventureros, militares y funcionarios rusos extienden la autoridad rusa a través de toda Siberia hasta el río Amur y la costa pacífica, lo que necesita de grandes obligaciones militares y las consecuentes cargas administrativas. Al conjugarse la escasez de mano de obra agrícola con las cargas militares, la monarquía zarista necesitaba el apoyo de la nobleza, lo contrario hubiera quebrado la capacidad militar rusa. Para mantener este apoyo la monarquía se vio obligada a aceptar, entender y sistematizar la servidumbre entre el campesinado. Todo ellos dentro de un marco general en el que la economía rusa crecía muy poco y en el que los reducidos excedentes económicos eran rápidamente absorbidos por los gastos militares y administrativos.

 

            En este periodo fueron inevitables las tensiones y rebeliones sociales que abarcaron extensas zonas de Rusia. Al contrario que las rebeliones de campesinos en Europa occidental, las rusas no se apoyaron en las autonomías regionales ni en las clases dirigentes locales, ya que tales realidades no existían en Rusia. El gobierno central acabó con esas revueltas mandando una cantidad suficiente de tropas; todos los órganos del gobierno ruso estaban interesados en mantener la autoridad central del zar. Éstos fueron los inicios de un régimen absolutista y burocrático que empezó a funcionar de forma independiente a la autoridad y personalidad del zar.

 

            Boris Gudonov, fue el zar de todas las Rusias entre 1598 y  1605, miembro de una familia de la pequeña nobleza de origen tártaro, llegó al trono porque su cuñado, Fiador I dejó que gobernara, decisión que fue confirmada en 1598 por el Zemski Sobor. Buen administrador, dio a una Rusia arruinada por el reinado de Iván IV, un periodo de cierta prosperidad. Pero las hambres de finales de su reinado y la aparición del «falso Demeterio», desencadenaron el llamado «periodo de de las revueltas». Su vida inspiró el famoso drama musical por el que ha pasado a convertirse en un personaje popularmente conocido –aunque sólo sea de nombre–.

 

            Miguel Romanov[1] fue proclamado zar en 1613, después de un largo periodo de disturbios en Rusia. Durante su gobierno se dedicó a la pacificación interna y a la defensa externa del Estado, ayudado por su padre, el monje Hedor, que será elegido patriarca de Moscú, con el nombre de Filaretes y que se revela como un hombre de Estado autoritario y clarividente. Al contar con el apoyo del Zemski Sobor (asamblea representativa), a la que sabe manejar, Filaretes reprime los abusos de los vivodas (gobernadores de las provincias), pone en orden a la hacienda pública, manda levantar un catastro general, aumenta los efectivos de los streltsi (tropas del zar), estimula la actividad económica y fortalece la jerarquía de la iglesia ortodoxa.

 

            A su muerte le sucede su hijo –y padre de Pedro I−, Alexis (1645-1676), culto y de espíritu abierto, fue uno de los mayores gobernantes rusos. Intentó promover importantes reformas. El Código de 1649 fortalece los poderes del soberano en perjuicio del Zemski Sobor (que no volverá a convocarse hasta 1653), organiza una administración muy centralizada rematada por un conjunto de prozakes (ministerios), dirigidos por nobles boyardos; define derechos, y, sobre todo, los deberes de las diferentes clases sociales, consagrando la vinculación de los campesinos a la tierra. En 1667, a raíz de una guerra de trece años con Polonia, toda la Ucrania al este del Dniéper, incluyendo Kiev, se hace rusa. En el lejano Este, prosigue la exploración y ocupación de Siberia; en 1649 se llega al Pacífico y se funda Ojotsk; ciudades, fortalezas y campos cultivados empiezan a jalonar los cursos del agua. Pero los intentos de organizar Rusia en un Estado centralizado, el aumento de los impuesto y el creciente proceso de avasallamiento de los campesinos, provocan levantamientos populares: en 1648, en Moscú y en 1650, en Novgorod; el más peligroso fue el de los cosacos del Don encabezado por Stenka Razine; el movimiento no va contra el propio zar, sino contra sus funcionarios y los propietarios nobles, se extendió rápidamente, afectando a la mayor parte de Rusia, hasta que Razine fue apresado y ejecutado en Moscú (1671).

 

 

 LA GRAN EMBAJADA.

 

En 1696 la Gran Embajada rusa inicia su viaje por la Europa central y occidental, entre sus 250 integrantes, está un tal Piotr Mijailov, es el pseudónimo con el que viajará Pedro el Grande, quien revele su identidad lo pagará con la muerte. Durante su ausencia de Moscú, un triunvirato ejercerá el control, aunque el poder real quedará en manos de Fiador Romodanovski, gobernador de Moscú y jefe de la primera policía secreta.

 

            La Gran Embajada ni fue, como se suele creer, una misión con el propósito básico de hallar hechos, o el equivalente ruso del Gran Tour. Tenía un interés concreto y específico: despertará el interés de las naciones occidentales para formar una alianza contra los turcos que permitiera a Rusia ganar terreno en el mar de Azov. Objetivo que, una vez más por las diputas internas entre los Estados europeos, no llegó a realizarse.

 

            El hecho de viajar de forma anónima pero, a la vez, ser su presencia un secreto a voces, provocaba cierta incomodidad protocolaria en los países donde viajaba, al no saber sus autoridades cómo tratarlo exactamente.

 

            Así dice la leyenda que fue durante una de sus visitas de incógnito a algún puerto del mar del Norte, cuando decidió tomar para Rusia los colores del pabellón de aquellos barcos: rojo-blanco-azul, quizás sea sólo un mito. Lo cierto es que cambiados de orden y con un significado diferente:

 

            Blanco: nobleza, franqueza.

            Azul celeste: lealtad, honestidad.

            Rojo: coraje, autosacrificio, generosidad y amor.

 

 

Tras su viaje por Europa y, concretamente, a partir de 1667, cuando esa bandera empieza a emplearse como la propio de Rusia. Es también la bandera que hoy es la oficial rusa. En realidad estuvo siempre vigente desde la época de Pedro el Grande, y fue reconocida oficialmente en mayo de 1883, precisamente porque otra: negra-naranja/amarilla/blanca[2] fue utilizada entre 1858-1883 por influencia de consejeros alemanes en Moscú, y que no tuvo mucha aceptación popular, quitando este breve periodo y la época soviética, podemos decir que la bandera blanca/azul/roja ha sido la utilizada y querida por los rusos como propia.

 

 

LAS REFORMAS Y LAS GRAN GUERRA DEL NORTE.

 

Durante la Gran Embajada (1696-1698), Pedro el Grande, verdadero coloso de fuerza física y aficionado a los trabajos manuales, visitó ciudades y fábricas, fue obrero en los talleres de construcción naval de Ámsterdam y en todas partes quiso «ser un alumno». En ocasiones, él mismo revelaba su identidad para entrevistarse con los soberanos o para enviara Rusia colaboradores técnicos. Partiendo de Prusia, visitó Hannover, los Países Bajos, Inglaterra, volviendo a través de Sajonia y Austria.  Regresó a Moscú en el momento oportuno para castigar sin piedad a los participantes en una revuelta tradicionalista capitaneada por los regimientos de la vieja guardia (strélitz)

 

            Después de su viaje a Europa occidental y ya ejerciendo como zar publicó una serie de usases (decretos), que buscaban «europeizar» a sus súbditos, cambiando su manera de vivir y pensar. Hizo afeitarse las barbas, que tenían un profundo y mítico simbolismo; prohibió el pelo largo hasta los hombros; hizo acortar los trajes, obligando usar vestidos «según el modelo alemán o húngaro»; introdujo el calendario juliano; obligó a las mujeres a salir del terem −habitación donde estaban prácticamente enclaustradas− e introdujo la vida social en las asambleas. Para «disciplinar» a los boyardos, asimiló nobleza y servicio al Estado: todos los nobles quedaron obligados a entrar en el ejército o en la administración; en 1722 publicó el Cuaderno de los rangos, introduciendo en la nobleza una jerarquía basada no en el nacimiento, sino en la importancia de las funciones ejercidas, «el honor que debe dárseme, consiste en arrastrarse manes ante mí, y en servirnos, a mí y al Estado, con más celo». Se desarrolló la educación, con libros extranjeros traducidos, aunque fue una educación de carácter puramente utilitario, la dvorianstvo era la nueva nobleza de servicio: la nobleza era el resultado del servicio y sin éste no podía adquirirse ni mantenerse, el rango proporcionaba nivel social, y no al contrario, como en los demás países europeos. A cambio Pedro I tuvo que hacer concesiones a la vieja nobleza: toleró que aumentase y extendiese la servidumbre, que en el fondo, facilitaba la recaudación de impuestos y el reclutamiento de soldados. Por otro lado, los cosacos, a los que apaciguó con la concesión anual de vestidos y municiones procedentes de Moscú, actuaron como hombres de la frontera  y como fuerzas de policía, generalmente, aunque no siempre, fieles al zar.

 

            Los éxitos militares de Pedro el Grande en la gran guerra del Norte (1700-1721) se debieron a la modernización del ejército ruso al estilo occidental, dotado de equipamiento y conocimiento tácticos actualizados, entrenado, uniformado y equipado. Esto se consiguió por medio de una revolución social limitada en la que se crearon un cuerpo de oficiales y una burocracia encargada de la leva y de la recaudación de impuestos a partir de una nobleza antigua y, a falta de término más adecuado, de una gentry y de plebeyos capaces en una parte mucho menor. 

