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Identidad y Tradición

EL SISTEMA: Historia y metodología de un mesianismo del siglo XXI

EL SISTEMA: Historia y metodología de un mesianismo del siglo XXI

Antecedentes

A pesar del crack de 1929, consecuencia de la excesiva fe en la autorregulación del sistema capitalista, la economía de mercado acabó imponiéndose como modelo económico en el mundo occidental. Y ello porque el sistema comunista se había revelado un modelo muy pobre de economía dirigida, y aunque el sistema comunista no era el único modelo posible, el capitalismo prefirió maldecir toda posibilidad de economía dirigida y cerrar los ojos a otras alternativas. Aún hoy, en las escuelas de económicas, se trata el tema muy de pasada, como con vergüenza. Se cita simplemente señalando todos sus defectos y ninguna de sus virtudes; y manteniendo al comunismo como único exponente de dicha economía.

 

Basta con sugerir a cualquier licenciado en ciencias económicas el tema de la intervención estatal, para que tome inmediatamente una postura defensiva; como si se hubiera nombrado al diablo, como si hubiera oído una blasfemia. Se diría que salen de las facultades de económicas programados, condicionados a reaccionar ante el tema. Para cualquier economista, un sistema de economía dirigida es simplemente impensable, inimaginable; un sistema así no puede funcionar; no puede funcionar y punto, sin más argumentos. Éste es un dogma de fe. El estado no debe intervenir en los asuntos de la economía.

 

Y sin embargo, la llamada “economía libre”, la economía de mercado, no es ni mucho menos libre. Si algo nos enseña la experiencia, es que las cosas sin ningún control son el camino más corto al desastre; que un coche sin conductor es garantía de accidente; y sin embargo se insiste en que el sistema ha de tener libertad para autorregularse. Pero, ¿por qué la economía libre no marcha hacia el caos?, ¿cómo es que el sistema, a pesar de no tener ningún control, funciona?

 

La respuesta es sencilla. Porque sí que hay un control, porque, por mucho que pese a los economistas, la economía libre no existe. La llamada “economía libre”, no es sino economía dirigida por  elementos ajenos al Estado. Ahí está el truco, ésa y no otra es la solución del enigma. Aunque no veamos al conductor, nuestro coche de la economía, no se conduce solo, sino más bien por control remoto.

 

Ahora bien, ¿no suena muy peligroso eso de una economía dirigida por elementos ajenos al estado? Sí, suena muy peligroso y de hecho lo es; de ahí que se recurra al eufemismo de “economía libre” o “economía de mercado”.

 

¿Quiénes son esos “elementos ajenos al estado”? Es la pregunta que surge inmediatamente por lógica consecuencia. La respuesta a esta pregunta, ha sido por sí sola tema de multitud de libros, así que no es fácil de contestar en el marco de este modesto artículo. Para simplificar diremos que en una primera escala, los bancos centrales, que a pesar de lo que crea el lector, son entidades privadas muy lejos de estar bajo el control del Estado (1).

 

Además de los bancos centrales,  se cuentan entre los directores de la economía, las grandes multinacionales y los trusts financieros; es decir, que los economistas que se tiran de los pelos cuando se les habla de intervención del estado, ven perfectamente normal la, más que intervención, dirección de unas pocas entidades privadas en algo tan de interés común como es la economía nacional.

 

Si la economía (el dinero) está en manos privadas, ¿qué habremos de decir del poder? Insultaría la inteligencia del lector el recordarle que jamás han andado muy lejos el uno de la otra. Así, a los Estados, que dependen de los créditos de los bancos centrales, y que acumulan año tras año y desde hace más de siglo y medio una deuda que jamás podrán pagar, poca soberanía real les queda. El Estado político, soberano en su territorio y con un proyecto vital (una política real) que ofrecer a sus súbditos ha quedado en el olvido. Los estados modernos ceden soberanía a marchas forzadas, a entidades privadas (bancos centrales, etc.) a organismos internacionales (ONU, UE, recientemente al tribunal penal internacional, etc.). Y por último, en su afán de sacudirse el poder de encima, a los juristas. Nace así el estado de derecho. Si, como hemos visto la frase “el banco de España” habría que traducirla por “España del banco”, “el estado de derecho” también tendría una traducción más exacta: “el estado prisionero del derecho” el estado sujeto, prisionero de constituciones y leyes que le restan la poca capacidad de maniobra política que pudiera quedarle. Así, lo que antiguamente se llamaba el gobierno, hoy recibe el benévolo nombre de “administración del estado”,  ésa es su función; administrar el capital recaudado mediante los impuestos (o lo que el pago de la deuda deja de él). Súmense uno tras otro todos los países del área capitalista que funcionan de este modo, redúzcanse a unas pocas organizaciones internacionales y vean cuánto se allana el camino hacia el gobierno mundial.

 

El final de la II Guerra mundial, supuso el fin de las naciones (incluso de las vencedoras) La política nacional fue sustituida por la política de bloques. De repente, los antiguos aliados se divorcian, y el mundo se encuentra dividido en dos: el bloque Occidental capitalista (los buenos) y el Oriental comunista (los malos) (2)  más una serie de estados periféricos no alineados. Durante casi cincuenta años hemos vivido aguantando carros y carretas con el consuelo de que por lo menos vivíamos de la mejor forma posible (no en el mejor sistema pero sí en el menos malo) con el consuelo de que los del otro lado del telón de acero vivían peor, con menos libertades teóricas y sin garantías constitucionales (es muy importante tener el amparo de los derechos, ya que si bien en un estado democrático uno puede no tener ni vivienda, ni trabajo, nadie le negará jamás el derecho a tenerlos, cosa que en una dictadura sí ocurre. El matiz es importante).

 

Así, volviendo al tema y para resumir, el caos que suponía multitud de estados soberanos, cada uno con su propia política y su propia voluntad (lo que a la postre daba ocasión a innumerables guerras) quedó resumido en dos grandes bloques, en dos grandes voluntades de destino supuestamente antagónicas. Esta reducción supone como hemos dicho una reducción de la posibilidad de conflicto para los estados interiores (los que forman parte clara e indiscutiblemente de uno de los bloques) pero la multiplican para los estados periféricos, aquellos que los bloques se disputan, África, Oriente medio y el sureste asiático.

 

Con la caída del muro de Berlín y la vuelta al redil capitalista de la        U.R.S.S. dividida en las llamadas repúblicas ex-soviéticas, se crea un nuevo escenario; un paso más hacia el modelo global: la estrategia monobloque. Básicamente, el funcionamiento del sistema monobloque es igual al anterior  pero con la supresión del bloque comunista y los ajustes que ello implica. Queda un solo bloque (los EE.UU. y sus aliados). Queda un solo sistema político-económico posible (el liberal capitalismo) y se mantiene la periferia, aunque ya no como territorios en disputa (pues ya no hay adversario a quien disputárselos) sino como fronteras por extender, territorios a los que aún no ha llegado el manto civilizador.

 

Con la desaparición del bloque antagonista, queda vacante el papel del “malo”, que no pudiendo recaer obviamente sobre la potencia dominante (que necesariamente tiene que ser el “gran bueno”) ni sobre ninguno de sus aliados (pues está claro que el amigo del malo ha de ser malo a su vez) tiene que trasladarse a la periferia. Si bien no a toda la periferia, sino a una parte, quedando la periferia dividida en un eje del mal (por usar el término más actual) y una serie de víctimas potenciales necesitadas de protección.

 

Como de los errores se aprende, el sistema aprendió de la etapa anterior, que si el mal recae sobre un país o países concretos; con la desaparición o redención (que son las dos únicas posibilidades que quedan a los estados periféricos) de dichos estados, queda vacante el papel de “malo”. Para solventar este inconveniente, el sistema sustituye en esta etapa al “malo tangible” por el “malo virtual”; una especie de Phantomas que nadie sabe de dónde viene y nadie sabe adónde va; que se va moviendo por la periferia según los intereses del bloque dominante. Tal es hoy por hoy el papel de terrorismo islámico internacional.

 

La misión del terrorismo islámico internacional, en la estrategia globalizadora, consiste en dejarse ver allí donde el sistema necesita actuar. Suele tener conexiones en el país que el sistema necesita redimir en un momento dado.

 

En eso se basa la estrategia globalizadora, en la asimilación de los estados periféricos pasando si es preciso por la destrucción de los gobiernos reticentes.

 

 

Pensamiento único e igualitarismo.

En su camino hacia la globalización, el sistema ha recurrido a la estrategia de la indiferencialización del planeta. La estrategia se basa en pulir en lo posible y eliminar si se puede cualquier particularidad cultural, religiosa e ideológica que pudiera sugerir una identidad propia.

 

Se trata de que los pueblos, a medida que son asimilados al bloque dominante, vayan dejando atrás todo tipo de identidad que los vincule con un sentimiento nacional. Se crea así una especie de “monoteísmo de mercado” que abarca todas las áreas de la vida.

 

Así, con los años hemos ido conociendo un arte globalizado (tan abstracto que toda seña de identidad del autor ha quedado borrada; que una “obra” producida en Nueva York no se diferencia en nada de una de un artista pongamos por caso de París). Una prensa globalizada, surtida de noticias previamente censuradas por las agencias internacionales. Una televisión globalizada, en la que los formatos se repiten de un país a otro y de un continente al otro. Y por supuesto, una política globalizada, en la que fuera de la democracia liberal-capitalista, no cabe ningún tipo de representación.

 

Mediante la democracia cerrada de partidos y los distintos sistemas de recuento empleados, se garantiza que “el pueblo soberano” no intervenga para nada en las decisiones políticas del estado. Es de todos sabido, por ejemplo, que quien más votos obtiene, obtiene más financiación para su campaña electoral; y obviamente, quien mayor financiación para su campaña electoral posee, obtiene mayor número de votos; de forma que se crea un círculo cerrado tendente a reducir al máximo el número de partidos con posibilidades efectivas de alcanzar el poder. Las democracias más antiguas, muestran a las claras esta situación que tiende a un bipartidismo, cuando no a un monopartidismo encubierto en el que ambos partidos mantienen sólo diferencias programáticas superficiales, pero hacen la misma política en el fondo una vez en el poder (caso de EE.UU.).

 

Así, con la democracia capitalista como único sistema, una cultura única, una prensa única y una televisión única, no es difícil preparar el camino hacia un pensamiento único. Pasaron los tiempos en que uno tenía que devanarse los sesos y la conciencia para diferenciar lo bueno de lo malo, lo que está bien y lo que está mal. Basta con ver un poco la televisión para darse cuenta (no hace  falta ser muy avispado) de que todos los personajes de la índole que sean (políticos, periodistas, artistas, famosos o famosillos) alaban a cual más y mejor ciertos temas: la democracia, la integración de las minorías, la solidaridad con el tercer mundo, la constitución, la libertad (en sentido abstracto, por supuesto) el feminismo, etc. Ahora bien, los mismos personajes, se rasgan  las vestiduras (y hasta se establece una especie de competición por ver quién exagera más el tono) ante las posturas opuestas a los temas anteriores.

 

Y es que el sistema, para globalizar el pensamiento, necesita de una moral global, de unos conceptos de bien y mal unitarios para todo el bloque, de forma que la opinión pública se muestre siempre más o menos de acuerdo con el sistema al menos en lo esencial.

 

El sistema, ha aprendido de los monoteísmos. De hecho se ha convertido como ya hemos apuntado más arriba en una especie de “monoteísmo de mercado”. Al igual que para sus maestros los monoteísmos medio-orientales, existe un bien absoluto (Dios) y un mal absoluto (el demonio) que marcan los polos hacia donde se dirigen  el bien y el mal relativos (los más o menos buenos y los más o menos malos) el sistema también tiene su bien absoluto (el sistema mismo, la democracia capitalista) y un mal absoluto (el fascismo)(3) de cuyo padecimiento el nos libra.

Este bien y este mal absolutos, llevados al extremo de dogmas de fe, crean un marco de polarización de las ideas tal, que no importan los excesos que cometa el sistema, al final siempre habrá triunfado el bien, y todo quedará perfecto como está.

 

El bien absoluto, se basa en el carácter universal de la declaración de los derechos humanos. Poco importa que dichos derechos hayan sido redactados por y para el mundo cristiano occidental. La propia declaración de los derechos humanos, le da un carácter universal; de obligado cumplimiento en todo el planeta. El que esta declaración de derechos choque frontalmente con las particularidades culturales de una buena parte de los pueblos del mundo (no hablamos de algunas tribus de África, sino de todo el mundo islámico y parte del oriental) no importa. Más adelante veremos que este choque es precisamente lo que busca el sistema para poder hacer uso de su “derecho de injerencia”.

 

Se ha creado así un pensamiento único. Un totalitarismo liberal que no acepta ningún particularismo ni ninguna disensión por pequeña que sea. Hay un solo sistema político bueno: el liberal-capitalismo, los otros son todos malos. Hay una sola forma de gobierno: la democracia de partidos, las otras son todas malas (a pesar de que hoy en día, existe un divorcio absoluto entre democracia y libertad. Ambos conceptos han dejado de ser sinónimos; si alguna vez lo fueron, hoy son todo lo contrario). Hay un solo modelo económico: la economía libre de mercado, los demás son todos malos. Y por supuesto, y este tema lo trataremos más extensamente en otro momento, hay una sola religión posible: el fundamentalismo del Antiguo Testamento (alianza de os fundamentalismos judío y evangélico).(4)

 

 

 El centro y la periferia.       

Así, la estrategia de los EE.UU. y sus aliados pretende la fundación de un imperio global  integrado por organizaciones internacionales como el FMI, el banco mundial y el G7; todas al servicio de los intereses de multinacionales; basado en un conservadurismo capitalista, cristiano, y excluyente; dividido sólo formalmente en países.

 

Este centro de poder, obtiene su fuerza de las instituciones antes citadas, y de los países periféricos (aliados) cuya política interior y exterior giran en torno al centro de poder.

 

Nos queda para completar el panorama mundial, aquellos estados que se sitúan extramuros; los que por no querer o no poder diluirse en la periferia, están virtualmente excluidos del gobierno mundial, y quedan condenados a un tercermundismo crónico. Huelga decir que ningún país importante, por potencia o por recursos, quedará fuera del plan global. Todo territorio potencialmente útil, será globalizado de grado o por la fuerza. Los “extramuros” están reservados a países que simplemente no interesan.

 

Los requisitos para formar parte de la periferia están claros:

 

1º Inmovilismo institucional. La periferia, acepta la democracia en su forma occidental como único sistema de gobierno posible; y el capitalismo como único sistema económico.

 

2º Cesión de soberanía. La periferia renuncia a toda política autónoma, al menos en lo que a política exterior y defensa se refiere. Las relaciones exteriores se marcan desde el centro; y desde el centro se decide con quien se mantienen buenas relaciones y con quien no. En cuanto a la defensa, la periferia renuncia a la estrategia de defensa de su territorio, y organiza sus fuerzas armadas de acuerdo al plan estratégico global; en virtud del cual, se decide que tecnologías se le permiten a cada miembro y que potencial puede alcanzar.

 

3º Reconocimiento del derecho de injerencia. El centro se reserva el derecho a intervenir en cualquier lugar donde crea que los derechos humanos están amenazados. La amenaza que los derechos humanos representan para la tradición y la cultura de una buena parte de la población mundial, no importa; los “derechos humanos” no incluyen el derecho a la libertad de conciencia si ésta choca con los mismos, es decir, si se aparta de la conciencia cristiano-occidental. Esta frontera, marca el derecho del centro a la intervención militar civilizadora en los países de extramuros. La periferia no puede sino asentir y callar.

 

4º La “ayuda humanitaria”. Lo que antes era tarea de la Cruz Roja y otras organizaciones similares, ahora queda en manos del poder central. Se intervendrá humanitariamente en aquellos lugares donde sea necesario. Dicha intervención, de carácter militar, sigue la estrategia de “atacar a las causas”. Las causas, normalmente son gobiernos, organizaciones o guerrillas molestos para el sistema. Los ejércitos “en misión humanitaria” permanecerán en el territorio ocupado “ayudando” tanto tiempo como se considere necesario.

 

 

El ciudadano virtual y la guerra virtual:

Para la consecución de sus fines globalizadores, el sistema ha sembrado en la ciudadanía, un humanismo exacerbado. La justificación de todo el sistema siempre fueron los “derechos humanos”, la defensa de la paz y la justicia; “un mundo para todos donde todos podamos vivir mejor”. Todos los valores antaño superiores (patria, familia, religión) han sido sometidos al imperio del “ser humano”. El ciudadano del siglo XXI, civilizado, acostumbrado a las comodidades de la cultura del bienestar; desideologizado, llevado a un pacifismo casi total, hacia un inmovilismo no pensante; convertido en un ciudadano virtual de triple funcionalidad (trabaja – consume – vota) soporta mal el olor de la sangre (sobre todo de la propia).