 

            El historiador ruso, Kliuchevski, afirma que «Pedro descubrió los Urales», y, es efectivamente durante su reinado, cuando una constante afluencia de campesinos que escapaban de la Rusia central constituyó una fuente de trabajo idónea, para las fundiciones, donde se fundía hierro y cobre con el carbón procedente de los bosques: pronto esos campesinos fueron organizados en un trabajo más sistematizado, y en esta época, los Urales, con su centro de Ekaterimburgo, se convirtieron en una fuete de fabricación de fusiles, campanas y monedas de cobre. Zona de vital interés para la economía rusa.

 

            En cuanto a la iglesia, Pedro el Grande, vigiló mucho los monasterios, gravó sus ingresos y redujo su número. Se las ingenió para tener a la iglesia bajo su control. A la muerte del patriarca de Moscú, impidió el nombramiento de sucesor, y lo sustituyó por un colegio eclesiástico, el Santo Sínodo, en el que el propio zar estaba representado por un funcionario laico. Reforzando el carácter religioso de la monarquía rusa.

 

            En el terreno político, imitó a las potencias absolutas. Organizó el gobierno según el modelo sueco: un senado de 9 miembros, luego 20, sustituyó a la antigua Duma de los boyardos. El imperio quedó dividido en doce grandes gobernaciones, agrupando cada una de ellas, varias provincias o voievodias, con amplios poderes para sus gobernantes. Creó una policía secreta, la Cancillería. E impuso nuevos impuestos, la mayoría inspirados en los usuales en Europa, que permitió que los recursos de la monarquía pasasen de 3 a más de 10 millones de rublos entre 1710 y 1725.

 

            Es necesario recordar que es durante el reinado de Pedro el Grande, cuando Rusia se convierte en potencia militar europea. La segunda parte del siglo XVII viene caracterizada por la expansión del poder sueco y su hegemonía en el Báltico. La llegada de 1700 supone el ascenso al trono de Estocolmo de un joven Carlos XII, y también el inicio de las nefasta Guerra de Sucesión en España, escenario al que se trasladarán las tensiones internas políticas de toda Europa. Ambas circunstancias son aprovechadas por los vecinos de Suecia para terminar con su expansión báltica: Dinamarca, Rusia y Sajonia-Polonia[3], formaron una coalición. Carlos XII consiguió importantes victorias sobre todos ellos obligándoles a capitular. A todos, excepto a Rusia. El rey sueco decidió marchar sobre Moscú, pero la constante histórica volvió a actuar y fue vencido por el clima, el territorio,  y de forma definitiva en la batalla de Poltava (1709) por un ejército ruso reorganizado bajo el mando de Pedro I. En la consecuente Paz de Ntstad (1721) Rusia, fue la gran beneficiada del nuevo reparto de la zona, obtuvo Livonia[4], Estonia e Ingria[5], haciendo realidad su vieja ambición de tener una amplia línea costera en el Báltico, y, por primera vez se convirtió en una potencia militar con la que todos los gobiernos europeos deberían contar en adelante.

 

 

SAN PETERSBURGO: EL PARAÍSO EN EL BÁLTICO.

 

«San Petersburgo es esencialmente un desafío. Un desafío bicéfalo, a semejanza del águila de dos cabezas», así la define Vladimir Volkoff, el escritor francés de origen ruso, recientemente fallecido y al que queremos hacer una mención especial.

 

            El primer desafío lo es para la monarquía. San Petersburgo nace ex novo en 1703 de la sola voluntad de l zar Pedro el Grande. Con una voluntad también doble: por un lado crear un nuevo centro de poder alejado de Moscú, que encarnara la voluntad de «europeización» de Pedro I; por otro un desafío a las potencias vecinas, espacialmente a los suecos, que, durante años había tratado de impedir el acceso ruso al Báltico. También un desafío a la propia naturaleza, pues las marismas del Golfo de Finlandia, no son el lugar más apropiado para una empresa de esa envergadura.   En definitiva un desafío lanzado por el zar a su pueblo y su destino, que nos fue ajeno de críticas y rechazos, entre ellos el del propio Dostoievski.

 

            El nombre elegido, Sankt Peterburg, es prácticamente impronunciable en ruso, y los rusos rápidamente la rebautizaron como Piter.

 

            Este desafío lanzado por el monarca se vio completado por otros «gestos simbólicos»: el zar ortodoxo dio la espalda a la capital de la ortodoxia (Moscú), adopta el título extranjero de Imperator, manda abolir el patriarcado tradicional, se convierte en jefe de su propia iglesia, y proyecta todas estas innovaciones sobre la ciudad ideada por él: San Petersburgo.

 

            El segundo desafío al edificar la ciudad del Neva es hacerlo como ciudad «europea». Pedro el Grande fue en realidad el último soberano ruso heredero de los Romanov por descendencia masculina, los sucesivos serán, de hecho, los Holstein, es decir una dinastía alemana. Pero también los ancestros de los Romanov eran germánicos: suecos y germano-prusianos

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            La construcción de San Pertersburgo fue encargada a dos arquitectos llamados Rastrelli y Montferrand. La marina de guerra rusa se creó a imitación de la inglesa y la holandesa. A finales del siglo XVIII, la aristocracia rusa hablaba francés mejor que ruso, San Petersburgo era el símbolo de esta vocación europeísta de Rusia, es ahí donde un europeo occidental comprendía rápidamente que Rusia es una país similar al resto de Europa, aunque nunca debe olvidar que la frontera este de Rusia se sitúa en el océano Pacífico.

 

            En 1712, el zar decreta que ciudad por él ideada y fundada pase a ser la capital del Imperio ruso, año en el que Pedro I contraerá matrimonio, también en San Petersburgo con una bella campesina lituana. Para el escudo de la ciudad el monarca ruso usa iconografía tradicional de claro simbolismos: sobre un fondo rojo vemos las anclas cruzadas y las llaves papales –cuya simbología es anterior al cristianismo–; simbolizan la fe, y por metonimia, la flota (creada por Pedro el Grande), que, como las llaves del san Pedro, abre las puertas del Paraíso –desde su construcción a la ciudad se le conoció también como «el Paraíso»–.

 

            También Volkoff afirma que:

 

            «En este sentido, no se puede dejar de considerar a San Petersburgo a la vez como preludio de la historia futura y como la capital simbólica de esa confederación o de ese Imperio que, algún día, se extenderá necesariamente desde Brest a Vladivostock, desde el Atlántico al Pacífico

 

Salvo que los países llamados europeos prefieran unos y otros, convertirse en una colonia de América. Frente a esta triste vocación, San Petersburgo simboliza, una vez más, un desafío»[6].

 

 

UN CIERTO LEGADO.

 

El experto en historia rusa, Robin Miller-Gulland escribe, quizás de un poco algo simplista, que una de las consecuencias «ideológicas» del reinado de Pedro el Grande fue «la creencia en que un solo superhombre o un esfuerzo enorme basta para que de repente todo se vuelve mejor»[7]. No es de extrañar entonces que el presidente Putin tenga a la figura de Pedro I como uno de sus referentes.

 

            Hemos hablado de los logros de su reinado pero, evidentemente, la obra de Pedro I también tuvo aspectos negativos, resistencias  y detractores. Los raskolniks, ortodoxos arcaizantes, fueron fácilmente convencidos de que el zar había sido una especia de enviado del Anticristo –un tema tan recurrente en el imaginario ruso−. Como dice Pierre Vial, la política de occidentalización que él inició y que continuó con mano firme Catalina la Grande, fue contestada por los eslavófilos que criticaban el modo de vida cortesano y se negaban rotundamente a que Moscú se intentase asemejar a París. En el fondo una tensión constante en la historia rusa, ¿mirar a Occidente[8] o a Oriente? La solución, también apuntada por Vial, y representada en el águila bicéfala de su escudo –con una cabeza mirando al Oeste y otra al Este−, la contradicción «podría ser sublimada por un gran desafío, con vocación continental e imperial, cuyo pivote sería Moscú. El nombre es Eurosiberia»[9]. En terminología de Julius Evola, diríamos que esa contradicción (Rusia eslavófila o Rusia europea) sólo puede superarse en un plano superior que englobe a los términos en tensión, volvemos a lo mismo: una Rusia euro-eslava, como eje de la unificación continental de todos los pueblos de origen boreal, desde Reykjavik[10] hasta Uelen[11]: una vez más, nuestra Eurosiberia

 

 

                                                                                              Enrique Ravello.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA.

 

Libros

Bennassar et alli, Historia Moderna. Ed Akal, Madrid 1980.

 

Hufton, Olwen, Europa: privilegio y protesta (1730-1789). Col Historia de Europa. Ed. Siglo XXI.  Madrid 1983.

 

Koenigsberger, H.G., El mundo moderno (1500-1789). Col Historia de Europa. Ed Crítica. Barcelona 1991.

 

Ogg, David,  La Europa del Antiguo Régimen (1715-1783). Col Historia de Europa. Ed Siglo XXI Madrid 1987 (6º ed.)

 

 

Guías y atlas.

San Petersburgo. Guías Acento, Madrid 1995.

 

Rusia. De los zares a los soviets. Altas culturales del mundo. Círculo de Lectores. Ed. Folio, Barcelona 1990.

 

 

Revistas

La Nouvelle Revue d´Histoire, nº5 (abril-mayo 2003): «La Russie et L´Europe».

 

Terre & Peuple-Magazine, nº24 (solsticio de verano 2005) : «Russie, Eurosibérie, le grand dessein».

 

 

Sitios de internet.

Flags of the world: http://www.crwflags.com

Enciclopedia wikipedia: http://www.wikipedia.org

 

 

 

 



[1] Abuelo de Pedro el Grande y primer zar de la dinastía de los Romanov, hijo de Fiador Nikitich, más conocido por  el sobrenombre de Filarte, patriarca de Tuchino y descendiente de la familia de los Rurik, los príncipes suecos  –varegos− fundadores del Estado de Kiev, primer Estado ruso.

[2] Bandera que veremos reaparecer entre los nacionalistas, legitimistas, imperialistas y varios grupos radicales de derechas (entre ellos Pamiat) en los primeros años de la transición post-soviética. No era infrecuente verla con cruces célticas y con banderas rojas en las manifestaciones del llamado Frente de Salvación Nacional (FSN) y en los actos de la oposición nacional-bolchevique. Después del fracaso del Golpe, la consolidación de Boris Yelsin en el poder, y la desarticulación de esta oposición, volvió a caer en desuso.

[3] El elector de Sajonia era, a su vez, rey de Polonia.

[4] Livonija en letón, Liivimaa en estonio, Livland en alemán, Inflanty en polaco y Liflandiya en ruso.

Habitada por fineses y bálticos, Livonia forma parte –junto con Curlandia- de la actual Letonia, aunque su parte norte pertenece a Estonia. Los livonios hablan un lenguaje propio de la familia báltica, muy similar al de los letones, con los que les unen casi todos los lazos de identidad.

 

[5] Inkeri en finés, Izhora en ruso e Ingermanland en sueco. La región de Ingria es la actual región de San Petersburgo. Ocupada sucesivamente por fineses, vikingos y eslavos, ha sido territorio de disputa entre Suecia, Finlandia y Rusia. Anexionada a Rusia desde la fecha mencionada, los últimos fines que la habitaban emigraron a Finlandia durante las SGM y las purgas estalinistas. Después del comunismo, a los «ingro-fineses» supervivientes se les ha permitido instalarse en Finlandia.

[6] Vladimir Volkoff, « Saint-Pétersbourg, una fenêtre sur L´Europe ». En La Nouvelle Revue d´Histoire. Nº5 (abril-mayo 2003) : La Russie et L´Europe

[7] Robin Miller-Gulland, Rusia. De los zares a los soviets. Atlas culturales del mundo. Círculo de Lectores.  Ed. Folio, Barcelona 1990.

[8] Obviamente nos referimos a Europa y no a ese Occidente americanizado y de pretensiones mundialistas.

 

[9] Pierre Vial, «Les racines de l´identité russe » en Terre et Pueple-Magazine, nº24, solsticio de verano de 2005. Russie. Eurosibérie, le grand dessein.

 

 

[10] Capital de Islandia, a orillas del Atlántico, cerca del mar Ártico.

 

[11] En el extremo nororiental de Siberia, a orillas del Pacífico, cerca del mar Ártico.

 

En defensa de nuestras fiestas.

En defensa de nuestras fiestas.

La civilización mundialista –nombre más propio que el de occidental–  conjugando un culto a lo superficial, a lo efímero a lo intranscendente con un desprecio hacia todo lo que tiene «profundas raíces», ha destruido el significado profundo nuestras fiestas.  
Antaño relacionadas con las celebraciones de gestas, hitos y acontecimientos de un pueblo, y hoy convertidas en universales, cosmopolitas, e intercambiables.


Donde más lamentable es la situación es en Europa, donde a este proceso de despersonalización se han añadido las correspondientes dosis de etnomasoquismo y xenolatraía, por las que cualquier celebración extranjera es aceptada e imitada, como si de algo aceptable y admirable se tratara. Es realmente patético ver las versiones locales que en cada una de las ciudades europeas se hacen del tradicional carnaval, intentando imitar ese sincretismo afro-festivo que se desarrolla en Río de Janeiro y que convierte a la ciudad en un caso de delincuencia, macumbas, asesinatos danzas pseudos religiosas y demás ritos heredados de los antiguos esclavos negros.

Muy diferente era el sentido ritual que tenían de las celebraciones los pueblos indoeuropeos: unas, marcaban el paso del ciclo anual, con sus solsticios y equinoccios, otras, el ciclo agro-económico, algunas recodaban el momento sacro de fundaciones de ciudades y nacimientos de héroes mitificados. También vemos repetirse en todo nuestro antiguo mundo un tipo de celebración con un significado aún más profundo y que evoca al nacimiento de una sociedad como resultado del triunfo del principio guerrero y sacral (1ª y 2ª función indoeuropea), sobre el principio meramente productivo y comercial (3ª función). Los germanos lo mitologizaron en el enfrentamiento entre ases y vanes; es la guerra de los Pandavas y los Korabas en el Mahabarata; son las guerras entre latinos y samnitas en las historia de Roma; las antiguas celebraciones atestiguadas entre hititas y anatolios; las guerras de los Tuatha de Dannan en el ciclo irlandés e incluso hay quien ha interpretado la Iliada también en ente sentido. 

En España tenemos ejemplos en las fiestas del paloteo, todavía vivas en Andalucía, de els bastonets en Cataluña, o els tornexats en Valencia y muy posiblemente muchas otras danzas regionales que simbolizan una especie de enfrentamiento. Pero sin duda en su versión historiada hoy las constatamos en las fiestas de «moros y cristianos». El mito de la creación de España como derrota del «otro» en la epopeya de la Reconquista. Los elementos son claros: los «moros» –además de ser ese «otro» histórico– son la representación de la tercera función, de la riqueza, de la exuberancia, de ostentosidad –aún hoy los trajes de «moro» siguen siendo mucho más caros y lujosos que los de «cristiano». Los «cristianos» que desfilan bajo el nombre de San Miguel y San Jorge, -dos de los santos más emblemáticos de la iglesia- patrones de la Caballería y transposición directa de las antiguas divinidades de la guerra latinas y germánicas, dan vida a la función sacro-guerrera.

Desde hace pocos años estas fiestas sufren ataques y denuncias de las comunidades de inmigrantes musulmanes que las consideran «antidemocráticas» y «ofensivas hacia sus comunidades» –quizás en esto tengan razón, nuestra historia es ofensiva hacia su comunidad–. La actitud de los gobiernos locales y nacionales, socialistas o derechistas, es la de ir cediendo poco a poco a estas presiones. No parece que haya nadie dispuesto a defender nuestras fiestas, nuestra historia, nuestra herencia, nuestra memoria… ¿O sí los hay?

 

Enrique Ravello

 

 

El solitario de Providence

El solitario de Providence

Lovecraft nació en 1890, en Providence, la capital de Rhode Island (U.S.A.). Con él nació el maestro de la moderna literatura de terror. Uno de aquellos hombres que marcan una época, crean escuela y dejan una huella imborrable. Toda la literatura posterior (muy numerosa en nuestros días) sobre miedo y terror, bebe de las fuentes diseñadas por Lovecraft.

 Autor de 108 narraciones, una docena no pasaron de esbozos y no se publicaron, otras 30 fueron hechas en colaboración con otros autores. Un epistolario de más de 100.000 cartas completan su historial literario.

 Con todo este material, más el centenar de biografías, monografías, estudios y ensayos que sobre él se han hecho, podemos extraer las pautas que convierten a nuestro hombre en un personaje atípico.

 A pesar de su importancia para la literatura norteamericana, no ha tenido ni la relevancia ni la notoriedad de otros. ¿Por qué? Vamos a intentar responder a ello buceando en su mundo, en sus sueños y en sus ideales. Nos disponemos a presentar a un hombre irrepetible.

 De cuerpo delgado y huesudo, enfermizo, cabello corto (como la antigua aristocracia europea), de vestir clásico, enemigo de todo tipo de modas, de rostro serio pero con mucho sentido del humor1, lector empedernido, de elevada inteligencia y profundos conocimientos culturales, siempre escaso de recursos económicos. De hecho murió, como Cervantes o Van Gogh, en la más absoluta pobreza.

 Estamos, posiblemente, ante el último caballero andante de este planeta. Era un caballero en el sentido integral y tradicional de la palabra. Ajustó toda su existencia al ideal de la caballería. Fue la última espada indomable de la caballería andante. Todo ello lo podemos ver confirmado en su actitud vital: integralmente estoico, con un completo autodominio emocional, cortés, digno, equilibrado, imperturbable, generoso, honesto, austero, sincero, justo, consciente de su superioridad de la que jamás abusó, leal, profundamente solitario y salvo su breve etapa matrimonial (cinco años) casto, hasta el extremo de que muchos de sus biógrafos no dudan en calificarlo de asexual. Ello nos sitúa ante la superación de todo deseo, de toda dualidad. Él mismo afirmó que “mi ideal es el caballero de amplios intereses filosóficos, científicos, históricos, cívicos, literarios, estéticos, recreativos, etc., en su propio marco hereditario, que practica las artes como mero complemento espontáneo y honesto al proceso general de su modo de vida.”2

 Como buen caballero rechazará, enérgicamente, todos los vicios de la modernidad: el tabaco, que sólo probó experimentalmente a los catorce años para demostrar su hombría ante sus compañeros; el alcohol, ya que únicamente “embrutece, bestializa y degrada”3 y así lo denunció en su cuento Más allá del muro del sueño. Las drogas y sus efectos terribles, son denunciados en sus cuentos El caos raptante e Hypnos. Nunca participó en ningún tipo de juego de azar.

 Para apuntar su dimensión de caballero, es imprescindible ahondar en su actitud para con el dinero. Su paupérrima situación económica se debió a tres factores.: “La literatura comercial y yo, no tenemos absolutamente nada en común”, repitió una y otra vez hasta su muerte. En segundo lugar y muy ligado a lo anterior, él siempre tuvo la firme voluntad de escribir sólo para su placer personal y para el de sus amigos más próximos. Nunca para las masas. Nunca con finalidades prioritariamente crematísticas. Y el tercero, su ideal de caballero, contrario a todo principio moderno de competitividad e interés egoísta.