 

Pero lo cierto es que el sistema necesita aún de los conflictos armados. Llámese intervención en defensa de los derechos humanos, llámese intervención humanitaria en un conflicto armado, el hecho es que el sistema necesitará durante mucho tiempo aún de conflictos que chocan con la conciencia del ciudadano virtual, para quien la vida humana (menos aún la propia) no se puede sacrificar por nada.

 

Se precisa entonces un nuevo tipo de guerra. Un ciudadano virtual, sólo puede soportar una guerra virtual. Una guerra virtual es una guerra fundamentalmente tecnológica. Una estrategia basada en operaciones de bombardeo quirúrgico que se realizan especialmente de noche; que en virtud de la ausencia de capacidad de respuesta del agredido, no produce bajas (o produce muy pocas).

 

Para el agredido, por supuesto, la guerra virtual resulta tan destructiva y aterradora como la guerra convencional, pero para el observador, para el ciudadano de la periferia, mero televidente, las imágenes servidas en los telediarios, más bien borrosas, en un tono verdoso de lucecitas que vienen y van; son lo bastante asépticas para que no produzcan apenas reacción(5).

 

Los bombardeos selectivos, cuya función primordial es la de desarticular los sistemas electrónicos y de comunicaciones del agredido, así como sus defensas más fuertes, son el paso previo a la ocupación del territorio por parte de las fuerzas de tierra. Es preferible que la ocupación se haga después de que los bombardeos masivos hayan hecho entrar en razón al agredido, y la capitulación sea efectiva; pero si esto no es posible, la entrada de tropas se hará por parte de cuerpos de élite apoyados por artillería y carros de última generación  que reducirán los últimos núcleos de resistencia enfrentándose valientemente a  soldados de kalasnikov y alpargatas.

 

 

Elementos de resistencia: Las nuevas fronteras.

Pero el gobierno mundial encuentra resistencias; existen grandes núcleos que se niegan a ser globalizados; y ello fundamentalmente porque la ideología global, no proviene de un consenso entre los diferentes bloques.

 

La ideología global no es el resultado de una especie de sincretismo entre las diferentes ideologías del mundo; sino que es la impostura de una cosmovisión por la fuerza. En relativamente poco tiempo, hemos pasado de un mundo altamente polarizado, a la hegemonía de un solo polarizador. 

 

Entre los elementos que resisten a la ideología global, el principal es el fundamentalismo islámico, que resiste pertinazmente aunque con poco éxito debido a la desunión del mundo árabe. Cabe decir que el conflicto que en Oriente Medio llevamos tantos años viviendo, es la resistencia del fundamentalismo islámico ante el  fundamentalismo judeo–evangélico del Antiguo Testamento.

 

Vamos a mencionar aquí, aunque no sea genuinamente un grupo de resistencia, a los llamados grupos antiglobalización. De ideología fundamentalmente marxista y/o ecologista, estos llamados grupos antiglobalización, confunden el capitalismo con la globalización. En realidad son grupos anticapitalistas. Denuncian los excesos de gobiernos y multinacionales. Denuncian la explotación de los países de extramuros, la fuga de recursos hacia el centro de poder, denuncian incluso en cierta medida la invasión cultural; pero también son igualitarios, anti-nacionalistas y se oponen a las “bárbaras practicas” de ciertos países cuyas particularidades culturales ofenden su sensibilidad de burguesito occidental.

 

Y es que el sistema ha dado con barreras que se oponen al proyecto global; puntos de fricción que enfrentan a este proyecto con ciertos sectores de población; y todo porque los valores que se pretende hacer pasar por universales, son de factura cien por cien occidental.   Algunas de estas barreras son:

 

a.- La barrera étnica. Que se manifiesta primero en la imposibilidad del igualitarismo (dos cosas diferentes son diferentes por mucho que se diga que son iguales) y, consecuencia de la anterior, la imposibilidad de la integración.

 

El sueño de la integración de las minorías étnicas en el seno de las comunidades occidentales es solamente eso: un sueño. La política de integración fracasa desde el primer momento. Y fracasa en primer lugar, por la escasa voluntad (e incluso diría resistencia) de las minorías a la integración (falta de entusiasmo que es al fin lo único que tienen en común los autóctonos y los alógenos) En Europa, por supuesto no se ha conseguido; pero si tomamos el ejemplo de los Estados Unidos, sociedad decana en la multirracialidad, vemos cómo también la integración se nos revela imposible. En las ciudades de los Estados Unidos, las minorías han caído como aceite en el agua. No encontramos integración sino ghettos. Little Italy, China Town, barrios negros, barrios hispanos, barrios irlandeses, barrios judíos, y por supuesto guerra en las fronteras. Lo mismo ocurre en Londres, y lo mismo va camino de ocurrir en París. Es un hecho.

 

b.- La barrera cultural, formada por los sentimientos nacionalistas y los particularismos culturales que crecen más cuanto más se pretende igualar a la población mundial. Si bien en Occidente, esta defensa de los particularismos culturales se muestra más light, en Oriente Medio se ha convertido en un verdadero problema. Cuanto más se intenta globalizar al mundo árabe, más se radicaliza éste en su islamismo; hasta el punto que se ha visto obligado el sistema al uso más brutal de la fuerza, interviniendo “humanitariamente” de la forma que ya hemos explicado. La base de la resistencia cultural, se basa en que como ya hemos dicho, los valores que Occidente pretende pasar por universales, no lo son de ningún modo; no se han tenido en cuenta para nada los valores de los pueblos excluidos. Repetimos: no se trata de un sincretismo de valores; se trata de la imposición de los valores llamados “occidentales” a escala global.

 

c.- La barrera religiosa. Mientras que en Occidente hemos asistido a una progresiva secularización de la sociedad (cosa que va muy bien al proceso globalizador), entre los excluidos encontramos el fenómeno contrario. En el llamado tercer mundo, se produce una reacción de reagrupamiento en torno a la religión como forma de resistencia a la estrategia global.

 

Así, el mundo secularizado occidental, ha iniciado una guerra contra el mundo religioso oriental (fundamentalmente islámico); guerra cuyo objetivo es la secularización de los pueblos islámicos, objetivo que ya se ha conseguido casi totalmente en algunos casos (Egipto, Marruecos, Argelia (6) entre otros) dividiendo al mundo islámico en países aliados y enemigos de los EE.UU.

Conclusión:

 

El mundo está perdiendo su configuración multipolar. Hemos pasado de las naciones a los bloques y de los bloques al mundo monopolar. En el camino estamos dejando cosas tan importantes como la nacionalidad, la identidad cultural, la soberanía, y el concepto de pueblo. También la identidad personal (frente al individuo-masa), la capacidad y la voluntad de construir y crear y los ideales que antaño inflamaban los corazones de la gente. El mundo globalizado traerá un nuevo orden internacional de eficacia económica y de  individuos sin alma. Seguramente un nuevo orden donde los conflictos sean menos frecuentes y en su estadio último reine la paz; pero será la paz de los cementerios.

 

 

Notas:

1. El banco de España, nació en 1782 con el nombre de Banco de San Carlos, y no recibió su actual denominación hasta 1856, sin que se modificara su carácter privado. Desde su fundación, el banco de España ha disfrutado en exclusiva la facultad de emitir moneda, a pesar de tratarse de una entidad privada.

 

2. No añado eso de “los buenos” y “los malos” con ánimo de insultar al lector con un simplismo infantil. Más adelante se verá hasta qué punto tiene importancia esta definición buenos-malos en la estrategia global; e incluso explicaremos cómo en parte, la estrategia globalizadora depende la existencia no sólo de buenos y malos sino de el bien y el mal absolutos.

 

3. No confundir el fascismo en el sentido aquí aplicado, con la ideología política fundada por Mussolini en la Italia de los años 20. Fascista, para el sistema significa “cualquiera que se oponga a la dictadura liberal-capitalista”, mientras que para las cabezas pensantes (y no pensantes) de la prensa y la cultura, fascismo significaría “insulto gordísimo aplicable a todo aquel que no piensa como es debido”. A menudo, la palabra “fascismo”, se utiliza en una tercera acepción: como eufemismo para el verdadero mal absoluto, un horror tan descomunal, que sólo nombrarlo produce escalofríos; el Nazismo.

 

4. Esta alianza de fundamentalismos, supone un poder tal, que explica por sí sola el vasallaje de los EE.UU. hacia Israel (la tierra prometida) a pesar del mayor potencial económico y militar del primero.

 

5. Guerras virtuales fueron por ejemplo, la primera guerra del golfo y el conflicto de Yugoslavia.

 

6. El caso de Argelia, es notable por manifestar cómo el sistema se ha de transgredir a sí mismo para evitar futuras transgresiones. Los comicios de 1992, dieron como claro vencedor al FIS (Frente Islámico de Salvación) Partido integrista islámico. Con el beneplácito del sistema, dichos comicios fueron anulados y el FIS ilegalizado, lo que originó una larga temporada de tumultos y revueltas. El sistema democrático, apoyó la ilegalización de un gobierno democráticamente legítimo y la impostura de un gobierno ilegal, pero eso sí, títere de Occidente.

 

 Europae.

 

 

 

 

La nación castellana

La nación castellana

Esquinçades terres que rebeu el dia amb els mateixos mots... encara

 Lluís Llach

Castilla es una nación. Nación: «Comunidad humana natural que tiende a mantenerse sobre un territorio delimitado históricamente, que procede de un mismo tronco o de la fusión remota de varios, que habla el mismo idioma y se rige por unas instituciones jurídicas, sociales, económicas y políticas propias, distinguiéndose por una contextura temperamental y psicológica característica, cohesionado todo ello con una voluntad expresa de ser y sentirse diferente de otros grupo humanos diferentes». Esta definición que ofrece Antonio Hernández (1982, 9) puede resultar aceptable en términos generales. Castilla, no sólo la Castilla que nosotros propugnamos, compuesta por las tierras de los consabidos cinco engendros autonómicos y algún enclave más, sino cualquiera de las otras propuestas que se han hecho, y que todos tenemos en mente,  posee todos esos requisitos salvo el más importante: la voluntad de ser. Pero para poder «querer ser» es necesario conocerse, saber de la propia existencia. Los castellanos en los últimos decenios nos hemos enzarzado en disputas sobre lo que somos (generalmente más sobre lo que fuimos que sobre lo que quisiéramos llegar a ser) y lo cierto es que aunque conceptualmente siguen existiendo las mismas posiciones, la cristalización del proceso autonómico ha hecho que las, escasas, posibilidades de reconstrucción nacional que quizás tuvimos hace tiempo hayan desaparecido. El marco político en el que nos encontramos no sirve, al menos en eso estamos de acuerdo, quizá dure, quizá no. En todo caso volvemos al principio: a discutir.

 

Castilla, surge como un estado neogótico, con el nombre el reino de León, sucesor del Ovetense, epígono, a su vez, del Toledano. Todos ellos meros calificativos del mismo Ordo Gothorum. Las especiales características de su expansión hacia el sur crearon unas condiciones jurídico-sociales diversas a las del resto de Occidente en las cuales tuvo una particular importancia el factor ideológico germánico: las instituciones políticas, jurídicas, sociales y familiares de este pueblo florecieron por todo el valle del Duero septentrional, así como por el alto valle del Ebro y la Montaña (perdón Cantabria).

 

«Un ventarrón de libertad», en expresión de Sánchez Albornoz recorre el Valle del Duero y la Montaña y el alto valle del Ebro en los primeros siglos de la reconquista. Un Reino y un Pueblo se lanzan a la Reconquista de sus antiguos solares. Sin embargo, el posterior asiento de la Corte en León y la extensión de los señoríos, laicos y eclesiásticos, en la parte occidental y la presencia de instituciones comunales en la zona oriental han disparado ciertas elucubraciones de más de uno: estaríamos ante dos estructuras jurídico-políticas distintas, que delatarían dos sociedades diferentes y, por tanto, dos pueblos diferentes. Pero no construyamos castillos en el aire, y menos desde perspectivas modernas. Castilla conoció los señoríos, los collazos y los juniores desde sus orígenes, así como una jerarquización social propia de un periodo histórico en el cual la concepción del hombre difería profundamente de la actual y en ella se verificó a lo largo de los siglos IX y X un cada vez más intenso proceso de señorialización. Mientras que en León, donde este proceso es también evidente, perduran a su vez muchas y muy variadas instituciones comunales, surgidas de idéntica forma, sobre la base del derecho germánico, durante el mismo proceso repoblador. Las diferencias que pudieron  haberse dado entre ambas áreas fueron cuestión de las coyunturas sociales, políticas y jurídicas particulares que se produjeron en cada comarca del viejo reino, en el que habitaban hombres del mismo pueblo, con la misma mentalidad e inmersos en el mismo mundo de valores. Amén de los posibles espejismos sobre las realidades sociales de aquellos tiempos que nos puedan hacer ver las fuentes documentales y sobre los que nos previene Julio Valdeón (1988, 39). Son condiciones socioeconómicas y políticas internas del reino leonés, no las presuntas ansias de «libertad de un pueblo concejil oprimido» (a veces una cree estar hablando o leyendo sobre las revoluciones de 1848) las que permiten el fortalecimiento o la merma de tendencias centrífugas en los siglos IX, X  y XI en Castilla (o, no lo olvidemos, también Galicia), por la simple razón de que la percepción que el «pueblo» tenía de sí mismo no puede entenderse aplicando categorías de los siglos XIX y XX. Y lo mismo cabe decir para las proyecciones sobre las instituciones como las Cortes, las Comunidades de Villa y Tierra, los Concejos etc. (Valdeón 1988, 63-81).

 

El año del Señor de 1230 ve la definitiva vuelta al redil de los condes, bueno reyes ya, castellanos. A partir del siglo XIII desaparece rápidamente la posibilidad de percepción como entidades diferentes de León y Castilla: su integración socio-política y jurídica reafirma su identidad étnica. Hasta hace cuatro días. Hasta el Real Decreto de 30 de noviembre de 1833 sobre la división provincial de España, en el que se repintan sobre el mapa de Castilla unas líneas que van a delimitar las regiones que todos conocimos hasta el «reajuste» autonómico. Y lo dicho es válido también para Castilla la Nueva o Tras o Allén la Sierra o Reino de Toledo. Pero a un pueblo no lo delimitan instituciones de hace mil años, ni fronteras dibujadas por funcionarios o cartógrafos de fin semana (una aproximación a las diferentes percepciones de Castilla, algunas de las cuales han traído los actuales lodos, puede verse en García Fernández 1985). Una herencia y una tradición comunes, una lengua y un mundo de valores comunes y, si esto existe, una voluntad de futuro en común: éstos son los requisitos indispensables de una nación ¿Es serio sostener que un habitante de la comarca de Requena sea castellano y no lo sea un conquense de un pueblo del partido judicial de Belmonte, tal y como pretende Carretero (1968, 113)? ¿O lo es afirmar que un habitante de Toro es un connacional de los sanabreses pero no de las gentes de la comarca de Tordesillas? Puestos a decir cosas, muy gustosa voy a proporcionar el argumento definitivo para la segregación, hasta la consumación de los tiempos, de Castilla y León y, de paso, solucionar la adscripción de las provincias de Valladolid y Palencia que nadie quiere para sí: En las provincias de León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia los valores del alelo A son siempre superiores al 0,31 y los del alelo 0 inferiores a 0,62, mientras que en Ávila, Burgos, Segovia y Soria A es siempre inferior a 0,30 y 0 superior a 0,63 (Valls 1988, 383). Reconozco que esto es un duro golpe para los «leonesistas» que jamás quisieran ver en el interior de sus fronteras a palentinos y vallisoletanos, por ellos considerados castellanos de las llanuras. Gran alivio para los «castellanistas» que se ven libres de esos indeseados leoneses de los llanos... ¡Dioses! ¡Qué historias!

 

 Pero, lo hemos dicho mil veces y lo seguiremos repitiendo mientras nos quede voz, Castilla es una nación. Una nación que posee una lengua común a todo nuestro pueblo. Escribe Antonio Hernández (1982, 68-9): «El llamado romance leonés de la Alta Edad media no puede ser considerado como un idioma. Fue simplemente uno de los romances latinos que convivían entonces en la Península Ibérica: galaico-portugués, navarro/aragonés, catalán, castellano, y los variados dialectos mozárabes. De estos romances sólo tres llegaron a la categoría de idiomas: el castellano, el catalán y el gallego. Todos los demás fueron, excepción hecha de insignificantes núcleos, absorbidos por el castellano, salvo en ciertas particularidades fonéticas, giros y vocabulario rural. La suerte del viejo leonés fue ésa: desaparecer, lenta pero inexorablemente, de manera que en el siglo XIV y de una forma natural se hablaba ya el castellano perfectamente en todo el Reino. Y, no obstante, durante toda la etapa anterior, las diferencias entre el leonés y el castellano no fueron sintácticas, como lo fueron con el navarro/aragonés, sino única y exclusivamente fonéticas. El modo de hablar de los castellanos se caracterizaba ante los leoneses por un sonido más duro, sin las suavidades de la s sonora y de la g  y la j, que el castellano pronunciaba de forma gutural éstas y sibilante aquella, tal y como se pronuncian hoy a ambos lados del Pisuerga A los oídos de los leoneses de entonces ese lenguaje resultaba estridente. Es lo que expresa el autor del Poema de la conquista de Almería: escrito hacia 1150: “su lengua resuena al oído como una trompeta”  pero los leoneses entendían perfectamente a los castellanos cuando hablaban (...) en todo el antiguo Reino de León se habla hoy perfectamente castellano sin más diferencias que los acentos comarcales, las mismas diferencias que puede haber entre un santanderino y un alcarreño y aun quizá mucho menos»1. Todavía, por lo que me alcanza, no se ha puesto en duda que en la totalidad de las tierras de Castilla la Nueva se hable castellano. Todo se andará.