 Como todo caballero, como todo patricio, sentía una devoción especial por su estirpe y por sus antepasados. Estudió su genealogía descubriendo, con alegría, que era descendiente de John Field, el astrónomo isabelino que introdujo el copernicanismo en Inglaterra. Al mismo tiempo, se sentía orgulloso de pertenecer a una de las primeras familias de sangre inglesa asentadas en Rhode Island (una de las trece primeras colonias inglesas en América del Norte). Ello le llevó a autodefinirse siempre como inglés y europeo. Jamás se definió como norteamericano. De hecho rechazó tajantemente la independencia de los Estados Unidos, por entenderla como un acto de rebelión contranatura del hijo contra el padre. Su himno fue exclusivamente el Dios salve al rey. Su sentimiento étnico es de fundamental importancia. Ya que coloca a nuestro personaje por encima del criterio moderno de nación y lo vincula a un sentido tradicional de patria, como tierra común de un principio étnico de sangre y de antepasados. La patria viene marcada por el apellido (entre otras cosas). No hay duda que un Casademont es catalán, un Ruíz castellano, un Etxebarrieta vasco y un Lovecraft inglés. Esto no falla. Lo que sí falla y falla demasiado a menudo son las naciones cuyas fronteras son coyunturales, moldeadas en despachos, vinculadas a accidentes geográficos o sujetas a pactos. Europa en su origen y en sus fases de esplendor clásico, basó el principio de patria en un criterio de Tradición y de sangre.

 Esta conciencia, fuertemente identitaria, acabará derivando hacia la aceptación de los principios del racismo y de un fuerte antisemitismo4. Racismo compartido en la segunda mitad del siglo XIX y el primer tercio del XX, por todos los nacionalismos (sin excepción) europeos del momento. ¡Qué fácilmente los que hoy se proclaman nacionalistas de cualquier tipo, han olvidado sus orígenes!

 El sentido de su soledad encaja con la del viejo druida o la del maestro de los primeros tiempos del budismo. Para él, la independencia personal y el perfecto aislamiento respecto del vulgo, eran cosas absolutamente necesarias para determinadas mentalidades. Necesarias hasta el punto de que todos los demás factores, se convierten en subordinados cuando se les compara con éstos. Este solitario, de exquisita y artística sensibilidad, llegó a desarrollar una vida ascética muy próxima al sentir budista de la superación de todo deseo. El único estadio donde no logró superar este deseo, fue en sus dos últimos sueños de vejez. Por un lado recuperar la casa de su tan querido abuelo y, por otro, un sueño que estuvo con él hasta el último suspiro: en un ambiente medieval, soñaba que, junto a otros compañeros, perseguía por los tejados de las casas a un sujeto que simbolizaba la maldad primordial. Así pues, como caballero, hasta el último segundo de su existencia estuvo presto al combate, hasta el último segundo fue leal a los ejércitos de la Luz. Fuera de estos dos sueños nada más le condicionaba, nada le ligaba a este puntito de lo manifestado llamado planeta Tierra. Nada tenía en común con su tiempo, un tiempo de modernidad.

 Da la impresión de que toda su vida fue diseñada como reflejo de un arquetípico desafío a la modernidad. Como un supremo esfuerzo por mantenerse en pie en medio de las ruinas de un mundo vacío y a la deriva. Estar aquí pero no permitir que ningún contravalor manche su lealtad al Ser. Siendo esta lealtad el principio supremo de todo concepto de honor. Rechazó integralmente toda la modernidad. Él pertenecía a otro mundo, él siempre se sintió vinculado a lo primordial, a aquello que está fuera del espacio y del tiempo. Su pertenencia a ese mundo antiguo y eterno, se puede deducir de su cuento The Tomb. Parafraseando al cantautor valenciano Raimon, Lovecraft tampoco era “deixe món”.

 Como caballero de otro tiempo rendía culto a las armas. Su furibundo antipacifismo se puede reseguir fácilmente a lo largo de su correspondencia, en algunos de sus cuentos y en sus poemas5. Y también en el hecho de haber heredaro una rica y completa colección de rifles y pistolas a las que él, a lo largo de su vida, agregó 22 rifles nuevos. El contacto con un rifle era para él como un bálsamo para su alma. Esta arma ejercía una función parecida a la ejercida por la espada sobre los antiguos guerreros. Para centrar correctamente el valor de esta comunión guerrero-espada, debemos penetrar el valor simbólico de la espada. Ella va asociada al espíritu que ha sido despertado iniciáticamente. Otras armas del pasado, también están cargadas de simbolismo. Le encantaba practicar el tiro. Era un buen tirador. Le fascinaba la caza como ciencia. Por tanto, la entendía en un sentido tradicional y no competitivo. Ello lo podemos ver confirmado en una curiosa anécdota. En una jornada de práctica de tiro, dio muerte a una simpática ardilla. Este hecho lo apesadumbró tanto, que el inofensivo Lovecraft cogió aversión a matar seres indefensos. A partir de este hecho, sólo disparó contra dianas.

 Completemos el cuadro ideológico de nuestro solitario Quijote inglés.

 Receloso de la medicina convencional, amigo de los gatos y, como ellos, él también hizo vida nocturna, pues la noche fue el gran templo en el que escribió todos sus cuentos y poesías. Enemigo del capitalismo, le repugnaban las masas, las muchedumbres o cualquier cosa parecida. No asimiló ninguno de los referentes de la modernidad (competitividad, trabajo, pragmatismo, interés, ideas, “valores”, símbolos, conceptos,...), sintiendo un especial desprecio por las velocidades y las cifras récords6 y las máquinas. Estaba tan desvinculado del maquinismo triunfante que, inclusive, le molestaba el sonido de su propia máquina de escribir. De haber podido, todos sus cuentos los habría escrito en papiros. Rechazó airadamente el principio de igualdad, llegando a censurar el sufragio universal y exigir un examen previo (de capacitación cultural y política) a todos los potenciales votantes. Enemigo integral del cristianismo, la Iglesia y los misioneros. A estos últimos y coincidiendo con la mayor parte de las escuelas antropológicas, los censuró severamente por su “eterna ceguera para el hecho evidente de que las distintas tierras, razas y condiciones, se desarrollan de manera natural y exigen diferentes modelos culturales y costumbres y códigos éticos y sociales diferentes.”7 Le desagradaba todo lo vulgar, plebeyo, bohemio y extravagante.

 Uno de los símbolos más emblemáticos de la modernidad, son sus feas ciudades y sus submundos de miseria y degeneración. Nuestro autor sintió por las grandes ciudades una profunda aversión. El impacto que le provocó la capital de nuestro mundo (New York), fue profundamente desagradable. Habían chocado dos mundos antagónicos. La única ciudad por la que mostró un interés especial en visitar (viaje que nunca pudo hacer), fue la vieja y simbólica Carcassone. Ciudad heráldica de la tierra de los trovadores.

 Lovecraft, casi visionariamente, anunció las ciudades del futuro (las nuestras), con todo su frío cemento, su artificial neón, su ruido intenso y su fealdad integral. Son el rostro manifestado de la oscuridad. Cuando triunfa el poder de las ciudades, se anuncia la muerte de un mundo. Así las vio y así las reflejó en Él.

 Dejamos la palabra a nuestro ilustre escritor: “Durante tres segundos enteros pude asomarme a esta visión pandemónica, y en esos segundos vi un escenario que en adelante me atormentará siempre en sueños. Vi los cielos infestados de extrañas criaturas voladoras (nuestros aviones sobrevolando las ciudades), y, debajo de ellas, una ciudad infernal y negra (contaminación), de gigantescas terrazas de piedra con impías pirámides erguidas (rascacielos) salvajemente hacia la luna (las actuales ciudades dominadas por el símbolo de lo femenino), y unas luces demoníacas (el neón empleado en la luminosidad artificial de los rótulos de las modernas urbes) que iluminaban incontables ventanas; y, bullendo como un enjambre repugnante en aéreas galerías, vi a las gentes amarillas de ojos bizcos que habitaban esa ciudad (las ciudades quedarán como dominio de las gentes del tercer mundo), ataviados con horribles ropas de color rojo y naranja (ridiculización de las patéticas modas de nuestros jóvenes), danzando insensatamente al son de febriles tambores, del obsceno repiqueteo de los crótalos, y del gemido maníaco de sordos cuernos, cuyos incesantes cánticos se elevaban y descendían ondulantes como las olas de un profano océano de betún (magistral ambientación de las actuales discotecas donde imperan las músicas de raíz y ritmos africanos)”8

 Cuando en la década de los años veinte (siglo XX), la literatura erótica inundó las librerías estadounidenses, Lovecraft lo entendió como una seria advertencia de una grave decadencia. Para él, el erotismo pertenecía al orden inferior de los instintos, para él era una cualidad más animal que humana9. ¿Qué habría dicho en nuestros días?

 Compartió con Spengler la concepción cíclica de la historia y de los tiempos y, por ello, ambos eran discípulos del mito de Dioniso, que fue la proyección metafísica de lo cíclico y lo eterno en el mundo helénico. También compartía con Spengler la angustia por la posible desaparición de la raza blanca.

 Con muchos científicos compartía los principios eugenésicos, con infinidad de personas el anticomunismo y, con Nietzsche, su desprecio por el trabajo que consideraba apto sólo para las masas. En este punto sus ideas establecían comunión con los clásicos, que entendían que prevalecía la superioridad del Ser sobre el hacer.

 En política defendió el programa social y económico de Roosevelt y, posteriormente, se sintió atraído por el ideal fascista. Tras leer Mein Kampf afirmó que, entre él e Hitler, existía una afinidad espiritual. Desde ese momento y hasta su muerte (1937), se definió como fascista socialista.

 La democracia la consideraba sólo viable para pequeños y muy localizados colectivos o entre determinadas élites. Pero inapropiado para grandes conjuntos humanos.

 Siempre consideró necesaria la existencia de una élite que tuviera el poder real para, de este modo, contrarrestar el vacío de la modernidad y ser el contrapeso ideal a las ambiciones de las masas.

 Por tanto, nada había en los tiempos modernos que atrayeran su interés, por ello “me he retirado definitivamente de la edad presente. En un mundo de caos sin sentido y en un planeta de utilidad y ruina, nada sino la imaginación tiene importancia.”10

 Para él la historia se terminó en el siglo XVIII. Intuyó, en su subconsciente que, a partir del XVIII, todo quedó bajo una radicalización de la oscuridad. Por ello, para él, todo se convirtió en una realidad física irreal, ilusoria, una mojiganga. La gente, desde ese momento, se asemejaban a pobres diablos, sombras, fantasmas sin rumbo, divagadores de los tiempos oscuros. Todo este mundo de estos pobres diablos que pueblan la tierra, podía quedar licuado en un segundo en el éter y, con ello, las míseras ilusiones de estos infelices, sus urbes, sus invenciones, su progreso y su modernidad. Todo es un sueño. Un mal sueño11. Todo este mundo fue transferido de su percepción a los cuentos. A través de ellos definió a la modernidad, como a la quintaesencia de lo oscuro. Pero él sabía que, como enseñó el primigenio budismo guerrero, hay hombres que tarde o temprano descubren que, de hecho, nunca han estado encadenados. Él lo descubrió.

 La música nunca fue su fuerte. Nunca le interesó. Con excepción de dos piezas: Cabalgata de las Valkirias, de Wagner y Danza macabra, de Saint Saëns.

 Con todo no dejaba de pertenecer a un mundo lleno de contradicciones. Él también experimentó la contradicción. Él, el antisemita ortodoxo, contrajo matrimonio con la hebrea Sonia Greene. El matrimonio se divorció a los cinco años, sin descendencia. El caballero andante retornó a su absoluta soledad, de la que sólo volverá a salir en compañía de la muerte.

 Analicemos ahora su poderosa base intelectual, sobre la cual edificó todo su imperio vital, sus sueños y su literatura. En esta base nace la esencia de su cosmovisión. En primer lugar tenemos la influencia que ejerció su abuelo. Su abuelo fue capital en el futuro Lovecraft. El abuelo fue el primero en narrarle historias inventadas, que tenían como fondo la novela gótica y el ambiente de los mundos y los cuentos celtas. Como toda sociedad tradicional que se precie, la figura del abuelo tenía que tener un gran peso. A él le seguirán las extraordinarias influencias de Spengler, Poe, Lord Dunsany (sobre todo con Los dioses de Pegäna), Arthur Machen (básicamente con La colina de los sueños y El gran dios Pan), E. R. Eddison (con El gusano de Ouroboros), la Odisea de Homero, Gibbon12, la novela gótica13, la mitología de Grecia y Roma y Viaje al centro de la tierra, de Verne. Finalmente, la literatura de V. Rousseau Enmanuel que pudo (los biógrafos no se ponen de acuerdo) haber incidido en el diseño de las criaturas que poblarán los lovecrianos Mitos de Cthulhu.

 Una vez presentado el hombre, invito a nuestros lectores a hacer una inmersión en la faceta más oculta, más misteriosa y menos trabajada de Lovecraft. Les invito a entrar en su mundo de los sueños. Iniciemos un viaje hacia la eternidad.

 Cuando un hombre rechaza con tal firmeza y seguridad el mundo que, en la suerte de los destinos, le ha tocado vivir y al mismo tiempo no se desespera sino que es capaz de crear un mundo alternativo con el que sí se siente a gusto, un hombre así siempre tiene mucho de especial. Algo de poeta hermético subyace en su alma. Pero éste es trance arriesgado. Es la diferencia que puede haber entre la locura o la genialidad, a veces, cosa de un palmo. Fino hay que hilar. Es cruce temerario. Es justa de caballeros valerosos. Es acometida de héroes. Esta aventura tiene nombre, amigo Sancho, y en todo el orbe es conocida como el Mundo de los Sueños. Este fue el mundo de Lovecraft. Él cruzó los sueños. Halló, en sus sueños, una proyección de su inconsciente y allí inició la búsqueda del Ser universal. Sólo en sus sueños se sintió a gusto. Sus ensoñaciones están cargadas intensamente de la mitología helénica y romana. Y ello es así, hasta el punto de atrevernos a afirmar que fue el espíritu de Grecia y Roma el que poseyó e hizo a Lovecraft. Su paganismo14 fue su gran secreto y el camino interior que conduce a hallar a un autor sorprendente.

 En concordancia con su cosmovisión su “dios” no guarda ninguna relación con el bien o el mal, con la moral o las costumbres humanas o teológicas, con la felicidad o la infelicidad, no tiene por misión premiar a los buenos y castigar a los malos ya que todo ello se halla dentro de lo manifestado, de lo condicionado, de lo efímero. Su “dios” siente por los intereses humanos el mismo interés que nosotros sentimos por el mundo de los cangrejos. Su cosmos puede estar habitado por seres sobrehumanos pero es básicamente amoral, despiadado e indiferente con el destino de los humanos. Su mundo es muy parecido al que Howard creará para su Connan de Cimeria. Allí no hay concesiones, no tiene cabida el débil. Cada hombre ha de conquistar  por sí mismo y con sus medios, su propio destino. Su “dios” se halla por encima de la razón y es un garante de los principios metafísicos de Orden y Caos al mismo tiempo. Su “dios” está muy próximo al concepto metafísico de los Grandes Misterios clásicos.

 Esta cosmovisión simplifica rápidamente el número de candidatos a entrar en ella. Sólo los héroes, aquellos que llevan la divinidad conscientemente activada, son los únicos preparados para aceptar este reto. Y es aquí donde surge la figura del superhombre, que tan secretamente fascinó a Lovecraft, hasta el punto de afirmar que “debe ser grande ser un superhombre”.

 Llegado a este punto, nuestro autor buscó su propia vía heroica. Él entendió que un sistema de mitos hereditarios (es decir, vertebrados por el principio simbólico de la sangre y como síntesis arquetípica del Ser y del No Ser) y la esencia eterna de las tradiciones, podían ser las claves. Él intuyó que el camino sólo podía hacerse a través de alguna técnica interior. ¿La descubrió?

 Estas inquietudes se manifestarán muy pronto en su vida. Su divorcio entre su Ser individual y su yo, le causaba una tremenda tensión. Esta lucha por hallar el equilibrio, por superar la dualidad, lo llevó a la crisis.

 Con 18 años padeció un ataque nervioso que lo dejó postrado y sin capacidad para hacer nada, hasta los 24 años. Él, como Homero, como Hölderlin, como Novalis, como Nietzsche, como Poe, como Guénon, como los dos Quijotes (el de Cervantes y el de Avellaneda), fue transmutado alquímicamente. El fuego interior se activó. Había iniciado su proceso cósmico al compás de los acordes de Zeus, Apolo, Thor o Shiva. El poder de lo supracósmico se impuso a las vanidades del yo. Éste, estaba vencido. Así nacerá el nuevo Lovecraft por todos conocido. Ahora ya estaba preparado para ingresar en la caballería andante.

 Aquel que percibe lo Superior ha de haber percibido también lo inferior. Si exceptuamos a Dostoievsky y a Poe, pocos, muy pocos, son los que han sabido describir los mundos oscuros, la penosa condición humana, los orbes de la locura, lo abismal, lo infernal, la sistemática contradicción de lo humano, el miedo inherente a la propia condición de la fragilidad humana. Pero que, a su vez, no han caído en el pesimismo y han intuído una alternativa en otra dimensión, en otro plano. Lovecraft también supo descender a estos mundos. Ignoramos hasta que punto su viaje profundizó en esos mundos de horrible oscuridad, que superan todo lo razonable. Pero si los vivió, sobrevivió. Toda esta experiencia le hizo comprender que la vida del hombre y del planeta, no son más que un segundo cósmico y que, o se aprovecha, o puedes perder demasiadas cosas en la duda.

 Así, el renacido, pasó a ser el heterodoxo, el mago al que el destino ha privilegiado con la potestad de crear mundos propios, mitologías únicas, lenguajes peculiares15 y de jugar, sin quemarse, con los horrores más profundos del inconsciente humano.

Algunos “expertillos”, han visto en todo este mundo lovecrafiano una plasmación del materialismo más escrupuloso y un gotear de esencias izquierdistas. Sí, amigo lector, sí, hasta estos disparates hemos de aguantar. Paciencia. Los eunucos de la cultura no pueden entrar en el mundo de los sueños porque ellos jamás han sabido ser libres en sus propios sueños, sino pobres esclavos de su mente. Recordemos a estos aprendices de sabelotodo, que una cosa es la velocidad supersónica y otra el trote cochinero. Y que no se puede entender a Lovecraft sin penetrar su mundo metafísico. De él nacen sus cuentos. De él, como si de una experiencia alquímica se tratara, nace su literatura. Por tanto ha de ser leída en clave. Quien posea la clave tiene las respuestas. De momento, los aspirantes a cráneos privilegiados de nuestros tiempos modernos, sólo tienen una clave: la del fracaso permanente.

Perdone el amigo lector por este incómodo escorzo pero, a veces, es menester quitar algún pinchito inoportuno para captar, en todo su esplendor, la belleza de una rosa.