 

El pueblo castellano es una realidad étnica individualizable en los términos propuestos en la definición que encabeza estas páginas: originado hace 1.200 años y madurado durante el proceso repoblador que procuró la integración de los elementos germánicos e hispanorromanos septentrionales, la movilidad y el trasiego de poblaciones que ese proceso provocó sirvieron para homogeneizar, si es que era posible hacerlo más, la población castellana, ya fuese la de los llanos o la de las montañas. Escribe el antropólogo Luís Vicente Elías (1988, 112): «...hay una cierta unidad entre los pueblos del norte de la Península Ibérica, ya estudiada por otros autores, que se concreta mucho más al hablar de las regiones citadas del Sistema Ibérico (Burgos, Soria y la Rioja) y de la Montaña leonesa, por lo que creemos muy fundada esta pretendida relación etnográfica que aquí defendemos». Mentalidad, valores y rasgos psicológicos parejos han hecho que todos los castellanos se sintiesen integrantes de un solo pueblo, bien caracterizado frente al resto de los que componían la corona: gallegos, asturianos y vasco-navarros hasta el siglo XVIII y posteriormente, tras los Decretos de Nueva Planta, frente a los habitantes de los Reinos de la Corona de Aragón. Debería ser superfluo recordar que extremeños, andaluces o murcianos eran (son todavía a mi juicio) castellanos y que por tales se tenían hasta hace poco. Castilla dejó de ser centrípeta y dentro del marco español tomaron auge en estas tierras meridionales los rasgos diferenciadores, lingüísticos o de autopercepcpión que priman en la actualidad. Sin embargo, en el necesario proceso de reconstrucción nacional, hemos de comenzar por los espacios y las gentes que todavía se sienten y se identifican a sí mismos como castellanos: los hombres de la Castilla troceada por las fronteras de las cinco comunidades autónomas de Cantabria, Castilla y León, La Rioja, Madrid y Castilla-La Mancha. Alguien propuso una futura confederación de pueblos de habla castellana que vinculase a castellanos, andaluces, extremeños y murcianos, integrada en una futura Europa organizada en etnias. No es una mala propuesta.

 

Ya hemos hecho más arriba una breve mención a las instituciones políticas y judiciales características de la historia de Castilla y que han jugado un destacado papel en el debate sobre la personalidad castellana. No vamos a entrar en la cuestión de su exacto funcionamiento y significado, ni tampoco en los equívocos que ha provocado la manipulación de su realidad, porque serían muchas las páginas necesarias. Nos limitaremos a señalar que, efectivamente, estos órganos proporcionaron al estado castellano un paisaje político propio en la Hispania y la Europa de los siglos VIII al XVI. El proceso de construcción del estado moderno fue paulatinamente transformando esas instituciones y homogeneizando todo el marco español, de modo que en la actualidad apenas nada diferencia institucionalmente a cualquier pedazo de Castilla de cualquier otro territorio del estado. Pero esa riqueza y esa especificidad institucional siguen jugando un importante papel como elemento ideológico definitorio de la nacionalidad castellana. Pero cuidado. Es muy fácil caer en el tópico y en el eslogan de tres pesetas: ¡La Castilla verdadera es la de las comunidades de Villa y Tierra! Todos lo hemos oído a menudo. Bueno, vale, pues segreguemos de Castilla, por ejemplo, parte de Burgos e incluyamos en ella las Villas y los alfoces de las Comunidades de Villa y Tierra aragonesas... o ¡Castilla comunera es la verdadera! Gritan en Villalar algunos que consideran que Padilla y sus toledanos, en verdad no eran castellanos... Lo venimos diciendo reiteradamente: una nación es mucho más que unas particularidades, del ámbito que sea, propias de un periodo concreto de su historia. Carrasco-Muñoz de Vera lo ha expresado de manera inmejorable en su libro Alternativa a Castilla y León: «...Castilla no es un mito democrático inmóvil en el vacío de los tiempos, sino un hecho dinámico que va desde los concejos abiertos al régimen caciquil. Entender la Historia de otra manera es peligroso. “El Imperio hacia Dios” o “la cuna de la democracia” pueden ser dos caras de la misma moneda: la demagogia hecha sobre un pueblo profundamente inculto que se deja manejar por cualquier eslogan» (recogido por Hernández 1982, 73). Impecable.

 

Voluntad de ser. Éste es en realidad nuestro nudo gordiano. Si todavía, aunque no sabemos por cuanto tiempo,  parte del pueblo castellano se siente como tal, lo cierto es que no existe una clara voluntad de serlo con todas las consecuencias. Para la inmensa mayoría de castellanos su dato primario de autoidentificación es España. Pero la transformación de nuestra lamentable realidad pasa por remover todos los fundamentos sobre los que ésta se ha construido. En su libro El nacionalismo: Última oportunidad para Castilla, Pablo Mañueco escribía hace años: «Explicar los motivos por los cuales se asume el nacionalismo castellano es conocer la penosa realidad del momento, nuestra destrucción como pueblo, nuestro aniquilamiento como nación, nuestra degradación cultural y económica, nuestra dependencia total del centralismo. Si prende el nacionalismo en este fortísimo País, si las gentes de Castilla vuelven a sentirse un Pueblo colectivo y solidario será como un fuego purificador e imparable que lo arrasará todo: la sangría humana que nos desertiza aceleradamente, la succión económica que aplasta nuestras tierras y transporta nuestro dinero fuera del País, la marginación política y cultural que nos relega a simple coto de caza electoral de los políticos de Madrid. La nuestra ha de ser una lucha a muerte con la muerte, con la despoblación, con la indigencia, que haga posible nuestra construcción nacional y nuestra supervivencia. Éste es el nacionalismo que necesitamos, no el de los regionalistas de las descentralizaciones teledirigidas, no el de los burócratas de los partidos centralistas, sino un nacionalismo castellano que conceda al pueblo de Castilla la capacidad de autogobernarse por sí mismo, que afronte el presente con espíritu de lucha y que acabe con la esquilmación que siglos de centralismo político y décadas de moderno capitalismo económico han provocado en Castilla».

 

 Poco, nada en verdad, han cambiado las cosas desde que fueron escritas estas líneas. Pero sí que es éste el espíritu con el que los castellanos hemos de afrontar nuestro futuro. El futuro de una Castilla entera, desde las costas de San Vicente y Laredo hasta las estribaciones de Sierra Morena y desde los montes de León hasta el Sistema Ibérico, el futuro de un pueblo unido y libre, confederado con el resto de pueblos de España y Europa. El sueño y la esperanza de una humilde castellana.  

 

Notas:

1. Muchas veces hemos oído o leído en autores que defienden una Castilla segregada de León, como una historia cierta, que los leoneses apenas entendían a los castellanos cuando estos iban a la corte y su lengua era allí objeto de burlas. Sin embargo, Menéndez Pidal (1955, 28), hace ya mucho tiempo, escribió: «Resumí esos principales caracteres discrepantes castellanos en un juguete, fingiendo murmuraciones de abades y cortesanos leoneses sobre la pronunciación de Fernán González; quise allí dar a entender el bajo concepto social en que el lenguaje de Castilla debía ser tenido generalmente...». De una anécdota imaginada a un argumento histórico de peso. Ante cosas así ya no sabemos que decir.               

Bibliografia:

Carretero y Jiménez, A.,  (1968) La personalidad de Castilla en el conjunto de los pueblos hispánicos, Valencia.

Díaz Viana, L. (Coord.),  (1988) Aproximación antropológica a Castilla y León, Barcelona.

Elías Pastor, L. V., (1988) «Relaciones etnográficas entre el Sistema Ibérico y la Montaña leonesa» en Luís Díaz (Coord.).

García Fernández, J.,  (1985) Castilla (entre la percepción del espacio y la tradición erudita), Madrid.

Hernández Pérez, A.,  (1982) Las Castillas y León. Teoría de una nación, Madrid.

Menéndez Pidal, R.,  (1955) Castilla. La tradición, el idioma. Madrid.

Valdeón Baruque, J.,  (1988) Aproximación histórica a Castilla y León, Valladolid.

Valls Medina, A., (1988) «Sobre la antropología física de Castilla y León» en Luis Díaz (Coord.).

 

Inmaculada Cabañas

 

 

Rodrigo Díaz, el Cid campeador

Rodrigo Díaz, el Cid campeador

Aproximación a una biografía histórica del héroe castellano

 

La diferencia entre la biografía de una persona común y anónima y la de un héroe o personalidad pública y excepcional, suele ser, el paralelismo que puede forjarse entre los hechos personales y los hechos históricos que puedan afectar a la comunidad nacional de la persona en cuestión. Su participación en hechos importantes de la misma, e incluso su influencia en el devenir histórico de alguna entidad que le supere. Rodrigo Díaz de Vivar, llamado  el Campeador y Mio Cid, es uno de estos personajes, su vida corre paralela al devenir histórico de los reinos de León y Castilla, e incluso de sus vecinos peninsulares Aragón y Navarra, incluyendo los diversos reinos moros de taifas, en el siglo XI. Su obra, salvo ciertos paréntesis de su vida, terminó ligada al destino de sus hermanos de raza que en aquella época recuperaban para Europa el suelo peninsular en una ardua y gloriosa empresa que se ha dado en llamar Reconquista. Es por ello el propósito de este trabajo, apoyándonos en estudios serios e importantes basados a su vez en fuentes de la época que nos ocupa,  intentar recorrer los aspectos más importantes de la vida de este héroe castellano a través de la historia de Castilla, intentando desligarnos de los no por ello menos importantes aspectos míticos.  Se trata pues de intentar presentar un aproximación bibliográfica, desnuda de bellas invenciones e interpretaciones que llenaron la leyenda que le envolvió, sobre el héroe castellano por excelencia, quien mereciera alabanzas de muchos eruditos de su época tanto en el campo europeo como en el islámico, el Campi Doctus,  o distinguido en la pelea, de los europeos,  el Mio Sidi, o Señor de los musulmanes. El Cid Campeador de las fábulas y de la realidad histórica: Rodrigo Díaz, infanzón, guerrero y héroe castellano.

 

Terminando la primera mitad del siglo XI, reinaba en Castilla Fernando I, monarca que reunía en sus venas la sangre de los linajes real de Navarra y condal de Aragón, y que descendía por parte de madre de Fernan González, primer conde independiente de Castilla. Asimismo, era por su matrimonio con Sancha, descendiente directa de los reyes de León, depositario de esa antiquísima casa real, por entonces la principal de la península. Por aquellas fechas, el reino de León se había afianzado como una entidad poderosa entre los diversos reinos, eurocristianos y musulmanes, que existían en la península ibérica. Tras la muerte del caudillo musulmán Almanzor y la fitna del año 1009, el otrora poderoso califato de Córdoba se había fragmentado en pequeños y débiles reinos conocidos como taifas , siendo consecuencia de este debilitamiento la recuperación de diversos territorios perdidos durante las campañas de Almanzor, y el establecimiento de una frontera segura en la ribera del Duero. Paralelamente Fernando I impulsó la imposición de parias, o tributo anual a los reinos de taifas, favoreciendo con esta situación, el fortalecimiento económico y militar del reino leonés, y como consecuencia el empobrecimiento y debilitamiento de los reinos musulmanes a éste subordinados.

 

Por otra parte, se produjo por estas fechas una situación singular, ya que el último descendiente de los condes de Castilla, se alejaba por primera vez de sus territorios, que al convertirse en rey de León, y quedar también bajo su cetro los reinos de Asturias y Portugal hubo de trasladarse a León, favoreciendo esta situación, que el gobierno directo de Castilla quedara en manos de los infanzones de confianza del rey, quienes a través de su alfoces y posesiones actuaron como verdaderos delegados de Fernando I.

 

Uno de estos infanzones fue Diego Laínez, que aunque no pertenecía a la primera nobleza castellana, era miembro de una familia de cierta importancia en aquella época, descendiente de Laín Calvo, y nieto de Rodrigo Alvarez —de quien tomo el nombre para su hijo—, quien ejerciera el gobierno sobre las tenencias de Luna, Torremormojón, Moradillo, Cellorigo y Curiel. Era pues Diego Laínez en la década de los cuarenta del siglo XI, uno de los capitanes de frontera del condado de Castilla, siendo responsable desde su casa solar en Vivar, de la línea fronteriza que unía Castilla con el reino de Navarra en el sector norte de Burgos. Y es en Vivar, como casa de este linaje, donde transcurrirá la infancia del futuro héroe castellano Rodrigo Díaz, hijo, como indica su patronímico, de Diego, que a su vez lo era de Laín Rodríguez.

 

Independientemente del lugar geográfico  exacto del nacimiento de Rodrigo, que no conocemos, lo importante es que su lugar de origen, al que estaba vinculado fue sin duda Vivar, casa fuerte de la familia que le vio nacer. En cuanto a la fecha de nacimiento, el historiador Malo de Molina, señala el decenio comprendido entre 1040 y 1050, siendo corroborada esta datación por otros autores como Ubieto, Menéndez Pidal o el catedrático Gonzalo Martínez Díez, con pequeñas diferencias. Durante su infancia en Vivar, su padre recuperó durante la batalla de Atapuerca, en destacada acción militar, las fortalezas de Ubierna, Urbel y La Piedra, actuación que el rey Fernando supo recompensar incluyéndolo entre los infanzones de su confianza, y por ello, pasaría años más tarde su joven hijo Rodrigo, a incorporarse al entorno del infante Sancho, hijo primogénito del rey, cuya corte por aquellos días se hallaba en Burgos. El infante, quien ya se decantaba claramente por Castilla, acogió al joven Rodrigo, a quien según la Historia Roderici, “alimentó diligentemente y le ciñó con el cíngulo de la milicia”, por lo que entendemos que debió ejercer funciones de doncel o paje del príncipe heredero, de quien aprendió el oficio militar de la caballería, acompañándole en sus expediciones triunfantes por Zaragoza y Graus, y al que desde esas fechas quedó especialmente vinculado.

 

El 27 de diciembre de 1065 muere en León el rey Fernando I, dividiendo los reinos entre sus hijos, quedando para Sancho, el primogénito, Castilla con las parias de Zaragoza, a Alfonso, Asturias y León, con las parias de Toledo, y al pequeño García, Galicia y Portugal, con las parias de Sevilla y Badajoz. Es durante estas fechas, cuando debido a ciertas acciones expansionistas castellanas sobre Zaragoza, se produjeron ciertos duelos y enfrentamientos entre caballeros navarros y castellanos, encontrándose entre estos últimos el joven caballero Rodrigo Díaz, quien venció al ilustre caballero de Pamplona, Jimeno Garcés, recibiendo desde entonces el apelativo de Campeador  —Campi Doctus, diestro en la pelea—. El valor y la destreza militar del joven caballero comenzó a ser pronto conocida, y valorada por el rey, quien hizo que el joven guerrero le acompañara siempre en todas su actuaciones,  siendo  puesto por éste al frente de sus mesnadas portando el estandarte real de Castilla, en la batalla de Llantada contra el rey leonés Alfonso, en la que Rodrigo volvió a distinguirse en la victoria. También  participó en la de Golpejera, en la que Sancho ganaría el reino leonés que uniría a los reinos de Galicia y Portugal arrancados años atrás a su hermano García, y al de Castilla que ya poseía. Reunido de nuevo bajo un mismo cetro los reinos de Castilla y León, Rodrigo Díaz se convertirá por dichas fechas en uno de los nobles de confianza del monarca. Sin embrago ese mismo año durante el asedio de Zamora, ciudad en la que su señora, Urraca, hermana del rey, se resistía a la unión castellano-leonesa, un caballero zamorano llamado Bellido Dolfos acabó con la vida de Sancho II, un domingo 7 de octubre del año 1072. De esta manera acababa la vida de un monarca breve pero brillante, y principal valedor de Rodrigo Díaz, siendo enterrados sus restos por disposición suya, en el monasterio de San Salvador de Oña, panteón tradicional de los condes castellanos, demostrando con este último gesto su vinculación, no reñida con su visión imperial hispánica, a Castilla, de la que fue su primer rey.