 Continuemos con nuestro solitario hombre. Toda la obra se basa en su propio mundo de mitos. Ha sabido crear su propia cosmogonía. De ello se deriva la cosmovisión definitiva. Vamos ha intentar presentar de forma precisa esta concepción global de su Todo. Según ella, existió, en un tiempo imposible de ser asumido y cuantificado por la razón humana, una Raza Primigenia. Ésta habitó el planeta. Esta Raza él la asocia al mundo blanco en su forma más espiritualizada. La decadencia de esta Raza acabó provocando la aparición de la magia negra que, poco a poco, precipitó la desaparición de esta Raza. La Luz marchó con lo más puro de la Raza Primigenia (igual que los maestros rosacruces que abandonaron en el siglo XVII Occidente, al ser conscientes de que aquí todo estaba perdido). Ello tiene notables paralelismos simbólicos con ciertos errores iniciáticos, detectados en algunas cosmogonías prebíblicas (la Biblia, posteriormente, lo disfrazó y lo redujo a un vulgar pecado original. Es decir, de la iniciación habíamos descendido a la teología). A partir de este momento la atmósfera cambia, la tierra se transforma, todo se transmuta hacia abajo, hacia el subsuelo, hacia el reino de lo oscuro. Domina un ambiente denso, pesado, irrespirable, tenebroso, fantasmagórico, dantesco. Es un mundo en decadencia16 total. Este mundo está alejándose precipitadamente del centro de la rueda cósmica. Es el establecimiento, en toda su plenitud, del dolor samsárico. El reino del miedo ha llegado. Esta nueva realidad sólo es capaz de generar más dolor, más sufrimiento y mucho miedo. Y aquí hemos llegado a la clave y la esencia de toda su literatura. Su mundo de horrores infinitos, es el mundo prisionero de lo samsárico. Así es como viven todos los infelices que no tienen conciencia de ser presos de la cadena del eterno retorno. Porque no tienen conciencia de lo que les sucede. Son eternamente esclavos. Lovecraft, a través del miedo, intentó hacer despertar a quien tuviese el ánimo presto para ello. Su literatura cumple la función de un mensaje encriptado. Quien quiera salir de este horror lo puede hacer ¿Cómo?

Hasta aquí su weltanschauung. Como en todas las tradiciones, en ella también hay una opción a la esperanza. Es la restauración de lo primigenio. Pero este camino pasa (no siempre) por el dolor y su aceptación simbólica. Es un peaje casi obligado. Buda tenía razón. Sólo aceptando el dolor llegaremos a la raíz y sólo ejecutando un acto sobrehumano, se habrá iniciado en el hombre su camino hacia la Libertad. Mucho de todo ello se puede rastrear en  su Dagon.

 La Raza Primigenia, nos cuenta Lovecraft, como si de su esperanza irrenunciable se tratara, aguarda pacientemente en los límites exteriores, fuera de la esfera de la tierra, están esperando el momento, la señal para restaurar de nuevo el poder de la Luz. Esta concepción es la más parecida al último batallón, a la horda salvaje, a la Wildes Heer germánica.

 Algo de todo ello también se detecta en El señor de los anillos.

 Este mundo triste y oscuro, dominado por la magia negra, ha de tener un contravalor. Algo que nos permita soñar con recuperar la alegría. Asistimos a uno de los símbolos más potentes de la historia. En el mundo de la tradición esto está reservado a la figura de un Avatara, el portador del mensaje de la Luz; Aquél que representa la alianza indisociable con la Potencia Absoluta; Aquél que tiene por misión restaurar en la tierra el mundo de los Cielos. Y así lo intuyó Lovecraft en el inicio de su Azathoth17: “Cuando el mundo se sintió cargado de años, y el asombro abandonó la mente de los hombres; cuando las ciudades grises alzaron a los cielos, negros de humo, elevadas, adustas y feas torres, a cuya sombra nadie podía soñar con el sol y los prados floridos de primavera; cuando la tierra quedó despojada de su manto de belleza, y los poetas no cantaron ya sino a los retorcidos fantasmas que veían sus ojos legañosos e introspectivos; cuando ocurrieron todas estas cosas, surgió un hombre que emprendió un viaje más allá de la vida, en busca de los espacios adonde habían huido los sueños de este mundo.”

 El ciclo de Randolph Carter18 (que es el propio Lovecraft), es el más simbólico de todas sus narraciones. Son los cuentos que presentan una mayor afinidad con los Misterios clásicos. En estos cuentos y en otros de contenido altamente simbólico19, hallamos todo el proceso que hasta aquí se ha apuntado. Asistimos a un necesario descenso a los infiernos. Es necesario conocer las esencias del mal. Este mundo de las raíces de lo oscuro, también se ha ido transmitiendo desde Ulises a Nietzsche, a través de mitos, dioses, héroes y personajes. Lovecraft decidió seguir los pasos de todos estos buscadores del Camino de las estrellas. Pero todo lo que esta aventura tiene de poético, lo tiene también de arriesgado. Es un viaje peligroso, el más peligroso de todos. De él ¿se puede regresar? De poder se puede, pero... tantas cosas habrán cambiado en tu interior...

En todo ello radica la esencia de la literatura del hidalgo solitario de Providence. No lo dudes tú, como él, has de dar el paso.

 Su obra guarda otro secreto. Él reconoció, y así consta en sus biografías y epistolario, que la mayor parte de sus cuentos se le aparecían primero en sueños. Esta proyección del inconsciente, tendría que haber hecho pensar a muchos de sus estudiosos. La capacidad de entrar en este mundo y de asociar los diferentes elementos, queda reservada a una minoría. Minoría para la cual él escribió. Él jamás, lo repetimos por segunda vez, escribió para las masas. No podía escribir para aquello que despreciaba profundamente. Él sólo escribía para pequeños círculos. Aquellos que tuvieran oídos para escuchar, ojos para leer y boca para callar. Él intentó en diversas ocasiones explicar cómo y por qué nacían sus argumentos. Le resultó imposible. Hay misterios que no pueden ser desvelados, sólo intuidos, sólo se puede dejar que la corriente nos arrastre. Él imitó y copió sus sueños y ello es una de las mayores victorias contra el racionalismo.

¿Su caso es único? No. También lo fue la tabla periódica de los elementos químicos. La química será descubierta en la fase más decadente y superficial de la alquimia, pero la formulación moderna, la tabla que todos los estudiantes de química han de saber de memoria, no fue fruto de ningún esfuerzo científico, sino de una “revelación” que le llegó en sueños al ruso Mendeleiev.20

 Como todo hombre en búsqueda de una Tradición primordial, tuvo que tener muy presente el simbolismo del norte. Él, como Verne, tuvo una fascinación muy especial por el Polo Norte y por Islandia. Prueba de ello, es su más que significativo El barco misterioso. La Antártida también aparece en La montaña de la locura. El norte, cargado de todo su simbolismo iniciático, ya aparecía en los indoarios Atharvasira Upanisad, V: “Este es el camino del Norte, hacia el que se dirigen los Dioses, los Padres, los Sabios videntes, donde se sobrepasa toda perfección, es decir, la meta suprema”.

 A lo largo de su obra, también aparece un elemento muy vinculado a todas las grandes tradiciones. Nos referimos a la piedra. La piedra quedará grabada en su alma al descubrir, en Nueva Inglaterra, los círculos de piedra, auténticos megalitos como los de Mistery Hill (New Hampshire). Pero ¿qué significaban? Conocedor del mundo de lo intangible, poco le costó asociar la piedra a los mitos de Saturno, Deucalión, Cibeles, Mitra y a las realezas irlandesa, a través de su famosa Lia-Fail, y a la escocesa. Con todo este material en sus manos y su profundo conocimiento de las mitologías y su vinculación al poderoso mundo de los sueños, no nos cabe ninguna duda que llegar a deducir, por su propia cuenta, que la piedra simbolizaría la unidad y la fuerza del Ser, le sería relativamente cómodo. Los círculos que tanto le fascinaron en Nueva Inglaterra, están vinculados a la idea simbólica del círculo, que es la perfección y sólo este concepto puede estar unido al Ser (la piedra, en este caso). Enigma solventado. Todo ello lo vivió como una herencia de la Raza Primigenia. Así lo vivió él y así lo traspasó a sus cuentos y poesías.

 Toda esta cosmovisión, todo este proceso, tendría que tener un colofón simbólico a través de los colores. El rojo, el blanco y el negro, los colores alquímicos por excelencia. Ellos también comparecen en su obra. El negro, el color de Visnú, vendrá asociado a la ambientación oscura de la mayor parte de su obra en cuento. El blanco sería el color simbólico de aquel en quien el Ser ha despertado. Él lo hace aparecer en sus poesías, pues denotan un agradable aire de frescura por contraposición a sus cuentos. La nigredo ha sido superada. El rojo, última fase del proceso iniciático, es el color de Brahma. La sangre como elemento sacro se halla presente en todas las cosmogonías prebíblicas y en los grandes procesos iniciáticos. La sangre aparece en dosis considerables en sus cuentos.

 Como don Sebastián, Verne, Otto Rahn, Evola, Lao-Tse o como muchos de los grandes maestros del budismo original, del zen o del sintoísmo, él también intuyó su muerte. De hecho la esperó pacientemente. La muerte del brillante Howard, el que fuera su discípulo aventajado, fue la señal de que todo había terminado. Un año después del fallecimiento del alumno, el maestro iniciaba el mismo camino. El viejo pagano murió en la tranquilidad que lo primigenio, algún día será restablecido. De momento ha logrado entrar en el torrente embriagador de la Luz eterna e inmutable. Con su muerte, trascendió su condición finita. Allí, en el mundo donde los sueños más secretos se hacen realidad, allí reposa el último guerrero de la caballería andante europea.