 

Reconocido su desterrado hermano Alfonso como rey de León, Castilla, Asturias y Galicia, en los documentos otorgados por el nuevo monarca, parece en repetidas ocasiones entre los fieles del mismo, el nombre de Rodrigo Díaz, especificándose en la valiosa fuente de la Historia Roderici , que el rey Alfonso lo recibió como vasallo, probablemente, como apunta el profesor Martínez Díaz en su completísima obra El Cid histórico, por el prestigio que este infanzón tenía en Castilla, queriendo atraerse a los caballeros castellanos. Prueba de esta buena disposición real, fue el patrocinio por parte de Alfonso VI del enlace matrimonial entre Rodrigo y la asturiana Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo —quien por cierto no era alférez real, ni murió en duelo con el Cid, como pretende la leyenda—, y descendiente por parte materna del rey Alfonso V de León. De esta manera, Rodrigo Díaz se vinculaba asimismo a los territorios de León y Asturias, en los que residió durante sus primeros años de matrimonio, cercano al séquito real no regresando a Castilla hasta el año 1076. Parece obvio que durante esos años tampoco ocurrió uno de los importantes hechos narrados en la leyenda que envuelve a Rodrigo Díaz, nos estamos refiriendo a la Jura de Santa Gadea, bello y sugerente episodio que no aparece recogido en documentación histórica alguna, ya que no se aprecia enemistad alguna por estas fechas entre el infanzón y el rey, y sencillamente, por lo imposible y absurdo de poder, en dicha época, doblegar y ofender impunemente a un rey castellano.

 

Si que ha podido establecerse, en cambio, un hecho que poco tiempo después pudo iniciar la mala disposición que el rey Alfonso VI mantendrá durante algunos años con su vasallo Rodrigo. Se trata de una embajada a cargo del Campeador para cobrar  las parias al rey al-Mutamid de Sevilla, en el trascurso de la cual se enfrentó en batalla, siguiendo las condiciones de vasallaje con los   reinos sometidos, con las fuerzas de la taifa rival de Granada, entre las que se encontraban ciertos caballeros leoneses con el conde García Ordóñez a la cabeza en idéntica misión a la de Rodrigo, que fueron por este vencidos y humillados en Cabra. La ofensa inferida al conde leonés, uno de los nobles más próximos a Alfonso VI, es una de las causas apuntadas por diversos historiadores, por la Historia Roderici, y por Martínez Díez, como el origen de la pérdida del favor real. La posterior, y al parecer inoportuna acción militar del Campeador contra la taifa de Toledo, que comprometió seriamente la política leonesa, propició la orden de destierro por parte del rey contra Rodrigo Díaz en el verano del año 1081.

Con el destierro de Rodrigo, comienza la bellísima obra literaria del Cantar del Mio Cid, de la que recomendamos su lectura, pero en la que los hechos relatados, no obstante a estar basados en un hecho real, difícilmente pueden ser ratificados por la historia. Nos inclinamos mejor a pensar que se trata de uno de esos maravillosos cantares heroicos tan unidos al alma  y la personalidad castellana, basado en los hechos reales y ficticios de una personalidad extraordinaria del siglo XI castellano.

 

Al comenzar el destierro, Rodrigo Díaz se dirigió a Zaragoza. Perdido el favor real y sus tierras, partió a “ganarse el pan”, ofreciendo sus servicios como guerrero al frente de su hueste, al rey al-Muqtadir, sirviendo fielmente a este nuevo señor y a su hijo y sucesor al-Mutamin, y ensanchando los límites de este reino, durante los cinco años siguientes. Durante este tiempo acrecentó aún más su prestigio militar con sus intervenciones militares en las diversas reyertas entre los reinos de taifas, intentando no intervenir en las disputas que éstos tenían con sus hermanos de sangre. Fue entonces cuando comenzó a ser llamado entre los moros Sidi, que en árabe peninsular venía a significar Mi Señor, transmitido al romance castellano como Mio Cid, apelativo bajo el cual será reconocido universalmente.

 

Durante el año 1083, y debido al desastre de Rueda, se produce un primer acercamiento entre el Cid y el rey Alfonso, al poner el primero su persona y sus tropas a disposición real, sin embargo este acercamiento no fructificó, volviendo de nuevo al servicio del rey moro de Zaragoza., llegando durante el cual en sus cabalgadas hasta la región de Morella y construyendo una fortaleza en el territorio próximo de Olocau, perteneciente a la taifa de Lérida. Durante esta campaña, se enfrentó el Cid en Morella a las tropas de al-Fagit y su aliado Sancho Ramírez de Aragón confiriéndoles una dura derrota. Eran tiempos en los que se confundían los intereses de los reinos, y se enfrentaban europeos contra europeos en las reyertas de islámicos, paralizando con estas luchas estériles la reconquista. Se trata de una dinámica que pronto iba a cambiar en virtud de un importante acontecimiento histórico protagonizado por Alfonso VI. Se trata de la conquista de Toledo ocurrida en el año 1086, hecho que motivó la preocupación unánime de los reinos musulmanes, y el desembarco en Algeciras en junio de dicho año de las temibles tropas almorávides llegadas desde África al mando de Yusuf  ibn-Texufin. A diferencia de los relajados moros ibéricos, la secta almorávide predicaba la pureza del Corán y una vida austera de lucha, y sus tropas se habían forjado en las penosas condiciones del desierto y la conquista del Rif y del Mogreb. Cuatro meses después de este desembarco, se enfrentaban a las tropas castellano-leonesas en el campo de Sagrajas, situado en la ribera del río Guadiana, sufriendo estas últimas una dura derrota que comprometió seriamente el equilibrio entre los  reinos cristianos y las taifas, y que a punto estuvo de dejar Toledo y el reino de Castilla en manos de los almorávides, frenando momentáneamente la expansión castellana. Sagrajas supuso pues un replanteamiento de la actitud de los reinos cristianos, que ante el peligro de una recuperación musulmana decidieron forjar nuevas alianzas con el fin de replantearse una unidad conjunta para la reconquista del territorio peninsular y la futura expulsión de los invasores africanos. Por ello, entre 1086 y 1087, un ejército europeo formado por caballeros borgoñones, provenzales, languedocianos, lemosinos y normandos cruzó los Pirineos para ponerse al servicio del rey Alfonso, y que tras la retirada almorávide debido al fallecimiento en Ceuta del hijo de Yusuf, se ofrecieron al rey de Aragón, que por aquellas fechas intentaba la conquista del castillo de Graus.

 

Sagrajas también supuso un giro en la trayectoria del Cid, quien volvió junto a sus hermanos de sangre, siendo acogido por el rey Alfonso, que le entregó las fortalezas de Dueñas, Ordejón, Campos, Iguña, Briviesca y Langa. Sabemos pues, que en el año 1087, Rodrigo Díaz, renovó con el tradicional besamanos en Toledo, el vínculo de vasallaje con el rey Alfonso, y que éste le entregó dichas tenencias incluyéndole entre los principales magnates de Castilla. Dispuso el rey ese mismo año un privilegio para Rodrigo, según el cual todas las tierras que fuera de los límites de los reinos cristianos conquistara, quedarían bajo la soberanía de Castilla, pero se reconocería el derecho de señorío para el Cid.

En este año de1087, el reino moro de Valencia estaba gobernado por al-Qadir, reyezuelo impuesto por el castellano Alvar Fañez durante su estancia en la ciudad, pero que tras la retirada de este debido a Sagrajas, había quedado en desventaja en su propio reino. Amenazado además por el rey de Lérida  al-Hayib, y escaso de fuerzas militares, pidió ayuda a l rey de Zaragoza al-Mustain, pero también al monarca leonés Alfonso VI. Esta, siguiendo la obra del moro valenciano Ibn-Alqama La elocuencia evidenciadora sobre la gran calamidad,  parece ser  junto con el privilegio que daba carta blanca a Rodrigo, la causa del desplazamiento del Cid con sus mesnadas hacia las tierras de Valencia. Durante el año 1088, el Cid salió desde Zaragoza acompañado por el rey al-Mustain que albergaba la posibilidad de quedarse el reino de Valencia, y al que una falta de acuerdo con los castellanos hizo que se retirara al poco tiempo, quedando las tropas del Cid razziando en la zona de Jérica, para impedir la llegada de suministros y comercio en la que era una de las principales vías comerciales del reino de Valencia. Partió meses después hacia Castilla para convencer a Alfonso de la conveniencia política y militar de un ensanchamiento castellano hacia el este, sin provocar un gran entusiasmo en el mismo, que por aquellas fechas  ponía todas sus energías en la reconquista por el sur. Si esto no hubiera sido así, probablemente la Valencia catalano-aragonesa de hoy podría haber sido castellana. Por ello, mientras Alfonso trataba de conquistar Ubeda y Baeza, y el Cid reclutaba nuevas tropas en Castilla con el objeto de conquistar Valencia, el conde catalán Berenguer Ramón que también buscaba  la expansión de sus tierras hacia el sur puso cerco a la ciudad de Valencia, fortificando dos bastidas, una en Líria, y la otra en Yubaila, actual Puig de Santa María, lugar, por cierto, donde ciento cincuenta años más tarde, acamparía Jaime de Aragón, descendiente de Berenguer Ramón y de Alfonso VI, consumará la última conquista de la ciudad de Valencia. Sin embargo, la llegada del Cid a tierras valencianas, hizo que los catalanes se retiraran en espera de tiempos mejores. Mientras, desde su campamento en Torres-Torres, Rodrigo Díaz saqueó y razzió durante unos meses la taifa vecina de Alpuente, y cobró tributos del rey de Valencia, del que obtuvo además derecho a morar en la ciudad, y derecho de mercadería en el interior de la misma. De Torres-Torres pasó a Requena, donde se estableció también durante una larga temporada.

 

La llegada de nuevo de los almorávides de Yusuf ibn-Tuxufin en 1088, y el asedio por parte de un gran ejército musulmán de la fortaleza castellana de Aledo, hizo que las tropas de Alfonso VI se trasladaran a dicha zona, pactando un encuentro con las del Cid a las que convocó en Villena. El Cid por su parte partió de Requena, trasladándose a Játiva y posteriormente a Onteniente. Por razones que desconocemos, en lugar de ir a Villena, pasó de Onteniente a Hellín, mientras el rey pasaba por Villena, por lo que éstos no se llegaron a encontrar. Estos movimientos de tropas provocaron una retirada de Yusuf, pero el rey no pudo perdonar el desplante del Cid y lo condenó de nuevo a destierro a pesar de los juramentos  de éste proclamando su inocencia. Durante este segundo destierro, el Cid atacó Denia y Palop, llegando a  acuerdos de vasallaje con sus dirigentes y pasando a instalarse en la zona montañosa de Morella, lugar donde se enfrentó a las tropas del conde catalán Berenguer Ramón que de nuevo intentaba un peligroso acercamiento hacia Valencia. El resultado fue la derrota de los catalanes, y el apresamiento de su propio conde, al que se dio libertad junto con sus hombres con el compromiso de pago de rescate. Parece ser, que debido a la generosidad del Cid para con los prisioneros catalanes, gestos habituales para con los contendientes de su propia raza, se forjó una amistad y alianza entre el conde catalán y el infanzón castellano, cediendo el primero los tributos sobre su protectorado de Tortosa-Lérida-Denia. Mientras, el Cid se instala en Burriana, a la espera de poder conquistar totalmente la ciudad y reino de Valencia.

 

En el año 1090 vuelve a la península Yusuf con su ejército almorávide, y de nuevo se producen desavenencias entre el Cid y Alfonso VI. Tras una corta campaña, los almorávides deponen a los reyes de taifas y vuelven a unificar el territorio musulmán, a excepción del reino de Zaragoza. Tras la toma de Aledo, únicamente quedó en dicho territorio, un núcleo en manos europeas. Se trataba de la fortaleza y territorio reconstruido por el Cid en Peña Cadiella, en las faldas del monte valenciano de Benicadell, en el actual término municipal de Beniatjar, desde donde forjó una alianza con el rey de Zaragoza, y donde limó sus últimas asperezas con Alfonso VI que intentó atacarle en dichas fechas, y que tras su fracaso se reconciliaría definitivamente con el infanzón de Vivar.

 

El año 1092 señala la entrada de los almorávides en Valencia, y la muerte del rey al-Qadir, quedando esta ciudad bajo el gobierno del cadí  Yafar-ibn-Yahhaf, de una importante familia de etnia yemení que inició una época de terror en dicho reino que motivó una huída general de los partidarios del al-Qadir que pudieron ponerse a salvo de la represión del yemení, y que marcharon a encontrase con el Cid, que con sus mesnadas y los partidarios del rey depuesto, se asentaron en Yubaila (el Puig) desde donde se creó u a red de impuestos cobrados a los cadís y reyezuelos musulmanes de los alrededores, con el fín de crear un ejército lo suficientemente poderosos para conquistar Valencia. Desde Yubaila, el Cid pudo adquirir merced a un trato con Ibn-razin Murviedro, y finalmente en el mes de julio de 1093 ocupa los arrabales de Mestalla, frente a las murallas de Valencia, desde inició un asedio en el que destruyó todas las edificaciones que rodeaban la ciudad. Un primer intento de pacto de los musulmanes valencianos con los atacantes castellanos fue abortado por Yusuf que amenazó con enviar sus tropas contra Valencia, y meses después tuvo el Cid que enfrentarse con su antaño aliado ibn-Razin, rey de Albarracín, enfrentamiento del que salió herido. Vuelto a su lugar departida, el Cid inicia su segundo asedio a valencia en diciembre de 1093 mientras persistía el ritmo de la llegada de tropas de refuerzo almorávides que llegarían en enero del año 1094, pero que se retiraron sin cumplir su objetivo.

 

Tras diversas algaradas, disputas en el interior de Valencia, hambrunas e intentos de pactos, finalmente se firma un acuerdo entre el Cid y los sitiadores el 2 de junio de 1094 entrando el Cid al frente de sus tropas el 16 de junio. En un primer momento, Rodrigo Diaz decretó que los musulmanes valencianos continuaran con su trabajo, posesiones, usos y costumbres, y se estableció una época de convivencia entre los nuevos conquistadores y los habitantes de la ciudad. Convivencia rota por las reiteradas peticiones de ayuda que estos últimos hacían a Yusuf, quien tres meses después de la conquista llegó a  Valencia con sus tropas almorávides enfrentándose contra los castellanos en la batalla de Quarte, enfrentamiento que se saldó con una rotunda victoria del Cid, que así se constituía en el indiscutido señor de Valencia. En estos tiempos, conquistó Olocau y Serra, y celebró una alianza militar en Burriana con el nuevo rey aragonés Pedro I, hijo del difunto Sancho Ramírez. Esta alianza motivó la creación de un gran ejército formado por castellanos del Cid, aragoneses y navarros a las órdenes de este mismo y teniendo como lugarteniente al príncipe aragonés Alfonso el Batallador, que se enfrentó en la batalla de Bairén con las tropas almorávides al mando de Mohammed ibn-Texufin en enero del año 1097, y que supuso una gran derrota para los almorávides, penúltimo intento por parte de éstos de seguir sus conquistas hacia el norte con objeto de recuperar la península ibérica para el Islam. Aún volverían las tropas almorávides a iniciar nuevas campañas en la primavera del año 1097, encaminándose a la conquista de Toledo. Un ejército al frente de Alfonso VI trató de frenar estas pretensiones. En las filas del mismo se encontraba el joven caballero Diego Ruiz, único hijo varón del Cid, al que éste envió con un contingente de sus tropas, y que perecería durante la derrota castellana de Consuegra en agosto de 1097, hecho que supuso un nuevo repliegue de las tropas castellanas ante él, de nuevo, peligro de la marea negra almorávide. Por dos veces más las hordas africanas vencían a las castellanas, en Cuenca y en Alcira, durante el año 1098, derrotas a las que el Cid se dispuso a dar respuesta, primero tras el asedio por sorpresa y conquista de la ciudad de Murviedro (Sagunto) en junio y con la de Almenara después. Estas derrotas motivaron un repliegue de los almorávides hacia el sur, y el regreso del Campeador a su ciudad de Valencia, libre momentáneamente del peligro moro.

 

En Valencia, gobernó según sus biógrafos con sabiduría y generosidad, y supo mantener a sus tropas alerta ante el peligro musulmán que llegaba del sur. Manteniendo estrechas alianzas con el rey de Aragón y Navarra, el conde de Barcelona, y el rey de Zaragoza, Rodrigo Díaz de Vivar, señor de Valencia, se mantuvo como un fiel vasallo del rey Alfonso VI de León y Castilla, y mantuvo la paz en Valencia durante el final de 1098 y el año 1099, en cuyo mes de julio, probablemente el día 10, murió de enfermedad, mientras al otro lado del Mediterráneo, guerreros de su misma sangre europea comenzaban el asedio a la ciudad de Jerusalén, en la primera Cruzada.

 

En el año 1102, los almorávides vuelven a desembarcar en la península, y a atacar Valencia, que esta vez, y sin la dirección del Cid, tuvo que ser evacuada. Su familia y sus mesnadas abandonaron en esas fechas la ciudad en dirección a Toledo con los restos del Cid, que fueron enterrados en el monasterio de San Pedro de Cardeña.

 

Su hija Cristina Rodríguez contraería matrimonio con el infante Ramiro Sánchez de Navarra, del cual tuvo un hijo llamado García, que fue rey de Navarra, y cuya hija Blanca casó con Sancho III de Castilla, hijo de Alfonso VII de León. De esta manera la sangre del Cid pasó a las dinastías de León-Castilla y de Navarra.

 

Así pasó la sangre del héroe castellano a algunas de las principales casas reales de Europa, mientras su ejemplo, historia y leyenda le convirtieron en un mito, el del guerrero bravo, leal y generoso, respetado y temido. Un caballero castellano que supo servir con lealtad a su rey, y que fue temido y respetado por sus enemigos.

 

Al parecer, fue el rey Alfonso X, el que hizo labrar en el sepulcro del Cid el siguiente epitafio:

 

    BELLIGER INVICTVS, FAMOSUS MARTE TRIUMPHIS´,

     CLAUDITVR HOC TUMULO MAGNUS DIDACI RODERICUS

(En este sepulcro está encerrado Rodrigo Díaz, guerrero invicto y famoso por sus triunfos en la guerra)

 

Y en la tapa del sepulcro se inscribieron los versos siguientes:

 

   Quantum Roma potens bellicis extollitur actis, vivacs Arturus fit gloria quanta Britanis, nobilis  e Carolo quantum gaudet Francia Magno, tantum Iberia duris Cid invictus claret

 

(Cuando la poderosa Roma se ensalza con  las hazañas bélicas, cuando Gloria significa el inmortal Arturo para los británicos,  cuando se goza la noble Francia por Carlomagno, otro tanto refulge en Iberia el Cid, invicto entre los esforzados).

 

 

 

E. Monsonís

 

 

 

 

Un apunte sobre el nacionalismo castellano

Un apunte sobre el nacionalismo castellano

Pocos testimonios son tan gráficos acerca de la problemática nacional castellana como que el mismo programa electoral del principal grupo nacionalista castellano (Tierra Comunera – PNC) comience con una frase como esta: «Castilla como nación es una realidad difícil de definir, tanto desde un punto de vista geográfico, como histórico  o político». En efecto, es difícil encontrar otro ejemplo en el que la controversia sobre todos y cada uno de los elementos que definen la especificidad de una nación sea tan áspera, tan enconada y presente unas posiciones tan radicalmente opuestas; no es fácil hallar otro caso, en el cual parte de los integrantes de ese pueblo no quieran serlo, parte no sepan que lo integran, parte les niegue al resto su pertenencia a él y al grupo restante le dé exactamente lo mismo el ser parte integrante de él como el no serlo. No obstante, no se trata únicamente de que la percepción que los castellanos de hoy tienen de su propia nación dificulte la articulación de una alternativa política «castellanista», sino que el mismo devenir histórico de Castilla, en su tremenda complejidad, que la hizo crecer desde los pequeños núcleos septentrionales hasta el Imperio mundial, para después volver a verla replegarse sobre sí misma, no ha facilitado la vertebración de una conciencia nacional. Más bien todo lo contrario. Estando así las cosas creemos que..., y en este momento del escrito debería comenzar la consabida exposición de argumentos de naturaleza histórica, étnica, sociopolítica, económica, psicológica... que justificarían la particular concepción de Castilla del abajo firmante y que junto a un poco de victimismo, un poco de comuneros y alguna llamada a las inversiones, públicas o privadas, y a la solidaridad, sin precisar muy bien de quien y con quien, constituyen el esquema de la mayoría de los trabajos que sobre el hecho nacional castellano hemos leído en los últimos veinte años. Y, créanme, ya van siendo unos cuantos. Y no han variado nada. Claro que la realidad cotidiana de Castilla sí que ha variado. A peor. Por supuesto. Con lo que ¡Hala! ¡Venga! más victimismo, más comuneros y más peticiones de inversión... ¡Viva Padilla!

 

Sin embargo, los castellanos no podemos olvidar que nuestros problemas actuales (muchos y de muy variados órdenes, no estamos para bromas), que compartimos con la mayoría de pueblos europeos, sólo pueden afrontarse desde una posición política de poder. Y desde al  menos el siglo XIX la mayoría de los estados-nación europeos no han sido entes políticos soberanos. Y en la actualidad Castilla (o Murcia o Cataluña) no es sino una sub-región de un territorio administrativo de tamaño medio (conocido como «España») que forma parte de un enano político llamado «Unión Europea». Y lo demás son historias. O concebir la Política como un medio para ganarse un sueldo como concejal o como diputado, lo que por otra parte, en fin, constituye una aspiración tan legítima como cualquier otra. Pero que nadie nos insulte la poca inteligencia que puedan atesorar nuestras ya escasas neuronas (los años y el Valdepeñas son implacables) pretendiendo que con los poderes de que disponen Valladolid, Toledo, Logroño o Santander (o Madrid en cualquiera de sus gobiernos) por mucho que se reorientasen sus objetivos, se iba a incidir en las raíces de los problemas que nos afectan a todos los europeos y que tienen su origen en la actual situación de sometimiento político de nuestro continente. Y hablamos, por ejemplo, del orden económico de libre mercado, del control de los sistemas económicos por parte de las corporaciones financieras, del control político-militar de los cinco continentes por parte de una única superpotencia, de los procesos encaminados a la homogeneización étnica y cultural de todos los pueblos de la Tierra y la patética destrucción de este martirizado planeta o... de nuestra recesión demográfica, de la desoladora situación de nuestra economía, nuestra educación o de nuestro profundo desconocimiento de quienes somos, de nuestra cultura, nuestra tradición, en definitiva de nuestra personalidad étnica y de la constante agresión de la que es objeto desde los más variados frentes... Y esto vale, en su enfoque particular, para cualquiera de las etnias de Europa... Pero que no se nos malinterprete: no negamos la necesidad de luchar en todas y cada una de las trincheras que puedan excavarse en el más pequeño pueblo de Zamora o en Madrid. Lo que no podemos aceptar es que el objetivo final de la acción «política» se reduzca a una especie de «regeneracionismo progresista o conservador», más o menos «regionalista» o «nacionalista», que se fundamente en el baboso discurso de valores dominantes. Lo que se pueda conseguir en Ciudad Real se puede perder en Cottbus, en Cracovia o en Siena. «L’Europe se fédérera ou elle se dévorera, ou elle sera dévorée». Drieu La Rochelle estaba en lo cierto en 1922 y lo sigue estando hoy.

 

Que los estados-nación de estructura centralizada son algo completamente desfasado con relación a la realidad geopolítica que vivimos es de Perogrullo. Que los nacionalismos étnicos (o identitarios o carnales o regionales o como diablos se los quiera denominar) deben redimensionarse y encontrar su enmarque en una estructura política de carácter europeo es de cajón. Que sea en estos marcos, más homogéneos y más adecuados por sus dimensiones, donde, si así se decide, los miembros de cada comunidad popular puedan desarrollar sus actividades políticas, en coherencia con nuestras tradiciones concejiles: asambleas populares, concejos abiertos, curias (del indoeuropeo *kowiriya: reunión de hombres, no estamos pensando en concilios de sotanas sino en aquellos comitia curata en el Campo de Marte), Allthing o eklesías helénicas, y que estos marcos ejerzan un derecho de autogobierno tan amplio como la cohesión de la estructura política europea lo permita, es algo que a estas alturas debería caer por su propio peso. Debemos tener absolutamente claro que sólo desde la soberanía real que proporcionaría un bloque europeo, verdaderamente independiente de cualquier otra potencia del planeta, un gobierno castellano podría hacer frente de verdad a la, seamos tópicos pero lamentablemente es así, secular postración de nuestro pueblo. ¿Que una Europa confederada en patrias carnales sólo es una utopía? Pues más vale que empecemos a luchar ya por esa utopía. Porque no existe otra alternativa y porque nos lo exige la memoria de aquellos pecheros e hidalgos castellanos caídos en Villalar.          

 

                                                                                                             Olegario de la Eras

 

 

La presencia germánica en Castilla.

La presencia germánica en Castilla.


 

 

      «Huar ik im, midzani ik im, dzar is ains Gutiksland»

      (Allí donde yo esté, mientras yo esté, eso es una tierra goda)                                                                             Aforismo visigodo

 

 

      «Llevo a Castilla en la planta de mis pies»                                                                 

Rodrigo Díaz de Vivar

 

 

      «Buscaba celtas... y encontré germanos»                                                                 

Miguel Serrano

 

 

Ruy Díaz ha salido de Valencia junto a sus gentes de armas. Se dirige al encuentro de Alfonso, rey de Castilla. Cuando ambos hombres de divisan, Rodrigo se adelanta junto a quince de sus caballeros y descabalga. El Poema narra la escena que se desarrolla a continuación: «...el que en buen ora naçió; / los inojos e las manos   en tierra los fincó / las yerbas del campo  a dientes las tomó»(1). El gesto ritual germánico que ejecuta Rodrigo Díaz, un gesto de aceptación de la superioridad jerárquica del monarca, es comprendido y celebrado por todos los presentes. Un caballero germano reconocía como su señor a un rey germano ante una corte germana y una Gefolge de guerreros germanos que regresaban del exilio. Visigodos. Tales eran y por tales se tenían.

 

La conciencia gótica de los pueblos de los diferentes reinos de España es una constante que casi ha llegado a nuestros días. Saavedra Fajardo redactó su Corona Gótica, castellana y austriaca con el fin de ofrecer argumentos para una alianza entre dos naciones pobladas por godos: Suecia y la España de los Austrias. Mucho antes, en el siglo XIII, Jiménez de Rada comenzaba su narración de los avatares de la historia castellana, que tituló Historia Gótica, con la salida de los godos de la «Isla de Scania». Esta conciencia se ha reflejado en diversos elementos socioculturales, comunes al conjunto de España, pero especialmente característicos de la sociedad castellana. En realidad, la percepción que ésta tuvo de sí misma es un hecho que habla por sí solo de una presencia efectiva del elemento germánico en ella. Un reciente estudio sobre algunos aspectos del «goticismo», discutible quizá en algunos extremos, puede verse en Stallaert (1998).

 

El Occidente europeo sufrió una trasformación profunda a causa de las invasiones germánicas que sellan el final del Imperio de Roma. Estructuras político-sociales caracterizadas por la mentalidad y el derecho germánicos se levantan sobre las ruinas de las antiguas provincias occidentales. En Hispania, tras muchas vicisitudes, los visigodos, se hacen con la práctica totalidad de la Península. Su reino caerá el 711 por efecto de las armas musulmanas y de la miopía política. Es historia conocida.       

 

Desde el mismo momento en el que la ciencia histórica se enfrasca en el estudio de los reinos cristianos altomedievales  la presencia en todos los ámbitos de la vida de rasgos de origen germánico hizo evidente que no se había producido ninguna cesura importante entre el reino godo y las nuevas estructuras septentrionales. El acuerdo entre los historiadores sobre esta cuestión era general, sólo se discutía sobre cuestiones de detalle. Sin embargo, en la década de los 70, dos medievalistas, Abilio Barbero y Marcelo Vigil, publicaron una serie de trabajos, entre ellos los más conocidos son los publicados en 1974 y en 1979, sobre el fin del mundo visigodo y los inicios de los primeros núcleos de resistencia cristiana en el norte astur-cántabro. Su tesis, que gozó de un éxito inmediato, en realidad por razones más bien extra-académicas como subraya García Moreno en la introducción al libro de Novo Guisán (1992), sostenía, entre diferentes cuestiones, que astures, y cántabros jamás fueron sometidos por los visigodos y que tras la desaparición como poder dominante en la península de estos últimos se formarían núcleos de resistencia de tradición indígena al poder islámico. Esta tesis, que como hemos dicho gozó de mucho predicamento, está hoy totalmente desechada. Los trabajos de Besga Marroquín (1983) y Novo Guisán, antes mencionado, han supuesto su carta de defunción. Los godos conquistaron el norte y crearon allí los ducados de Cantabria y Asturias. Del primero nos informan, por ejemplo la Crónica Albeldense o la redacción rotense de la Crónica de Alfonso III. Del segundo las fuentes son más antiguas: el Cosmógrafo de Rávena o San Valerio del Bierzo. Por otra parte, el registro arqueológico testimonia una notable presencia visigoda en la región astur-cántabra durante los siglos de existencia del Reino de Toledo: de necrópolis a cecas (Pésicos), de restos arquitectónicos a las típicas pizarras visigóticas, el registro nos habla de la presencia goda. Territorios controlados políticamente por la aristocracia visigoda, Asturias y Cantabria sirvieron de refugio a millares de germanos que subían no sólo desde los Campi Gothorum (Sánchez Albornoz calculó un primer asentamiento en estas llanuras de unos 60.000 germanos), sino desde todo el desaparecido  reino: «… los hispa hispanovisigodos dirigiéndose fugitivos a las montañas sucumben de hambre» podemos leer en la Continuatio hispana del 754 o también en la Crónica de Alfonso III ya mencionada «entre los godos que no perecieron por la espada o de hambre, una parte se acogió a Francia, pero la mayoría se refugió en esta patria de los asturianos». Las fuentes musulmanas (Al Razi, el Ajbar Ma^ymu’a, Ibn’Idari, etc.) narran los mismos acontecimientos. Los  numerosos hidalgos de la zona en la Edad Moderna, sucesores a través de los infanzones, de los filii primatum visigodos; la toponimia, tanto en su aspecto positivo, que prueba inmigraciones colectivas, como en el negativo, que explica la desaparición de topónimos germánicos en el valle del Duero; la temprana presencia de nombres godos y la pronta aparición en la región de instituciones de estirpe germánica, sólo explicables a través de la inmigración visigoda, son los argumentos clásicos que para Sánchez Albornoz (1966, 152-154) avalan la realidad de la migración gótica hacia el norte. Allí los godos reconstruirán sus estructuras políticas según sus usos tradicionales.      

 

Efectivamente, el proceso reconquistador y repoblador que se inicia en el lado septentrional de los montes expande un ente político esencialmente germánico y un pueblo étnicamente germanizado. El reino ovetense pronto recrea las instituciones políticas de la desaparecida corte toledana, en el ámbito de lo ideológico, lo institucional y lo «espacial»: Bango Torviso (1992, 303-4) escribe acerca de la arquitectura «prerrománica astur»: «En líneas generales, se puede afirmar que los espacios arquitectónicos de los edificios y los aspectos sociales que explican su funcionalidad son los mismos que se codificaron en el arte tardo-romano de la Hispania gobernada por los reyes godos de Toledo. Es en este sentido que prefiero hablar más unitariamente del arte medieval prerrománico y considerarlo, como he hecho en alguno de mis últimos trabajos, como la prolongación del ordo gothorum. Esta tradición no se agotará hasta que sea suplantada por el arte románico».

 

El pequeño núcleo neogótico pronto se estabiliza y comienza el lento regreso hacia el sur de las espadas y los arados germánicos. Escribe Sánchez Albornoz (1978, 48): «Es notorio que la repoblación de la zona portuguesa se hizo por gallegos, suevo-godos y algunos mozárabes; que el reino de León se pobló por astures, algunos godos, algunos gallegos y muchos mozárabes. Y  que repoblaron la Castilla condal, vasco-cantábricos, las masas godas refugiadas al norte de los montes y un puñado de mozárabes. La toponimia y el habla de cada una de estas regiones comprueban esas realidades». Sólo indicaremos que hay común acuerdo en el goticismo de los mozárabes que migran hacia el norte, de lo que hay abundantes testimonios en las fuentes musulmanas,  y en el carácter germánico, atestiguado por la antroponimia, de muchos repobladores «gallegos» y «asturianos». 

 

No obstante, ¿Qué hombres y qué tipo de sociedad son los que se están expandiendo sobre las tierras que se extienden desde las costas del Cantábrico hasta el Duero? En realidad, todos y cada uno de los elementos políticos,  sociales y culturales que aparecen ante nuestros ojos nos remiten al inmediato pasado visigodo.