 La literatura estadounidense le debe mucho a este forjador de sueños y mitos. Los idealistas le agradeceremos, infinitamente, su habilidad para triturar las estrecheces de la razón. La cultura celebrará que con él volvieran a la vida la novela gótica y el imperio de los mitos. Que, junto a Poe, y pese a la modernidad, intentarán ayudar a unos pocos a trascender su propia condición de hombres. Con él, con Poe, con Melville, con Howard y con Tolkien, festejaremos juntos la derrota simbólica del mundo moderno, del mundo de las tinieblas. Consciente o inconscientemente, Lovecraft se vinculó a los ejércitos del Cordón Dorado, a los hijos de Horus, a la última primavera dorada.

 A ti, Lovecraft, que supiste vivir como caballero, que pudiste mirar lo divino cara a cara, que tuviste la grandeza de no arrodillarte delante de ningún hombre ni de ningún dios, que lanza en ristre derrotaste a la razón, que proyectaste lo eterno en tu interior, a ti, Lovecraft, te saludamos como los viejos Minnesängern saludaban a sus iguales: ¡Salud y victoria!

 

 

                                ÀLVAR RIUDELLOPS

 

 

Notas:

 

 

 

 

1)  El humor y la risa, siempre fueron reverenciados como ejemplo de salud interior por los antiguos griegos y romanos. Por el contrario, el cristianismo satanizó la risa. En el ámbito de la Iglesia ello llevó a rocambolescas polémicas teológicas. Una muestra de estas discusiones se pueden localizar en los capítulos finales de El nombre de la rosa, de Umberto Eco.

 

2)  L. Sprague de Camp, Lovecraf, una biografía, Madrid, 1992, pág. 347.

 

3)       Carta de Lovecraft a Z. B. Reed, 13 de febrero de 1928.

 

4)       Es muy significativo en este sentido su cuento El susurrador de la oscuridad, donde criaturas infernales, hechas de sustancia diferente a la nuestra, vienen de Yuggoth (Plutón, supuestamente) y extraen cerebros humanos y los acoplan a unos cilindros metálicos. Envasados así pueden comunicarse y ser enviados por todo el universo. Nótese la proximidad fonética entre Yuggoth y su gentilicio yuggothitas y la palabra Yahvé. Las exclamaciones y los nombres claves de estos seres, el autor los hace acabar con Ath, Oth (terminación frecuente del femenino plural hebreo). Lovecraft reconoció que estos términos estaban ideados para asociarlos a seres espectrales o siniestros. Así lo hizo con Yuggoth, cuyo “matiz arábigo o hebraico sugiere determinadas palabras que nos han llegado de la antigüedad, en las fórmulas mágicas contenidas en los manuscritos árabes y judíos.” (www. hplovecraft.com, inicios de 2005).

 

5)  A título de simple ejemplo véase su carta dirigida a E. F. Baird, del 3 de febrero de 1924, donde dice que hubiera preferido ser general a poeta, o su poema Canción de guerra del teutón.

 

6)  Nótese que todo ello está muy en consonancia con la obra del tradicionalista francés R. Guénon, El reino de la cantidad y los signos de los tiempos, Barcelona, 1997.

 

7)  Carta de Lovecraft a L. P. Clark, 12 de septiembre de 1925.

 

8)       Todos los comentarios entre paréntesis son nuestros.

 

9)       Carta de Lovecraft a D. Wandrei, 27 de marzo de 1927.

 

10)  Carta de Lovecraft a L. P. Clark, 28 de septiembre de 1925.

 

11)  Recordamos en este sentido el poder hermético de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Obra clave para autores como Wagner y Schopenhauer.

 

12)  Autor de The declive and fall of the Roman Empire, la primera historia de Roma en la que se deja al descubierto toda la responsabilidad del cristianismo en el hundimiento del que es el mayor orgullo del pasado europeo: la mítica Roma pagana.

 

13)  Leyó, íntegramente, a todos los padres de esta corriente literaria: Walpole, Maturin, Beckford y Radcliffe.

 

14)  Independientemente de sus profundos conocimientos de mitología y de su admiración por todo lo pagano, él coincidió totalmente con la tesis expuesta en 1921 por Margaret Alice Murray en El culto de las brujas en la Europa occidental, donde defiende la tesis que el conflicto de las brujas europeas de los siglos XVI y XVII, fue la lucha entre el cristianismo oficial y la resistencia presentada por el culto pagano y, por tanto, genuinamente europeo, el cual se vio obligado a actuar en la más estricta clandestinidad.

 

15)  En la creación de lenguajes propios Howard y Tolkien siguieron su estela.

 

16)  Propio de todo mundo en decadencia aparecen las sectas, los ocultismos y los espiritismos de todo tipo. Contra todo ello reaccionará contundentemente Lovecraft. Él considerará (y no se equivocó), que todos estos elementos suelen ser los grandes aliados de toda gran guerra. Así consta en su revista Conservative, T. IV, 1918, en el artículo titulado Merlín redivivo.

 

17)  Azathoth, palabra compuesta y simbólica. Azoth, nombre empleado por los alquimistas medievales para designar el mercurio, que en su interpretación más baja equivaldría a lo terrestre, a lo impuro, a lo lunar y thoth, palabra que guarda claras semejanzas con el egipcio Thoth, contable universal y vinculado a lo lunar, o con el germánico Thor.

 

18)  Aquí hallaríamos títulos como: La declaración de Randolph Carter, El innombrable, En busca de la Ciudad del Sol poniente y La llave de plata.

 

19) También pueden tener una lectura simbólica otros cuentos que están fuera del ciclo de R. Carter, como: La nave blanca, La montaña de la locura, El barco misterioso, Celephais, La música de Erich Zann y La búsqueda de Iranon.

 

20) Bruno Cardeñosa, 100 enigmas del mundo, 2ª edición, Madrid, 2003.

La crisis "económica"

La crisis "económica"

Aunque el gobierno de España haya sido, hasta hace muy poco, renuente a utilizar la fatídica palabra «crisis» para definir el presente estado calamitoso de la economía, si buscamos en el diccionario el significado de esa palabra, referido concretamente a la economía, la vemos definida como «la perturbación de la actividad económica por razones inherentes a su funcionamiento. La situación de crisis proviene generalmente de una insuficiencia de la demanda para absorber toda la producción». La explicación es tan simple como clara. Y si no se quiso pronunciar la temible palabra, fue por razones estrictamente políticas y electorales.

 

En el pasado siglo hubieron varias crisis económicas, la más famosa de todas la del Black Friday, en la Bolsa de Nueva York, en 1929,que arrastró a todas las demás y provocó una serie de crisis en cadena, particularmente en Europa. Ya entonces la economía estaba globalizándose, y se decía, en acertada metáfora, que cuando los Estados Unidos, meca del Capitalismo, cogía un resfriado, Europa enfermaba de gripe. Ahora se produce la misma situación, con el agravante, referido a España, que debido a nuestra economía cada vez más centrada en el turismo y la construcción, es decir, en sectores que forzosamente deben ser limitados, ya no tenemos la gripe, sino una pulmonía.

 

Hace unos días, en el diario barcelonés La Vanguardia, se publicaron las declaraciones de cinco Premios Nobel de Economía, que afirmaban desconocer las «causas profundas» de esta crisis mundial, y, por supuesto, también desconocían los remedios a aplicar para salir de ella. La segunda afirmación es creíble, dentro del sistema; la primera, el desconocimiento de las causas, no lo es.

 

A veces cabe preguntarse si se ha perdido toda capacidad de sentido crítico, y de mirar a la realidad cara a cara. Ya no me refiero a los distinguidos Nobel aludidos, sino a ciudadanos a los que cabe atribuir un poco de sentido común. Se oyen decir verdaderas majaderías; los hay que le echan las culpas al «desaforado consumismo», y abogan por una reducción drástica del mismo para salir de la crisis. Parecen ignorar que la reducción del Consumo lleva aparejada la reducción de la Producción, y la consecuencia de esta última es el Paro. También se suele echar la culpa al gobierno de turno, en España y en todas partes, cuando la realidad es que los gobiernos, incluidos los teóricamente más poderosos, bien poco pueden hacer ante la crisis, excepto, en última instancia, imprimir moneda (la real, billetes) para salvar a los causantes del global desaguisado; y aún esa medida la toman cuando aquéllos se lo dicen –aunque, probablemente, ni siquiera hará falta que se lo digan– y en la cuantía que se lo dicen. Es más, según la prensa mundial, el gobierno americano ha destinado la astronómica cifra de 585.000 millones de dólares, para que mastodónticas empresas bancarias, crediticias y aseguradoras, puedan «salir a flote», feliz frase de algún economista estipendiado del Sistema, como casi todos. Otros se lamentan de que los causantes del colapso financiero   –que literalmente se «forraron» cuando abrían créditos a mansalva– sean salvados por el gobierno, ahora que la burbuja crediticia ha reventado, haciendo que todo el pueblo americano pague por el estropicio que han causado. Pero las cosas no son así. El gobierno americano no ha tomado esa medida. No puede tomarla, por la sencilla razón de que desde diciembre de 1913, la emisión de moneda corresponde al Federal Reserve Bank (Banco de la Reserva Federal) que, pese al empaque de su denominación, es una entidad privada. El Consejo Directivo de del F.D.R. lo integran –por ley– nueve personas; cuatro nombradas por el gobierno de la nación, y otras cuatro por el Consejo, que las elige por cooptación, y nombra también al Presidente, actualmente Bernanke. De manera que el núcleo de esa entidad –probablemente la más poderosa del mundo– tiene siempre una mayoría de 5 a 4.