 

Frente a algunas sugestiones en contra, la investigación antropológica ha determinado de forma incontestable el carácter nórdico de las poblaciones góticas asentadas en la meseta. Escribe Ilse Schwidetzky (1957, 160, 161): «No obstante, en función del material de que disponemos puede concluirse: los visigodos hispánicos, cuyos restos se nos han conservado en los cementerios de Castilla, presentan el mismo carácter antropológico que las poblaciones germánicas de los Reihengräber (sepulturas en hileras) de la Europa central y nórdica y que la población del territorio de origen gótico. A primera vista esta conclusión  podría parecer sorprendente. Pero tras un examen más atento, no está en ningún modo en contradicción con la historia del pueblo visigodo». En una muy detallada investigación posterior, Varela (1974-5) llega a una conclusión semejante; en las páginas 152-3 podemos leer: «...se comprueba que el tipo más frecuente en las necrópolis visigodas es el nórdico de las sepulturas en hileras, cuya proporción es del 56,50 % (...) mediterráneo grácil el 20,76% y el cromañoide con 12,25% (...) el braquimorfo curvooccipital y el mediterráneo robusto con el 6,71% y 3, 78% respectivamente. Estos porcentajes contrastan con los obtenidos por Pons en los hispanorromanos de Tarragona, sobre todo por la ausencia de ejemplares nórdicos en la citada población»; en cuanto a las comparaciones con otros grupos afirma: «Los resultados obtenidos por este método ponen de manifiesto que los visigodos españoles se aproximan más a los grupos nórdicos que a los mediterráneos, no sólo por el grado de las desviaciones sino por el sentido de las mismas (...) las series nórdicas que muestran una mayor semejanza con los visigodos españoles son las poblaciones de Mitteldeutsche y de Südwetdeutsche». Lamentablemente, como el propio Varela señala, hacen falta estudios que valoren la trascendencia en la población española posterior de «esta importante influencia de los grupos nórdicos durante el periodo visigodo» (2). Sin embargo, es posible que el avance de la investigación nos confirme este extremo: Especialistas de la Universidad de Barcelona están estudiando sepulturas excavadas en roca de tradición visigoda halladas en el norte de Castilla datables, en principio, en los siglos VIII o IX, correspondientes a individuos de elevada estatura (Varela ha constatado que los individuos de las tumbas visigóticas presentaban una media de estatura superior, por ejemplo, a los escandinavos de aquella época). Sin embargo, sí que podemos inferir una presencia masiva del tipo nórdico en las tierras de Castilla y León durante los primeros siglos de la reconquista: numerosas miniaturas o frescos (¡San Isidoro!) nos muestran retratos de personajes de todas las clases sociales del reino con los cabellos rubios o castaños y los ojos claros; la piel es siempre clara y sonrosada. Igualmente, no son raras en los textos descripciones de personajes con estos rasgos. Y es de sobra conocido el valor que se les concedía en la sociedad castellanoleonesa. Pero no sólo esto: las fuentes musulmanas, muy detallistas a este respecto, nos retratan una población septentrional, y no sólo a la nobleza, notablemente rubia y blanca. Estas gentes no eran sino los descendientes de los nórdicos enterrados en las sepulturas visigóticas.

 

En cuanto a la sociedad que van forjando estos hombres, comenzaremos nuestro breve repaso citando in extenso algunos párrafos escritos por Antonio Hernández  (1982, 31-5) en los que coteja la sociedad visigoda y la castellanoleonesa, en las dos vertientes cortesana y popular, resumiendo de manera clara y amena los enormes paralelismos entre «ambas» sociedades: «Los visigodos (...) no identificaron jamás la idea de pueblo (volk) con un determinado país. Primera semejanza con los castellanos que jamás identificaron a su reino con un determinado paisaje o unas características geográficas, sino con una forma de ser, de vivir, de entender la vida (...) Nunca se habló de un rex Hispaniae sino de un rex Gothorum. Este apego a la propia nacionalidad como carácter racial se manifestaba en el importante papel que desempeñaban los vínculos derivados de la comunidad de sangre. El grupo familiar y gentilicio, como después en Castilla y León, tenía una gran cohesión interna y estaba en la base de la organización  política del pueblo visigodo. Comprendía a las personas descendientes por línea masculina de un mismo tronco (Sippe), lo cual suponía una unidad de intereses  en sus relaciones con los miembros de otras sippes y daba a estos grupos familiares cierta entidad jurídico-pública. Esta entidad se basaba en el respeto del principio que otorgaba igualdad jurídica a todos los miembros de cada uno de ellos y que excluía toda enemistad entre los mismos, debiendo todos los componentes de la sippe vengar conjuntamente la ofensa inferida a uno de ellos por un miembro de otro grupo gentilicio. Nada más lejos del derecho romano vigente entre los hispanos desde hacía ya varios siglos, proclive a los tribunales antes que a la espada; y nada más cerca de las costumbres y normas que volveremos a ver prácticamente calcadas en León y Castilla: la hidalguía como sentimiento de ser, no sólo “hijo de sus obras”, hijo de algo, sino más bien como ser hijo de alguien, sentimiento de clan que se extiende más allá de la propia persona para alcanzar a ascendientes y descendientes, laterales y colaterales, cónyuges y criados e incluso animales y cosas. Este sentimiento de pertenecer a un tronco común al que pertenecen los que por línea paterna llevan el mismo gentilicio, comporta entre los castellanoleoneses, como entre los godos, una serie de obligaciones y modelos de conducta que llevan a ese orgullo y soberbia castellanos: venganzas, desafíos, odios que duraban generaciones enteras, enemistades familiares convertidas en verdaderas guerras de bandería, tan típicas en nuestra historia y reflejadas de modo harto elocuente en el Romancero y los Cantares de gesta (La Afrenta de Corpes, Bernardo de Carpio, Los Siete Infantes de Lara, etc.)».

 

 «Junto a los vínculos de sangre, los vínculos de fidelidad. En virtud de ellos una persona, voluntariamente, pasaba a depender de otra, de la que recibía protección en caso de necesidad, a cambio de prestarle un juramento de fidelidad que le obliga, sin perder por  ello su condición de hombre libre, a seguirle y a luchar a sus órdenes, recibiendo manutención y ropa. De esta forma los visigodos poderosos se veían rodeados de grupos de fideles que recibían el nombre germánico de gefolge o gesiende. He aquí otra costumbre seguida por los castellanos y de la cual tantos y tantos ejemplos tenemos en nuestra historia. ¿Qué otra cosa eran las mesnadas de los condes de Castilla, levantadas por todos los infanzones que les debían lealtad? Precisamente la palabra mesnada significa “los que comen pan en la mesa de su señor”».

«El órgano esencial de la vida política de los visigodos era la asamblea de hombres libres capaces de combatir (Thing o Ding); esta asamblea tenía poder judicial y en su seno se debatían todos los problemas importantes de la comunidad y a ella tenían acceso las mujeres en representación de sus maridos,  padres o hijos muertos  o ausentes ¿No es esto antecedente exacto de los célebres “concejos abiertos” de la Castilla condal?». Acerca de la asamblea judicial rural asturleonesa escribe Sánchez Albornoz (1978, 77-78): «¿Contribuyeron a su formación la asamblea germánica y el conventus publicus vicinorum (propio de la Hispania visigoda)? (...) creo haber demostrado que los iudices hispanogodos se hallaban asistidos por auditores o jurados, siguiendo probablemente la tradición germánica; y no es aventurado suponer que en la zona donde los godos se asentaron masivamente, con otras muchas tradiciones visigodas perduraría la costumbre de congregarse para resolver sus problemas judiciales menores (...) los emigrantes habrían llevado estas prácticas al norte en el siglo VIII y los repobladores las habrían luego llevado al valle del Duero» y más adelante «Las leyes leonesas presentan a los ciudadanos de León, pertenecientes a la nueva clase de los hombres libres que estudiamos, admitidos a pruebas judiciales de abolengo germánico y les otorgan derecho de venganza, en la España cristiana probablemente de origen visigodo. Y es precisamente en los fueros otorgados a los municipios en lo que se agruparon los hijos y los nietos de los pequeños propietarios libres asturleoneses donde Ficker e Hinojosa han encontrado huellas más claras del derecho germánico en España. Será por ello aventurado negar que entre los boni homines que la repoblación creó en el reino leonés figuraron muchas familias de sangre gótica» y «Muchos textos nos demuestran en efecto que en el concilium y ante los boni homines se hacían las donaciones y las conpra-ventas, se nombraban los ejecutores al uso germánico y se acordaba todo género de contratos» (Sánchez Albornoz 1978, 77-78; 174 y 181-182). En este ámbito del derecho los godos populares de la meseta practicaron lo que luego sería llamado por los castellanos fuero de albedrío o derecho consuetudinario, interpretado por un juez popular o mejor dicho dos: los guzmans (literalmente los “hombres buenos”) y “hombres buenos” llamarían luego los castellanos a sus jueces (los célebres “bisjueces”). Los usos jurídicos germánicos que aparecen en Castilla, repudiados por el Fuero Juzgo, una compilación esencialmente de derecho romano, eran, entre otros, la responsabilidad penal colectiva, extendida a los parientes o conciudadanos del ofensor; la venganza privada, la prenda extrajudicial y otras formas de tomarse la justicia por sí mismo, sustrayéndola a la autoridad pública; el duelo judicial; los compurgadores o conjuradores que acompañaban a quien debía justificarse mediante juramento y juraban con éste no siendo necesario el conocimiento  el hecho objeto de tal justificación etc. Estos usos no aparecen sólo en la Castilla condal sino en la totalidad del Reino leonés.

 

Pero sigamos a Antonio Hernández en su comparación de ambas sociedades: «En cuanto a la vida familiar, los visigodos eran celosísimos guardianes del honor conyugal, no circunscrito solamente a los derechos del varón sino a los de la mujer. No es necesario aportar prueba alguna (la Historia habla) para comprobar la importancia y la gravedad de todos los asuntos relacionados con la fidelidad conyugal entre los castellanos de los primeros siglos; pundonor que, pasando por las Partidas, con terribles penas para el adulterio, llega hasta el siglo de Oro de la literatura de Castilla; recuérdese el ya proverbial “honor calderoniano” que ha llegado hasta nuestros días. La  severidad de las leyes visigodas para defender la familia está bien patente: se imponía la pena de muerte por el uso o la entrega de drogas para causar el aborto. En cuanto a la aplicación del derecho de gentes, en el que Castilla y León destacarían por su humanismo, tenemos antecedentes en las disposiciones del rey Wamba en su expedición a Septimania tras la rebelión del duque Pablo, donde castigó severamente a los soldados culpables de saqueo y ultrajes y ordenó circuncidar a los violadores de mujeres».

 

«Por contraste, los visigodos eran extraordinariamente tolerantes en materia religiosa. Pocos pueblos han merecido mejor el calificativo de tolerantes: un visigodo fue el que increpó a Gregorio de Tours, probándole que era deber de cristianos tratar con respeto lo que para otros era objeto de veneración, incluso los  ídolos de los gentiles. Mientras permanecieron en el arrianismo jamás intentaron entrometerse en los asuntos doctrinales católicos (...) Esta tolerancia es norma en todo el Reino de Castilla y León desde el siglo VIII al XIII, llegando incluso a titularse Alfonso VI y Alfonso VII como Emperadores de las Tres Religiones».

 

 «Por lo que respecta a la organización social, los visigodos eran un pueblo de ganaderos y agricultores. Entre las clases populares del norte (la meseta), la propiedad privada apenas estaba desarrollada, no así entre las clases altas que se asentaban principalmente en la Corte de Toledo y que eran propietarias de grandes latifundios. De ahí vendría después la separación clasista (que no racial o nacional) entre leoneses y castellanos, latifundistas lo primeros y comunales los segundos, como veremos detalladamente más adelante, aunque descendientes de godos eran tanto unos como otros, en buena parte». En realidad, no podría hablarse en justicia de una frontera geográfica neta entre una Castilla popular y un León señorial: sólo cabría hablar de una mayor intensidad de la presencia de unas estructuras socioeconómicas o políticas determinadas en momentos y espacios determinados. Castilla conoció los señoríos, laicos y eclesiásticos y León muchas comunidades con instituciones comunales. Basta ojear los trabajos, ya clásicos, de Sánchez Albornoz, Julio González, Julio Valdeón, Salvador de Moxó, Emilio Mitre y tantos otros.  

 

 «La unidad económica de habitación era la aldea o marca cuyos miembros poseían colectivamente el ganado y las tierras, los cuales se sorteaban periódicamente entre los miembros de la marca para su aprovechamiento particular; sólo la casa y el huerto situado alrededor de ella eran propiedad privada y enajenable de cada uno. Los pastos, los montes y los bosques eran propiedad comunal (Allmende) y de aprovechamiento colectivo. También las faenas agrícolas se realizaban colectivamente ¿Cabe encontrar algo más parecido al sistema que luego desarrollarían los primitivos castellanos al comienzo de la Reconquista?». Sánchez Albornoz (1978, 167-72) sostiene que estos sistemas comunales de trabajo tienen su origen en coactiva de los campos de labor y de aprovechamiento colectivo de la Allmende», aludiendo a su pervivencia en algunos lugares de Castilla (Comarca de Riaño o Zamora) en el siglo XIX.

 

«En el orden económico, los visigodos aportaron notables mejoras en la agricultura y la ganadería en los lugares en los que se establecieron, como por ejemplo la introducción de la alcachofa, desconocida en la Hispania romana y que ellos trajeron consigo; el cultivo del manzano para la fabricación de sidra, la explotación intensiva del trigo y, por último, la mejora y aumento de la cabaña ganadera, que floreció a partir del siglo V. Se desarrolló muchísimo, en efecto, la ganadería lanar (tan importante en la economía de la primitiva Castilla y herencia directa de la economía goda popular), y nos consta el hecho de que ésta pasó a ser, precisamente en aquel momento, transhumante, abandonando su antigua categoría estabulada, única en la Hispania romana. Fundamentalmente enfocada a la producción lanar mientras que la de cerda, que también alcanzó mucho más auge que durante el periodo romano, lo estaba a la alimentación. Grandes rebaños transhumantes y cría doméstica de cerdos para consumo familiar: otra herencia que los castellanoleoneses recogieron de sus abuelos visigodos. Dedicaron al ganado caballar una especial atención por su utilidad bélica ya que todo godo libre que pudiera mantener un caballo entraba a formar parte de los cuerpos montados: un clarísimo antecedente de lo que después en Castilla se llamará caballería villana».

 

Estos sencillos apuntes delinean, efectivamente, una transición sin solución de continuidad entre las comunidades visigodas y el pueblo castellanoleonés. Pero son más y de diferente orden los testimonios que encontramos de la presencia germánica. La arqueología nos habla de la pervivencia de estilos en artes menores, de la perpetuación de costumbres funerarias o de los estilos arquitectónicos: el ya mencionado arte asturiano, las iglesias rupestres (aunque éste es un tema espinoso) o la posible datación posterior a la conquista musulmana de algunas iglesias visigodas.

 

Por su parte, la diplomática documenta un gran predominio de la antroponimia germánica entre los castellanos y leoneses de los primeros siglos: alrededor del 50% de patronímicos reflejados en documentos civiles, subiendo hasta el 90% en las clases altas, siendo harto sabido que sólo a personas de origen germánico se les daba un nombre de ese tipo, aunque los de origen latino, griego, etc., podían corresponder en muchos casos a germanos (son numerosos los documentos en los que se especifica que un godo con nombre germánico es conocido también por otro latino). Los documentos están firmados o mencionan a hombres de todas las  clases sociales que se llaman Fredenando, Godosteo, Soario, Ruderig, Sinderedus, Gundisalvus, Ulfilas, Ibbas, Uldila, Sisbert, Segga, Granista, Wildigern, Liuva, Argimund, Froga, Afrila, Guldimir, Ricimir, Akhila, Sintharius, Geila, Floresindus, Gudiscalcus, Ranosindus, Argebald, Gundefred, Eldigis, Wiliesind, Waldemir, Recaulfo, Idulfo, Ervigio, Favila, Fruela o a Alonso, Alvaro, Bermudo, Gonzalo, Guerra, Guardia, Ramiro Manrique... pero también a Ermenesinda, Elvira, Urraca, Matilde, Benilde, Alodia, Berenguela, Brunequilda, Gasuinda, Ingundis, Goisvinda, Gosuinda, Hiduarens, Ringuntis, Ermenberga, Hildoara, Hilda, Liuvigoto, Teudigoto, Cixilo, Egilo, Ello, Elduara, Giselawara, Monnia, Ginta, Glarea, Adergoto, Anderquina, Guntroda, Flagina, Argilo, Gutina... nombres visigodos de infanzones, campesinos, iudices o monjes.

 

Pero la documentación diplomática ofrece una información sobre la presencia visigoda en el origen de Castilla o León de tal magnitud que apenas podría describirse. Un botón de muestra: Los títulos de infanzonía que se concedían desde la corte de Oviedo a los descendientes de los filii primatum visigodos, condes de las ciudades o jefes de marcas o aldeas de Tierra de Campos, son, por ejemplo, muy numerosos en la Castilla condal. En tiempos de García Fernández unos 600. Siendo los infanzones un grupo minoritario entre los godos podemos hacernos una idea de la importancia del elemento visigodo en la pequeña Castilla de ese momento.

 

La toponimia nos ofrece una enorme cantidad de nombres de poblaciones que denotan un origen etimológico gótico formados a partir de los términos burg, godo, guz o antropónimos germánicos. Hernández (1982, 59-60) proporciona más de un centenar distribuidos por el triángulo que forman las provincias de Santander, Salamanca y Soria. Frente a este número, por ejemplo, sólo son once, y circunscritas, salvo dos excepciones, a los rincones nororientales de las provincias de Burgos y Palencia, las poblaciones que por su nombre delatan el origen vascón de sus repobladores. No obstante, la toponimia y la antroponimia documentan la presencia de cierto número de elementos vasco-navarros (esencialmente navarros) en la Extremadura castellanoleonesa (grosso modo las tierras al sur del Duero hasta las sierras) concentrados especialmente en la provincia de Ávila. Véase por ejemplo Villar (1986, 103-116). Sin embargo, su número es en verdad pequeño, y en él se incluyen además los de origen riojano, resultando discutible la adscripción vascona de algunos de ellos.

 

En otro campo Hernández nos proporciona una interesante indicación relativa a las danzas de espadas o del paloteo, muy comunes en las tierras castellanas, especialmente en la septentrionales, y que para etnólogos alemanes (Hernández 1982, 65-66 y notas 16, 17 y 18) serían danzas germánicas de carácter guerrero, idénticas a las que aún se conservan en las islas de Frisia y de Islandia y cuya preservación entre las comunidades rurales visigodas y castellanoleonesas es lógica por razones sociales y culturales y que resulta imposible por razones de la misma naturaleza que fueran patrimonio de los pueblos célticos del norte peninsular.

 

Pero uno de los elementos culturales en los que se hace más visible la huella germánica es en la épica. Los cantares de gesta son, en verdad, cánticos guerreros y leyendas tradicionales góticas. Se sabe que se cantaban ya en el siglo IX. Cantos heroicos tradicionales pertenecientes a un pueblo nuevo. En realidad, cantos tradicionales pertenecientes a un pueblo antiguo, el godo, que perdura en sus descendientes biológicos castellanos y leoneses. Estos cantos narran las hazañas de los héroes antiguos y de los presentes. Se recuerdan los antiguos: los Carmina Maiorum de los que habla San Isidoro (Menéndez Pidal 1969, 26-27) y se componen otros siguiendo patrones semejantes. Escribe Menéndez Pidal (1974, 19 y ss.) «...conviene suponer para la épica castellana esos mismos orígenes germánicos (que la épica francesa) (...) Tácito nos habla de antiguos cantos de los germanos que servían de historia y de anales al pueblo, y nos indica dos asuntos de ellos: unos celebran los orígenes de la raza germánica, procedente del dios Tuistón y de su hijo Mann (esto es una epopeya etnogónica); otros cantaban a Arminio, el libertador de la Germania en tiempos de Tiberio (una epopeya enteramente histórica). Más tarde, el uso de estos cantos narrativos está atestiguado respecto a varias de las razas germánicas que se establecieron en territorio del Imperio romano: lombardos, anglosajones, borgoñones y francos. Por lo que hace a los establecidos en España, la existencia de estos cantos  está afirmada por testimonios diversos (...) En apoyo de este presumible entronque de la epopeya castellana con las leyendas de la edad visigoda, notaremos que la sociedad misma retratada en esa epopeya tiene un carácter fuertemente germánico que enlaza a su vez son las instituciones y costumbres de los visigodos,  retoñadas en los reinos medievales. En la épica castellana el rey o señor, antes de tomar una resolución consulta a sus vasallos, clara manifestación del individualismo germánico. El duelo de los dos campeones revela el juicio de Dios, y se acude a él tanto para decidir una guerra entre dos ejércitos como para juzgar sobre la culpabilidad de un acusado. El caballero, en ocasiones, pronuncia un voto lleno de soberbia y difícil de cumplir, costumbre que proviene de un rito pagano conocido entre los germanos. La espada del caballero tiene un nombre propio que la distingue de las demás. Se cortan las faldas de la prostituta como pena infamante. El manto de una señora es, para un hombre perseguido, asilo tan inviolable como el recinto sagrado de una iglesia. Y así otros muchos usos. Pero no hablamos sólo de usos aislados. Las más significativas costumbres germánicas se constituyen como el espíritu mismo de la epopeya». Y a lo largo de varias páginas deliciosas Menéndez Pidal señala la presencia en la epopeya castellana todos los rasgos psicológicos y sociales que Tácito hace propios de los hombres del Norte: embriaguez, suciedad o pereza, pero también independencia indomable, castidad y fidelidad; su sistema de congregar la hueste o el ardor belicoso en presencia de la mujer; los consejos de los hombres de armas y el gusto por llegar tarde; la venganza obligatoria para todos los parientes y la inexistencia de perdón para el adulterio: El acto ritual infamante de desnudar a la mujer adúltera en público que Tácito describe, resuena en los versos del romancero: «Yo te cortaré las faldas por vergonzoso lugar / por cima de las rodillas un palmo y mucho más». Una valoración reciente de las ideas de Menéndez Pidal sobre el origen de la épica castellana puede verse en Millet (1998 11-28).

 

Pero otra aproximación al mundo de la épica nos puede revelar otros aspectos para muchos quizá inesperados. Ana Mª Jiménez Garnica llama la atención en su introducción a la traducción del Cantar de Valtario de Luis Alberto de Cuenca (Madrid 1998), poema muy relacionado con el castellano de Gaiferos, sobre la coexistencia de dos mundos en conflicto en el poema, el pagano y el cristiano. Valores de ambos mundos se contraponen y algunos de los protagonistas aparecen caracterizados con los rasgos definitorios de los grandes dioses del panteón germánico (Wotan Tiwaz..) Pero lo más notable sería, según Jiménez Garnica que «...bajo el aparente carácter profano de Waltharius, la atención se centra en el héroe y en su conflictivo proceso interno de espiritualidad, lo que es rasgo común a la épica germánica y causa de su específico carácter trágico y fatalista (...) para regresar a su patria tiene que superar una serie de disciplinas psicológicas y físicas que le capacitarán como futuro monarca». Además, Waltharius parece reunir en su persona una «síntesis trifuncional»: tras la batalla ejecuta actos rituales germánicos a divinidades correspondientes a los tres ámbitos funcionales. En definitiva, estamos ante una poesía que en palabras de Menéndez Pidal (1974, 28) tuvo «que nacer entre los descendientes de los germanos establecidos en España, los que ocuparon aquellos Campos Góticos, en cuyo límite oriental surgen las primeras manifestaciones épicas conocidas» y que, mostrando un mundo de valores germánicos, fueron quizás el refugio de una sabiduría que apenas podía transmitirse por otros medios.

 

Pero la herencia germánica en Castilla no se agota en los campos que hemos mencionado hasta ahora. La etnología, la antropología social, que documentan la pervivencia en el folclore y los usos sociales de ritos y costumbres de raigambre germánica, y sobre todo la lingüística son campos que no hemos abordado (salvo la mención a danzas o topónimos y antropónimos), dado que esperamos tratarlos, junto a un análisis detallado del derecho consuetudinario germánico, en un próximo trabajo.

 

Con todo, nuestro objetivo ha sido únicamente llamar la atención no sólo sobre lo inmenso de la huella germánica en nuestro pueblo, sino sobre todo, como alguien ha escrito ya, sobre el germanismo como «alcaloide de lo castellano», como eje, como Irminsul, alrededor del cual se despliega en todas direcciones aquello que sólo cabe definir con su propio nombre: Castilla. 

 

 

 

                                                                                                                         Olegario de la Eras

 

 

Notas:

1.Poema de Mio Cid, Introducción y notas de Ángeles Cardona de Gibert y Joaquim Rafel Fontanals y versión modernizada de Maria Juana Ribas, 12ª edición, Barcelona 1982, pp. 288, versos 2020-2022.

2. No obstante, es preciso señalar que en los últimos decenios se ha revisado el conjunto de necrópolis atribuidas a los visigodos, eliminándose un cierto número de ellas, ya que se ha establecido su carácter tardorromano y su cronología anterior al asentamiento de los germanos, las cuales presentan un ajuar militarizante pero no son atribuibles en ningún caso a los visigodos (García Moreno 1989, 79). No sabemos en qué medida este hecho podría afectar a los porcentajes que ofrece Varela, en todo caso es posible que de aquí surgiera un aumento proporcional del tipo nórdico aunque por ahora no es posible afirmar nada con seguridad.

 

Referencias :         

 

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  (1992) De la arquitectura visigoda a la arquitectura ovetense: los edificios Ovetenses en la tradición de Toledo   frente a la de Aquisgrán, en Fontaine, J. y Pellistrandi, C. (eds.), L’Europe héritière de l’Espagne Wisigothique. Madrid 303-314.

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  (1974) Sobre los orígenes sociales de la reconquista, Barcelona.

  (1987) La formación del feudalismo en la Península Ibérica (1978).   

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  (1983) La situación política de los pueblos del norte de España en la época visigoda, Bilbao.

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  (1982) Las Castillas y León. Teoría de una nación. Madrid.  

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  (1989) Historia de España visigoda, Madrid.

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  (1998) Épica germánica y tradiciones épicos hispánicas. Waltharius y Gaiferos. Madrid.

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  (1969) Los godos y la epopeya española. “Chansons de geste” y baladas nórdicas. Madrid.

  (1974) La epopeya castellana a través de la literatura española. Madrid.

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  (1992), Los Pueblos Vasco-Cantábricos y Galaicos en la Antigüedad Tardía, Alcalá de Henares.

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  (1966) Despoblación y repoblación en el valle del Duero, Buenos Aires.

  (1978) Sobre la libertad humana en el reino asturleonés hace mil años, Madrid.

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  (1974-5) «Estudio antropológico de los restos óseos procedentes de necrópolis visigodas de la Península Ibérica», Trabajos de antropología Vol. XVII – N. 2, 3, 4.

Villar García, L. M. (1986) La Extremadura castellano-leonesa. Guerreros, clérigos y campesinos (711-1252), Valladolid.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Navidad solar.

Navidad solar.

Julius Evola.

Biblioteca Julius Evola.- En la víspera de Navidad tenemos el placer de ofrecer a losvisitantes de la Biblioteca Julius Evola, este interesante artículo sobre la Navidad Solarque nos ha sido remitido amablemente por un amigo. Este texto ha sido traducido alcastellano en los años 80, seguramente en distintas versiones y por distintas personas.Originariamente fue publicado el 20 de diciembre de 1940 y posteriormente reproducidoen varias compilaciones de artículos, entre otras "La Tradición de Roma" y "Símbolos ymitos de la Tradición Occidental".Sobre el plano espiritual, la doctrina de la raza debería tener al menos, entre otros, dosresultados de una gran importancia. En primer lugar, provocando un retorno a losorígenes, debería