 

 

La verdadera  –y única– causa de esta crisis, en nuestro mundo globalizado, no es más que el hecho de que el dinero, desde hace casi dos siglos, ha dejado de ser un «medio de cambio» para convertirse fundamentalmente en un «valor», es decir, en una mercancía. Esto parece que, más o menos, se intuye, aunque dudo de que la gran mayoría de la gente lo comprenda, lo aprehenda realmente, totalmente. Y en ella incluyo a los «profesionales» paridos en las aulas de las llamadas «Ciencias Económicas», que, a diario, explican en las páginas de periódicos serios el porqué de un eventual desplome de la Bolsa, cuando lo útil sería que estos «profetas del pasado» lo hubieran previsto con anterioridad.

 

Vayamos a la raíz del tema. La Economía se compone, básicamente, de tres elementos: la Producción, el Consumo y la Distribución. El objeto de la Producción es el Consumo. Todos somos, a la vez, consumidores y productores. Un campesino produce trigo, hortalizas u otros vegetales, y consume un sin fin de otros productos: desde semillas y tractores hasta todo lo que necesita para su hogar. En las fábricas se producen toda clase de artículos para abastecer el mercado, y sus obreros y empleados consumen igualmente toda clase de bienes. Diariamente, productores y consumidores debemos cruzar el puente que nos une, cual es la Distribución, es decir: el Dinero.

 

Y aquí llegamos al quid de la cuestión: nadie se ha cansado de consumir. Nadie, tampoco, se ha cansado de producir. El origen del problema –de la famosa crisis– no está, pues, ni en la Producción ni en el Consumo. Luego sólo puede estar en el puente que debe unirlos: la Distribución, que llamaríamos el puente del Diablo. En ese puente suceden, siempre, cosas muy raras, hasta el punto de haberse llegado a convertir en el elemento principal de la Economía,  tanto a nivel local, como nacional o internacional.  Al dejar de ser, el Dinero, un instrumento de medida y cambio para convertirse, en el Sistema Capitalista, en un «valor» y en una mercancía, los otros dos elementos pasan a ser subsidiarios suyos.

 

He comprobado, docenas de veces, hablando con gentes, en otros aspectos, dotadas de un sólido sentido común, que al preguntarles qué es, en su opinión, el Dinero, suelen contestar que son unas piezas de metal y papel que sirven para comprar mercancías y pagar servicios; y aún, para llegar a esta definición, a veces hay que ayudarles un poco. Al aclararles que esa definición a la que, más o menos trabajosamente, se ha llegado, fue, antaño, más o menos idónea, pero que en la actualidad es aplicable tan sólo a la calderilla, se quedan mirando como si uno fuera un alienígena. Luego, si les preguntas si tienen una tarjeta de crédito te dirán que sí, y si pagan el alquiler con  dinero, te dirán que no, y, paulatinamente van cayendo en la cuenta de que su concepto del «dinero» es erróneo. Y que la auténtica definición del dinero debería ser: «Cualquier cosa por la cual se entregan mercancías, se pagan servicios o se cancelas deudas». Es decir, cheques, tarjetas de crédito y otros instrumentos crediticios.

 

 Hace casi cuarenta años escribí un par de libros en que aludía muy directamente al llamado, en los países anglosajones, «fiat money», y, en nuestros lares, «dinero crédito». La palabra crédito procede del latín credere, que significa «creer». Cuando un banco pretende que presta dinero a un cliente, cree que, dentro de un plazo pactado, se lo devolverá, más los intereses. Y el cliente cree que le han prestado dinero. Pero, en realidad, lo que el banco le presta es  –por regla general– un talonario de cheques, que puede utilizar para ir pagando sus gastos. El secreto del negocio bancario consistía, entonces, en que los cuentacorrentistas retiraban, en promedio, el 10% de sus cuentas para sus gastos ordinarios corrientes. Sabedores los bancos, por la experiencia diaria, que les quedaba en caja el 90% del dinero de sus clientes, abrían créditos por el valor de ese dinero, obteniendo así unas cuantiosas ganancias, «con el dinero de los demás». Los bancos no incurrían en riesgo alguno, pues contra sus talonarios de cheques exigían unas garantías en bienes tangibles, tales cono inmuebles, cosechas, etc. que pasaban a ser de su propiedad en caso de impago del principal más los intereses.

 

 Esta «regla del 10% y el 90%» que era un verdadero y abusivo peaje para el «puente de la Distribución» fue paulatinamente «mejorada» por el sistema bancario, con la aparición de nuevos y múltiples artilugios crediticos, siendo el principal de ellos las llamadas tarjetas de crédito.

 

   Todo esto, a la corta o a la larga, tenía que estallar. Y tuvo que ser en la Bolsa de Nueva York, extendiéndose desde allí a todas las demás. Sabido es que el refugio de los ahorros de las clases medias es la Bolsa, invirtiendo en valores muy seguros, pues con la constante carrera de precios y salarios –en la que éstos nunca ganan– ahorrar el dinero en un calcetín, debajo de una baldosa, como hacían antaño los campesinos, equivalía a ir perdiendo gran parte de su valor con el paso del tiempo. Por esta razón, el presente «crack» bursátil está afectando, sobre todo, a las clases medias, contribuyendo a su proletarización.

 

La técnica para provocar el actual estallido de la Bolsa ha sido la tradicional.

 

En primer lugar: Concesión abundante de créditos; consecuencia: alza. Alza, que durará tanto tiempo como se vayan concediendo créditos.

 

En segundo lugar: Elevación de los tipos de interés y paulatina restricción de créditos; efecto infalible: baja.

 

Que la catástrofe financiera ocasionase automáticamente una retirada de moneda real (billetes); que tal carestía monetaria restringiera las posibilidades de compra, es más que natural.

 

Que al poderse comprar menos la producción no hallase consumidores suficientes para poder subsistir, es lógico.

 

 Y que al disminuir el Consumo sobrara Producción y se produjera el Paro, está en una perfecta relación de causa a efecto. Y así se llega a la criminal paradoja de un mundo con fábricas y almacenes con stocks desbordantes, con un material que se oxida o se pudre, mientras el mundo se enfrenta a un Paro fatal, y privado del medio  (la Distribución) de consumir aquella producción que se irá pudriendo o destruyendo.

 

Se ha dicho que los magnates de la Finanza se han pillado los dedos al excederse más allá de toda prudencia en la concesión de créditos, aperturas de hipotecas y  otros –como les llaman– «productos financieros». Afirmar esto es desconocer el modus operandi de los magos de la Finanza, los dioses como les llaman los aduladores cronistas que pululan por Wall Street, la City londinense y demás «templos» de la Finanza Internacional.

 

Pensar que gente como los Lehman, que son, junto a los Rothschild, los Rockefeller y los Warburg, el póker de ases de la gran Finanza, se han pillado los dedos con una desaforada concesión de créditos con dudosas garantías, es, sencillamente, ridículo. Que muchos altos y medianos cargos han perdido el empleo y que millares, si no millones, de clientes han perdido gran parte del importe de sus cuentas corrientes y muchísimos más han visto cómo se volatilizaba el valor de sus acciones, es indudable. Pero los Lehman, ¡por favor! Ellos han debido ver venir lo que se avecinaba y su dinero debe estar a buen recaudo tiempo ha.

 

Hay una tendencia a olvidar que el negocio bancario se hace con el dinero de los demás. La masa dineraria de cualquier banco es de sus impositores, que son los titulares de su propiedad, mientras que el banco «sólo» tiene la posesión. Y yo diría que «la posesión es a la propiedad lo que el amante es al marido». La responsabilidad legal y real es de la propiedad, en la Banca y en todas partes. En el diario barcelonés La Vanguardia (18 de septiembre del 2008) se informa de que el presidente de Lehman Brothers, Richard Fuld y algunos altos dirigentes de aquella entidad, han cobrado, en los últimos años «cantidades ingentes e inmorales de dinero en forma de "bonus" por los resultados obtenidos en una carrera desbocada hacia la nada». Y tengamos bien presente que ese dinero lo han conseguido con total impunidad y nulo riesgo personal, ya que el capital no era suyo, sino de los cuentacorrentistas, y lo que Fuld y sus compinches han debido poner a buen recaudo –tras venderlas en su momento oportuno– es el importe de la venta de sus acciones.

 

 

 

   También se dijo que la Banca Warburg de Hamburgo se había hundido con la llegada de Hitler al poder, pero luego resultó que en cuestión de horas sus fondos habían sido transferidos a la Warburg americana.  Se dijo, en fin, que tras el Black Friday, América estaba arruinada. Pero no era así. Quienes estaban arruinados eran muchos americanos. Pero las fábricas de toda clase de productos, las plantaciones de  algodón, los pozos de petróleo, las minas... y, sobre todo, el ingenio, la inventiva y las ganas de trabajar del pueblo americano continuaban existiendo. Lo que había pasado era que fábricas y toda clase de propiedades, habían cambiado de manos. Lógicamente, hay que suponer que se trataba de las manos de los que habían provocado aquella catástrofe.

 

Se pronostica que la actual crisis económica –que en realidad debería adjetivarse financiera– será todavía peor que la que empezó en Wall Street en 1929 y luego se extendió por toda Europa. Es probable, aunque bien haríamos en desconfiar de los vaticinios de los cronistas financieros. Lo evidente es que sus efectos serán –ya lo están siendo– la proletarización de la clase media y un aumento de la inmigración, para lograr, las empresas, minimizar sus gastos con la importación de mano de obra barata.

 

Esta crisis mal llamada «económica» tiene, como causa principal, que el trabajo, la producción y el consumo de todo el mundo han estado, y continuarán estando, subordinados a la conveniencia y el interés del Dinero Financiero, que, hace cuarenta años, califiqué yo de «Moneda Falsa de Curso Legal». Trabajo, producción y consumo, es decir, los frutos de la laboriosidad del hombre, subordinados al Crédito, y no al revés, como sería lo lógico, lo justo y lo honrado.

 

 

 

        J. Bochaca