aclarar los significados más profundos de la tradición y de los símbolos,oscurecidos en el curso de los milenios y que hoy no sobreviven sino fragmentados y bajola forma de costumbres o fiestas convencionales. A continuación, la doctrina de la razadebería revivificar la concepción del mundo y de la naturaleza, limitar todo cuanto deracionalismo, de profano, de cientifista, y de fenomenológico, desde hace siglos, seduceal hombre occidental, pues todo ello está estrechamente relacionado. En cuanto al sentidoviviente y espiritual de las cosas, de los fenómenos, encontraremos las mejoresreferencias en las concepciones solares y heroicas que son propias a las más antiguastradiciones arias.Pocos sospechan hoy que estas fiestas aún celebradas en la época de los grandesrascacielos, la televisión, los grandes movimientos de masas en las ciudades, perpetúanuna antiquísima Tradición, que nos refieren a los tiempos, donde, casi en el alba de lahumanidad, se inició el movimiento ascendente de la primera civilización aria. Unatradición en la que se expresa menos una creencia particular de los hombres que la granvoz de las mismas cosas.A este respecto, es preciso decir, ante todo, que en el origen, la fecha de Navidad y la delprincipio de año, detalle generalmente ignorado, coincidían. Esta fecha no era arbitraria,sino que estaba en relación con un acontecimiento cósmico preciso: el solsticio deinvierno. En efecto, el solsticio de invierno cae el 25 de diciembre, que posteriormente seconvirtió en la fecha de Navidad pero que en el origen tenía un significado especialmente"solar", y esto ya en la Roma antigua. La fecha del nacimiento, en Roma, era la del nuevoSol, Dios invencible –Natalis Solis Invicti-. Con ella, día del sol nuevo –Dies Solis Novien la época imperial comenzaba el año nuevo, el nuevo ciclo. Pero esta "Navidad Solar"de Roma en la época imperial, nos remite a su vez a una tradición más antigua de origennórdico-ario. Por lo demás, el Sol, la divinidad solar, se menciona ya entre los deiindigetes. Las divinidades de los orígenes romanos, herederas de ciclos de civilizacionestodavía más antiguas. En realidad, la religión solar del período imperial, fue muyampliamente recuperada, casi como un renacimiento, lamentablemente alterado pordiferentes factores de descomposición, de la antigua herencia aria.La prehistoria itálica pre-romana es por otra parte muy rica en rastros de cultos solares:carros solares, discos con radios, cruces de todos los tipos, sin exclusión de la svástica,grabadas, por ejemplo, sobre hachas arcaicas encontradas en el Piamonte y la Liguria. Sepuede así constatar el paso, en Italia antigua, de una tradición que, desde la Edad dePiedra, deja, huellas idénticas a lo largo de los itinerarios de las grandes migraciones ariooccidentales y nórdico-arias. Símbolos, signos, hierogramas, rudimentarias anotacionesde calendarios o de astrología, representaciones sobre vajillas, armas, ornamentos,enigmáticas disposiciones de piedras rituales o de cavernas; luego, más tarde, ritos ymitos que sobrevivieron en las civilizaciones más tardías. Si se estudian estos vestigiossegún los nuevos puntos de vista, propios a las investigaciones espirituales y raciales delmundo de los orígenes, se encuentran testimonios concordantes y unívocos sobre lapresencia de un culto solar unitario, centro de la civilización de los pueblos ariosprimordiales, pero también de la importancia que tenía la fecha "de Navidad" para ellos,es decir, de la fecha del solsticio de invierno, el 25 de diciembre.Para evitar cualquier equívoco en el espíritu de algunos lectores, subrayamos que cadavez que hablamos de un culto solar prehistórico, no entendemos una forma inferior dereligión naturalista e idolatrica. Si es una fábula estúpida que la antigua humanidad ysobre todo la de la gran raza aria, divinizara supersticiosamente los fenómenos naturales,por el contrario, es del todo exacto que la Antigüedad concibió los fenómenos naturales,esencialmente como símbolos sensibles de albergar significaciones espirituales, es decir,más o menos, como soportes ofrecidos a los sentidos, por la naturaleza, para presentirestos significados transcendentales. Quien haya podido decir en ocasiones que aquellosucedió en otros troncos y en otros pueblos, podemos decirle, aunque ello no pruebenada, que el paso de ciertos cultos cristianos a formas supersticiosas, es bastantefrecuentes en algunas poblaciones incultas y fanáticas.Superada cualquier forma de malentendido, el significado simbólico de expresionesarcaicas arias como "Luz de los hombres", o "Luz de los campos" (Landa Ljome)aplicadas al sol quedan perfectamente claras. Se puede pues comprender que el cursodel sol a lo largo del año, con sus fases ascendentes y descendentes, se haya planteadoen términos de un grandioso símbolo cósmico. En esta trayectoria, el solsticio de inviernoconstituyó una especie de punto crítico, vivido en una perspectiva dramática durante elperíodo en que los arios originarios no habían abandonado aún las regiones, sobre lasque se había abatido un clima ártico y la pesadilla de una larga noche. En estáscondiciones el punto del solsticio de invierno -el más bajo de la eclíptica- aparecía comoaquel donde "la luz de la vida" parecía apagarse, desaparecer, precipitar en la tierrahelada y desolada, en las aguas o en la sombra do los bosques, de donde,inmediatamente se eleva de nuevo desprendiendo una nueva claridad. Entonces, naceuna nueva vida, se inicia un comienzo, se abre un nuevo ciclo. La "Luz de la vida" sevuelve a alumbrar. El "héroe solar" surge o renace de las aguas. Más allá de la oscuridady del frío mortal, se vive una nueva liberación. El Árbol simbólico del Mundo y de la vidase anima con nuevas fuerzas. Está en relación con todos estos significados que, ya en laépoca de la prehistoria, milenios antes de la era vulgar, un gran número de fiestassagradas celebraron la fecha del 25 de diciembre, como fecha del nacimiento orenacimiento, en el mundo como en el hombre, de la fuerza solar.Pocos saben que incluso el tradicional Árbol de Navidad, todavía en uso en numerosospaíses, pero relegado al papel de juguete para niños y de costumbre para las familiasburguesas, es una supervivencia miserable de la antigua y severa tradición aria y nórdicosolar. Este árbol, siempre de la familia dé las coníferas, semper virens, planta que nomuere durante el invierno, reproduce el arcaico Árbol de la Vida o del Mundo que, en elsolsticio de invierno, se ilumina de una nueva luz, expresada precisamente por las velasque lo decoran y que se alumbran en esa fecha. En cuanto a los regalos que se cargan ensus ramas -hoy simples regalos para niños- representan efectivamente el simbólico "donde la vida", propio de la fuerza solar que nace o renace. Pero el momento donde elsemper virens (la planta que permanece verde y que no muere jamás) se renueva y seilumina en el simbolismo primordial es idéntico a aquel en el que el "héroe solar" surge delas aguas. Según un mito que se ha perpetuado hasta la Edad Media, tras haber jugadoun papel importare en las leyendas relativas a Alejandro Magno, el Árbol Cósmico estambién un Árbol Solar en relación estrecha con el llamado "Árbol del Imperio", ArborSolis, Arbor Imperii.Esto nos lleva a considerar otro aspecto interesante de estas tradiciones, que nospermitirá referirnos más particularmente a la antigua romanidad. El mitraismo, o el culto aMitra es la forma más tardía asumida por la antigua religión ario-irania (mazdeísmo) enuna formulación particularmente adaptada a una mentalidad guerrera. Este culto seextendió en el Imperio romano; bajo Aureliano, la fecha de la "navidad solar" o solsticio deinvierno, el 25 de diciembre, se identificaba con la del Natalis Invicti, es decir, con elnacimiento de Mitra considerado como un héroe solar.A propósito del mitraísmo en Roma sería muy superficial por no decir equivocado, hablarsic et simplicer, de "importación" o de "influencias orientales". Oriente en aquella épocaera muy complejo, figuraban elementos muy heterogéneos, y entre ellos, indudablemente,algunos rasgos importantes y no corruptos de la más antigua herencia espiritual de lospueblos arios e indo-europeos.En cuanto a la relación que se estableció entre Mitra y la Navidad solar romana, uneminente estudioso confirmó pertinentemente que no constituía una alteración, sino másbien una renovación del calendario romano según el antiguo aspecto astronómico ycósmico, que había tenido en los tiempos primordiales de Rómulo y de Numa y queconfería a las fiestas el significado de grandes símbolos en la coincidencia de sus fechascon las grandes épocas de la Vida del Mundo.Tras lo cual, se vuelve importante examinar el atributo de Invictus-Aniketos, dado aMitra, al héroe solar en la nueva concepción romana. Es un atributo "triunfal". En lastradiciones ario-iranias originarias, y en las que les son próximas, es el atributo decualquier naturaleza celeste y, en particular del sol (cuya luz triunfa sobre las tinieblas)fuerza uránica luminosa contra la cual las potencias de la noche y de la sombría tierra sonimportantes. Pero en Roma, vemos que el epíteto, Invictus, se convierte en el títuloimperial de los Césares; y sabemos, por otra parte, que el mitraísmo era menos el culto auna divinidad abstracta que la voluntad de infundir a los iniciados, gracias a una ciertatransformación de su naturaleza, la cualidad misma de Mitra. Lo que explica la tendenciaa concebir simbólicamente y analógicamente el atributo solar, dotando de él al hombre yhaciéndolo la marca y el tipo de un ideal superior de humanidad, es decir, de una suprahumanidad. Al igual que el sol renace, eterna y victoriosamente de las tinieblas,igualmente una eterna victoria interior sobre la naturaleza mortal e instintiva se realiza enel individuo que una virtud mística vuelve, en general, verdaderamente digno de la funciónregia, el jefe, el Dux. Es así como Roma veneró a Mitra y en Mitra veneró al héroe solar,un fautor imperii y como se establecía una estrecha relación de simbolismo solar con lasideas de realeza y de Imperio, bajo su forma más elevada.Tal relación un relieve particular en las tradiciones heroicas de los antiguos pueblos arios,como ya hemos dicho estudiando la doctrina mística de la "gloria". No deseandodetenernos en ello, nos limitaremos a recordar la presencia de significados idénticos en laantigua Roma. La Victoria Caesaris, es decir, la fuerza triunfal mística simbolizada por unaestatua que se transmitía de un César a otro, refleja exactamente las más antiguastradiciones ario-iranias de la realeza y del Hvareno; pues no olvidemos que el Hvarenoequivalía a una misteriosa fuerza solar de invencibilidad y de gloria que investía a losjefes, haciendo algo más que simples mortales y testimoniando su victoria.Una antigua efigie del Sol representa este dios simbólico con la mano derecha elevada engesto "pontifical" de protección y la mano izquierda manteniendo un globo, símbolo de ladominación universal. En otra representación, sin embargo, se puede ver a este Dios quetransmite el globo al Emperador, junto a una inscripción refiriéndose a la "solidaridad", a laestabilidad y al Imperium de Roma: SOL CONSERVATOR ORBIS, SOL DOMINUSROMANI IMPERII. Otra medallón particularmente interesante lleva, en el anverso, laimagen del Emperador con la cabeza ceñida del semper virens, con el follaje siempreverde, mientras que el reverso representa al dios solar con el globo y además, unasvástica (de lo que constatamos así la presencia igualmente en la Roma antigua de estesímbolo) y la inscripción: SOLI INVICTO CONITI (al Dios solar, compañero invencible).Otra imagen, conservada en el Museo del Capitolio, nos muestra la asociación delsímbolo del Sol Sanctissimus con el águila, el animal fatídico de Roma, del que se creíaque portaba el espíritu y el alma de los Emperadores muertos lejos de la pira funeraria,hacia el cielo. No pensamos que sea casual afirmar que estos testimonios, que se podríamultiplicar, nos hablan de un verdadero y real mandato divino solar, alma viviente de lafunción imperial de los Césares que, para nosotros, en el mundo antiguo, fue una especiede última luz de significados arcaicos que se perdieron poco a poco.En la antigua semana romana, el "Día del Sol", era el día del maestro, y este sentido seconservó en las épocas sucesivas bajo el vocablo domenica en italiano, sonntag enalemán o sunday en inglés para este día que festeja literalmente el "Día del Sol"reflejando así la antigua concepción solar aria. Algo de la sabiduría de los orígenesparece pues haberse conservado, de cierta manera, en la fiesta anual de Navidad,aunque la celebración del nuevo año se haya disociado. El simbolismo de la luz se haconservado -y si recordamos también en el Evangelio de Juan se dice: "Erat Lux vera,quae illuminat omnem hominem venientem in hunc mundum"- así como el atributo de"gloria" que permanece posteriormente. En los monumentos del primer período romano elsímbolo solar está unido al de la cruz.En la tradición aria y nórdico-aria y en Roma, el mismo tema tuvo un alcance no sóloreligioso y místico, sino también sagrado, heroico y cósmico al mismo tiempo. Fue latradición de un pueblo, a quien la naturaleza, la gran voz de las cosas hablaron de unmisterio de resurrección, de nacimiento o de renacimiento de un principio no sólo de "luz"y de vida nueva, sino también de Imperium, en el sentido más alto y más augusto de lapalabra.

 

El anti-arte de lo absurdo

El anti-arte de lo absurdo

Siempre recordaré la primera vez que fui a una exposición del llamado “arte moderno”. Me encontraba estudiando en mis primeros años de facultad, en la biblioteca de una conocida fundación bancaria, y en ese mismo edificio se podía visitar gratuitamente una importante exposición de arte moderno que había pasado por las principales ciudades de Europa. Del nombre de los principales y “conocidísimos” supuestos “artistas” -creo que norteamericanos-, ni me acuerdo, ni quiero acordarme. El caso es que, mitad por curiosidad-hasta entonces el fenómeno del arte moderno, pese al IVAM, me había sumido en la más profunda indiferencia-, mitad por tener una excusa por abandonar temporalmente los apuntes de Derecho Civil, me acerqué a la renombrada exposición escultórica-pictórica tan anunciada, promocionada y aconsejada en los círculos culturales y universitarios de la ciudad.

 

Nada más entrar llamaba la atención por estar en el medio de la sala, una enorme escultura iluminada desde un potente foco en el techo, consistente en una especie de balón negro y un cilindro rojo pegado al balón. Al principio no sabía muy bien si se trataba de un mero efecto”decorativo” o de parte de la exposición, pero pronto vi la consiguiente ficha explicativa. Me negué a leerla. El resto de la exposición consistía en cuadros de un solo color, o como mucho con manchas, o con una sola mancha, o sin  lienzo y con una llave en medio, trozos de madera pegados, hierros retorcidos y oxidados y cosas por el estilo. También, y para completar el panorama había una sección dedicada el mal gusto, donde se podía contemplar desde un Jesús crucificado con orejas de burro, seres monstruosos-y permítanme la licencia-pésimamente dibujados en pleno coito con... creo que burros, y más cosas de las que prefiero no acordarme, y por supuesto, dejar de horrorizar al sufrido lector.

 

Me fui de allí profundamente asqueado y sin terminar de visitar aquella especie de sala de los horrores, créanme, con ganas de volver al maravilloso Derecho Civil. La conclusión que saqué era la de preguntarme qué especie de mente perturbada puede crear tales chorradas, quién puede pensar que eso sea arte, y por qué una importante fundación bancaria apoyada por las instituciones culturales y educativas oficiales promueve, subvenciona y fomenta esta porquería amorfa que se ha dado en incluir en el llamado “arte moderno”. Había podido comprobar que a los demás compañeros de estudios que habían pasado por allí les había parecido también una muestra de degeneración sin ningún sentido, y a excepción de algún que otro payaso snob, cursi, moderno y, permítaseme la palabra, gilipoyas, que presume de encontrar sentido y explicación a lo que no lo tiene, creo que cualquier persona normal con un mínimo de sentido de la belleza y de la estética coincidiría con la posición de rechazo de los que esa tarde estuvimos allí.

 

A partir de esa tarde, empecé a descubrir este tipo de “muestras”, por llamarlas de alguna manera en otros campos antaño ocupados por el Arte, desde la música, que nos había llagado a los de nuestra generación profundamente degenerada sin apenas percibirlo, a la arquitectura urbana pasando por el cine, la literatura barata y sexista, teatro e incluso-y esto es bastante terrorífico- a los dibujos animados. Todos hemos visto orejas gigantes con patas que van persiguiendo a pequeños monstruitos con un solo ojo y dos pelos dibujados a un solo trazado y montados en un teléfono rosa. Cualquiera que entre en la ciudad de Valencia desde Alicante puede ver en su máximo apogeo una de las principales muestras de arte urbanístico valenciano, me refiero a la fuente conocida por los valencianos como “la pantera rosa” que consiste en una especie de torre metálica oxidada de unos veinte metros de altura acabado en una especie de plataforma cuadrada de la que sale un cilindro por donde cae un chorro de agua a una especie de piscina rodeada de balones de plomo. No sé muy bien qué significa, porque me niego a creer que se trate de un monumento a la conocida homónima rosa, pero una cosa sí se, es fea, absurda y está oxidada, y la modesta fuente a la que sustituía era mucho más bonita, sencilla y popular, y además no imitaba a ningún dibujo animado americano. Pues bien, esta maravillosa obra fue encargada por la autoridad municipal y por ella pagamos muchos millones.

 

La conclusión que saco de todo esto, es el interés por parte del poder, de ir ignorando paulatinamente el verdadero Arte-por otra parte imposible de ignorar-, para fomentar  un figurismo que solo puede expresar desorden, anti-belleza, desarraigo, mestizaje, caos... es decir lo absurdo: el anti-Arte.

 

La Historia nos enseña que todas las civilizaciones y sistemas políticos caen tarde o temprano dejándonos ciertas muestras del carácter de las mismas precisamente mediante sus obras artísticas, ahí tenemos Roma, Grecia, la Viena imperial, los castillos medievales, las catedrales, el románico y el gótico, o muestras cinematográficas como las de Leni Riefensthal o esculturas como las de Arno Breker por poner sólo algunos ejemplos de sistemas esplendorosos definidos perfectamente por las muestras de expresión artística que nos legaron. Sin embargo cuando caiga este sistema en el futuro y surja otra civilización mejor, dejando aparte la destrucción que de la naturaleza y del entorno rural se ha realizado en los últimos cincuenta años, si nos tiene que juzgar por las muestras ideográficas  que dejemos, se calificará a este sistema como caótico, anti-natural, absurdo y horrible. Quién sabe, a lo mejor los hombres del futuro tendrían razón.

 

                                                                                   E.MONSONÍS

 

Educación integral vs. adoctrinamiento oficial

Educación integral vs. adoctrinamiento oficial

La educación es tan importante para la consecución de una sociedad sana y justa, que en el momento presente recogemos los resultados de una mala orientación educacional y pedagógica como la actual. En una sociedad en la que los padres olvidan sus tareas educativas familiares en aras de un mayor beneficio económico o incluso de cierta “realización profesional o personal”, y en la que el sistema educativo oficial, obligatorio e impuesto, obedece a principios desintegradores y ajenos a los de cualquier ideología sana y europea, los resultados los tenemos en las actitudes y hábitos de las generaciones actuales. Aunque sobre esto huelgan comentarios.

 

Sobre la educación, habría mucho que hablar, y sería del todo legítimo, que cualquier padre de familia, se cuestionara la “educación”-no lo olvidemos, obligatoria-, que reciben sus hijos. En la mayoría de los casos, la cultura general, histórica y literaria, brilla por su ausencia, y se inculca a los más jóvenes una especie de adoctrinamiento acorde con la ideología oficial, mundialista y mediocre, en la que sólo se tocan ciertos aspectos de la historia convenientes a los poderes oficiales en los que sobran mentiras y manipulación, y falta seriedad. También se omiten aspectos educativos como la educación física y moral, montañismo etc, tan necesarios en una época en la que la educación familiar es prácticamente inexistente debido a factores como la incorporación de la mujer al trabajo, necesidad de realizar horas extras para poder acceder a los niveles de consumismo exigidos etc. Los ejemplos los tenemos muy cerca, en cualquier colegio o instituto, dónde las encuestas nos evidencian a jóvenes que no saben quien era Jaume I o los reyes católicos, y a quienes, eso sí, se les bombardea con ciertos aspectos delas últimas guerras, relatados muchas veces a viva voz por los protagonistas de las mismas, aunque eso sí, siempre de un mismo bando, y por lo tanto portadores de una visión parcial e interesada de las mismas. Esto se suele complementar con reportajes  y perniciosas series televisivas en las que se fomenta un modelo de juventud urbana “solidaria” y superficial interesada tan sólo en divertirse y ligarse a la novia de su mejor amigo del grupo, grupo en el que nunca falta un emigrante ilegal, un homosexual o un traficante de drogas arrepentido por poner un ejemplo. Pero esto es “guay”...

 

Podríamos hablar pues, de la inexistencia de una EDUCACIÓN propiamente dicha, y de la práctica, en cambio, de un adoctrinamiento oficial basado en principios disolventes y negativos, y alejado de lo que debería ser una educación integral tal y como nosotros la entendemos.

 

Ante tal caos educacional, no podemos más que como en otras ocasiones, volver  nuestra mirada hacia épocas mejores de nuestra historia europea, dónde todavía regían principios de Orden en sociedades cuyo glorioso ejemplo ha permanecido a lo largo de la Historia. Nosotros abogamos por una Cultura Educativa Integral, tal cómo fue en la antigua Grecia Clásica la  palaistra o gimnasion, que cómo acertadamente dice Hans F.K. Gunther en su obra Der Nordische Gedanke, “tenía por meta al hombre y la educación del hombre”. Siguiendo a este autor sabemos además que “Grecia no consideraba bien educado a un hombre hasta que su cuerpo no estuviera templado y adiestrado como su espíritu. Inculto era tambien, quien por ejemplo no sabía nadar, o quien no tuviese la clase de apreciar la salud y la belleza del cuerpo” (1).

 

Es tambien el mens sana in corpore sana romanos. Sobran comentarios.

 

Estas frases resumen perfectamente cuales deben ser nuestros conceptos de Educación, y cual ha de ser la forma de educar a nuestros hijos. La práctica de deportes al aire libre, el conocimiento y fomento del amor a la naturaleza y nuestro entorno rural, las celebraciones tradicionales comunitarias, el estudio de nuestra historia desde una perspectiva no doctrinaria, y sobre todo nuestro propio ejemplo han de ser las bases de un nuevo aunque eterno sistema educativo que debe empezar en nosotros mismos, entre nuestras familias y nuestras comunidades, debiendo tener muy en cuenta que la orientación pedagógica y doctrinal que se recibe en los centros escolares dictados desde oscuras y lejanas instituciones, es falsa y perniciosa , por lo que es necesario contrarrestarla para despojar a nuestros niños de la contaminación educativa actual.

No queremos acabar sin antes citar un párrafo de la obra del antes citado Gunther Platon als Huter des Lebens sobre la educación, y que debería hacernos reflexionar sobre un tema tan importante como olvidado por las ideologías tradicionales y alternativas:

 

                La Kalokagathia no es solamente un ideal de perfección individual,sino mucho más

                 el ideal de educación de una humanidad superior. Sólo la educación y la selección pueden

                 hacer que lo bello y lo bueno un día se encarnen en Uno.”

 

 

 

                                                                                                  E.M. BUSQUET